La túnica y el velo que la cubrían eran diáfanos y formados de blanco humo, y las chispas que alegres se levantaron con un pequeño estallido, como cohetitos de fuego de regocijo, se colocaron sobre ellos, salpicándolos de relumbrantes lentejuelas. En la mano traía un cetro chiquito, de oro, que remataba en un carbunclo deslumbrador.
Un lampo fulgoroso iluminó la sala, deslumbrado al capitán, que fijó una mirada de asombro en el rutilante carbunclo posado sobre la mesa y de cuyas facetas se desprendían rayos móviles y rojos como las llamas de un incendio.
El capitán recorrió rápidamente los rincones de su memoria, sin encontrar ni joya ni nada que valiera un ardite; pero seducido cada vez más por la irradiación del carbunclo, arrebató los dados y sacudiéndolos con mano febril, los arrojó sobre el verde tapete.
Por si mis lectores no conocen a este personaje, han de saberse que los demonógrafos, que andan a vueltas y tomas con las Clavículas de Salomón, libros que leen al resplandor de un
carbunclo, afirman que Lilit, diablo de bonita estampa, muy zalamero y decidor, es el correveidile de Su Majestad Infernal.
Ricardo Palma
«Rayos, les dice, ya que no de Leda trémulos hijos, sed de mi fortuna término luminoso.» Y recelando de invidïosa bárbara arboleda 65 interposición, cuando de vientos no conjuración alguna, cual haciendo el villano la fragosa montaña fácil llano, atento sigue aquella 70 (aun a pesar de las tinieblas bella, aun a pesar de las estrellas clara) piedra, indigna tïara, si tradición apócrifa no miente, de animal tenebroso, cuya frente 75 carro es brillante de nocturno día: tal, diligente, el paso el joven apresura, midiendo la espesura con igual pie que el raso, 80 fijo, a despecho de la niebla fría, en el
carbunclo, Norte de su aguja, o el Austro brame, o la arboleda cruja.
Luis de Góngora y Argote
La misma siniestra sonrisa rizó los labios del incógnito, que tomando de su escarcela una hoja de pergamino, trazó con la uña del pulgar algunas letras. -He ahí la joya del capitán -dijo doblando la hoja y colocando sobre ella el carbunclo.
El proceso, la condenación, la muerte y la deshonra surgieron otra vez en su espíritu, mientras el incógnito, pasando a su dedo el carbunclo, empujó hacia el capitán el montón de oro que le ganara, se puso en pie y le dejó, presentándole la hoja de pergamino.
16 Será cuadrado y doble, de un palmo de largo y un palmo de ancho: 17 Y lo llenarás de pedrería con cuatro órdenes de piedras: un orden de una piedra sárdica, un topacio, y un carbunclo; será el primer orden; 18 El segundo orden, una esmeralda, un zafiro, y un diamante; 19 El tercer orden, un rubí, un ágata, y una amatista; 20 Y el cuarto orden, un berilo, un onix, y un jaspe: estarán engastadas en oro en sus encajes.
-¿Qué candelilla es esa? ¡Por Santa María que es
carbunclo, y gordo! Y disponíase a mover la planta tras la piedrecilla, cuando el del puntapié, que era todo un matón, lo detuvo diciéndole: -¡Alto, camarada!
Ricardo Palma
12 Tus ventanas pondré de piedras preciosas, tus puertas de piedras de carbunclo, y todo tu término de piedras de buen gusto. 13 Y todos tus hijos serán enseñados de Jehová; y multiplicará la paz de tus hijos.
Hele allí: baja ya las gradas de mármol: su rostro viene ardiendo en un bermejor que no es de la naturaleza: gruesos diamantes al pecho en forma de botones: un carbunclo, envidia de reinas, está fulgurando en el meñique del príncipe o señor.
-Yo sí sé que sois su dueño. Juego contra ella el oro que os he ganado y esta llama del infierno -y señalaba el carbunclo. El capitán se estremeció de gozo.