Trump en cruzada antiuniversitaria

martes, 22 de abril de 2025

Desde el pasado mes de marzo la administración Trump empezó su arremetida contra universidades como las de Columbia, Princeton, Cornell, Northwestern, Florida, Harvard, Yale, Stanford y varias otras. Esta situación se radicalizó durante las protestas universitarias contra la guerra en Gaza en la Universidad de Columbia, que le dio pie a Trump para señalar que dicha institución educativa era semillero de radicalismo izquierdista, de antisemitismo disfrazado de activismo. Trump indicó que si esa universidad quería seguir recibiendo las contribuciones federales debía efectuar cambios radicales en sus contenidos educativos y políticas.

Luego Trump pasó a imponer la retención de fondos a las universidades que han sido escenario no solo de las protestas contra el conflicto armado entre Israel y Hamás, sino contra todas las que impulsan políticas de diversidad, igualdad e inclusión. La respuesta de las universidades ha sido desigual, unas han dejado mucho que desear, otras se han movido entre la tibieza, la cautela o otras de plano prefieren hacer como que nada ha sucedido. Mientras las universidades públicas, que dependen exclusivamente de financiamiento público, han optado por mantener una postura de «neutralidad» institucional, argumentando que no pueden tomar posiciones políticas explícitas con el fin de no comprometer su credibilidad académica ni su mismo financiamiento. Esto refleja un frágil compromiso no solo con la libertad académica, la libertad en general y su propia autonomía, sino también con los principios fundamentales de la democracia estadounidense.

Varias universidades se han conformado en una red de defensa común, lo cierto es que su fortaleza depende mucho del soporte económico con que cuenten, lo que se ha evidenciado con la postura de la Universidad de Harvard, que es la más firme en rechazar los condicionamientos y atropellos de Trump. Pero eso está respaldado por una tradición de autonomía académica, de defensa de la libertad de cátedra, de su liderazgo intelectual a escala mundial, de su fuerte compromiso con la diversidad y la inclusión, del respaldo de egresados y plantilla académica influyente en el campo económico y político. Pero, además de eso, Harvard cuenta con un enorme fondo patrimonial que supera los 50 mil millones de dólares, lo que le da un margen de maniobra que otras instituciones no pueden tener ante las actuales presiones políticas que sufren.

Los ataques de Donald Trump hay que ubicarlos como parte de una estrategia más amplia de una guerra cultural de la derecha estadounidense, donde presenta a las instituciones académicas como enemigas de los valores tradicionales, conservadores y patrióticos. Es una embestida que reflejan una narrativa política que viene de años atrás y busca desacreditar todo lo que se percibe como «élite liberal» o que suene a «progresismo institucionalizado». Lo paradójico es que varios de los principales asesores de Trump y políticos republicanos, e incluso empresarios, que arremeten contra las instituciones de educación superior estudiaron en alguna de ellas.

Para Trump las universidades son centros de adoctrinamiento izquierdista, donde se promueve el marxismo cultural, o la ideología woke y una visión negativa de Estados Unidos. Sus ataques a las universidades en el lenguaje de Trump es una «guerra contra la progresía», ya que considera que las universidades de Estados Unidos han dejado de ser espacios de pensamiento libre para convertirse en fábricas de radicalismo progresista expresados en sus estudios de género, raza y diversidad. Para frenar eso quiere imponer a los centros educativos universitarios que modifiquen sus políticas: cambiar sus planes y contenidos de estudio —por ejemplo, demanda modificaciones en las maneras de enseñar la historia intentando reescribir la misma y borrar teorías e interpretaciones de ciertas etapas históricas para acomodarlas a las exégesis de derecha—, poner punto final a determinados programas que vulneran la democracia y/o pluralidad, eliminar carreras «no rentables» o consideradas ideológicas o sin perspectivas de tener demanda del mercado laboral, como es el caso de las humanidades, estudios de género… y priorizar la formación en disciplinas «no ideológicas» como ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM).

