El apocalipsis según Jessica Clark
La acción de la novela Un fuego lento (OLNI-Colegio de Costa Rica, 2013) se plantea como la historia de un grupo de vecinos que viven en un edificio ubicado en San José, a saber: Teresa, SantoSerio, Hannia, Yeyo y uno de mayor edad que los demás llamado Martín.
Las primeras páginas del texto narran el regreso del cementerio de los vecinos tras la muerte de una de las inquilinas del edificio. Sin embargo, el verdadero arranque de la historia se presenta con el conflicto de choque entre los vecinos y los “otros amigos” de Martín: Nico, Fen y Keiran y la historia verdaderamente se complica, por decirlo así, conforme los vecinos descubren que el nombre real de Martín es Kell y que, al igual que sus amigos, él es uno los cuatro jinetes del apocalipsis.
Las sagradas reescrituras
La relectura y la reescritura del pasaje bíblico de los jinetes del Apocalipsis es todo un tópico de la literatura de fantasía. Sin embargo, los jinetes suelen corresponder a una interpretación popular de las Escrituras que no se apega al texto bíblico: la Pestilencia, la Guerra, el Hambre y la Muerte.
En realidad, los jinetes bíblicos son otros y no son cuatro. El Juan apocalíptico relata la visión de un trono erigido en los cielos y ocupado por el terrible Cordero divino:
Cuatro Seres Vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás, ocupan el espacio entre el trono y lo que hay a su alrededor. El primer Ser Viviente se parece a un león, el segundo a un toro, el tercero tiene un rostro como de hombre y el cuarto es como un águila en vuelo. Cada uno de los cuatro Seres Vivientes tiene seis alas llenas de ojos alrededor y por dentro. (Apocalipsis 4, 6-8)
Este sucinto bestiario enumerado con deliciosa arbitrariedad (un gran felino, un bóvido, un homínido y una ave) es clave porque cada uno de estos Seres Vivientes invoca a uno de los jinetes del capítulo 6, que forma parte a su vez del pasaje de los Siete Sellos:
Mientras estaba mirando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, y oí al primero de los cuatro Seres Vivientes que gritaba como con voz de trueno: “Ven”. Apareció un caballo blanco; el que lo montaba tenía un arco, le dieron una corona y partió como vencedor y para vencer.
Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo Ser Viviente gritar: “Ven”. Salió entonces otro caballo de color rojo fuego. Al que lo montaba se le ordenó que desterrara la paz de la tierra y se le dio una gran espada para que los hombres se mataran unos a otros.
Cuando abrió el tercer sello, oí gritar al tercer Ser Viviente: “Ven”. Esta vez el caballo era negro; el que lo montaba tenía una balanza en la mano. Entonces se escuchó una voz de en medio de los cuatro Seres que decía: “Una medida de trigo por una moneda de plata; tres medidas de cebada por una moneda también; ya no gastes el aceite y el vino”.
Cuando abrió el cuarto sello, oí el grito del cuarto Ser Viviente: “Ven”. Se presentó un caballo verdoso. Al que lo montaba lo llamaban Muerte, y detrás de él iba otro: el Mundo del Abismo. Se le dio poder para exterminar a la cuarta parte de los habitantes de la tierra por medio de la espada, el hambre, la peste y las fieras. (6, 1-8)
Así las cosas, el primer jinete encarna la victoria o la conquista; el segundo, la guerra; el tercero, el hambre; el cuatro, la muerte, y el quinto, el infierno. En efecto, según la Biblia, son cinco los jinetes del Apocalipsis, no cuatro.
Un fuego lento utiliza la interpretación más apegada a la Biblia: Nico encarna la conquista; Martín/Kell, la guerra; Fen, el hambre, y Keiran, la muerte; el elusivo quinto jinete —el infierno mismo— no aparece, como tampoco aparece en casi ninguna reescritura literaria del pasaje bíblico.
Una reescritura diferida
La reescritura en Un fuego lento no solo se refiere a la reelaboración o la relectura del pasaje bíblico citado, sino también a un cuento escrito por la misma autora.
En 2011 aparece en el blog El signo roto un cuento de Jessica Clark titulado “Letal diferido”. Según Clark, ese relato data de la época de la composición del libro Los salvajes (Editorial Costa Rica, 2005). Narra los sucesivos e inútiles intentos de los cuatro jinetes del Apocalipsis para desencadenar la devastación final sobre el mundo.
El cuento está formado por pasajes ambientados en distintos lugares del mundo, está narrado en una inquietante primera persona por uno de los jinetes, Okham, y tiene un tono dramático y severo, por llamarlo de alguna manera. Varios pasajes del cuento han sido recuperados en Un fuego lento. Por ejemplo, en “Letal diferido”:
Camino sobre sus pasos. Las palomas saben quién soy, se desbandan antes de que mis botas toquen los adoquines de la plaza. El repentino tronar de decenas de alas y la nube gris que se eleva entre picos duros y ojos redondos asustan a los niños. Incluso los adultos levantan la vista, sorprendidos. Nadie nota mi paso por el espacio vacío bajo las aves.
