El refugio de las promesas de Dios
Por Sheila Walsh
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La talentosa maestra en temas de la Biblia y motivadora de Women of Faith [Mujeres de Fe], Sheila Walsh, ofrece poderosas enseñanzas llenas de sentimiento sobre diez promesas básicas de Dios, que dan fundamento a la confianza, alegría y esperanza diarias.
En El refugio de las promesas de Dios, Sheila muestra, a partir de las Escrituras, lo que Dios nos ha prometido, lo que significan las promesas de Dios, y cómo los encuentros con Cristo son la realización eterna de su continuo compromiso con nosotros. En este fascinante caminar a través de las historias más maravillosas de la Biblia, Walsh revela diez promesas fundamentales de Dios que dan seguridad a nuestras vidas inclusive durante los momentos más difíciles. Sheila entreteje el sello personal de su narrativa, su inspiradora experiencia personal y las Escrituras para ayudar a los lectores a aumentar esa confianza en Dios que les sostendrá durante toda la vida.
Sheila Walsh
Sheila Walsh is a bestselling author, Bible teacher, three-time Grammy nominee, and television host who has spoken to over six million people around the world. She cohosts several shows, including Praise and Better Together, on TBN, America's most-watched faith and family channel. Sheila's books have sold nearly six million copies and include It's Okay Not to Be Okay, Praying Women, and The Hope of Heaven.
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El refugio de las promesas de Dios - Sheila Walsh
Este libro está dedicado a una de mis amigas más preciadas, Ney Bailey. Estaré eternamente agradecida por las muchas maneras en que tu vida es un recordatorio radiante de las promesas que Cristo me ha dado.
CONTENIDO
Reconocimientos
Introducción: En la hendidura de la roca / Una noche sola en la tormenta
1. Promesas, promesas / Necesito algo a qué aferrarme
2. Provisión / No tengo suficiente
3. Paz / Tengo miedo y me siento sola
4. Confianza / No puedo ver el plan de Dios en este dolor
5. Amor / No creo que alguien pueda amarme en realidad
6. Gracia / He fracasado
7. Esperanza / Estoy hecha pedazos
8. Fortaleza / Siento que lo que me rodea está derrumbándose
9. Más / Sé que hay algo mejor
10. Hogar / Tengo un futuro
Notas
Estudio bíblico
Acerca de la autora
RECONOCIMIENTOS
Estoy sumamente agradecida al equipo que trabajó conmigo en esta jornada que ha cambiado mi vida por medio de la Palabra de Dios:
Brian Hampton, gracias por tu liderazgo y visión.
Bryan Norman, siempre das mucho más de lo que se te pide, ¡pero esta vez diste dos vueltas alrededor del planeta Tierra! Gracias, Bryan.
Jeanette Thomason, gracias por vaciarte sin reservas en este proyecto.
Jennifer Stair, tu esmerada atención al detalle es un regalo sin igual.
Michael Hyatt y el equipo completo de Thomas Nelson, es un privilegio estar en compañía de personas tan creativas.
Mary Graham y la familia de Mujeres de Fe, gracias desde el fondo de mi corazón por la plataforma que me han dado para compartir el amor y la gracia de Dios con miles de mujeres a través de todo el país.
Barry Walsh, estoy muy agradecida a ti, por lo mucho que te ha gustado este libro. Me ayudaste en cada paso del camino, y gracias a ti, el proyecto final es mucho más sólido. ¡Gracias!
Mi gratitud más profunda es a ti, Señor Jesucristo. Gracias porque podemos aferrarnos a tus promesas y encontrar en ti refugio para nuestras vidas.
Introducción
EN LA HENDIDURA
DE LA ROCA
Una noche sola en la tormenta
Cerca de mí hay un lugar sobre una roca —añadió el Señor—. Puedes quedarte allí. Cuando yo pase en todo mi esplendor, te pondré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano, hasta que haya pasado.
—É
XODO 33.21–22
Ya sea el Hotel Ritz Carlton o un Motel 6, todo viajero sabe la importancia de encontrar refugio en la noche, un lugar donde descansar, para resguardarse del clima o solamente por un día, y para darle la bienvenida a la promesa del amanecer y al esplendor de una nueva mañana.