La situación ha llegado a tal extremo que varios académicos han decidido abandonar Estados Unidos. Investigadores como Timothy Snyder, Marci Shore o John Stanley, por ejemplo, han optado por dejar la universidad de Yale y trasladarse a vivir a Toronto. La cacería contra académicos es tal que se cancelan visas de trabajo, el FBI allana sus hogares para incautarles sus equipos de cómputo y otros materiales, todo ello con el silencio y/o complicidad de las mismas autoridades universitarias; esta cuestión también ha alcanzado a cientos de estudiantes que han visto cómo les cancelan sus visas y temen una posible deportación (shre.ink/MdYp).

Pero esto no es inédito en Estados Unidos: persecuciones similares se pusieron en marcha en otros momentos: por ejemplo, en los años cincuenta del siglo pasado en la llamada era McCarthy se impuso, en plena guerra fría, una cacería de brujas contra los comunistas en todos los ámbitos sociales —como lo retrató Philip Roth en Me casé con un comunista—, lo que se tradujo en el llamado Terror Rojo traducido en que profesores universitarios fueran investigados, humillados públicamente, despedidos o censurados por tener simpatías comunistas, por haber firmado manifiestos o simplemente por negarse a delatar a colegas. Las mismas universidades fueron presionadas para investirse de patrióticas y despedir a quienes no se alinearan con los valores estadounidenses.

Sin embargo, a pesar de que cada cierto tiempo las universidades en ese país han sufrido embates del poder, también es real que el caso más extremo es el que ahora impulsa Donald Trump porque su narrativa política va de la mano con propuestas legislativas y una batería de órdenes ejecutivas coordinadas desde el poder federal contra las universidades. Esto se da en un momento en que los contrapesos se erosionan, cuando un sector de la sociedad estadounidense también ve a la educación superior como una amenaza ideológica y el resentimiento que existe contra las universidades privadas justifica que se repriman.

La fortaleza de la democracia tradicionalmente se ha medido por su longevidad y por la solidez de sus mecanismos de equilibrio de poder, características que supuestamente distinguían a Estados Unidos. Sin embargo, los acontecimientos recientes en dicho país con sus universidades revelan una realidad: las instituciones, por robustas que sean, no son invulnerables. La verdadera salvaguarda de un sistema democrático no radica solo en una robusta ciudadanía, sino también en el compromiso de sus políticos con los valores democráticos. Cuando esos valores se debilitan, incluso democracias históricamente estables como la estadounidense se fragilizan ante liderazgos con tendencias autocráticas como el de Donald Trump.

* @tulios41

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La censura china

La censura se propaga por la red, se expresa con diversas técnicas que usan tanto gobiernos como empresas con la finalidad de cercenar el acceso a múltiples contenidos. Se implementan bloqueo de direcciones IP, se impide el acceso a determinados sitios web o servidores; se alteran registros DNS, redirigiendo las solicitudes de conexión a páginas falsas o inaccesibles; se detecta e inspeccionan paquetes (DPI), filtrando tipos específicos de tráfico en la red. Casos extremos son los que producen apagones de internet en determinados momentos de protestas o elecciones; se acuden o restringen de manera selectiva determinados sitios con el objetivo de impedir la circulación de información. En el guion original que dio vida a la red esto no estaba contemplado; China es un caso que ilustra lo errado que estaba el libreto.

China es una de las naciones que implementa uno de los esquemas más rigurosos de censura, en donde esta cohabita exitosamente con el comercio. Pero en el pasado la idea que se tenía era otra, se consideraba algo antitético: censura y libre mercado eran como el agua y el aceite. Durante las últimas dos décadas del siglo XX se pensó que el comercio, el libre mercado, eran la llave que abriría la puerta de la censura de países como China. Cuando la devoción estaba puesta en la libre circulación de mercancías, se pensaba que era suficiente una dosis de diplomacia para hacer que las naciones terminaran aceptando las bondades de la democracia liberal.

