D I L ( H ) U I R

Al alero de la tempestad se cuela un vocablo que pregunta a su eco:

¿puedes escuchar mi voz ahora?

Estos corazones aguerridos y forajidos, van exhaustos de la guerra sin fin, afilan sus armas para continuar la batalla de sus mártires, para honrar su humana existencia que grita inerme frente a los rostros impávidos de la muerte indolente. Reúnen todo su coraje para golpear a fuerza de latido una realidad fabricada para alimentar la apatía de algunos con la desgracia de otros, la áspera esperanza los mantiene aun en pie bajo el peso inmenso del cielo.

Cargamos con sensibilidades que se niegan a sentir, que se esconden junto a los gatos ferales que recorren los techos de estas casas bajas buscando pelea o algo que comer. Portamos sobre los hombros los amarrados deseos de explotar con recelo junto al show de fuegos artificiales montado por alguna banda de traficantes para anunciar la llegada de la droga o para despedir a uno de los suyos, buscamos disipar esta espesura entre los gritos constantes de las caseras en la feria, ocultar nuestros avisperos entre los baches rellenados a medias de las calles centrales en las que se juntaron los charcos donde se remojó la tristeza de este invierno.

Por su parte, los cuerpos tumbados entre matorrales espinoso no dejan de sangrar, tiemblan, persisten en el intenso dolor y el placer colmado de agua corriendo, viento sacudiendo sus pasos, recuerdos recurrentes calando tan hondo. Percuten hasta el fondo que aguarda, que clama arrebatar vida de la luz que abunda en la superficie.

En la memoria de cada una de las cosas que hemos recolectado y abandonado sobre nuestros altares, y en un recóndito rincón de nuestras casas endebles como nuestras piernas y huesos, aguardan abismos sin fondo llenos de criaturas musgosas, brotes que crecen sobre tierras quemadas, raíces que rompen las aceras, maleza necia que vuelve a crecer tras ser arrancada, borbotones de humedad que alimentan el verdor, esporas multiplicándose suspendidas en el aire.

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Nos preguntamos cuánto estremecimiento podría doblegar nuestras rodillas entre el ruido de explosivos y los volcanes estallando a la par, y hasta dónde podríamos abalanzarnos para salvar algo de todo lo que nos han negado. Nos miramos con complicidad, reconocemos que quizás no haya nada que valga la pena salvar, al fin y al cabo, nadie lavará nuestros pies cuando el ruido ensordecedor de las trompetas anuncie el fin y el comienzo.

Nuestras voces murmuran, hablan de lo que podría ser: ¿qué pasaría si esta vez nos encontráramos en los refugios que deja esta noche interminable entre el fuego que quema vestigios, sombras y ruinas?

Albergamos, apretando los brazos y los dientes fuertemente, el último ápice de esa áspera esperanza a la que juramos lealtad. Jamás volveremos a ser el sueño de otros, ni volverán a cargar en nuestro torso el peso colosal del mundo. Fulguraremos con intensidad inmensa entre la más espesa oscuridad, cortaremos en el filo de nuestro mandoble la densa niebla que desciende sobre nuestros torsos desde el cielo alborotado de nubes negras.

Allí con el rostro embalsamado de temor y de la mano del espanto que riega en su rocío rojo la fuerza frenética del mundo de palabras y gestos, balas y fuerza, nos encontraremos una y otra vez de frente a la posibilidad de amarnos como salvación posible, cuidar y cultivar el alimento del Alma siendo Uno, venerar el alba fondeado tras la montaña de escombros, danzar en el espíritu reverberante de todas las cosas y atravesar el olvido agrietando los gruesos muros que han puesto entre sí las pasiones errantes, las banderas, los himnos y los emblemas, tejeremos los afectos como el chal que nos dará cobijo y abrigo en el frío inacabable.

Erguiremos el paso entre el pantanal y seguiremos en compañía aun estando tan solos allí dentro.

Finalmente, el silencio nos envolverá para templarnos.

Estuviste ahí desde tan temprano, una presencia silenciosa y casi fantasmal en el pasillo.

Te refugiarías en el rincón más ínfimo de este espacio para ser desapercibida, para que nadie te dirija la palabra durante el resto de cada jornada, para perderte en pequeñeces y hacer pasar el tiempo entre el humo que emana de tus bocanadas cada vez que te visita la ansiedad matutina y la crisis te carcome de nuevo.

Diminuta te pierdes entre la ventana, deslizándote por las horas para hacer arder la tarde en tu vuelta al descanso, escurriéndote entre el cableado del que penden los rezagos de otros días y los deseos interminables de ser abrazada.

