OJOS LLENOS DE ALEGRÍA. ESTAR VIVO CON R. W. EMERSON
Toni Montesinos
Ariel, 592 pp., 23,90 €
Ralph Waldo Emerson fue en su tiempo y será por siempre una fuente de inspiración infinita. Adalid de la autoconfianza y de adoptar un sentido de felicidad moral, es ejemplo inigualable de fraternidad y humanismo. Todo ello se percibe leyendo su mastodóntico diario y su libro Naturaleza, manifiesto del trascendentalismo, su ponencia «El escolar americano», pionera en unos Estados Unidos en pos de forjarse una cultura propia, y su discurso en la Facultad de Teología de Harvard en que criticó la religión institucionalizada.
Esta conducta valiente y su filosofía optimista atraviesan, de forma vívida y emocionante, Ojos llenos de alegría, en que Toni Montesinos aborda la vida y obra del considerado fundador de las letras norteamericanas, que tanto influyó en autores como H. D. Thoreau, Walt Whitman o L. M. Alcott. Un hombre heroico y familiar, comprometido en su búsqueda intuitiva de la Verdad –dentro de una etapa marcada por la política, la esclavitud y la guerra–, en servir al prójimo y en hallar lo divino por doquier y en el interior de cada ser humano.
Por cortesía de Ariel, les ofrecemos un fragmento del primer capítulo.
La poderosa imagen de dos árboles estirándose hacia el cielo y que, unidos solo por la raíz, van separando sus troncos gemelos hasta formar una uve gigantesca en cuya base alguien ha instalado románticamente un banco, preside la entrada de la Concord School of Philosophy. Una uve que, para quien busque inspirarse en aquellos escritores que se reunían en tal lugar para compartir ideas y que llegaron a revolucionar el pensamiento moral, literario, religioso y hasta sociopolítico de Estados Unidos —los llamados trascendentalistas—, únicamente puede ser la señal de la Verdad.
Estos árboles, a través del tiempo de sus anillos nos llevarían de viaje más de un siglo y medio atrás, a ese pueblito de Massachusetts donde, un buen día de 1845, Henry David Thoreau pidió prestada un hacha a un vecino: simplemente, vivir allí, para saber permanecer y mantenerse allí, para sentir allí lo que el destino le tenía reservado y, por supuesto, para escribir sobre ello: sobre su despertar y su anochecer en Walden Pond, su cotidianidad en el bosque a la hora de alimentarse, o navegar en canoa, o fabricar aquello que necesitara, o administrar sus recursos. Pero también, como resultado de ese enfrentamiento directo con los elementos y el mundo abierto y libre e infinito, sobre cómo alcanzar la verdad de la vida frente a la naturaleza, frente a los propios pensamientos, frente a la memoria, frente a la soledad; como si el acto fuera la puesta en práctica de la frase de Emerson de su primera serie de ensayos, de 1841: «Si vivimos de verdad, entonces podemos ser de verdad»; por más que este aprendizaje no fuera un objetivo en sí mismo para el escritor, aunque ciertamente existiera la intención de sugerirlo siempre. Una vida que, como escribirá en el capítulo titulado «Ilusiones» de su libro , antes que reglas aplicables, es celebración y a la vez «una sucesión de lecciones que deben ser vividas para ser comprendidas. Todo es un acertijo y la clave de un acertijo es otro acertijo».