Cuando creíamos haber perdido de vista los peinados con corte mullet y los pantalones de campana –menos se perdió en la guerra–, las generaciones más jóvenes se encargan de llevarnos la contraria. Por doquier, camisetas con logotipos de Parque Jurásico y fotos de los Backstreet Boys, que nos recuerdan aquellos viernes de videoclub y playbacks del colegio. Eran los días de las competiciones de tazos, los patines de cuatro ruedas y los cementerios de tamagochis. Las noches de series familiares, que estrenaban episodio de semana en semana y cuyo horario se consultaba en el teletexto. Todavía grabábamos películas en VHS y escuchábamos música en el discman; jugábamos a la Nintendo, luego a la Play; había disquetes de ordenador y cambiábamos con asiduidad el salvapantallas de Windows. Todo aquello hacíamos, y tres décadas más tarde, los 90 vuelven a estar de moda, por aquello de que la memoria es selectiva y la nostalgia se impone al espanto.
Vamos con la melancolía gastronómica. Este no es un reportaje sobre comida viejuna: ni cócteles de gambas ni huevos rellenos acapararán