Ni el manto de humedad que trae consigo la neblina que va escarchando tus párpados cubriría el vuelco aturdido que acompañan estos días febriles.


Descuentas cada hora, descuenta los minutos, cada vez falta menos para al fin dejar de encontrarte de frente con los toscos rostros de los que van y vuelven, para desvanecerte en tu cama enredada entre tus pensamientos siguiendo la salida del sol.

Cigarrillos como lejía que limpia memorias calmando el ardor intenso de las heridas bajo la piel, ceniza que sofoca las intensidades de emociones inundadas, te hundes también en el mar que forma el cenicero repleto de colillas a medio terminar.


¿Quién podría recoger todas esas lágrimas incrustadas a tus pies?

¿Quién podría entender el impulso de escapar de esa vida de heridas?

Ahora que me visita una nostalgia breve, me hablas sin palabras sobre cómo serán los días sin tu silueta al sol, sin ese desplazamiento misterioso que llena los rincones de este lugar a veces tan sombrío, a veces tan vacío. Yo me siento entre tus colillas a medio fumar, me pierdo entre tus rodillas temblorosas, para ser tus cenizas esparcidas bajo torres de alta tensión, para medir el voltaje que queda en la estática del aire ahora que ya no estás, para pensar cómo sería jamás dejar de sentir esta hondura que dejas bajo tantas capas de polvo.


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A una casa a veces le hacen falta sus fantasmas, a estas casas donde nadie pernocta les hará falta tu fantasma.

Si pongo atención, puedo oír como dentro de ti toma forma la hecatombe que arrasaría con todo lo que podría existir, y si escucho incluso más adentro, cruje una sombra que se extiende para arrebatar la luz de tus manos y tus entrañas.

Una semana haría falta para dejar todo atrás, arrojarte en los brazos del vacío y contemplar el olvido. Pero abandonarte otra vez no trae consigo el fin de dolor, porque cada vez que vuelves de la pausa, el sufrimiento sigue enraizado bajo la frondosidad que trazan tus pestañas.

Dime entonces:

¿Quién podrá salvarte?

¿Podría acaso alguien salvarte de este arrebato y de cada zarpazo que la historia marca sobre tu piel?

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Las tornasoles proyectadas por un corazón en hielo trizado y los vapores que escapan de tu cuerpo en nubes tan cargadas de lluvia te muestran el rostro de un nuevo día, pero sometido otra vez al cansancio de lo mismos, al hastío de los mismos.

Corretea en un extenso campo de amapolas silvestres rojas y amarillas, por un corredero largo como tu pena, aunque sea por esta única vez, arrójate a la simpleza, a la alegría fútil e impermanente de mantener esta vida y sus sombras, de envolverte de claroscuro.

Has de tomar todas la formas de las nubes que veas pasar, has de llover entre ases de sol que descienden para abrigar el dolor, has de traer contigo otra vez el color que le falta a esta tarde silenciosa, has de vivir otra eternidad hasta vaciar otra vez tu canasta de flores y espigas recolectadas.

Alza un risco de imágenes trastocadas, de manera de poder distinguir mis palabras cuando olvides mis ojos. De volver a ser rio que trae consigo los cuerpos de las bestias heridas que saciaron su sed por última vez, ser alimento del cerro que alzo de sus faldas los bosques donde alguna vez viviste y los aromas que fuiste.

De paso entre andamios que penden de las paredes de una choza a medio terminar, camina entre la espesura para conversar con los espectros afligidos que se esconden entre los trozos de espejos trizados que marcan los rastros, perseguidos por sus ancestros que aun lloran la derrota, embelesados por la abstracción de tu mirada naufraga enfocando hacia ningún lugar.

Necio silencio del que calla por no interrumpir el carnaval de alguien más. Necio el miedo de quien no ha respirado los mundos inmensos tras la puerta de su habitación. Que alguna bocanada de aire o en una exhalación profunda le empuje hasta ensuciar sus manos de tierra húmeda, hasta purgar su pecho de aire fresco.

Naciste en el seno de una nación quemada, una tierra erosionada, un pueblo en ruinas, un suelo secuestrado, una sequía permanente y nunca conociste nada más que la ausencia.

Pero ¿puede haber ausencia donde nunca hubo nada más que silencio, ruina, soledad y arrebato?

Ha de haber algún lugar llamado patria donde mantengan las luces encendidas hasta la madrugada para que nadie se pierda ni sea destrozado entre la noche, ha de existir algún momento en las que aquellas luces dejen de traer consigo una sensación de desorientación y encierro permanente.

