La novela costarricense en el año 2013
No solo el cuento fue un territorio propicio para los debuts. En la novela hicieron sus primeras armas literarias los escritores Paul Prifer, Jesús Ramírez y Diego Delfino. Además, Mirta González Suárez, Carlos Morera Beita, William Reuben Soto y Víctor Alba de la Vega publicaron sus primeras obras narrativas. Mientras que algunos novelistas reincidentes activos en el año 2013 fueron Alicia Miranda Hevia, Fabián Porras, Daniel González, Alfredo Aguilar, Blas Dotta y Jessica Clark, estos dos últimos publicaron sus obras gracias a las becas de estímulo a la creación literaria que concede el Colegio de Costa Rica. Dos de los escritores costarricenses más importantes de la actualidad, Rodolfo Arias y Carlos Cortés, publicaron novelas este año; la de Cortés se publicó en el país tras la obtención del premio Mario Monteforte Toledo, otorgado en Guatemala.
Guirnaldas (bajo tierra) (Lanzallamas), de Rodolfo Arias nos acerca a las vidas de una gran cantidad de personajes y establece relaciones entre ellos a través de la metáfora de las líneas de un tren subterráneo, evidenciada por medio del título de sus capítulos. A pesar de su aparente complejidad estructural, la eficacia de Guirnaldas no descansa en el artificio formal de las líneas narrativas que se entrecruzan sino en la creación de una batería de personajes y peripecias que rezuman vida y son capaces de remover algunas de las pasiones más profundas del ser humano, como la aspiración al conocimiento, la venganza, la codicia y el amor. Siguiendo este enlace se puede leer mi reseña general de este libro.
La cuarta novela de Carlos Cortés, Larga noche hacia mi madre (Alfaguara) con unas pocas excepciones, es un largo monólogo narrativo lleno de odio, matizado con reflexiones sobre la familia, la culpa y la reconciliación. Monologa el periodista José Enrique, en un intento para exorcizar, desde el discurso, el fantasma de una relación enfermiza con su madre, Odilie. Ella es la protagonista-mártir de la novela. En este orden, Odilie es víctima de neurosis, infidelidad, síndrome post parto, depresión, mal de párkinson, internamiento en la diabólica institución psiquiátrica costarricense, violaciones y, como si esto no fuera suficiente, del odio virulento del narrador. En la novela se identifican unas catorce ocasiones en las que el narrador asegura que odia a su madre, además de otras no pocas en las que afirma odiar a su familia, las casas en las que habitó y sus experiencias de vida. En un panorama como este, de una manera inesperada, Expósito asume un papel de víctima: víctima de un padre que fue asesinado en unas circunstancias que la novela no aborda (el discurso aquí es “hacia” la madre o contra ella, no hacia el padre), víctima de una familia y un mundo escolar que lo humilla por ser hijo de una “loca” y víctima de un hermano enfermo que lo explota desde la culpa. A los pocos capítulos, el lector se identifica con Odilie y termina despreciando al narrador auto conmiserativo y que recurre numerosas veces al llanto como única salida posible. Se trata de una novela difícil porque requiere que el lector escuche —lea— el pesado discurso de un hombre verbalmente agresivo que, a final de cuentas, no es más que un pobre tipo solitario y rencoroso que solo quiere ser hijo de alguien. Tras el internamiento de su madre en el asilo, rápidamente asegura que una tía suya se convirtió en su nueva madre y luego llama Mami a su abuela. Los momentos más memorables de la novela ocurren durante las pocas páginas en las que el narrador le cede la voz a su madre para que ella dé cuenta de las vejaciones que sufre en el hospital y para que ella sea la encargada de poner el punto final de la historia. Como un interesante detalle, el narrador se apellida “Expósito"que era el apellido que se daba antiguamente a los niños huérfanos o a los recién nacidos abandonados por sus padres.
