-Bueno, pos cuando se te pase lo de la punzá, hazme el favor de seguir diciéndome lo que me dibas a contar de Periquito el Requena.
Y como este bandurrio famoso, enterado de que el Gallareta había ido a pasar la temporada veraniega a sus posesiones del Pasillo, habíase metido, decidido a escribir una de sus páginas más gloriosas, en el garito del Frescales, andaba éste de tan mal humor, que al notar que Paco Cárdenas y su compadre, Antoñico el Muñequero, pedían con acento un tantico despótico que dejara de servir a los demás por servirles a ellos primero Periquito el Tarambana, mozo de la taberna, díjole a éste con acento brusco y desabrido: -Sí, hombre, sí, tira lo que tengas en la mano, manque lo que tengas en ella sea una luna veneciana, y si arguno dice que él ha llegao primero, le das una puñalá en la ingle, que lo primero de to es servir a esas dos balas perdías.
La madre corrió a abrir y les dijo al abrazarles: -¡Hijos míos; con cuanta alegría vuelvo a veros! Estáis muy cansados y tenéis hambre. ¡Cómo estás puesto de barro, Periquito! Voy a quitártelo.
Ya me apesta lo del cambio de tarjetitas y la farándula de los padrinos con sus idas y venidas, y la farsa de los sables romos, y el sueltecillo de cajón: «Anteayer, jugando con unos sables, recibió un arañazo en una bota el distinguido joven
Periquito de los Palotes...» Pleca, y luego: «Ha quedado honrosamente zanjada la cuestión surgida entre
Periquito de los Palotes y Juanito Peranzules...» ¡A freír monas!
Emilia Pardo Bazán
No queda bicho viviente (y
Periquito entre ellos) que no concurra a la plaza a ver las lindas comparsas del Comercio, de los Militares, de los Caballeros, de los en traje Indiano, y qué sé yo cuántas otras, que en sus lujosas y bonitas carrozas penetran a la Plaza, descienden airosas de ellas, y suben alternativamente al Tablado, con sus arcos o sus bandas azul-celeste, y sus Genios, a ejecutar festivas, al compás de la música, sus danzas figuradas, atrayéndose las miradas de aquel mundo de espectadores.
Isidoro de María
Y nada de extraño hubiera tenido que convirtiera en realidad sus tentaciones, porque con razón sobradísima habíale aquello hecho vislumbrar un horizonte risueño, un oasis en el desierto de sus inacabables angustias, que desde punto y hora en que se recrearon sus ojos en la contemplación de la nueva carnicería y, sobre todo, de las cuatro bellísimas carniceras, comprendió que pronto su barbería, hasta entonces humilde y solitaria, habíase de convertir en codiciado mirador y en irreemplazable apostadero de todos los que por aquel entonces suspiraban, más o menos descaradamente, por las tres Nenas solteras, y más o menos a hurtadillas por la legítima consorte de Periquito el Viruta...
-Pos lo que yo te digo a ti es que el Niño del Altozano es siete veces más de ácana que Periquito el Manguela. -Y lo que te digo yo a ti también es que vale como catorce mil millones de veces más, en tos terrenos, el Periquito el Manguela que el Niño del Altozano.
-Pues decidme, huésped -dijo el Corregidor-, ¿dónde está una muchacha que dicen que sirve en esta casa, tan hermosa que por toda la ciudad la llaman la ilustre fregona; y aun me han llegado a decir que mi hijo don Periquito es su enamorado, y que no hay noche que no le da músicas?
A esto se oponía el desnivel de posición social. Menester era que Periquito ganase posición, nombre, gloria y bienes de fortuna. Al separarse para irse él a dar cima a su empresa, sin estímulo vicioso, con inocencia de niños y con fervoroso amor del cielo, se unieron sus bocas en un beso prolongadísimo.
Así como el Corregidor la vio, mandó al huésped que cerrase la puerta de la sala; lo cual hecho, el Corregidor se levantó, y, tomando el candelero que Costanza traía, llegándole la luz al rostro, la anduvo mirando toda de arriba abajo; y, como Costanza estaba con sobresalto, habíasele encendido la color del rostro, y estaba tan hermosa y tan honesta, que al Corregidor le pareció que estaba mirando la hermosura de un ángel en la tierra; y, después de haberla bien mirado, dijo: -Huésped, ésta no es joya para estar en el bajo engaste de un mesón; desde aquí digo que mi hijo Periquito es discreto, pues tan bien ha sabido emplear sus pensamientos.
Periquito era el mayor y el más querido, porque como ella tenía el color algo rojizo. Pusiéronse a la mesa, y con tanto apetito comieron que gozosos les estuvieron mirando sus padres, mientras los niños, hablando casi siempre todos a la vez, les referían el miedo atroz que habían pasado en el bosque.
Dolores se acercó al Viruta, sentose sobre sus rodillas, le ciñó el cuello con su brazo escultural, y díjole, enlazando casi con las suyas sus pestañas y rozando con los suyos fragantes los labios rojos y sensuales de su marido. -Sí, señor, por mí, por mi presona; por mi presonita gitana es por quien viée por aquí don Periquito el Pijota.