Yo lo sabía, aunque solo tenía dieciocho años de edad.
Así que cuando abordamos el tren en Ayr, el lugar donde vivíamos, en la costa oeste de Escocia, mis amigas de la escuela secundaria —Linda, Moira— y yo, acarreamos una colección impresionante de sacos para dormir, mochilas y equipos para acampar y nos dirigimos a nuestro campamento femenino. Si crees que se trata de muchachas exploradoras, mejor piensa en algo como la serie de televisión Los nuevos ricos. Ya al atardecer, la palabra refugio estaría en nuestras mentes. Primero cambiaríamos de trenes en Glasgow, con destino a Aviemore, el cual se encontraba en el mismo centro del Parque Nacional de Cairngorms.
Las Cairngorms, ubicadas en las tierras altas del este de Escocia, son cinco de las montañas más elevadas de ese país, cada una de ellas lejana y hermosa. Incitaban a una aventura por lo que me entusiasmó explorarlas, con la esperanza de ver a un águila real o a un gran búho blanco.
Me encantaba la idea de ser exploradora. Como crecí en la costa oeste de Escocia, admiraba a los hombres y mujeres que se aventuraban con lo desconocido, particularmente aquellos que vivieron para contar sus historias. Al ver las escarpadas y agrestes Cairngorms, aún con sus olas de nieve sobre las cimas, pensé: «Esto no va a ser fácil, lo de vivir para contar la historia». Sin embargo, la idea siguió atrayéndome.
Linda, Moira y yo salimos del tren, para caminar por un territorio totalmente nuevo. Decidimos tomarlo con calma esa primera noche, caminando solo cuatro kilómetros hacia la cordillera. Lo agreste del lugar nos advertía de una manera tácita y siniestra que debíamos armar nuestras tiendas de campaña mientras hubiese suficiente luz del día. Aun desde la plataforma del tren, nos asombró ver las altas mesetas de Braeriach y las enormes laderas de las montañas Cairngorms. Ahora, mientras nos dirigíamos hacia las montañas y ascendíamos, estábamos rodeadas de rayos solares intermitentes con nieblas que se retorcían y sombras profundas plateadas en las hendiduras, brillando con residuos de nieve. Los lugares más recónditos revelaban los precipicios desolados, los barrancos de granito rojo y las fauces escabrosas de la montaña.
Antes de subir, encontramos algo que parecía un buen lugar para acampar esa noche, entonces hicimos una pequeña fogata para hervir agua porque, hasta en la selva, las escocesas necesitamos nuestra taza de té. Antes de meternos en nuestras tiendas individuales de campaña, quise celebrar esa noche hermosa. Así que subí al punto más panorámico para ver el sol esconderse detrás de las montañas.
Entonces volví a bajar para meterme en mi saco de dormir, prendí mi linterna y leí uno de mis salmos favoritos. Llamado «Cántico de los peregrinos», el Salmo 121 parecía muy adecuado:
A las montañas levanto mis ojos;
¿de dónde ha de venir mi ayuda?
Mi ayuda proviene del Señor,
creador del cielo y de la tierra.
No permitirá que tu pie resbale;
jamás duerme el que te cuida.
Jamás duerme ni se adormece
el que cuida de Israel.
El Señor es quien te cuida,
el Señor es tu sombra protectora
De día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
El S
EÑOR
te protegerá;
de todo mal protegerá tu vida.
El S
EÑOR
te cuidará en el hogar y en el camino,
desde ahora y para siempre.
En aquella selva, con la oscuridad más profunda que te puedas imaginar y con toda clase de sonidos extraños —pájaros asentándose para pasar la noche, el ruido de las ramas de los árboles causado por las brisas de las montañas, el crujir de la hierba por el paso de un animal horripilante que no puede ser percibido—, todo me hizo temer que había hecho reservaciones para pasar la noche en mi saco de dormir. Aun así, el Salmo 121 me confortó y pude dormir profundamente y en paz con una imagen clara en mi mente de ese lugar hermoso.