Despiertos al medio de la noche se asoma de entre los veladores un despilfarro de angustia y algunas aproximaciones futuristas de una catástrofe aconteciendo entre la escasez de nubes y el extravío de los proyectos tramados por los miedos humanos.

Entre todo el dolor, los destemplados colores de la vida y su arrimo salvaje al órgano visual que contempla como el delirio de lo real se va afilando y  va entramando su danza despampanante.

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No importa cuanto hayas caminado, siempre habrás de trazar círculos contiguos, has pisado los mismos lugares una y otra vez. 

No importa cuan perdido estés, hay una estrella que pende de la amanecida en la que siempre te podrás encontrar. 

No importa cuanto hayas luchado para mantener quien eres, porque cada vez que has vuelto, todo ha cambiado para siempre. 

No importa cuando trates de arrimarte a este presente, porque en cada vuelta todo lo conocido se ha decantado en un recuerdo. 

No importa quien siga a tu lado, porque todos los caminos calan huellas como nombres que cargas en el pecho.

Toma aliento y sigue buscando, tras un despilfarro de dolores y una agonía a gotas emergerá una historia diferente que habrás de narrar para ti esta vez. Algún día alguien acariciará tus párpados cansados, enjuagará tus lágrimas, te dará de beber cuando husmees exhausto deseando el agua que calme esta sed, te invitará a descansar en su abrazo forajido como tu viaje eterno hasta que vuelvas a decidir que es momento de partir otra vez.

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Una receta con sabor a vacío

Contaba y descontaba los días, cantaba ese soneto sofocante y estival, pendía un pensamiento sin frases, perdías la cuenta, notabas la ausencia, el día te abandonaba y ahí llegaba otra vez a visitarte la oscuridad para enjuagarte las lágrimas.

Negro, todo se ha ido volviendo tan negro, un oscuro espacio vaciado y saturado de nada.

Despiadadas las despedidas peregrinas, no volverán a tiempo para escuchar esas palabras carnales que escondes entre los bolsillos y las encías, ni para disfrutar estos brotes hogareños que ofreceremos a quien sea que nos oiga despertar, a quien quiera vernos dormitar esta tarde después de la sobremesa. 

Ninguno de los que han llegado hasta aquí siquiera sospecha que te preparas días tras días para esperar a las visitas, y tú ahí sentada ni siquiera sabes que hace tiempo que ya nadie viene.

Otra vez quietos, el agua corre, el lavabo se rebalsa y nos rebalsamos. Otra vez escuchas, escucha lo que he escuchado ayer, a las palabras les harás falta esta vez, porque de cuando en vez a los vocablos se les carga de frente, se les arremete sin mediar al oyente.

Repetidas gotas anegan los pies que se mecen bajo la silla, repentinamente forman un dique que no logra contener.

En medio del mundo he mirado a los vigilantes mirándonos, lo he visto a través de tus ojos oscuros, porque los míos se han fatigado de negrura. Les he escuchado contando mentiras, les he escuchado tramando sus falsedades a través de tus comentarios sobre la programación que te ofrece la televisión que jamás has apagado. Mis oídos un día dejaron de oír sus voces sin descanso, su fantasía de luces, su tiempo banalizado, sus nichos apestados y sus ruidos alegóricos. 

Entre el tiempo del mundo apareces tú y te cuelas en cada intertanto para darle cabida a todo aquello que se escapa de aquellas maromas absurdas de los clichés que acumulan las páginas de periódico sobre las que se posa el polvo.  

Se que has contado cada ave que se ha detenido a descansar de su largo vuelo en el tendido junto a la ventana de la cocina, que tu mente escurridiza ha perdonado lo imperdonable.

Juntas las manos, tomas una bocanada de aire, largas un suspiro y me dices:

Bendita sea la espera, un día llegará quien finalmente nos salve”.

Y yo, que te he escuchado cada día repetirlo, creí fervientemente alguna vez en que mi llegada era también mi deber: salvar algo de lo que podría quedar, ser el emisario que llegaría a transmutar todo lamento de una vez por todas, la espada que habría de extinguir toda la miseria.

Pero, entre arañas negras y el miedo a la muerte, en una vidriera de tu mirada se asoma una casa en llamas, una pérdida, un abrazo cálido antes de otro adiós. 

No logro ser más que este cuerpo de sentir ajeno, estas manos de uñas enegrecidas y estos recuerdos insistentes que parecen no ser míos.

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Ahora, que no queda más que el pasar de los días escurriéndose entre los guardapolvos, quisiera que la voz que acompaña mi mente también bendijera la espera, pero no hace más que atiborrarme de tedio, jalarme de un lugar al que he de llegar a través de la nostalgia derramada de mi sangre. Llevo tanto tiempo esperando que mis ángeles atiendan nuestra llamada.