Desde los años setenta Deng Xiaoping comenzó a abrir la economía China. En la última década del siglo XX China se integró con paso firme a la economía global y muchas empresas estadunidenses empezaron a fabricar sus productos y mercancías en esa nación asiática. China ofrecía mano de obra abundante y a costo bajo, ideal para empresas que querían reducir costos de producción y tener mayores ganancias; el gobierno chino implementó zonas económicas especiales, con incentivos fiscales y subsidios a la exportación; era el mejor momento de la globalización y el gobierno chino desarrolló cadenas de suministro globales y mejoras en la logística internacional que facilitaron que las empresas estadounidenses trasladaran su producción a China; al mismo tiempo, esa nación puso en marcha tanto una infraestructura industrial como cadenas de suministro completas que permitían producir desde componentes básicos hasta productos finales sofisticados y con una mano de obra que estaba en constante capacitación —proporcionada en muchos casos por las mismas empresas de Estados Unidos—.

Estados Unidos alentaba la fiebre por el libre mercado, creyendo que eso sería bueno para la buena salud de la democracia global. La idea de que se consolidara una clase media era importante, ya que demandaría derechos y libertades, como aconteció en su momento en países como Taiwán o Corea del Sur. Un ejemplo de esa percepción fue Bill Clinton, quien era partidario de que China se integrara al comercio mundial porque «la interdependencia cada vez mayor tendría un efecto liberalizador en China. […] Las computadoras e internet, las máquinas de fax y las fotocopiadoras, los módems y los satélites aumentan todos ellos la exposición a personas, a ideas y al mundo más allá de las fronteras de China» (www.iatp.org). Incluso el mismo Clinton creyó que era importante que China se incorporara a la OMC; en una ocasión respondió con sorna a una pregunta de un periodista sobre la censura China y su interés por controlar internet, a lo que respondió: cualquier intento de controlar internet por parte de China sería como «intentar clavar gelatina en la pared».

Pues al final resulta que si supieron como clavar, y bien, gelatina y engrudo en la pared. China demostró que la censura se podía hermanar perfectamente con sólidas cadenas de valor y hacer de ese país una solvente economía. En Estados Unidos demócratas y republicanos de fines del siglo XX consideraban que en un mundo más abierto e interconectado, la democracia y las ideas liberales se extenderían a los estados autocráticos. Pero sucedió al revés: la autocracia y el iliberalismo fueron los que se propagaron en los países democráticos y de paso hicieron añicos las ideas de la teoría de la modernización que databan de posguerra e indicaban que el comercio era la que llevaría la democracia a los países autoritarios.

En el caso de la censura en China, ese país se incorporó a internet a fines de los años ochenta y al inicio, como en muchos países, solo fue un medio de comunicación para una elite, para el sector académico. Sin embargo, en 1998 erigió su proyecto Escudo Dorado (Gran Cortafuegos), un sistema multicapas implementado por el gobierno chino que aplica tanto la censura como el control de la información en internet. Es capaz de usar la denominada inspección profunda de paquetes (DPI), con la finalidad de identificar y bloquear en tiempo real términos prohibidos como «Tiananmén», «democracia», «derechos humanos» o críticas al Partido Comunista Chino; lo novedoso es que permite el uso de VPNs siempre y cuando sean las aprobadas por el Estados y únicamente pueden usarlas las empresas y que, por tanto, están monitoreadas. Además, las grandes plataformas chinas como WeChat, Weibo o Baidu están obligadas a cumplir con severas normas de censura, de manera que en sus algoritmos está eliminar contenidos considerados «inapropiados» y monitorear usuarios, quienes deben registrarse con su identidad real; al mismo tiempo el Ministerio de Seguridad Pública apoyándose en inteligencia artificial (IA) escudriña datos y rastrea actividades en línea, identifica disidentes y disuade comportamientos considerados subversivos.

Pero China también sabe dar zanahorias: da acceso a múltiples productos culturales a los usuarios jóvenes de las plataformas digitales, de manera que se hace de la vista gorda para que consuman entretenimiento y productos protegidos por derechos de autor de manera que se intercambia o descarga software y aplicaciones diversas en donde se combina lo legal e ilegal. Es cierto que el gobierno chino ha fortalecido su sistema de protección de derechos de autor en las últimas décadas, en parte derivado de sus compromisos internacionales con la OMC y también para apoyar su economía digital. Sin embargo, dosifica lo legal e ilegal y prefiere que los jóvenes se entretengan en el ciberespacio a que cuestionen a los dirigentes políticos o el régimen.

