La luz avanza, y el siglo xx, tenemos fe en ello, verá desaparecer muchas estupideces y barbaridades inventa- das y mantenidas ix r la conveniencia del mercantilismo ro- mano.
(Sale DOÑA BEATRIZ.) DOÑA BEATRIZ ¿Qué es esto? (Sale DOÑA ANA.) DOÑA ANA ¿De qué das voces? DON LUIS No podré daros razón del dolor que me atormenta, si me la quita el dolor...
Al abrir el monstruo la desmesurada boca solían los mu- chachos, desde algunas varas de distancia, arrojar en ella guin- das, y según don Diego de Clemencin, en sus notas al Quijote, nació de aquí la frase proverbial:— Echar guindas á la Ta- rasca.
Con que vamos a ver si alegras ese perfil y le das gracias a Dios de lo mucho que yo chanelo y de la mucha pupila con que me echó al mundo mi madre, que esté en gloria, y de que na más que en un doblaillo tengo yo más sabiduría que en to el terno el sabio Salomón y toíta su parentela.
¿Qué dices a esto? Pronto no serás más que un palo seco... ¿Te
das cuenta de lo que quiero decirte? -Me asustas -dijo el rosal-. Nunca he pensado en ello.
Hans Christian Andersen
Si no me das razones más fuertes, debes persuadirte de que yo no cederé, aunque todo el poder del pueblo se armase contra mí, y para aterrarme como a un niño, me amenazase con sufrimientos más duros que los que me rodean, cadenas, la miseria, la muerte.
¿Cómo colmar sino las horas interminables y parejas del largo cautiverio en “Das Cobras” sin acudir de vez en vez – o alguna vez – a la pulcra y consoladora convivencia con los libros que sin pedirnos nada todo lo dan?
¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman Y eres sobre el piano dulzura emocionante, Das al alma las mismas nieblas y resonancias Que pones en el alma dormida del paisaje!
He de decirte un secreto: si das muestras de interés, laboriosidad y capacidad, al final del viaje tal vez incluso tú recibas tu propio palmo de tierra sobre el monte más alto de ese país: Parnaso Verde.
Tú elevas de entre las flores perfumadas auras suaves, tú das trinos a las aves que despiertan con tu albor: tú traes, de las sueltas ráfagas en las alas invisibles, los ruidos incomprensibles del eco murmurador.
Sí, al día siguiente pasado el término, ¡una mano desconocida sabrá hundir el puñal en el pecho de un perberso! Yo también te juro vajo palabra de Ibero que si das la satisfacción que pido podrás andar libremente y sin temor”.
Un nuevo embarazoso silencio sucedió al breve diálogo, silencio que fue Pedro el primero en romper, diciendo a la muchacha con acento suplicante: -Qué, ¿me das, por fin, u no me das el escapulario?