No nos dejéis cazar en la red, sino dadnos los hijos de la hierba de los caminos, los hijos de los matorrales con las hembras de los venados, las hembras de los pájaros.
Afuera se veía un letrero que decía: JEFE DE PSIQUIATRAS DEPARTAMENTO DE ORIENTACIÓN MANICOMIO CENTRAL Y yo me quedé extrañado, como niño al que no le dan su prometida golosina de costumbre, sin consulta; quien sabe por qué, hondamente triste, como despojado. XIV Era... el hombre alado... el hombre
hierba... el hombre agua... el hombre fuego...
Antonio Domínguez Hidalgo
Un júbilo extraño innovaba rocas, montes, montañas, volcanes; un verdor misterioso acrecentaba la
hierba, los matorrales y los árboles; un colorido de ropa nueva se extendía sobre la tierra, sobre el agua, en el viento...el propio sol se transformaba.
Antonio Domínguez Hidalgo
Yo me acerqué para escuchar su canto pero mi corazón no entiende nada. Era un brotar de estrellas invisibles sobre la hierba casta, nacimiento del Verbo de la tierra por un sexo sin mancha.
Stephen Rice había pasado por las tierras de Gardner a primera hora de la mañana y se había dado cuenta de que la hierba fétida empezaba a crecer en todo el fangoso suelo.
Se arrojó fiero, loco, a recoger al niño, que yacía de bruces, la cara contra la
hierba de la cuneta; le llamó con nombres amantes, le acarició...
Emilia Pardo Bazán
Dos veces saltó y se ocultó en la maleza: eran transeúntes, «gente de a caballo», un cura, una pareja a estilo de Portugal, hombre y mujer sobre una misma yegua, apretados y contentos. La tarde caía, el rocío enfriaba y escarchaba la
hierba, enmudecían los pájaros o piaban débilmente.
Emilia Pardo Bazán
Primero navegó hacia la divina Citera y desde allí se dirigió después a Chipre rodeada de corrientes. Salió del mar la augusta y bella diosa, y bajo sus delicados pies crecía la hierba en torno.
Más allá del arroyo, a través de la cintura de árboles, brillaba una extraña luz roja sobre la cual se destacaba el negro encaje de las ramas; golpeaba las siluetas rampantes y proyectaba sobre ellas monstruosas sombras que caricaturizaban sus movimientos en la hierba iluminada; caía en sus rostros, teñía su palidez de un color bermellón, acentuando las manchas que distorsionaban y maculaban a tantos de ellos, y centelleaba sobre los botones y las partes metálicas de sus ropas.
Allí, plenamente visible a la luz del incendio, yacía el cadáver de una mujer: el rostro pálido vuelto al cielo, las manos extendidas, agarrotadas y llenas de hierba, las ropas en desorden, el largo pelo negro, enmarañado, cubierto de sangre coagulada; le faltaba la mayor parte de la frente, y del agujero desgarrado salía el cerebro que desbordaba sobre las sienes, masa gris y espumosa coronada de racimos escarlata –la obra de un obús.
Los niños ignoran la leyenda; de otro modo, oirían llorar al que se halla bajo la tierra, y el rocío de la
hierba se les figuraría lágrimas ardientes.
Hans Christian Andersen
Se acercaron al zueco, lo pescaron, y, con unas tijeras, una de las chiquillas cortó el hilo de lana sin hacer daño al escarabajo, al que depositó en la
hierba cuando desembarcaron.
Hans Christian Andersen