China ha demostrado que es posible combinar crecimiento económico, libre comercio y tecnología de punta sin liberalización política, lo que ha inspirado a otros regímenes autoritarios a aprovechar la tecnología para consolidar el control estatal. Este modelo desafía la noción de que la globalización, hoy en día debilitada, conduce inevitablemente a sociedades más abiertas. Resulta irónico que China, gobernada por un partido comunista autoritario, se haya convertido en uno de los principales defensores del libre comercio, mientras que Estados Unidos, una de las cunas del capitalismo y ahora con un líder con tendencias autoritarias, haya adoptado un enfoque proteccionista. En el fondo eso refleja el temor de Estados Unidos de perder su liderazgo en industrias clave como la inteligencia artificial, 5G y automóviles eléctricos frente al avance asiático.

* @tulios41 

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Spotify en formato inteligente

Spotify es sinónimo de música, su nombre remite a una startup sueca creada en 2006, es en la actualidad una sociedad anónima que cotiza en bolsa, con un valor estimado en 25 mil millones de dólares. En 2023, Spotify reportó ingresos anuales de 14,000 millones de dólares, y su patrimonio neto es de unos 2,670 millones de dólares, según Statista. Pero si consideramos su crecimiento hasta el año pasado, con 640 millones de usuarios activos mensuales, de los cuales 252 son premium, y partiendo del múltiplo típico de valoración de las empresas tecnológicas (entre 5 y 10 veces sus ingresos anuales), se puede inferir que en la actualidad su valor está entre 70,000 y 100,000 millones de dólares.

Nada mal para una empresa surgida en un país pequeño, donde se ha tenido una sólida carrera en la producción de artistas exitosos en el campo de la música pop. Esta empresa sueca domina un sector que era esperable lo encabezara una empresa estadounidense, pero sus 19 años de existencia demuestran que su fuerza no fue circunstancial. Actualmente Spotify intenta reforzar su músculo adoptando la tecnología de moda, la inteligencia artificial (IA).

Para unos es innecesaria la presencia de la IA en el campo musical e incluso dicen que no ha tenido relevancia en la música. Pero después de todo, la relación entre IA y música no es de ahora. Ya Alan Turing, que puede ser considerado uno de los padres de la IA, desarrolló en 1951 una máquina que generó tres melodías simples: la canción infantil Baa Va Black Sheep, la canción de Glenn Miller In the Mood y el himno de la selección británica God Save the King. La grabación fue efectuada por la BBC en el Computing Machine Laboratory de Manchester, pero se había extraviado y en 2016 algunos investigadores la recuperaron y dieron a conocer.

En el campo musical ha habido pioneros en investigar sobre los vasos comunicantes entre IA y música, uno destacado fue David Bowie, cuya trayectoria siempre estuvo ligada a la vanguardia, a la ciencia y la innovación como se refleja en su extraordinaria Space Oddity. A principios de los años noventa Bowie hizo alianza con el programador Ty Roberts, para crear un software llamado Verbasizer, capaz de generar de forma automática letras de canciones originales a partir de contenido textual.

En el caso de Spotify, fue en 2018 cuando abrió una unidad de investigación dedicada a desarrollar investigaciones científicas sobre el uso de la IA en el campo de la composición musical, el Creator Technology Research Lab. Esto fue una manera de sistematizar, o redondear el trabajo que venía efectuando con la IA desde 2015, cuando empezó a usarla para analizar los gustos musicales de sus usuarios y así ofrecerles contenido si no a la carta sí bastante personalizado.

En 2017 Spotify contrató a François Pachet, a quien nombró como director del centro de investigación de Spotify de París. Nacido a mediados de los años 1960, François Pachet es especialista en ingeniería computacional con estudios en universidades francesas, que desde hace varios años se ha dedicado a la investigación en el campo musical, el aprendizaje automático y la IA. De hecho Pachet fue nombrado en 1997 director de la Sony Computer Science Laboratory, un centro de investigación privado, financiado por la empresa japonesa Sony, también con sede en París y dedicado a experimentar con la materia sonora.

