■ En sus memorias, John H. Elliott narra que se volvió hispanista tras su primer viaje a la península. Dijo: “Quedé impresionado por el campo, la vasta planicie de la meseta central castellana, reseca y amarillenta bajo el ardiente sol de verano”. Esta impresión de un historiador británico es algo similar a lo que pasa contigo, con esa triple posibilidad. ¿Por qué España, Cayetana?
Son circunstancias muy distintas, la de John Elliott, mi maestro, y la mía. Él descubrió España como joven universitario, una España en pleno franquismo. Y luego, especialmente conmovido, impresionado por el retrato del conde-duque de Olivares, pintado por Velázquez, que vio en el Prado, lo motivó a empezar a investigar esta figura del conde-duque de Olivares y finalmente dedicar su vida a la historia de España.
Mi caso es distinto. Yo nací en España un poco por casualidad. Me adelanté un mes. Mi madre tenía una pequeña casita en un pueblo de la meseta soriana, junto con su pareja de muchos años y padre de mi hermana, un gran pintor argentino, en un pueblo que se llama Medinaceli. La familia de mi padre, francés, también era española. Un tercer elemento fue conocer a John Elliott; un día, un poco por casualidad, mientras estaba en la universidad, llevada por la curiosidad entré a una de sus clases magistrales sobre España y el Nuevo Mundo. Me deslumbró.
John Elliott era un grandísimo historiador, pero también un formidable orador. Él contaba la emocionante e impresionante historia del encuentro entre España y el Nuevo Mundo. A partir de ese instante, prácticamente, decidí dedicarme a la historia de España. Mi vuelta a ese país estuvo motivada por la curiosidad acerca del pasado español, que luego se convirtió en una implicación política y en una vocación a partir del descubrimiento de la España contemporánea. Volví como joven discípula de Elliott y como investigadora, con una idea de lo español marcada por mi experiencia anglosajona, por una parte, y por