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No es que a Sirius no les gustase su trabajo, al contrario, sabía que quería ser veterinario antes de cumplir los doce años, pero lo que también sabía desde hacía doce años era lo mucho que odiaba la burocracia y el derecho, razones por las que se opuso a seguir la trayectoria familiar, por tanto, un motivo más de los que le llevaron a escapar de ese horrendo lugar.
Pero la cosa era que había conseguido ser veterinario y estaba muy feliz, si no fuera porque llevar una clínica conlleva, inevitablemente, derecho, y aunque tenía gente contratada para que se encargara del tema, había días en los que le tocaba leer documentos y hacer llamadas que le dejaban drenado de energía. Aquel día era uno de ellos.
Llegó a casa ya entrada la noche, con las tripas rugiendo, dolor de pies y de cabeza, y muchas ganas de que su marido le diera muchos mimos, por lo que abrió la puerta y antes de terminar de decir “ya estoy en casa” ya estaba tirándose de cara al sofá, la cabeza hundida entre los cojines.
Remus no tardó mucho en hacer acto de presencia y el simple sonido de sus pasos en el parqué sirvió para mandar una ola de relajación al cuerpo de Sirius, cuando se puso de rodillas a su lado y llevo una mano a su pelo para acariciarle el cuero cabelludo fue básicamente como si le abrieran las puertas al paraíso.
—Hola, cariño —dijo Remus susurrando en su oído—. ¿Día duro?
Sirius hizo un ruido ininteligible que obtuvo como respuesta la risa de Remus, uno de sus sonidos favoritos, justo entre los ladridos de un perro feliz y Harry diciendo su nombre con esa forma extraña de hablar que tenía a sus dos años.
—No te rías, estoy muerto.
Remus volvió a reír y después le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja, dejando al descubierto la mitad de su cara para poder dejar un beso en su mejilla.
—No me viene nada bien eso de que te mueras ahora, sólo llevamos un año casados, me van a tachar de viuda negra.
Esta vez fue el turno de Sirius de reír, aunque más bien sonó como un globo desinflado. Después notó los labios de Remus en su sien, en su pómulo, de nuevo en su mejilla y al final en el hueco debajo de su oreja que siempre lograba que Sirius se retorciera.
» —Mmm, esa risilla no es muy de muerto por tu parte.
—A lo mejor soy un fantasma…
—¿Y este fantasma quiere cenar la comida china que he pedido hace un ratito cuando mi muy vivo marido me mandó un mensaje diciendo que ya venía para aquí?
Sirius se incorporó tan de golpe que por poco le da un cabezazo a Remus, que tuvo los suficientes reflejos como para echarse hacia atrás en el momento justo, pero no se movió cuando Sirius cogió su rostro entre las manos y le plantó un beso en toda la boca, con un sonoro “muah” escapando de sus labios.
» —De nada, amor.
Sirius aprovechó ese momento para admirarle, llevaba sus gafas redondas de leer y tenía el pelo revuelto, pero aún tenía puesta la ropa que se ponía para ir al colegio.
—¿Has hecho algo más que leer y quedarte dormido en el sillón desde que has llegado a casa?
Remus fingió estar ofendido llevándose una mano al pecho, pero la otra había ido hasta la muñeca de Sirius para acariciar la sensible piel de ese lugar.
—El tono acusador no viene al caso, y sí, he estado corrigiendo unos trabajos.
—Suena mucho más divertido que las estúpidas reuniones.
—Las estúpidas reuniones te ayudan a llevar tu maravillosa clínica.
Sirius hizo un puchero que Remus no se resistió a besar y también aprovechó para colocarse, aún de rodillas, entre las piernas de su marido, dejando caricias en sus muslos.
—Pero estoy tan cansado, tan hambriento, tan… —Soltó un largo suspiro, inclinándose de nuevo hasta tumbarse de lado en el sofá.
—Bueno, creo que puedo ayudar con eso si vienes conmigo.
—¿Ir? ¿No me vas a traer la comida?
Remus negó con la cabeza mientras tiraba de los brazos de Sirius para volver a incorporarle y después se levantó del suelo y pretendió poner en pie a Sirius también, cosa que habría tenido más fácil si no fuera poque estaba sonriendo de una manera que siempre hacía que Sirius le dijese que sí a todo.
—Confía en mí, venga.
Sirius asintió y después de que Remus cogiera una manta ambos fueron a la cocina, cada uno se hizo con una de las bolsas que estaban en la encimera, y Remus fue también a por una botella de vino blanco y dos copas. Pero en vez de volver al salón, se dirigió a la puerta de salida.
—¿Remus? —preguntó Sirius. —No estoy para excursiones, cielo.
Remus le sonrió amablemente y se acercó a él, volviendo a besar su mejilla.
—No es una excursión, sólo vamos aquí al lado, y cuando volvamos prometo traerte en brazos.
Bueno, eso era algo a lo que Sirius tampoco se iba a negar.