Durante su estancia en Sony Pachet creo varias tecnologías, pero su producto más destacable fue Flow Machine, un proyecto iniciado en 2012 que su objetivo era enseñar a las computadoras a crear composiciones musicales basadas en estilos concretos; el objetivo fue desarrollar una máquina capaz de aprender a tocar de forma autónoma, a partir de un proceso de aprendizaje (machine learning) con una serie de repertorios musicales existentes; de esto se derivó un programa para ser usado por cualquier músico llamado Flow Composer, que crea nuevos contenidos musicales a partir de dos elementos iniciales que se deben proporcionar a la IA: una selección de partituras musicales (melodías y acordes), que permiten al programa aprender un determinado estilo de composición musical; el segundo, una serie de piezas de audio que permiten a la máquina asociar texturas sonoras específicas con las partituras. De esa manera, con tales materiales, es como Flow Composer produce composiciones musicales originales y únicas, basadas en una serie de operaciones y elecciones que, sin embargo, son gestionadas por un operador humano.

De hecho poco antes de incorporarse a Spotify Pachet y su equipo ofrecieron una demostración de las capacidades creativas de Flow Machine, en la cual también participó el músico francés Benoît Carré para confeccionar una canción original, inspirada en la música de los Beatles. Benoît Carré proporcionó a Flow Machine una selección de 45 melodías de los Beatles que le sirvieran de inspiración y dio como resultado una canción original directamente influida por las melodías y sonidos del cuarteto de Liverpool, que recibió el nombre de Daddy's Car y se dio a conocer en YouTube (shre.ink/MvZY).

Con esos experimentos queda claro que las máquina sí consiguen producir secuencias sonoras a partir de partituras que se pueden considerar originales. Para varios eso implica un alivio ya que si bien se demuestra que las máquinas son capaces de dar vida a productos sonoros, pero es completamente distinto a que las máquinas puedan crear de forma independiente música lista para ser escuchada por los suscriptores de Spotify.

Pero más allá de Spotify, lo que no debe olvidarse es que las IA operan con patrones, sean lingüísticos o melódicos, con sonidos u oraciones, para posteriormente dar paso a composiciones nuevas o inéditas. En tal sentido no debería pensarse que un servicio de streaming no pudiera en el futuro generar exclusivamente melodías a la carta que le fueran solicitadas por los usuarios. Y parece que se camina hacia tal escenario. En 2016 Google lanzó el proyecto Magenta, dedicado a desarrollar algoritmos de aprendizaje profundo y aprendizaje por refuerzo para generar automáticamente no sólo contenidos musicales, sino también imágenes, dibujos y otros materiales; una tecnología que actualmente usan diversos artistas.

Lo cierto es que el rostro de la música en el futuro próximo no está escrito en las características técnicas de las nuevas tecnologías, pero su forma o consistencia se dará a partir de que melómanos, consumidores y ciudadanos sean capaces de participar de manera activa y se apropien creativamente de los instrumentos musicales que tendremos a nuestra disposición. En el caso de Spotify a pesar de que no han sido muy explícitos sobre el trabajo que llevan a cabo con la IA parece que su interés no está en transformarse en un productor musical automatizado. Pero para nadie es un secreto que las maneras en que las tecnologías musicales ingresan en las dinámicas sociales siempre están destinadas a reservar sorpresas y desenlaces inesperados.

* @tulios41

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El periodismo y la USAID

Desde la masificación de internet en la década de 1990, el periodismo ha enfrentado un declive sostenido, no tanto en términos de propuestas narrativas —que se han multiplicado— o de análisis, sino en su viabilidad económica. La disminución de tirajes y aparición de plataformas digitales fragmentaron la audiencia, generando una precarización creciente de las condiciones laborales de los periodistas. Este escenario ha repercutido negativamente en la calidad de la investigación periodística, una práctica que la llevan a cabo otras organizaciones que su función no es exclusivamente el periodismo. El entorno informativo marcado por la inmediatez y la saturación.