El género de la fantasía contó entre sus principales exponentes a la novela Un fuego lento (OLNI), de Jessica Clark. Se trata de una reescritura tanto del pasaje bíblico de los jinetes del Apocalipsis, como del relato ”Letal diferido“ de la propia Clark. En este texto la acción de los personajes bíblicos se traslada al siglo XXI y en un país no nombrado. La acción de la novela sigue la vida de un grupo de vecinos y su interacción con los cuatro personajes apocalípticos, estos últimos descendidos de nivel (de jinetes a peatones) y convertidos en hombres de mediana edad que no alcanzan a ponerse de acuerdo para desencadenar el fin del mundo. La mayoría de los conflictos principalmente psicológicos que propone la novela se queda sin resolver. Siguiendo este enlace se puede leer mi reseña general de este libro.
La novela de William Reuben Soto, Presagios (Uruk), es una obra lírica y sentimental. La tercera de las siete partes que la constituyen tiene como telón de fondo una guerra civil y toda la trama del libro sucede durante la primera mitad del siglo XX. No se puede hablar, sin embargo, de una novela histórica que emprenda una relectura de la historia ni tampoco una revisión de esta a partir de la ficción; los pocos datos históricos presentes solo operan como coordenadas de acción de los personajes. El texto se centra en la relación entre los hermanastros Ana y Daniel. El ritmo narrativo con frecuencia cede su protagonismo a imágenes e impresiones sensoriales, que se manifiestan formalmente cuando el fluir de la prosa se interrumpe y se sustituye con versos, lo cual llega a un extremo en el capítulo “Liebre”, en el que la novela asume la forma de poesía en verso libre. La novela rinde una especie de homenaje al escritor japonés Haruki Murakami: uno de los marineros que viaja en compañía de Daniel en el buque “m/s Hestia”, se llama Haruki y una noche este cuenta a los viajeros que su novia Eriko suele hablar con un cuervo y que, según ella, en el cielo en realidad hay dos lunas; justo lo que sucede con Eriko Fukuda, el verdadero nombre de la joven escritora Fukaeri, uno de los personajes de la novela 1Q84, de H. Murakami, que además presenta un mundo de ficción en el que existen dos lunas.
La dosis perfecta (Clubdelibros), de Paul Prifer, es una historia directa en la que se critica y se hace mofa de la sociedad costarricense a partir de la representación de una Costa Rica en la que una ridícula equivocación de un político causa que los medicamentos usados para tratar la disfunción eréctil se prohíban, dando lugar así a un caos en el mundo del turismo sexual, en el que la tenencia de tal tipo de fármacos se convierte en la posesión de una verdadera piedra filosofal y, al mismo tiempo, en un delito perseguido por una satirizada policía costarricense. Prácticamente ninguna de las instituciones nacionales se libra de ser retratada con cinismo y un amargo desencanto.
Casa al sur (Uruk), de Carlos Morera Beita, arranca con una premisa que hace pensar en un Walden costarricense: un hombre se cansa de su vida en la ciudad y decide marcharse al campo, a la Zona Sur de Costa Rica, lejos de su esposa, su trabajo, la ciudad y toda su vida actual. Pronto la historia toma un giro menos riesgoso: las cuitas de una joven campesina llamada Matilde, también del sur, durante la primera mitad del siglo XX. En la novela se hace presente una galería de personajes comunes, casi personajes tipos: el padre tirano y abusador, la madre pasiva, el esposo mujeriego y la mujer abnegada que trata de superar los obstáculos que la vida le pone enfrente. Hay recurrencia de las simplificaciones y los estereotipos: la gente del campo es “humilde”, los indígenas poseen poderes adivinatorios… Sin embargo, no todo está perdido, en el pequeño mundo que propone la novela hace su aparición un personaje distinto, una de las hermanas de Matilde, la joven Tina, se sale del esquema de la casa paterna y se independiza afectiva y económicamente de su familia: consigue un trabajo como maestra y amenaza con convertirse en una gran mujer en el sur costarricense. Inexplicablemente, en la disyuntiva de contar la vida de Tina o la de Matilde, el texto elige detenerse en la vida de sufrimientos de la hija-esposa-madre abnegada, Matilde, y no en un personaje anómalo como Tina, que se desaprovecha y margina a unas cuantas páginas durante el cuerpo de la novela y solo reaparece envejecida y menguada en el último capítulo que, en cierta forma, cumple la función de epílogo del libro. Si una cosa queda clara al leer Casa al sur es que se trata de una novela de denuncia, sin embargo, las denuncias que hace el libro son tantas y de tan diversa materia (incesto, tiranía paterna, infidelidad conyugal, paternidad irresponsable, efecto de las compañías multinacionales en el campo, indolencia de la iglesia ante los problemas sociales, marginación del sur por parte del estado costarricense, deforestación…) que no llegan a generar ninguna verdadera convicción en el lector, ni a fijar imágenes memorables.
