Ofrece una visión de la historia de España providencialista, unida y cristiana desde sus orígenes, apoyada siempre por la Providencia:: Por fortuna hay otro principio más alto, más noble, más consolador a que recurrir para explicar la marcha general de las sociedades: la Providencia, que, algunos, no pudiendo comprenderla, han confundido con el fatalismo Otras obras suyas son Viaje de Fray Gerundio por Francia, Bélgica, Holanda y orillas del Rin (1842), con interesantes noticias de viaje, el ya citado Teatro social del siglo XIX (1846), de sesgo costumbrista y satírico; Viaje aerostático (1847), sátira política sobre Europa, y La cuestión religiosa (1855), defensa de la unidad católica española.
El término fatalismo está formado a partir de la raíz latina fatum, que significa «destino». Por tanto el «fatalista» cree en una necesidad que negando la libertad se impondría irremediablemente al ser humano.
Sin embargo prima el aspecto budista del fatalismo que hace que en algunas ocasiones sea completamente pasivo ante lo que le sucede y vea la tragedia humana como parte del destino que no puede cambiarse.
La amenaza de guerra nuclear y la aparente inevitabilidad de la misma imprimió también un pensamiento pesimista, apocalíptico e incluso milenarista en ámbitos tanto religiosos como seculares, desde varias profecías de la llegada del fin del mundo a un fatalismo presente en numerosas manifestaciones sociales y culturales del periodo.
José Leandro Urbina señala la “marcada ambigüedad entre lo que se rechaza y lo que se desea, objeto de permanentes fantasías que culminan en pura pasividad, en una especie de fatalismo determinista, y que hace que la decisión última del personaje respecto a su identidad se dé casi por inercia.” Subraya Gallagher, en La ciudad anterior de Contreras, sus efectos depresivos “acumulativos” que “permanecen en la memoria como un impactante retrato del Chile provinciano que ha sido dejado de lado, y también como una metáfora tersa de lo que es la melancolía universal”.
El miedo a los otomanos mantuvo a los bizantinos reprimidos en sus ciudades durante casi dos años, mientras que al parecer Andrónico II y Miguel IX enfrentaban ahora la amenaza otomana con un cierto grado de fatalismo.
En El gran teatro del mundo (1993) no limita a la explícita referencia calderoniana del título el espíritu barroco que subyace en sus proyectos; plenamente escenográfico, abunda en la necesidad de implicación por parte del espectador, al que se le exige un esfuerzo imaginativo para generar significados y contenidos a un montaje que habla en tono melancólico y a través de un lenguaje alegórico, de fatalismo, libre albedrío, fugacidad y muerte.
La naturaleza libre y enigmática de una mujer llamada Carmen, su belleza meridional, su carácter arrebatado y pasional, hacen que el sargento José se convierta en víctima y protagonista de acontecimientos extraordinarios, de amores turbulentos y pasiones incontrolables, en una cadena de fatalismo, celos y sangre.
Sarmiento lo consideraba: la naturaleza más culta, el alma más depurada de todos los resabios americanos y el doctor José María Ramos Mejía dijo que: «Florencio Varela fue el político más genial y práctico que ha tenido Sudamérica». No creía en la suerte ni en el fatalismo pero sí en la ley moral, en la lógica de las acciones humanas.
Estábamos, por algún fatalismo histórico, condenados a ser un país que no podía generar empleos suficientes para una sociedad en incremento.
Tú partías, a mi juicio, de un concepto de fatalismo histórico, opuesto a nuestra doctrina, que siempre supone la libertad en los hombres y en los pueblos, y a nuestra política, desde los tiempos de la Falange, contraria a los extremismos de derecha y de izquierda, caracterizados precisamente por sus concepciones fatalistas.
Cuando el padre Incienso está a vueltas con aquello del «helado indiferentismo» y lo otro del «determinismo positivista, nefanda resurrección del
fatalismo pagano», me entran a mí arrechuchos de gritarle: «¡Padre Incienso, por ahí, no!...
Emilia Pardo Bazán