Desde hace años el periodismo independiente ha superado obstáculos financieros, ha sorteado las condiciones adversas mediante el apoyo económico de fundaciones. Entre los organismos que han desempeñado un rol significativo en el financiamiento de iniciativas periodísticas transnacionales destaca USAID (Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional). El papel de la USAID se caracteriza por una dualidad y perspectivas disímbolas: mientras algunos académicos refieren que su labor constituye un aporte fundamental para el fortalecimiento de los sistemas democráticos, otros analistas argumentan que es un instrumento de influencia política, promueve los intereses estratégicos y la agenda hegemónica de Estados Unidos en el ámbito internacional.

En parte eso es cierto. La USAID fue creada en 1961 bajo la administración de John F. Kennedy como una herramienta esencial de su política exterior. Oficialmente su tarea era promover el desarrollo económico, la democracia y los derechos humanos en más de 100 países, canalizando recursos a ONGs, gobiernos y organismos internacionales. Sin embargo, desde el inicio su papel fue controvertido. En el contexto de la Guerra Fría, la USAID actuó como una interfaz de soft power, difundiendo los valores estadounidenses e influyendo en las sociedades para fortalecer los intereses geopolíticos de Washington. Al principio su interés estuvo en contener el avance del comunismo y reforzar a los aliados de ese país, especialmente en Latinoamérica. La ayuda humanitaria se combinaba con las labores de inteligencia e impulsando estrategias para consolidar la hegemonía estadounidense, lo que siempre generó críticas sobre la verdadera naturaleza de su labor.

Como ejemplo del papel de USAID está su colaboración con la CIA para influir en la política de varios países. En los golpes de Estado de Chile con Salvador Allende, o Guatemala con Jacobo Árbenz, USAID apoyó iniciativas que eran un complemento de los impulsados a escala política por Estados Unidos. En los años setenta del siglo pasado tuvo participación en lo que se conoció como la Operación Cóndor, de nefastos recuerdos en Latinoamérica.

Sin embargo, la USAID modificó su accionar con base en los vientos políticos, de manera que cuando se dio el derrumbe del Muro de Berlín y se dio el consecuente colapso y desaparición de la Unión Soviética, se lavó la cara y empezó a jugar un papel relevante en favor de la democracia. Empezó a apoyar iniciativas interesadas en impulsar la calidad democrática en la región, apoyó a organizaciones que impulsaban elecciones, combatían la corrupción, financió a ONGs interesadas en la protección de múltiples minorías: mujeres, grupos indígenas, personas LGBTQ+, salud sexual y reproductiva. Esa ha sido la etapa más destacable de USAID, con una perspectiva liberal impulsó proyectos democráticos. Con ello se apoyaron a organizaciones periodísticas de la región, que terminó por enriquecer la vida pública con un periodismo de calidad.

Una investigación reciente de Reuters (shre.ink/MNWg) ilustra el papel que jugaba ese organismo en el campo periodístico. En 2023 respaldó a más de 6,200 periodistas, 700 medios no estatales y 279 organizaciones de la sociedad civil relacionadas con el periodismo. En Latinoamérica diversos medios han sido apoyados en sus labores editoriales, de manera que esos fondos permitieron visibilizar luchas de colectivos, situaciones de violaciones de derechos humanos y demandas democráticas de diversos sectores sociales.

En Latinoamérica el siglo que corre ha sido un periodo en el cual los medios convencionales fueron arrinconados y desplazados por la tendencia digital: se desplomaron los ingresos publicitarios, se cancelaron ediciones en papel y varios medios quedaron a expensas de que su tráfico en línea les permitiera tener algo de ingreso. Al mismo tiempo, pusieron en marcha una serie de medidas para apuntalar sus espacios: unos optaron por cobrar por el acceso a sus contenidos; otros impulsaron la publicidad digital, que a pesar de ser menos rentable que la impresa es una fuente importante de ingresos; promovieron contenido patrocinado, colaboraron con empresas y promovieron productos o servicios; se vincularon a los gobiernos para promocionar sus políticas; algunos incluso para subsistir han acudido al crowdfunding.

