Ejemplos
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-Hay diez mucho más hermosas, -contestó la anciana-, y además muchos trajes, zapatos bordados, un sombrero con un velo de encaje... -Entonces, también la quiero,» -exclamó Cristina. Ib se la dio generosamente.
«¿Habría dentro de esta un carruaje y dos caballos? -preguntó Ib. -Contiene un carruaje dorada tirado por dos caballos de oro, -respondió la gitana.
La gitana se la ató en un pico de su pañoleta. «Y en esta, -replicó Ib-, ¿habría una pañoleta tan bonita como la que tiene al cuello Cristina?
Al día siguiente, los niños fueron colocados en una barca, sobre la leña; Ib miraba desde allí, con los ojos muy abiertos y casi se olvidaba de comer su pan y sus murtones.
Ella les enseñó tres avellanas muy gordas que tenía en la mano y les repitió que eran avellanas mágicas que encerraban cosas soberbias. Al fin y al cabo, Ib se atrevió a mirarla cara a cara.
Así lo hicieron Ib y Cristina en un principio; pero después se acercaron al gran canasto para ver lo que había dentro, y, al descubrir el lechoncillo, no pudieron menos de sacarlo, tocarlo y manosearlo tanto que el animal cayó al agua y la corriente se llevó su cadáver.
Cristina lloraba, lo que hizo llorar también a Ib; pero, después de haber gimoteado algún tiempo, se tendieron entre las hojas secas y se quedaron dormidos.
Por entre los árboles vieron una colina pelada y acudieron a ella para calentarse a los rayos del sol. Ib pensaba que desde aquella altura descubriría la casa de sus padres; pero estaban muy lejos de ella, en muy distinto sitio del bosque.
-preguntó Ib a la gitana, que respondió: -Lo que más vale de las tres.» Ib guardó cuidadosamente su avellana, y como la anciana les ofreció ponerlos en buen camino, la siguieron, pero en muy opuesta dirección de la que debían haber tomado.
Saltó la cáscara; no había avellana, pues la había devorado un gusano, y solo encerraba algo negruzco, parecido al rapé o a la tierra. «Esto había pensado yo desde luego, -se dijo Ib-; ¿cómo podía caber en esta avellana una cosa tan preciada, lo mejor que existe?
Cristina no encontrará tampoco sus hermosos trajes, ni su carruaje dorado tirado por dos caballos de oro.» El invierno vino y tras él la primavera y pasaron varios años. Ib debía comulgar por vez primera y ser confirmado, con cuyo motivo fue llevado a casa del cura de la aldea más próxima para recibir la instrucción religiosa.
Por aquella época, el padre de Cristina fue a visitar a los padres de Ib y les notificó que iba a emplear a su hija. Se le presentaba una ocasión propicia: Cristina entraba en casa de unas buenas personas, los dueños del mesón de Llerning, situado al Oeste, a algunas leguas de distancia del bosque.
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