También se veían vendedores de agua, con bombachas hasta las rodillas y el odre de cuero,
enjuto, a un costado; curtidores, esterilleros, tejedores de chilabas.
Roberto Arlt
Y en esto yo siempre le llevaba por los peores caminos, y adrede, por le hacer mal y daño: si había piedras, por ellas, si lodo, por lo más alto; que aunque yo no iba por lo mas enjuto, holgábame a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno tenía.
¡Un inmenso hombre pálido, de rostro enjuto, ojos llorosos y boca seca, vestido de negro, anda con pasos graves, sin reposar ni dormir, por toda la tierra, –y se ha sentado en todos los hogares, y ha puesto su mano trémula en todas las cabeceras!
Yo le dije: “Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo veo por donde travesemos más aína sin nos mojar, porque se estrecha allí mucho, y saltando pasaremos a pie enjuto.” Parecióle buen consejo y dijo: “Discreto eres; por esto te quiero bien.
Ante la aquiescencia del viejo, en cuyo rostro
enjuto y mate brilló un momento quimérica esperanza, Javier, arrodillándose, desató las vendas y palpó, con cuidado infinito, la carne amoratada y blanducha, los huesos quebrados, reconociendo las fracturas, insoldables.
Emilia Pardo Bazán
Tú no ríes, tú no juegas, tú no hablas, porque nunca tu hociquillo codicioso nutridora leche mama de la teta flaca y fría, álveo
enjuto de la fuente ya agotada.
José María Gabriel y Galán
SANTARÉN ¡El melindrico damil! Si temiere un romadizo por la humedad del conduto, nuestro aposento está enjuto, sírvase del pasadizo, y acójanse allá los dos.
Queda enjuto el que come pura carne; amarilla la tez, biliosos los ojos, la rabia cerca del corazón, la crueldad a flor de cutis.
Y luego: «¡Queda Azcárate!» Enjuto, de aventajada estatura, barba de plata y rostro cetrino, le veíamos pasar, emocionados, como a un Don Quijote vuelto a la cordura.
caja, cuarta parte y mejoras, y que por un tris no fué capote, empezaron las chuscas. Apareció un cenizo de alcance, enjuto y barrillón, con un Carmelo de me- jor estampa.
Luego notó que le llamaban, y gruñó al conocer la voz; pero, aunque de muy mala gana, alzóse del banquillo y salió al balcón, En el de la otra buhardilla le esperaba la mujer del Tuerto, con los párpados hechos ascuas, las greñas sobre los ojos, la cara embadurnada con la pringue de las manos disuelta en lágrimas, en mangas de camisa, desceñido el refajo y medio descubierto el enjuto seno.
Aquella transformación mágica, realizaba tan presto, ¡hasta qué punto la había preparado él en largos años de propaganda con la pluma, con aquella pluma de gran artista, rebosante de eficacia y sentimiento, de realismo y de contemplación elevada del fondo de la vida, ya pintando a los «sitaretzi», que guiados por su fe pasan a pie
enjuto sobre el mar, ya transfigurando a la vulgar pecadora y redimiendo al que la perdió, por medio del dolor y de la abnegación, en caminos de luz y de sublime renunciamiento!
Emilia Pardo Bazán