La USAID apuntaló un sinfín de proyectos. En México, por ejemplo, destinó 6.6 millones de dólares en 2024 a organizaciones que promueven la transparencia a través del periodismo, cuestión que ahora seguramente será una labor que si bien no se suspenderá sí disminuirá el trabajo de las publicaciones y organizaciones que recibían tales apoyos. De esa manera, organizaciones civiles que su labor central no era el periodismo, terminaron por hacer un periodismo de investigación, que es algo que ya no hacen el grueso de medios por sus altos costos. El periodismo de investigación, requiere de viajes, de usar programas especiales, y caros, de cómputo y dedicar incluso meses para trabajar una historia. Es una tarea que ya no se ve mucho en medios de comunicación tradicionales. Por eso a menudo para hacerlo se depende del acceso a subvenciones de fundaciones.

Además, si bien no solo la USAID es la única organización que apoya las labores periodísticas, también es verdad que el financiamiento de las fundaciones estadounidenses no fluirá ya hacia Latinoamérica porque canalizarán sus recursos a apoyar proyectos en Estados Unidos, ya que el arribo de Trump ha dejado a muchos proyectos en ese país vulnerables y que ahora padecen la misma situación que sus pares latinoamericanas.

Para muestro entorno eso no significa la muerte del periodismo, ya que su práctica siempre ha sido una labor hasta cierto punto altruista. Es un ejercicio que incluso muchos llevan a cabo en condiciones adversas, por un amor a esa disciplina, pero sí es verdad que socavará la pluralidad y el número de investigaciones y contenidos.

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La IA entre el entusiasmo y la crítica

viernes, 14 de marzo de 2025

 

La constelación de inteligencias artificiales (IAs) se ha ampliado. Las propuestas se acumulan: Mistral, Open AI y su o3-mini, Gemini, Grok 3, Qwen, Perplexity o Claude 3.7 Sonnet. También están las que se conocen poco como Hunyuan Turbo S, de Tencent, lanzada recientemente en China. Esto son ejemplos de una tecnología que cada semana lanza nuevas ofertas. Aunque hoy ganan terreno los modelos de código abierto, lo que termina por generar una propuesta desbocada de más IAs. Ya vienen las IAs latinoamericanas para el mes de mayo que ampliarán el abanico de ofertas.

Con tantas IAs de procesamiento de lenguaje natural que se lanzan, eso ya no es tan espectacular y parece que dicha tecnología se ha vuelto una especie de comoditie; cada corto lapso se acumulan ofertas y al paso que vamos se empieza a matar la sorpresa; en la tecnología el interés lo genera lo que impresiona, cuando se instaura la novedad por la novedad el entusiasmo decae. No olvidemos que en la IA, también, el problema está en que la novedad de lo mismo es vista como sinónimo de permanencia, de anquilosamiento.

Además, muchas suenan bien o se difunden con grandes virtudes pero terminan siendo más ruido. Eso experimentamos recientemente con Grok 3, que al principio nos impresionó por el procesamiento ante determinadas preguntas, pero su trabajo de procesamiento de datos al final no se tradujo en resultados sustanciales o mucho mejores respecto de otras IAs como DeepSeek o Gemini, por ejemplo. En este caso, como sucede con muchas tecnologías, se usan pero las respuestas y resultados que ofrece no son suficientes como para que uno termine pagando la membresía SuperGrok.

Cuando Bill Gates refiere a que «La gente tiende a sobreestimar lo que puede hacer en un año y subestimar lo que puede hacer en diez años», está describiendo lo que sucede hoy con la IA, ya que toda la grandilocuencia que ahora vemos en propuestas, análisis y reflexiones se centra en lo que está siendo el presente de la IA. Pero también, es verdad, que poco sirve tratar de ver demasiado lejos y pavimentar de referencias éticas y hasta morales este terreno: las nuevas mentes que se incorporarán en la creación tecnológica como la IA la van a moldear con base en lo que demande su entorno, por sus necesidades y preferencias. Además, es difícil dibujar el devenir porque desde donde estamos parados parece que quedaremos a merced de la inercia producida por unas cuantas empresas multinacionales, de unas cuantas IAs, dirigidas por personas que hoy son unos infantes y que tendrán en su mano diseñar el mundo del mañana sin haber conocido el mundo pasado y sin interés en hurgar en la historia.