Te miro antes de revisarme cada bolsillo y repaso la encimera cuatro veces, ¿llevo todo lo que pretendía llevar? 

Espera, ¿Qué era lo que quería llevarme?.

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Junto las armas, cruzo la puerta, allá lejos de casa dejé caer el polvo de ayer, consejos vanos, historias gratas, marchas lentas, tubos averiados, humo impregnado, disparos perdidos, fabulas inaudibles, terremotos fantasmagóricos, ansiedades nocturnas, mandíbulas crujientes, prendas holgadas, manchas en la muralla, escritos a medio terminar, cenizas acumuladas, ollas quemadas, loza trizada, una taza de té enfriada y a medio servir. 

Entre cada línea trazada en mi memoria te cuelas tú y tu espera inexorable.

Al cerrar los ojos ¿Cómo será que me recuerdas?

No se cuánto podría tardar en buscar un camino de retorno una vez que me interne entre la neblina espesando la luz que cuelga de los faroles tintineantes, ni cómo esbozar una estrategia que contemple mis ojos y mi cuello para no volver la vista atrás y elucubrar alguna tragedia. Pensándolo bien, he imaginado tantas veces este día. Aun así, creo que jamás dejaré de preguntarme cuando volveré, ni cuanto tiempo pretenderé que el movimiento y recorrido puedan ser un hogar.

Hay atajos que me llevan de nuevo frente a la puerta de salida, ensoñaciones que me hacen creer que nunca hubo un afuera, que esta extensión de nuestros días juntos que me habita es lo único que podría volver a conocer, así como tus ojos conocen todo lo que ha pasado afuera del ventanal.

Si las vacilaciones de mi sentir aun me conmovieran y me elevaran ¿a qué causa ajena le atribuiría mi huida? 

Aunque deje de verte, se que esperas, que pasarías la vida y la muerte aguardando. Al final de mi viaje espero hallarme frente la esperanza también, descendiendo de un techo con goteras o en una mancha multiforme de gasolina en un charco en el pavimento, hacer que se cumpla tu palabra. 

El día en que finalmente pueda juntar los ingredientes para tu receta volveré para ver si me reencontraré con tu silueta sentada ahí mismo, entre figuras de yeso y cera de vela derramada, en ese lugar donde te recuerda lo que resta de mi memoria.

noctambula-inmolacion:

Quien lleva ojos a sus espaldas y celebra la amanecida, que el agua de su estero riega las casualidades y que sus palabras son un puente que pende del abismo, que lleva ojos en el acantilado y que conoce sus superficies y honduras, que ha acariciado cada aspereza y ha sanado a cada abatido, que se ha cansado de descansar y ha salido de paseo entre las explosiones, que se ha hecho parte del clamor y lanza un alarido belicoso cada vez que recuerda el rostro inexpresivo del enemigo, se diluye en el agua y se expande con el fuego, su forma podría ser cualquiera, la tuya o la mía, guarda mis secretos y los reparte entre el manto extendido para fragmentar el cansancio, calma los sismos ahuyentando la cautela, rebosa la desnudez y se funde en la oscuridad, conoce el ruido tenue que hacen los depredadores al salir de cacería para advertir el refugio.

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He mirado tu rostro furtivo y encandilante en cada muralla y pared, he visto tu silueta entre la espesura y siguiendo el curso de las nubes, he abierto mis ojos en medio de la noche para mirar hacia afuera y percatarme que aun somnoliento sigo a la espera de tu llegada.

Acorralado me he escapado cada vez que te he traído de vuelta a mi memoria.

Aprendí a traicionarme y perdonarme cada vez que las marejada se acrecientan para azotarnos las espaldas pedregosas, a desanudar la maraña de contradicciones que cruza esta forma de habitar el encuentro entre mundos disímiles, a mirar desde la altura mi caída libre.

He de escurrirme entre la fisura de la ausencia de sí, cavar la tierra que albergará mis huesos para nacer con el Sol.

Recuerdos rondan raudos regando tensión, escarbando entre raíces que rasgan buscando una tierra próspera.

Soterrando mis pisadas, palpo el suelo en que me tenderé a descansar por última vez antes de saber quién soy.

Ya no hay adulación posible, sabrás donde cavar para encontrarme.

Corretea esparciendo el polvo de cualquier día, podrías volver a encontrarte fulgurando bajo un techo mojado por la mañana, con el pecho desnudo, tronando los huesos bajo la sombra de un brezo floreciente.

