Centro Virtual Cervantes
Rinconete > Cine y televisión
Martes, 28 de mayo de 2019

Rinconete

Buscar en Rinconete

Cine y televisión

La literatura de posguerra en el cine español (19). Bearn o la sala de las muñecas (Jaime Chávarri, 1983)

Por Rafael Nieto Jiménez

El recientemente fallecido Rafael Sánchez Ferlosio marcó en 1956 el rumbo de la novelística española con su novela El Jarama. Con ella el realismo social dio un nuevo paso adelante mediante técnicas presuntamente objetivas que pretendían dejar a un lado la voz del narrador y documentar la realidad tal como era, predominando por eso mismo los diálogos —que recreaban con exactitud el habla cotidiana— sobre las descripciones psicológicas. Los premios Nadal y de la Crítica que le concedieron por esa obra parecían postergar simbólicamente a las novelas de concepción más tradicional, entre ellas una que se presentó ese mismo año al Premio Nadal, Bearn o la sala de las muñecas.

Lorenzo Villalonga contaba ya con sesenta años de edad cuando fue derrotado por el joven Ferlosio, que todavía no había llegado a los treinta, pero a los lectores de hoy poco importan ya esas competencias entre escritores. Aunque Bear o la sala de las muñecas tuvo su revancha cuando su posterior versión en catalán, publicada en 1961, obtuvo el Premio de la Crítica, lo importante es que ha pasado a la historia de la literatura española por justos motivos literarios, gozando además de la suficiente popularidad como para que se realizara una adaptación al cine en 1983.

Además de su concepción tradicional, con un narrador omnisciente disimulado tras un protagonista que relata lo acontecido a un amigo, y un mundo que se describe desde la psicología de sus personajes, la novela es un fresco histórico alejado de la realidad de la posguerra en la que se escribió. Pero como en el caso de Mariona Rebull, también ambientada en el siglo xix, Villalonga parece sentir nostalgia por un mundo aristocrático que todavía daba sus últimos estertores mientras escribía su obra. Un mundo simbolizado por un matrimonio, los señores de Bearn, de una antigua estirpe mallorquina pero arruinada económicamente y sin descendencia. Aislados, solo cuentan con la compañía de su capellán, don Juan Mayol —el narrador de la historia—, un huérfano criado por el señor como si fuera su propio hijo; si no lo es en verdad, como se sugiere en algún pasaje.

La fascinación por este tipo de historia decadente, de descripción de un fin de época, la demostró Visconti con El gatopardo (basada en una novela de Lampedusa posterior a la de Villalonga), y el propio Jaime Chávarri en su documental El desencanto. En esta película se confirma de nuevo, pero además aprovechando un tema sugerido por la novela y que también ha sido motivo principal de otras novelas y películas de éxito: los deseos sexuales de un religioso. Un tema siempre escandaloso y, por tanto, siempre atractivo para el público.

Las dudas teológico-filosóficas de don Juan Mayol (Imanol Arias) en torno a la contradictoria moral libertina de don Antonio, el señor de Bearn (Fernando Rey), capaz de compatibilizar sus infidelidades —incluso con su propia sobrina— y su incondicional amor a su esposa (Amparo Soler Leal), dejan entrever en la novela ciertas debilidades del capellán hacia la sobrina del señor, Xima (Ángela Molina), pero nunca se materializan. Por su parte, la película prescinde de las disquisiciones teológicas del protagonista, siempre más difíciles de plasmar en imágenes, para centrarse en los deseos de Juan —del que sabemos que profesó por recomendación de su señor más que por propia convicción— con recursos narrativos quizá algo convencionales pero eficaces: un día encuentra y guarda en su habitación como fetiche amoroso un chal que la joven ha perdido, mientras que la imagen de la propia chica se le aparece en sueños.

Este cambio en el eje narrativo de la historia —que además se desarrolla en un arco temporal mucho más reducido y, por tanto, sus personajes apenas envejecen durante su desarrollo— provoca una conclusión muy diferente a la de la novela. En esta, don Juan Mayol entrega las memorias escritas por el señor de Bearn en sus últimos años —en las que él mismo aparece— a otro sacerdote, pues nada tiene que ocultar. En la película hace lo contrario, destruir tanto las memorias como todo lo que ocultaba la sala de las muñecas, las pruebas de un pasado deshonroso que debe quedar sepultado para siempre. En cierto modo, parece estar cumpliendo la máxima preferida de don Antonio, el personaje más consciente de su noble decadencia: «No hay más paraísos que los perdidos».

Ver todos los artículos de «La literatura de posguerra en el cine español»

Centro Virtual Cervantes © Instituto Cervantes, . Reservados todos los derechos. cvc@cervantes.es