Mientras tanto en Un fuego lento:
Fen […] puso pie en una plaza adoquinada. Su llegada arrancó del suelo una nube oscura de palomas. Tantas, y en tan repentina retirada, que oscurecieron el pálido sol. Incluso el sonido de plumas contra plumas, en esa cantidad, se convirtió en un susurro alarmante sobre su cabeza. Fen no levantó la vista; le interesaban más las expresiones sorprendidas de las personas que miraban hacia arriba, sintiendo miedo sin saber por qué e intentando actuar con normalidad para no alarmar a sus hijos pequeños. (pag. 22)
Uno más de “Letal diferido”:
Gam pasó los días que siguieron conmigo, tratando de evitar que me lastimara en mi ira homicida y finalmente consiguió atarme en una cueva bajo los fiordos congelados del norte. Mucho tiempo después, cuando supuso que yo estaría más tranquilo, volvió por mí.
Este fragmento ágilmente despachado en el cuento con unas pocas líneas se transforma en tres páginas de Un fuego lento:
El lugar elegido es una caverna monumental bajo una corona de roca afilada y hielo cortante. Debajo de esta fortaleza natural la tierra se ha congelado con la boca abierta. Las estalactitas y estalagmitas han tardado milenios en surgir, como colmillos minerales desplegados lenta y dolorosamente de encías de piedra oscura
La criatura atada a una de las columnas dentadas tiene forma humana, pero una afuria homicida deforma sus facciones. (pág. 27)
Lamentablemente, en el proceso de traducción de cuento a novela, todo lo que se gana con el “zum” psicológico de los personajes y la profundización de sus conflictos, se pierde con la trivialización de una historia de rutinas, amoríos poco convincentes, tensiones y crisis que no acaban de estallar ni de resolverse.
Hay pasajes de Un fuego lento en los que sobrevive el tono terrible del relato. Cada capítulo arranca con un flashback de las vidas de los jinetes, en los que se exponen sucesos desde arcaicos hasta más recientes que han causado la aversión actual que se profesan las cuatro criaturas:
La tierra no tiembla, las ataduras no lo permiten, pero la humedad contenida en la roca durante una edad geológica se levanta en una niebla de vapor calcinante entre ellos. El aire hirviente bastaría para arrancar la carne de los huesos si Fen fuera humano. Fen no lo es. Ha esperado dos días manteniendo su distancia y ahora decide que es mejor dejar a su amigo a solas. Los gritos y amenazas lo siguen por largo tiempo en la garganta torturada de la caverna. (pág. 28)
Estas introducciones para cada capítulo parecen hacer un recorrido desde el infierno hasta la superficie de la Tierra. Pues el correspondiente al primer capítulo (de donde procede el texto citado) sucede en una caverna primigenia y conforme los capítulos avanzan, aparecen seres humanos con los que los jinetes interactúan para fraguar sus objetivos.
Estos pasajes están narrados en tiempo presente, lo cual de alguna forma los sacan del tiempo y producen un contraste con el resto de cada capítulo.

Pintura mencionada en Un fuego lento: “Los jinetes del Apocalipsis”, de Viktor Vasnetsov (1887)
El jinete sin caballo
La influencia que son capaces de ejercer los cuatro jinetes de Un fuego lento no tiene el aliento épico del texto bíblico. Su influencia es más bien íntima y personal, confinada a las vidas de los vecinos de Martín y de otras pocas personas. Así las cosas, se da un proceso de cotidianización del discurso bíblico, manifiesto en el hecho de que los jinetes han perdido sus caballos, ninguno cabalga, ni siquiera viaja en moto… Las criaturas capaces de terminar con la humanidad, se han convertido en peatones respetuosos de las normas de seguridad vial y de convivencia ciudadana.
Nico, el emisario de la conquista, aparece como un improbable casanova, ante cuyos encantos todas las mujeres y también algunos hombres parecen caer rendidos sin remedio.
Keiran no tiene más que una cara: convencer a Martín de desencadenar el fin del mundo. Teresa se siente atraída por él y añade a la encarnación de la muerte un inesperado interés romántico, pero este no llega a desarrollarse.
Martín es quizás el personaje más importante de la historia porque participa de los dos mundos. Por un lado, se finge el ser humano Martín, uno de los inquilinos del edificio; por otro, es uno de los jinetes: Kell. Esta duplicidad de funciones se manifiesta por medio de los distintos nombres con que lo conocen unos y otros. A pesar de la importancia que debería ostentar, su papel en el libro está debilitado o no está declarado: no se puede saber a ciencia cierta por qué Martín rehúye su atribución divina o, incluso, por qué se fue a vivir solo a un país centroamericano. Sabrosa ironía de la novela: el jinete apocalíptico de la guerra, cuya misión es poner a los ejércitos del mundo a luchar, se ha ido a vivir al país que es, pretendidamente, el último bastión de la paz mundial: un país que ha renunciado a tener fuerzas armadas. Los demás jinetes notan el descenso de Martín:
—Muy amables tus amigos —comentó Fen.