Cuando desperté, tenía frío y estaba lloviznando afuera. Llovizna es el nombre que le damos a cierta clase de lluvia en Escocia. No es lo suficientemente sustancial para ser una lluvia razonable, pero aun así se las ingenia para dejarte empapada. Así que decidí cambiarme de ropa y ponerme una más abrigada para el día, mientras Moira calentaba una lata de frijoles al horno y asaba unas salchichas ensartadas en palitos sobre la fogata. Recogí un poco de agua del arroyo para hacer té y comimos mientras observábamos nuestro mapa. Apenas determinamos dónde estábamos y dónde queríamos estar para el atardecer, empezamos a empacar e iniciamos nuestro primer día de expedición.
La caminata fue difícil ese día y no solo por la llovizna. El viento soplaba directamente a nuestras caras. A veces, no podíamos ver por dónde íbamos. Sin embargo, para el atardecer, logramos caminar dieciséis kilómetros conscientes de que necesitábamos encontrar un lugar para acampar y refugiarnos del viento.
Apenas sujeté bien mi tienda de campaña, traté de empezar una fogata, por lo que las demás hicieron lo mismo.
Tratar fue lo mejor que pudimos hacer. El viento sopló y sopló; a veces, sonaba como un lobo aullando en las montañas. Mientras estaba sentada en medio del frío y la oscuridad, con los vientos soplando por doquier, le recordé a Dios su promesa en cuanto a «no dormirse, no adormecerse y cuidarme». Entonces, viendo que no había nada más que hacer, Linda, Moira y yo decidimos que debíamos tratar de evadir la tormenta yéndonos a dormir temprano esa noche. Me puse dos suéteres sobre mi sudadera y me interné en lo más profundo de mi saco de dormir. Escuché el viento soplar por un tiempo, antes de quedarme profundamente dormida.
De repente, me desperté esa misma noche en un estado de confusión. Al principio no podía recordar dónde estaba, pero lo más apremiante era que algo pesado estaba sentado sobre mí. Casi no podía respirar. Busqué mi linterna palpando en la oscuridad y dirigí la luz hacia el techo de mi pequeña tienda de acampar. Algo afuera estaba aplanándome a mí y a mi tienda, y yo estaba aterrorizada. Traté de llamar a Moira o a Linda para que me ayudaran, pero el viento estaba muy ruidoso y me sentí ahogada por el peso que presionaba mi rostro y mi pecho. Sacudí mis rodillas fuera de mi saco de dormir y empujé contra la pared de la tienda de campaña hasta que pude salir de aquella presión. Entonces salí de la tienda arrastrándome para ver qué era lo que había causado todo aquello.
¡Casi salto de mis botas Wellington cuando quedé cara a cara con una oveja gigantesca! No sé cuál de las dos quedó más sorprendida, pero la oveja se normalizó más rápido que yo y evidentemente iba a reposar toda la noche sin ninguna intención de pararse. Todavía no estoy segura de que ella tuviera la intención de recostarse sobre mi tienda de campaña para tomar una siestita o si es que el viento me la tumbó. Traté de mover su cuerpo lanoso sin éxito; además, no había razón para despertar a Moira o a Linda. No había espacio para otra persona en ninguna de sus tiendas de campaña.
¿Qué hacer? No pensé que hubiese sido sabio unirme a la oveja en su recostadero, así que saqué mi saco de dormir de la tienda y traté de hacer un plan. El problema verdadero era el viento. Sabía que no podía dormir totalmente expuesta a los elementos. Pero recordé haber visto una cueva excavada en un lado de la montaña cuando estábamos examinando el terreno. Usando mi linterna, pude regresar a esa cueva. Después de cerciorarme de que no estaba uniéndome a nada que pudiese verme como merienda de medianoche, entré a gatas.
Me puse tan cómoda como pude con mi saco de dormir y permanecí allí el resto de la noche. Aunque el viento siguió aullando afuera, la cueva estaba excavada de tal manera que yo estaba totalmente protegida. Era el lugar más inseguro de todos, pero cuando parecía estar sumamente expuesta y desplazada, descubrí que estaba más cómoda que en cualquier otro sitio.
Dentro de poco tiempo, una vez más quedé profundamente dormida.
