Sobre las personas y la vida
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«Este libro es una recopilación de las colaboraciones de Jesús Alcoba González aparecidas en El Economista y Dirigentes Digital durante dos años y que se han recogido aquí para formar un único volumen. Se trata de un conjunto de textos que comparten elementos comunes y giran en torno a las reflexiones del autor sobre las personas, las organizaciones y la vida en general. Principalmente, el libro se centra en cómo el ser humano se enfrenta a la tarea de vivir y, más aún, a la de intentar desarrollarse como persona. Este interés por el deseo de crecimiento o desarrollo humano es una constante en el autor, que ya desarrolló en su libro anterior, Conquista tu sueño (Edaf), así como en diferentes conferencias y publicaciones. El presente libro busca acercar al lector a aspectos de la vida tales como la creatividad, los objetivos vitales que el ser humano se plantea o el cambio personal. Las ideas, consideraciones y análisis que sobre el tema se exponen aquí están siempre basados en estudios de carácter científico. La pertinencia de los temas no parece necesitar justificación: ¿quién no se imagina a veces como alguien mejor a como realmente es?, ¿cómo es posible que algunas personas consiguen lo que se proponen y otras no?, ¿qué hay detrás de la creatividad?, ¿qué da sentido a lo que hacemos? El autor busca dar respuesta a estas preguntas y otras muchas desde una perspectiva científica fundamentada en investigaciones basadas en diferentes disciplinas tales como la Neurociencia, la Psicología y otras ramas de la Ciencia. El libro está organizado en capítulos que se ocupan de los distintos aspectos que se han señalado anteriormente, los cuales van llevando al lector por diferentes caminos que le permitirán adentrarse en el increíble viaje del ser humano hacia la vida que siempre ha soñado.»
Susana Montero Méndez en la Nota de introducción
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Sobre las personas y la vida - Jesús Alcoba González
1.REALIDAD Y FICCIÓN
Matrix o la mente humana
Matrix es una película en la que los seres humanos han perdido la guerra contra las máquinas, y estas han confinado a la inmensa mayoría de la raza humana a permanecer conectada a un gigantesco dispositivo que extrae energía eléctrica de cada cerebro para que las máquinas puedan vivir. Para que no haya rebeliones se ha inducido a cada persona una fantasía, que es la vida que vivimos. Por tanto, según el argumento, no vivimos en la vida real sino dentro de una ficción que parece real.
Hace muchísimo tiempo que Platón ya nos dijo que no captamos los acontecimientos como son, sino que tan solo vemos sombras sobre la pared de una caverna. La realidad, suponiendo que tal cosa exista, se nos escapa como el agua se escurre entre las manos. Hoy sabemos que no vemos las cosas como son, porque por ejemplo todos los colores más allá del violeta o por debajo del rojo no son captados por el ojo humano, de la misma forma que el oído tampoco capta los ultrasonidos. Más allá de eso, los seres humanos construimos representaciones del mundo que nos rodea y, aunque parezca mentira, no actuamos directamente sobre la realidad, sino sobre esos modelos simbólicos. El mundo, tal y como lo percibimos, no existe.
Platón tenía razón, pero lo que no nos dijo es hasta qué punto estas sombras que vemos son diferentes para cada persona. Últimamente la ciencia ha comenzado a dejar de estar tan interesada en el estudio de la memoria para interesarse en el estudio de los recuerdos, y nos hemos dado cuenta de que la memoria episódica, la que registra los acontecimientos, dista mucho de guardarlos con fidelidad. El cerebro comprime y distorsiona lo que nos ocurre construyendo sentido. Y por eso, por ejemplo, todos tenemos recuerdos falsos. Cosas que no sucedieron exactamente como las recordamos, sino que fueron modificadas por la mente para encajar dentro de un argumento. Del argumento de nuestras propias vidas.
La conclusión de todo esto es que el ser humano vive en una especie de burbuja que es el contexto de su propia subjetividad: vivimos en Matrix.
La buena noticia es que a menudo pensamos que vivimos en un mundo de cifras y letras donde las cosas son exactas, medibles y objetivas, pero en realidad, afortunadamente, eso no es cierto. O al menos no lo es completamente, porque todo es interpretable y porque todo depende de quien sea el que analice un determinado acontecimiento o un comportamiento, y por supuesto la situación en la que se encuentra un equipo o una empresa.