A la salida de nuestra habitación nos aguardaba una luna de cristal recordándonos que cualquier muerte puede ser un renacer, que cualquier viaje puede ser un comienzo, que cualquier pérdida puede disponer una nueva circunstancia.

Hemos trazado la dirección del viaje hacia la costa, aventureros de las mareas nuevas, navegantes de senderos nacientes.

El canto de cada ave surcando el cielo es nuestro baile que avanza cuesta arriba y abajo.

El mapa somos tú, yo, el viaje y nuestros abrazos.

El crujido de los árboles saludan nuestro paso y una guardiana fiel acompaña esta marcha al encuentro con los misterios del mar.

El amor resuena en cada rincón que nos compone, un telar suave que va forjándose y restituyendo todo lo que pudo haberse quebrado, ¿ves cómo los miedos silentes van en retirada?

Del agua somos, al agua nos dirigimos.

Pasos caninos que abren camino, polvo alzándose al viento costero arrastran el aroma de los pinos, en los labios sedientos se apronta un gusto salino desafiando los sellos del destino.

Hemos de enjuagar nuestras lágrimas en la sal del mar-amar.

Deseamos como antes que el des-tiempo de estos días fuese inacabable. Una suave brisa acaricia nuestras miradas, una caricia recorre nuestros cuerpos siendo territorio, arena, agua en movimiento, piedra y algas.

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Desde nuestra superficie rodeada de la costa, ¿qué tan profundo podríamos llegar?

Te observo desde mi pecho, avanzas hacia la valentía y descansas en el mañana que merecemos.

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Voy tras de ti cuidando tus pasos, hoy donde sea te acompañaré a cruzar el dolor.

Tomamos una madeja de nuestros terrores, los hilamos finamente para teñirlos con el lodo que dejó la lluvia rebalsada en el sopor. Me arropas la espalda y te pregunto: ¿Habías sentido un frío así?

El pecho adormecido entre helechos, la brizna desciendo bajo las pestañas, el moho trepa por las vísceras, resbala al interior y la respiración vacila como líquenes hambrientos de humedad.

Fibras orgánicas, escamas corpóreas, por la superficie de la piel los ríos desembocan.

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Abre paso al caudal.

Toma este ruido acuoso y haz de mi una melodía boscosa.

Mírame, me hundo hasta el fondo con el sedimento que deja esta brizna apacible.

Puede parecer abrumador el flujo que se aproxima, una maroma que intenta aprontarse a las aperturas que dejará en tu reflejo ondulando el agua de mi estero.

Corre rio abajo, nadie podrá encontrar tu rastro, solo las aves que se posan en las copas sabrán de tu andar en fuga.

En la desembocadura estará esperandote el Sol.

Recuerda quien eres cariño inquieto, niño del alma, espora en el aire. Recuérdate coraza, escudo, flecha, espada, bastón y casco, no lo olvides: veneno y espina, garra y colmillo, conjuro y manifestación, mecha y pólvora.

Alza tu coraje, que a la rastra ya llevamos el recuerdo de tantas y más ausencias, que los dolores sobre el pecho se desparraman y su carga va torciendo las espaldas y escarificando nuestros pies cansados.

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Puede que el letargo nos vuelva a condenar, pero solo tú podrás abrazar tu corazón cuando los días gélidos desciendan otra vez sobre la quietud aparente, solo tú podrás nombrarte cuando el silencio doblegue los estruendos que rodean tu cabeza que siempre está apuntando hacia el cielo, solo tú podrás descansar entre las ramas cuando el sol furioso salga a tu encuentro. Tú y solo tú podrás calmar el sobresalto que llega con las noches pacientes colmadas de ansiedades.

Tu mirada que habla de tus sueños fraccionados por cada despertar brilla al filo de tu daga empuñada, y de tus palabras coléricas se incendiarían por combustión espontánea los barrotes y sus carceleros, se harían cenizas las aceras pestilentes y las insignias carcomidas por la repetición incansable.

Cada vez que nos callemos saborearemos la tristeza escurriendo en los nubarrones, enredaremos nuestro pelo cubierto de esta tierra húmeda, rechinaremos los dientes a oscuras, engulliremos sorbos de nostalgia entre carcajadas que despiden lo que no está, nos abrazaremos creyendo que jamás habrá otro momento como este.

Y es que jamás habrá otro momento así. Solo quedará la memoria de nuestros tactos que recorren superficies en tránsito, la inpermanencia de los paisajes, las ideas volátiles de una utopía centellando nuestros ojos, las ganas incontenibles de justicia y de venganza.

Ningún sorbo podría saciar toda esta sed.