A la mañana siguiente, una luz brillante entró paulatinamente a la cueva donde dormía. Salí de mi saco de dormir a gatas para ver el sol, dorado y brillante, ponerse sobre las siluetas azules y moradas de las montañas. La leve y calmada tranquilidad y majestuosidad, me sorprendió después del vendaval de la tormenta nocturna. Sentí como si Dios me estuviera diciendo: Buenos días, Sheila. ¿Descansaste bien? Te mantuve en la hendidura de la roca solo para esto, para que tú y yo lo disfrutáramos juntos.
Recuerdo haberme sentido con paz y amada, segura y protegida, además de perdonada.
Luego escuché que mis amigas estaban llamándome asustadas y confundidas. Me sentí impelida por aquel regalo sin igual: el despliegue del resplandor matutino exclusivamente para mí. Sin embargo, estaba tratando de explicarles a Moira y a Linda que su amiga y compañera de viaje no se había transformado en la Gran Bertha, la oveja de la montaña.
Al final completamos nuestra expedición y aprendimos lo valioso que eran un suéter grueso y una abundante cantidad de té. Pero más que eso, Aviemore me recuerda que cada uno de nosotros somos viajeros que recorremos este mundo. Cada día vamos rumbo a algún lugar, como mis amigas y yo en esos trenes hacia las montañas Cairngorms. Unas veces nuestro espíritu aventurero quiere explorar, para ver cuán lejos podemos llegar, cuán alto podemos escalar. Otras veces tenemos que cambiar de tren. A veces la vía en que estamos viajando se descarrila. Hay accidentes. La vida pasa. Caminamos hacia lo desconocido con temor. Quedamos cansados y agotados, confundidos y hasta deambulamos. Perdemos nuestro camino. El peso de la vida nos oprime. Vienen tormentas. No consigues ese trabajo que esperabas. El hombre que amas no te corresponde o no comparte la vida tan íntimamente como deseas. Tus hijos, a pesar de lo mucho que los adoras, toman un camino que nunca hubieses escogido para ellos. Tu amiga no está contigo cuando más la necesitas. Las cuentas siguen llegando y no sabes cómo pagarlas. Tu salud se deteriora. Un ser querido fallece. Quieres lograr grandes cosas, pero no sabes cómo ni dónde empezar. Tienes sueños grandes, pero no logras engendrarlos o hacerlos realidad. O quizá las cosas parecieran estar cómodas, pero anhelas mucho más: esa cima de la montaña, la salida del sol.
¿Dónde está tu cántico de los peregrinos? ¿Dónde está el refugio que Dios prometió en el Salmo 121, su ayuda, su ojo vigilante cuidándote tanto en el hogar como en el camino, su protección de todo mal?
A menudo pienso en ese misterio y en la cueva en las afueras de Aviemore que me dio refugio durante la tormenta, en la noche oscura controlada por la lluvia. Lo que más me impresionó es que, en la tormenta y bajo presión, Dios me llevó a un ambiente de descanso, comodidad y, más importante aún, a un lugar de belleza absoluta. Aun en medio de incomodidad, desilusión y desplazamiento, me mantuvo a salvo. Y desde la hendidura de esa roca, un nuevo día amaneció, una vislumbre de esplendor y gloria, y un momento tan hermoso de comunión con Dios, que supe que me amaba profundamente, íntimamente y con seguridad, tan segura como la roca sobre la cual estaba parada.
En la tormenta y bajo presión, Dios me llevó a un ambiente de descanso, comodidad y, más importante aún, a un lugar de belleza absoluta.
1
PROMESAS, PROMESAS
Necesito algo a qué aferrarme
L
A PROMESA
Todas las promesas que ha hecho Dios son «sí» en Cristo. Así que por medio de Cristo respondemos «amén» para la gloria de Dios.
—
2
C
ORINTIOS 1.20
Cuando meditas en las promesas, lo menos que quieres es pensar en lo que está quebrado, en el quebrantamiento. Es de naturaleza humana querer algo seguro y que alguien respalde tal certidumbre, que lo garantice, sin preguntas. Pero solo Dios puede pensar en lo inconcebible, para demostrarnos que lo imposible es posible, que existe una clase de quebrantamiento que mantiene todo unido y en el que las promesas son cumplidas.