Mi novia se cayó en un pozo ciego (edición del autor, Germinal) fue el texto que marcó el debut literario de Diego Delfino. La historia narra las cuitas amorosas de un joven llamado Santiago y emplea como hilo conductor y solución estructural los títulos de las canciones del grupo de rock argentino Los fabulosos cadillacs. Cada canción sirve de título y pretexto para los brevísimos capítulos de la historia. Las reflexiones de Santiago sobre el desprecio de su novia le ganan la partida a cualquier ímpetu narrativo. Su discurso tiene un evidente matiz existencialista, con una tendencia juvenil a convertir el conflicto privado en crisis universal. Más allá de las reflexiones presentes en el texto, lo más interesante de Mi novia se cayó en un pozo ciego son las implicaciones que tiene en el campo de los géneros literarios. Este texto ha tenido dos versiones digitales descargables. En una de las últimas páginas de la primera versión —editada por Michelle Fúster— el texto se presenta como “novela corta”; posteriormente, el libro fue reeditado en papel y en formato digital por la Editorial Germinal. En esta oportunidad, en la página legal el texto se presenta como “novela costarricense”. Que un texto de 16 mil palabras y evidentemente fragmentario se presente como novela corta (¿cortísima?) o como novela a secas hace pensar en las funciones de programación de lectura de los paratextos editoriales de un libro. Según se sabe, resulta imposible definir qué cosa es la literatura o cuáles textos se pueden considerar literatura y cuáles no. Uno de las mejores intentos ha sido la “anti definición” de Terry Eagleton: “Cualquier cosa puede ser literatura, cualquier cosa que sea considerada inalterable e incuestionablemente literatura”. Así las cosas, el poder determinar si un texto es literatura no le corresponde a las editoriales sino a los lectores. Un texto que para un lector es literatura no necesariamente lo es para otro. No se debe imponer a nadie de qué forma leer o recibir un texto; sin embargo, los paratextos editoriales están allí justamente para ayudar a programar una lectura específica al lector, como lo puede ser, por ejemplo, asegurarse de que el lector no dude de que lo que tiene en sus manos es, efectivamente, literatura. Trasladando la aseveración de Eagleton ya no a la “cosa literaria” en general, sino a un género en particular, llama la atención que Mi novia se cayó en un pozo ciego se promueva como novela. Pareciera que llegó ya a Costa Rica la moda latinoamericana de las novelas cada vez más breves (Camanchaca, 2009, de Diego Zúñiga, sobrepasa ligeramente las 16 mil palabras; Bonsái, 2010 de Alejandro Zambra, las 10 mil…). Tal pareciera que, como se quejaba Alberto Olmos a principios del 2013, ya en América Latina no hay gordas (novelas gordas, se entiende). Pero ya no es un asunto de que las novelas sean gordas o flacas, a este ritmo, los microrrelatos serán considerados novelas en el futuro… No, ¿para qué esperar el futuro? En 2011, jugando con la antigua acepción de la palabra novela, el escritor mexicano Alberto Chimal publicó un libro compuesto por 83 microrrelatos llamado 83 novelas.
Otras novelas costarricenses que se publicaron en el 2013 fueron: El cinturón de Orión, de Alicia Miranda (Montemira); Memorias de Sangre, de Jesús Ramírez, Lágrimas de guerrera, de Daniel González (Clubdelibros), Fuegos fatuos, de Fabián Porras (ExedraBooks, Panamá, y Palabras de agua, España), Crimen con sonrisa, de Mirta González Suárez (EUCR), Porque me duele si me quedo, de Alfredo Aguilar (EUNA), Vagabundos tropicales, de Blas Dotta (Germinal) y La ausencia del mal, de Víctor Alba de la Vega
Aunque en este repaso no se incluyen reediciones, vale la pena mencionar la primera edición impresa de la novela de Manuel Marín: El día de la tercera revelación (Editorial Costa Rica), que había sido publicado de forma electrónica en 2009.