UNA SOLA SALUD
(publicado originalmente en Ciutat nova, nº 187, pág. 52)
Somos herederos de un afán atávico convertido en derecho humano. Pero ¿tiene sentido desvivirse individualmente por una perfecta salud, entendida como ausencia total de sufrimiento y de molestias físicas o psíquicas? ¿No es un anhelo quimérico y morboso al mismo tiempo? Nuestra sociedad, dos mil quinientos años después, pugna por volver a ese palacio de placidez y autocomplacencia del que huyó el fundador del Budismo al detectar su inconsistencia.
En 1948 la OMS definió la salud no como ausencia de enfermedad o dolencias, sino como un estado de bienestar (físico, mental y social). A algunos les sigue pareciendo limitada esta definición y consideran que, para poder hablar de verdadera salud integral (plena), hay que tener en cuenta la dimensión espiritual y ambiental. Esto, lejos de ser una fútil coletilla, entronca con tradiciones y disciplinas milenarias de todo y provienen de la misma palabra latina: . ¿No es reduccionista esta medicina occidental que tanto se las da de científica?
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