Martín se sintió culpable. En otro tiempo su mera presencia en una ciudad habría ocasionado revoluciones en cuestión de horas. El comentario engañosamente amable de Fen le señalaba que había algo muy malo en él si lograba pasar desapercibido entre personas que vivían a escasos metros de su puerta. Por otra parte, él tenía derecho de vivir su vida como le diera la gana y ni Fen ni los otros podían decirle nada. (pág. 32)
Precisamente, Fen es el más débil de los jinetes. Se parodia con frecuencia su función como encarnación del hambre, pues en las reuniones y fiestas suele ser el encargado de cocinar para los demás:
Fen había convertido la cocina en el reino de la comida. Había café en la máquina, huevos en una sartén, carne de búfalo en otra, queso derritiéndose en el microondas, pan, la cabeza de un cerdo y un tipo de cerveza que sólo se bebía en una granja de Bélgica. (pág. 98)
De esta forma, el encuentro de criaturas míticas dirigido a preparar el fin del mundo termina como un drama de situaciones: romances, envidias, desayunos grupales, fiestas y otras peripecias cotidianas.
Una novela sin país
La historia se ambienta en una ciudad que hace referencias constantes a la capital de Costa Rica, San José, pero las descripciones que se hacen de ella están construidas desde una óptica novedosa, extraña, como si el narrador no conociera el lugar y no esperara que el lector la conociera, como ocurre con esta descripción que podría representar al monumento “Presentes”, obra del escultor Fernando Calvo:
En el centro de la ciudad un grupo de hombres y mujeres esperaba de pie. Alcanzaban la mitad del tamaño de una persona normal. Sus manos y pies de bronce mostraban la fuerza y la dureza del trabajo en el campo. El clima les había dado un color verde pálido y enfermizo pero eso no evitaba que miraran con desaprobación al otro lado de la calle.
Nico […] buscó al otro lado de la calle el motivo de la desaprobación del clan de estatuas y concluyó que tenía que ser el McDonald’s en la esquina. (págs. 34-5)
Esa forma de describir la ciudad logra extraer poesía del terreno común y, en el proceso, consigue un efecto de extrañamiento pocas veces encontrado en otras obras producidas en el medio. Este es uno de los mayores aciertos del libro:
La nave dorada y silenciosa de una iglesia iluminada por candelabros, vista al pasar. Edificios enteros, de cinco o siete pisos y de media cuadra, abandonados en medio del caos e invisibles desde el nivel de la calle, como radiografías de soledad atravesadas de lado a lado por la luminosidad gris. (pág. 36)
La idea de que lo más hermoso de esa ciudad innombrada no está al alcance de la vista se refuerza cada vez que el texto dice que edificios como palacios están de alguna forma ocultos del ojo peatonal:
A doscientos metros de la jaula del león, literalmente, vivía su amiga Vivian, en un apartamento de cuatrocientos metros cuadrados que no se veía desde la calle y que mantenía como un pequeño palacio francés. (pág. 43)
Es posible establecer relaciones de correspondencia entre la realidad y la cosa literaria; sin embargo, ¿el país donde suceden las acciones de Un fuego lento es Costa Rica? La respuesta a esa pregunta es patrimonio del lector. El texto de la literatura es autosuficiente y lo que no se puede interpretar fundamentadamente del texto no existe.
Esto viene a cuento porque el texto lucha esforzadamente por no mencionar topónimos costarricenses. Conforme la historia avanza, la acción se desarrolla cada vez más en espacios interiores y, por lo tanto, las descripciones urbanas disminuyen. No disminuyen, en cambio, las constantes alusiones culturales al mundo anglosajón: el programa de televisión Los Simpsons (pág. 86) las novelas de El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien (págs. 37 y 63); al notar el parecido enigmático entre los ojos de Fen y los de Martín, dicen los vecinos:
—¿Serán parientes? —susurró Teresa—. No se parecen.
—Tal vez pelearon juntos en Vietnam —dijo Yeyo. (pág. 30)
Así, al hablar de guerras, el texto opta por la guerra que libró Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX, una guerra elevada a dimensiones legendarias por haber sido reconstruida y comentada hasta el hartazgo por la literatura y el cine de aquel país.
Por otro lado, mientras se omite mencionar el nombre de Costa Rica, otros topónimos sí aparecen escritos con todas las letras: Hamburgo (pág. 39), Bélgica (pág. 98).