Una y otra vez nos miraremos en la cocina por la mañana, hablaremos del final y desmontaremos el mundo entre sutilezas revueltas rebelándose entre la luz del alba, nos abrazaremos y reiremos compartiendo lo que resta de efímera esperanza. Todos los encuentros que gestan los deseos de destruir y recomponer nos acompañan, se abren paso entre nuestros labios, se abalanzan vertiginosamente sobre nuestras voces internas que jamás han callado.

Caminando con cautela, esperaremos el momento preciso para precipitarnos.

¿Estará acaso este mundo preparado?


Vamos, te acompañaré a desatar todas las mordazas.

Levanta la mirada, hoy prepararemos todas las mortajas.

Lenguas intrincadas en magnifica desgracia perpetrarían el azar, pieles pálidas entre tus sueños se asoman y te recubren con su calidez ausente, carcomen el deseo inagotable, se resbalan en sedosas maromas.

En cada esquina de la habitación danzan sin pudor largando remordimientos, se diluyen la fronteras que demarca las singularidades entre las corporalidades, se invocan presencias de seres ajenos a este despliegue a baja luz, veo tu rostro languidecer e intentar retornar al reposo del arrepentimiento.

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Cada quien ocupa su lugar y otro más, esta noche se es lo que el ritmo alce, esta noche quedará impregnada en la retina del ojo de la tormenta que se avecina mirándonos desde la lejanía.

Bajo la ventana respirará el mundo en tus palabras trozadas, reventarán las últimas luces de las calles muertas en nuestras miradas.

Mañana será el día en el que no volveremos a nombrarnos.

Cuando no vuelvas, ¿Recordarás el viento que nos envolvió al abrir las puertas?

El miedo se inclinaba ante ti, postrado a tus pies dejaba un espejo que apuntaba a tu rostro. Observaste tu reflejo detenidamente, experiencia de olvido propio, que después de un momento parecía haberte llevado hasta otro rincón de la piel que avistabas. No había concordancia alguna con la imagen nebulosa que observaste cada mañana tras el barro que se acumulaba en los charcos que esparcía la lluvia mezclada con las manchas multiformes de la gasolina.

Todo parecía tan silencioso en ese trance tras el encuentro con las siluetas que trazaban las memorables calles de tus recuerdos de infancia.

Al mirar alrededor te percataste de la soledad emanada de ese espectral choque de los órganos visuales y la fantasmagórica imagen fantaseada del reflejo propio. Alguien te llamaba por tu nombre a la distancia, y allí estabas siguiendo una voz que parecía alejarse cada vez que te aproximabas a los lugares de los que parecía provenir. Aquella voz se iba armonizando, cada vez más cercana y más amable, podía estar dentro de ti o podría estar llamándote hacía algún paisaje que te resultara familiar.

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Al rato de emprender tu búsqueda te encuentras con una espesa pausa nocturna y la niebla que desciende por tus mejillas entumidas te envuelve, todo lo que había tras de ti y parecía perseguirte en cada paseo taciturno desaparecía fulminantemente. Eres una caminante que enhebró su abrigo de lágrimas almidonadas, nadie admiraba tanto ese silencio lúgubre como tú, viajera de veladas mudas bajo el cielo cobrizo, ya no esperas a nadie como en esos días en los que hubieras querido que recordaran tu nombre, te pierdes entre el cableado que pende de un poste estrellado, te preguntas como este jardín se transformó en un vertedero nauseabundo.

Nada podría evitarlo, la mañana escarchada trae consigo la corrosión de una maraña intrusa de odiosidades añejas y malestares maltrechos, intromisión de una frecuencia infiltrada por una vía imaginaria, una tecnología de los sentires trastocados y una política de la emoción petulante de la que reconoces tu extranjería.

Te palpas los párpados con suavidad y te preguntas si sería otro sueño del que despertarías llorando, consolada por los cariños de tu madre.

La ventana entreabierta dejaba entrar el letargo y los ritmos recortados por la lejanía. Ruidos redundantes, se enraízan rampantes y retumban arremetiendo con recelo a raudales. El resoplido encuentra una risa que reúne las remembranzas de una raza que ya no recuerda la naturaleza de los abrazos. Un tenebroso silencio fragmentando la luz intermitente parece descender de los faroles. A la distancia queltehues gritan esparciendo los restos de esperanza que se fugan agitando las pausas.

Cuerpos equidistantes en los desfiladeros de las miserias venideras se aprontan a inhalar la sombra invisible extendida sobre nuestra era coronada por la incertidumbre.

El tiempo transcurre, algo falta, ¿haz pensado en ti?