Pero me estoy adelantando.
Para mí, decidir estudiar las promesas de Dios a profundidad, empezó con una carta. En estos días consigo muy pocas cartas en mi buzón. La mayoría de mis amigos se comunican por correo electrónico o por mensaje de texto, así que un sobre escrito a mano sobre mi escritorio era algo novedoso. Lo recogí y lo abrí con curiosidad. Y lo empecé a leer.
Nunca había conocido a la mujer que me escribió, pero al parecer ella me escuchó hablar en una actividad y sintió una conexión conmigo. Escribió sobre algunas de las adversidades que había estado enfrentando durante unos cuantos años ya. No eran pequeñeces: enfermedad, dificultad financiera y la disolución de su matrimonio. Entre todas esas dificultades, una línea captó mi atención por su profunda simplicidad: «No hubiese podido llegar hasta aquí sin las promesas de Dios».
«No hubiese podido llegar hasta aquí sin las promesas de Dios».
Leí su carta nuevamente. Por una parte, había un enorme dolor humano. Por la otra, palabras escritas en papel acerca de un Dios que no podemos ver y de la ayuda invisible del Espíritu Santo. Para algunos, la balanza habrá parecido estar desequilibrada; las dificultades tangibles de su vida dejaron su cuerpo, alma y corazón completamente despojados. Aun así su confianza era contundente, hermosa y casi desgarradoramente persuasiva. Sus palabras no eran ilusorias, sino una proclamación que ha sido vivida a base de lágrimas y sin duda alguna.
Me vinieron a la mente amigas y personas que he conocido a través de mis treinta años de hablar a mujeres alrededor del mundo. Me acordé de personas que habían enfrentado circunstancias difíciles similares y que lucharon para encontrar esperanza en medio de sus problemas. He leído las notas que me han dejado en mi página de Facebook, notas que me han deslizado en la mano al final de una actividad. Desde las cuevas oscuras de un sinnúmero de corazones, he escuchado el mismo grito primordial, las mismas preguntas una y otra vez:
¿Me ha olvidado Dios?
¿Tiene importancia mi vida?
¿Hay un plan en medio de este desastre?
¿Cómo lo voy a hacer?
¿Cómo sé que a Dios le importa mi familia?
¿Qué va a pasar cuando muera?
¿Moriré sola?
¿Qué pasará si sobrevivo a mis hijos?
¿Por qué Dios no me sana de la depresión?
¿Por qué Dios no ha restaurado mi matrimonio?
¿Cómo sé si siquiera Dios ha escuchado mi oración?
Queremos creer que Dios lo ve todo, nuestras entradas y salidas, nuestras noches y nuestros días, como lo dice el Salmo 121. Y necesitamos saber y sentir desesperadamente que sus promesas son válidas aun en las noches más oscuras. Creemos que Dios nos ama, pero aún nos suceden cosas malas. Hay consecuencias y efectos secundarios, daños y heridas, un dolor que corre tan profundamente que ante su presencia, el recuerdo de las tormentas, invade nuestras vidas una y otra vez.
Los fracasos, desilusiones y pesares nos mantienen preguntándonos: ¿Seguirán firmes las promesas de Dios cuando todo lo demás se esté derrumbando? ¿Qué es exactamente lo que nos promete? ¿Podemos confiar que va a cumplir sus promesas?
Los fracasos, desilusiones y pesares nos mantienen preguntándonos: ¿Seguirán firmes las promesas de Dios cuando todo lo demás se esté derrumbando?
LA PROMESA QUE PERMANECE PARA SIEMPRE
Nuestra profunda necesidad de respuestas afirmativas a esas preguntas, nos afectó durante el tiempo en que mi suegro, William, vivió con nosotros. Aunque nunca lo expresamos verbalmente, mi esposo Barry y yo supusimos que su mamá iba a sobrevivir a su papá, ya que William era doce años mayor que Eleanor.
Pero eso no fue lo que sucedió. Eleanor fue diagnosticada con cáncer a los sesenta y siete años de edad, por lo que solo vivió dos años más.
Conservo