Para varios, es onanismo centrarse en el tema de la inteligencia, cuando se considera que las IAs carecen de ella. Otros por su parte refieren que sí la tienen, incluso consideran que CHAT-GPT, Meta Ai, Perplexity o Deep Seek sí tienen inteligencia, incluso refieren que bien se les puede calificar de que son las primeras IAs de propósito general. Para nadie es un secreto que comparada con un humano las IAs actuales tienen severas limitaciones, por algo se les da el mote de débiles, pero no pasemos por alto que en muchos terrenos son mucho más competentes que cualquier persona —que son a quienes etiquetamos de contar con inteligencia general o robusta—. Pero no pasemos de largo en equiparar la experiencia de una IA a la de un humano como inconmensurables, ya que en las «mentes» de silicio hay rasgos inteligentes. Para los que gustan de ver el presente con los ojos de Sófocles, esto puede parecerles una tragedia.

Por supuesto que nuestras IAs son incompetentes, confunden cosas, dan respuestas desacertadas, pero tampoco es que los humanos sean un dechado de competencias y destrezas mentales: Hay incompetentes que dirigen un país, como el más poderoso del orbe, que confunden las cuestiones de transgénero con los transgénicos. Sin olvidar que hay humanos que dicen tantas barbaridades, ante los cuales palidecen las IA en cuanto a desatinos expresados.

Por un lado se quiere que nuestras herramientas cognitivas artificiales no alcancen la competencia de la de los humanos, y cuando tienen traspies las cuestionamos o nos mofamos de ellas, y pasamos por alto que humanos supuestamente que su materia es el campo intelectual también fallan en sus estimaciones.

No se trata de ver quien tiene la superioridad moral, como por ejemplo decir que la IA es pura matemática y carece de biología. Apoyémonos mejor en el test de Turing, que se considera la manera de saber si una máquina es inteligente o no: si una persona interacciona con dos personas, en donde una es una máquina, y no encuentra diferencia en las respuestas que ambos le dan, entonces la máquina pasa el test de inteligencia. Siendo sinceros una IA basada en el procesamiento de lenguaje natural —que también reciben el nombre de IAs generales de nivel 1— permite entender y generar texto de manera similar a como lo haría un ser humano, incluso una persona que no supiera que está ante una máquina/software con este tipo de procesamiento de lenguaje natural podría mantener una interacción con ella y no percatarse que está dialogando con una máquina.

Pedimos demasiado y la verdad es que con poco es suficiente para saber si una IA razona. Descartes señalaba que para evidenciar una prueba de inteligencia solo era suficiente con que se tuviera capacidad de mantener una conversación. Pero ahora parece, como dice Fenollosa, que como una máquina lo hace, entonces se le pide que haga mucho más que eso, se le demanda capacidad de soñar o incluso como dice Roger Bartra en su libro Robots y chamanes: la IA será factible cuando experimente algo similar al efecto placebo en los humanos. Lo que demanda Bartra es que la IA existirá cuando tenga una dimensión subjetiva y emocional como la tienen los humanos. En otras palabras, Bartra señala que la verdadera IA no se limitaría a la imitación de procesos cognitivos, sino que requeriría una dimensión emocional y subjetiva que hoy parece exclusiva de los seres humanos. Menuda manera de esquivar lo que ya acontece con la IA en este momento. El hecho de que se entrene con enormes cantidades de datos para entender cómo funcionan las frases o los argumentos y para contextualizar hechos sobre el mundo no significa que solo se dedique a copiar y pegar cosas o crear meros collages. Estamos desde la aparición en 2017 del transformador —de lo que hablaremos en otra oportunidad— frente a algo fundamentalmente nuevo que no se había experimentado anteriormente. La IA evidencia hoy capacidad de razonamiento, genera cosas que a veces nadie espera y proporciona contenidos nuevos. Y eso es lo interesante. 

Pero eso no impide cuestionar que hay una fatiga de IAs, lo que preludia probablemente una estratificación del mercado en donde varias funcionarían como una especie de commodities, pernoctarán en el limbo del olvido o la intrascendencia, mientras que habría algunas soluciones más avanzadas, sofisticadas, especializadas que podrían tener un valor mayor. En todo caso, este campo, al final, será un terreno para unos cuantos jugadores.

Publicado en La Jornada Morelos

 
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