Mientras tanto déjenlos ahí, recostados en el piso, con los pulmones a medio respirar. No se acerque, evite el peligro, podría ser usted quien termine en su lugar, mantenga la distancia, siga su camino, aquí no hay nada que mirar, no hay camas disponibles, hemos colapsado.

Mientras en nuestras cabezas el escenario de cuerpos sin vida atestando las aceras constituirían una visión que jamás pensaríamos llegar a ver, esperabamos que aún después de todo esto siguieran removiéndonos las entrañas la falta que nos hacen aquellas y aquellos que olvidaron, abandonaron, asesinaron, silenciaron, desahuciaron, marginaron, oprimieron, torturaron, ahogaron, violaron y dañaron.

Retomaremos, te han dicho, volveremos adonde partimos, nos abrazaremos quizás.

¿Qué? ¿Un retorno a qué? Mírate, nada podrá volver a ser igual, la senda por la que se ha de viajar desde ahora se estrecha y solo queda una dirección y va cuesta arriba, o avanzas pisando los cuerpos de los caidos o sucumbes y eres aplastado por la desesperación. Nos negamos, preferimos cargar nuestros muertos al hombro que pisotearlos como a ustedes les gustaría.

Quisieras que quedara algo que tener en común, pero la gente ya ha comenzado a sentirlo, se extiende en todas direcciones, lo único que tenemos en común es miedo, un miedo que estuvo adormecido, un temor que nos adormecerá.


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Se que te pesan los párpados, pero levántate, aun queda trabajo por hacer.

El sosiego que esperabas se retrasó, se pospuso su venida para otra vida.

Toda crisis es una oportunidad te dirán, y al momento de imponer autoridad, fusil en mano, no habrá noche en la que no merodeen como una jauría de depredadores hambrientos dispuesto a festinar con quien ose salir de su casa luego del sonar ensordecedor de las alarmas. Mientras entre los ladrillos que separan nuestras habitaciones deambula el luto. Los aullidos cegadores y el frío de la espesa noche cargan sobre nuestras espaldas la pesadumbre de convivir temiéndonos los unos a los otros.

Cautivos de las posibilidades que derrama la infinitud estamos en este punto de cara a la nada, queriendo creer que habrá tregua, rechinando los dientes de rencores, con el rostro cubierto y las ropas rasgadas de espanto. Reunidos al rededor de una olla para enfrentar el hambre y el frío, en una lucha que desde siempre hemos estado librando y en la que solo hemos sabido lo que es perder esperaremos que algún día llegue la victoria a saciar nuestras dignas ansias de trastocar la realidad.

Nos tienen a merced de sus pronósticos y sus curvas de crecimiento, ellos, quienes desde la cabeza del poder observan el impacto de un virus mortífero, mientras algunos desesperan en su encierro voluntario y otros vuelven de sus viajes por el mundo para propagar la pandemia entre los que tenemos que quedarnos para trabajar.

Aquí se nos vislumbra un dilema vital:

O los deberes o la preservación de la vida, o el mercado o la humanidad, o pagas el costo o mueres, o ustedes o nosotros.

Seguimos siendo acarreados por la necesidad, y es que el salario tiende a elevarse por sobre el cuidado mutuo, y por salario comprenderemos aquel <<beneficio>> que se ajusta a una supervivencia precaria y en deuda continua, perpetua.

A nosotros nos tienen de carne de cañón, si no trabajamos no comemos” decía una madre desesperada en la televisión.

A tu jefe nunca le importó tu vida sino lo que esta produce cuando sus movimientos están bajo su supervisión: sus utilidades y los privilegios que a costa del sudor de nosotros obtiene. Y tu jefe puedes incluso ser tú.

A la sombra de la catástrofe que pone en crisis la inmunología de nuestros cuerpos-sensibles, hay un caldo de cultivo que empuja a la crisis el sistema inmunológico de este modelo socio-político de economía y su ideología que prolifera como la leva permeando cada relación y cada cercanía fronteriza entre nuestras existencias deseantes de otras-formas-de-vida.

Tomen distancia nos dicen, y nos hacen hacinarnos en sus buses repletos de personas, en sus trenes atestado de mujeres y hombres que no tienen otra opción que poner en riesgo la vida propia para sostener este libre-mercado vampírico. Y a esta actividad del oportunismo instituido la defendieron y defenderán a sangre y fuego los mismos que nos hacen arrimarnos a las filas de la devastación posible.

