Se llamaba Clotilde y nació en el año 474. Como la mayoría de las mujeres de su tiempo, su vida no fue precisamente fácil, a pesar de ser hija de Chilperico II, el entonces rey del pueblo germano de los burgundios.
Y es que tras morir sus padres a manos de su tío Gundebaldo y asistir al exilio forzoso de su hermana Crona, la propia Clotilde tuvo que huir para salvar su vida, convirtiéndose en la mujer del rey franco Clodoveo. Gracias a ella, su esposo y reinos francos de Galia se convirtieron al catolicismo, motivo por el que Clotilde recibió el título de «hija primogénita de la Iglesia».
Una religión que no trajo la paz, porque, tras morir su marido, sus hijos y nietos se enzarzaron en una guerra civil por la sucesión al trono. Finalmente, triste y desengañada, Clotilde se retiró al monasterio de Tours donde pasó el resto de su vida dedicada a la oración y al cuidado de los enfermos, hasta su fallecimiento el 3 de junio de 545.
Y ya está. Poco más de su vida nos cuenta el cronista Gregorio de Tours en su magna obra Historia de los francos. Diez tomos donde se repasa la vida y trayectoria de la dinastía merovingia. Pero la de los hombres, porque sobre sus mujeres, las reinas, el mutismo es casi absoluto.
IDENTIDADES DESCONOCIDAS
No es un hecho aislado. Tampoco sobre las reinas visigodas de Hispania sabemos algo más que meros retazos o pasajes, casi siempre extraídos de historias masculinas mucho más completas. Así, por ejemplo, gracias a un pésame sabemos que la esposa del rey Gundemaro se llamaba Hilduara y, por un epitafio escrito por el obispo Eugenio de Toledo, que el rey Chindasvinto estuvo casado con una tal Reciberga.
El propio san Isidoro de Sevilla, en su obra omite los nombres de las