-Es que vas por fin a quitar de pasar penas a la Primores? -A mí no me quiere la Primores, a mi quien mejor me quiere es la Fea del Altozano.
-Pero, si lo cogieron, ¿por qué no lo traen? Uno de los que habían ido hasta el corro del altozano volvió, advirtiendo que era falsa la noticia.
-Pos lo que yo te digo a ti es que el Niño del Altozano es siete veces más de ácana que Periquito el Manguela. -Y lo que te digo yo a ti también es que vale como catorce mil millones de veces más, en tos terrenos, el Periquito el Manguela que el Niño del Altozano.
Además de la heredad de Tirechappe, había recibido también de su padre la del Molino, que dependía de la torre cuadrada de Gentilly; se trataba de un molino sobre un altozano, próximo al castillo de Winchestre (Bicétre) del que se ocupaba una molinera que amamantaba a un hermoso niño; no estaba demasiado alejado de la Universidad y el mismo Claude le llevó al pequeño Jehan.
Tú, sentado aquí, bebe el negro vino, mientras Hecamede, la de hermosas trenzas, pone a calentar el agua del baño y te lava después la sangrienta herida, y yo, en el ínterin subiré a un
altozano para ver lo que ocurre.
Homero
¡Camará!, como que se resguardó tras el quicio de la puerta y encomenzó a soltar zambombazos, y gracias a un divé que en toíto lo que yo llevo ya andao no he visto yo gachó con más mala puntería. -Entonces, ¿no le jurgó con ninguna al del Altozano?
Deles usted la batalla, ahí en ese primer grupo de árboles... En efecto, al avistar el manchón de castaños y el
altozano que detrás aparece, me detuve y exclamé: -Aquí fue donde...
Emilia Pardo Bazán
Por lo general ofrecían con magnánimo gesto una bolsa amarilla de dinero a una viuda con un infante en los brazos, detenida al pie de un
altozano verde.
Roberto Arlt
Esta tierra de Castilla, que es la tierra sin galas ni pormenores; la tierra absoluta, la tierra que no es el color local, ni el río, ni el lindero, ni el altozano.
La luna se sumergía en el horizonte, y las sombras de las casas cubrían toda la plaza, quedando apenas iluminadas las cabezas de la multitud que aguardaba en el altozano de la iglesia la salida de los demás, mientras que la banda de música echaba el resto de sus armonías y algunos aficionados hacían desiguales descargas de escopeta en prueba de su devoción.
En adelante, puesto que por desgracia don Juan ya no dirigiría nunca la casa, todo cambiaría; cada cual volvería a su sitio; él, Ramón, pues era jardinero, volvería a sus jardines, viviría allá arriba, en el Pabellón de la Glorieta, que estaba en un altozano, a lo último del parque.
Antonio vaciló un punto y, después exclamó, cerrando los ojos para no ver en la cara de su interlocutor la impresión que pudieran producirle sus palabras: -Pos esa agachaora es Ángeles Cárdenas, la Fea del Altozano.