Remus cumplió su palabra y en menos de cinco minutos estaban en el parque que había al lado de su casa con la manta extendida en el suelo.
» —He oído en las noticias que hoy la noche iba a estar más despejada que de normal —le informó una vez sentado, empezando a sacar la comida.
Sirius le imitó, sentándose pegado a su costado y decidiendo qué le apetecía probar primero.
—Tienen razón, yo estoy ahí —dijo sonriendo y señalando al cielo.
—A ti siempre te veo.
Sirius abrió la caja de tallarines y empezó a comer.
—Es lo que tiene ser la estrella más brillante del cielo.
—No —respondió Remus rotundamente—, podrías ser sólo un punto perdido en mitad de cien constelaciones y yo siempre te vería.
Sirius le miró con los fideos colgando de la boca y Remus tuvo la indecencia de reírse mientras les servía el vino y le tendía a él una de las copas.
—No puedes decirme cosas así, me vas a matar.
—¿No estabas muerto ya?
—Mira qué gracioso mi marido.
Remus le sonrió inocentemente y le robó un beso con sabor a pollo al limón.
Terminaron de cenar mientras Remus le contaba anécdotas de sus alumnos que siempre le hacían reír y a él se le olvidó el mal día que había tenido cuando recordó para él lo rápido que se estaban recuperando dos gatos que una pareja había encontrado abandonados en la basura.
Sirius le limpió la comisura de la boca, Remus le abrazó por la cintura, hablaron de los planes del fin de semana y de que el miércoles siguientes tenían que cuidar a Harry porque James y Lily iban a ir al teatro, cortesía de un regalo que les había hecho Peter por su aniversario.
Al final, con la basura recogida en una bolsa a un lado y la botella de vino a la mitad, se tumbaron bocarriba, mirando las estrellas del cielo. Sus manos estaban entrelazadas en medio de sus cuerpos, dejándose caricias, y mientras Sirius se perdía en las distintas constelaciones, Remus pasaba más tiempo con la mirada dirigida a él, la astronomía nunca había sido su cosa favorita si no tenía que ver directamente con Sirius.
—A veces me pregunto porque esto me relaja —dijo Sirius en bajo volumen—, las estrellas deberían recordarme a mi familia, y eso no es relajante para nada, entonces... ¿Por qué me siento en paz?
Remus suspiró mientras continuaba jugando con los mechones de su pelo.
—Bueno, se lo puedes preguntar a la psicóloga pero mucha gente se relaja mirando las estrellas, aunque es cierto que tú tienes un vínculo diferente con ellas, pero llevas muchos años aprendiendo a reapropiarte cosas, ¿No? Igual que ya ves normal hablar del amor de una madre, ya puedes relajarte mirando las estrellas.
—Lo he pensado, pero... Siento que siempre me ha relajado... No sé, de pequeño pensaba que quizás mi familia feliz estaba ahí arriba, que abajo habíamos quedado las versiones malas.
Remus frunció el ceño y se giró para mirarle a los ojos, acariciándole la mejilla con la mano que no estaba enterrada en su pelo.
—Tú eres mucho mejor que el punto brillante de allí arriba.
Sirius río e hizo desaparecer su ceño con una caricia y un beso en su mentón.
—Gracias por quererme más que a una bola de fuego. Pero no es... No era malo, era una forma de soñar que había una familia bonita para mí ahí fuera, y al final la había. No era otra versión de la mía perdida en el cielo, pero era mucho mejor, es mucho mejor. —Reafirmó sus palabras acercándose a dejar otro beso, esta vez en sus labios. —Pero quizá una parte de mí siempre quiera pensar que mi familia biológica tiene una versión feliz en algún lado.
Remus le sonrió amablemente, sin lástima, con entendimiento, y le inclinó hacia él para darle un beso lento y suave, con sus labios moviéndose en camino conocido, diciéndole sin palabras lo mucho que le quería y que siempre iba a estar ahí, escuchándole, aunque a veces ni él mismo le encontrara sentido a lo que decía.
Siguieron besándose por quién sabe cuánto tiempo y cuándo la brisa de la noche les hizo buscar más calor simplemente entrelazaron aún más sus cuerpos, en un abrazo interminable. Pero las horas pasaban y el cansancio de Sirius se hizo presente.
—Te estás quedando dormido —le susurró Remus separándose de él e incorporándose lentamente. —Vámonos ya.
Sirius lanzó un gemido lastimero del que Remus se rio, pero también se agachó para pasar un brazo por debajo de sus piernas y otro por sus hombros para levantarle del suelo.
» —Coge las cosas, porfa.
—Si me lo pides así... —suspiró Sirius agarrando la bolsa con una mano y la botellas y las copas con la otra.
Tardaron más de cinco minutos en volver a casa y casi se caen abriendo la puerta, pero cuando se tumbaron en la cama tenían dos grandes sonrisas en sus rostros.
Sirius estaba tan en paz, que casi se le olvidó lo mucho que odiaba la burocracia y el derecho.