En los relatos épicos más recientes, así como en las novelas artúricas, el personaje de Dagda aparece a menudo con la forma de un "Hombre de los Bosques", un patán que lleva una maza y que es señor de los animales salvajes. Balar, Balor o Bolar, fue un dios irlandés que pertenecía a la raza de los gigantes Fomoré.
Una de las escenas que se repetía con muy ligeras variaciones, pero que -aun así- era una de las favoritas del público, representaba la consulta de un psiquiatra (Cansado) al que acudía un paciente (Faemino) atormentado por escuchar a todas horas el balar de los corderos que van al matadero -en referencia a la película "El silencio de los corderos" (1991) que se popularizó en esa época-.
El río Sirion desembocaba sobre el Belegaer en la bahía de Balar, formando un amplio y arenoso delta que conformaba una pantanosa región conocida como Lisgardh.
Y los estornudos del bebé, los graznidos del Grifo, y todos los otros ruidos misteriosos, se transformarían (ella lo sabía) en el confuso rumor que llegaba desde una granja vecina, mientras el lejano balar de los rebaños sustituía los sollozos de la Falsa Tortuga.
Rosaroja echó a correr dando gritos, el cordero comenzó a
balar, la paloma revoloteaba por todo el cuarto y nieveblanca corrió a esconderse detrás de la cama de su madre.
los Hermanos Grimm
La llanuras Y las lejanas lomas repetían El aullido siniestro de los lobos O el balar lastimoso del cordero, O del todo el bramido prolongado.
Era como un islote, sin pasto, en el cual quedaban, pisando en barro espeso, alrededor de tres mil ovejas, comiéndose la lana unas a otras, casi flacas, ya tristes, apenas con fuerza para balar, esperando la muerte, sin recurso.
Los árboles tenían fruta; los sembrados, espigas. Grato el cantar de las cigarras, deleitoso el balar de los corderos, dulce el ambiente perfumado por la fruta en sazón.
Así fue que en cuanto los vieron y oyeron que las llamaban como de costumbre y que tocaban la churumbela, se alzaron todas alegres, y las ovejas se pusieron a pacer, y las cabras a brincar y a balar, celebrando que su cabrero se había salvado.
Hecho esto, salieron a ver cabras y ovejas Todas estaban echadas, sin pacer ni balar, sino, a lo que yo entiendo, harto afligidas por la ausencia de Dafnis y de Cloe.
Un espléndido sol otoñal embellecía las rápidas pendientes cubiertas por una vegetación exuberante y anárquica, en la que más que verse adivinábanse los rebaños por el lastimoso balar de los recentales y por el lánguido tintineo de las esquilas.
Oíase el balar de las ovejas, tan dulce como su índole, tan suave como su vellón, tan triste como la víctima a la cual simboliza; el prolongado mugido de la vaca que llama a su cría, el zumbido monótono del abejorro tonto y torpe, volando en derecho de sus narices sin cuidarse de tropezar con las ajenas.