El poder aparece como la amenaza de la muerte contrariando la necesidad de sostener la vida en la producción que transforma nuestras energías vitales en valor monetario, el imperio de la ilusión de que nuestras vidas no podrían ser jamás algo más que eso, un número más en sus cuentas. La monetización de los ciclos de oferta y demanda extendiéndose sobre la supervivencia y la inestabilidad de este escenario en el que siempre hemos perdido, este paisaje en tránsito del que siempre hemos estado en debe incluso desde antes de nuestro nacimiento.

¿Es entonces un confinamiento precario o una precarización movilizante? Diríamos que ambos caminos siempre se han estrechado a nuestras realidades: la falta de certeza y la ausencia de la calma.

Lo que vemos es la trazabilidad del devenir de un virus superponiéndose a la intrazabilidad del devenir como incertidumbre ante la hecatombe inminente. Nuestros interiores ya estaban contagiados por un virus que carga la coacción de una vida sujeta a la fugacidad, una pandemia que se disimula asintomática en el organismo de algunos poderosos usufructuantes y su acaudalada propiedad, pero que se revela letal a quien no se arrima a su rigor.

La preservación pareciese ser el destino promovido para la opulencia y sus intereses protegidos, cuando a nosotros nos queda la descartabilidad expandiéndose en cada línea en la que no somos competentes, útiles ni serviles a su proyecto de disciplinamiento y aislamiento social.

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Nos quieren distanciados, nos dicen, pero esto desde mucho antes de la pandemia, porque a sus ojos juntos somos incluso más peligrosos que este virus.

Hace cinco años que perdí el rumbo y me hice calle, olvidé el confort de una cama y aprendí a dormir donde fuese que se pudiera esconder una frazada, San Miguel, Maipú, Quinta Normal, siempre atento al riesgo y el peligro que conlleva la intemperie.

Los días de frío prefiero refugiarme al calor del alcohol bajo los techos de las salas de espera en hospitales. Hay gente que no tiene buenas intenciones y hay otra gente que dice tenerlas. Dime, ¿te interesan las personas?¿Que podría interesarte de una persona? De cada persona que me topo en mis días sin noche aprendo, como he aprendido de los libros… pero los libros jamás me han abandonado.

Siempre recuerdo los consejos de mi madre: edúcate incansablemente y nadie pasará sobre ti y aquí me ves, nunca he dejado de aprender. ¿Valoras la vida que tienes? ¿Se le puede otorgar acaso algún valor a la vida? Yo, tal como la mayoría de las personas, he aprendido a vivir como un hedonista para el que no hay mañana posible sino el placer, si llevo esta vida al margen es porque yo lo elegí. Pero tengo rabia, rabia contra mi y contra esta sociedad que me observa como a un otro o a veces me trata como un invisible. La gente no suele mirarme a los ojos cuando me acerco a buscar una conversación o una cooperación para beber algo.

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Muchas veces preferí la droga a la comida, y fue la droga la que marcó mi cara y cuello cuando todo iba bien, desde ese momento nunca volví a ser la misma persona.

Fui soberbio, y vivir como ahora vivo me enseño a que no se debe vivir sin humildad.

Yo amo la vida y me aferro al conocimiento, algún día me verás y será todo distinto, sabré por donde volver a empezar.

Mi abrazo te agradece haberme escuchado y mirado a los ojos.

Hay algo en mi que me impulsa a no rendirme a pesar de haber estado cara a cara con el fondo.

Escúchame por si no volvemos a vernos: prometo salir de este lugar que poco a poco se hizo mi hogar.

- Y yo, Esteban, esperaré volver a encontrarte en algún paradero el día que me encuentre a mi mismo.

Te hablo de la sed y el desarraigo, me recojo con los mares y sin verlo venir me asestan un golpe en la garganta que me quita repentinamente y de momento el asco.

Entre el asfalto roto por el paso del agua que extraño cada día, entre las hojas manchadas de un libro que nunca terminaré, me refugio de mi mismo.

Se secan los labios y se amarga la lengua de un gusto metálico y oxidado, se amordazan las palabras, se requebrajan los pasos junto a las hojas secas y el vacío vacila entre los dientes que rechinan.

Aquí adentro habita un templado otoño luminoso y mis manos temblorosas desconocen cualquier tacto fantasmático que se manifieste entre las cenizas que dejan las bocanadas de humo emergiendo de mis fauces salvajes.

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Aprendo a encaminarme entre la bruma que baja desde mis sueños de niño, naufragio entre colores pastelados que se asoman entre mi risa absurda, soy un jinete que dejó huir a su corcel indómito, soy una llanura por la que alguna vez pasó un rio a la espera de una lluvia tormentosa que le desbordara.

Avanzo entre la sombra, como jauría sigilosa dispuesta a la caza, me muevo a contra-viento y me abalanzo con fiereza: la presa soy yo.

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