Tanto si las cosas nos van muy bien como si nos van muy mal siempre es bueno recordar lo relativo que es todo, y siempre es bueno dejarse contagiar por las visiones que de la misma realidad tienen otras personas. Comprender estos hechos y profundizar en ellos es una de las claves de la comunicación, de la construcción de conocimiento compartido y de la cohesión grupal.
Vivimos en una película
Se sospecha que la amplia mayoría de la actividad neuronal se invierte en elaboraciones internas. Considerando la actividad global del cerebro puede que sea poco, comparativamente hablando, el esfuerzo que dedicamos a registrar lo que ocurre fuera. Es más, cuando vemos una acción, la imaginamos o la ejecutamos, los circuitos cerebrales implicados parecen ser los mismos, y es posible que esto sea cierto también para las emociones. Por eso podemos sentir miedo frente a una pantalla o emoción al leer un libro. Hacer, ver, imaginar, sentir, todo está conectado de una forma íntima para el cerebro, que parece no distinguir demasiado entre realidad e imaginación. Tanto es así que hay quien ha conseguido entrenarse únicamente pensando en el entrenamiento. También sabemos que solo el hecho de imaginarnos comiendo un alimento ya produce una cierta saciedad, por sorprendente que pueda parecer. Quizá por eso al final muchos de nuestros sueños tienen una alta probabilidad de convertirse en realidad si nos concentramos en ellos durante el tiempo suficiente. Y por eso, entre otras cosas, no importa demasiado lo que ocurre fuera, porque lo que de verdad importa es cómo vemos nosotros las cosas, cómo imaginamos el mundo y cómo enfocamos la realidad. Y de ahí que sea imposible que una botella contenga exactamente la mitad de su capacidad. Siempre habrá quien, a pesar de que la medida sea precisa, la verá medio llena, y quien la verá medio vacía. Y quien la ve medio llena será feliz porque aún le queda mucho contenido, mientras que quien la ve medio vacía estará amargado porque le queda poco. Ver, actuar, imaginar, sentir, forman parte de un mismo todo, de la película en la que cada uno vive.
Algunos viven en películas épicas, otros en tragicomedias, no pocos viven en series de televisión y algunos otros viven en modestos cortometrajes. Pero a menudo no somos conscientes de que esa película es la de nuestra vida, y de que la medida en que está hecha depende casi exclusivamente de nosotros. De que decidamos ser una cosa u otra: actor principal, secundario… o parte del atrezzo.
Y usted, ¿en qué película vive?
Acelgas y comunicación
Cuando escuchamos, cuando miramos o cuando hablamos, cuando sentimos, lo hacemos desde nosotros mismos, desde nuestro mundo, desde nuestra película que, claro, no coincide con la de los demás. Además, y como es lógico, nadie quiere ser el malo de su propia película. No es en absoluto improbable que siete personas que acuden a la misma reunión salgan de ella con siete conclusiones diferentes. O que dos personas que viven un conflicto cierren una discusión con el convencimiento de que la razón les asiste. Schwanitz dijo que en el peor momento de un conflicto, cuando solemos pensar que somos radicalmente opuestos a nuestros enemigos, es cuando más nos parecemos a ellos. Y eso es así porque cada uno vive su propia película.
Cómo cada uno construye su realidad es un fenómeno que dista mucho de ser sencillo, porque el ser humano es una criatura compleja. Palabras como sangre o sexo no tienen el mismo significado para dos personas diferentes, porque una cosa es el significado lógico y otra el significado psicológico. Alguien que ha pasado meses a dieta habrá acabado generando una reacción negativa contra una inocente palabra como acelga. Y sin embargo, para el empresario que vive de ellas la misma palabra tomará una tonalidad afectiva completamente diferente, porque es la base de su sustento y por tanto de su vida. De nuevo, las películas difieren y, desde ese punto de vista, es casi un milagro que nos entendamos.
Cuando hablamos tendríamos que ser más conscientes de que lo hacemos desde nuestra propia película, y de que al hacerlo escogemos una serie de palabras que para nosotros tienen un determinado significado, pero que puede que para otras personas signifiquen otras cosas.
Por eso es tan importante en las organizaciones cuidar los mensajes que se dirigen a los equipos. Las cosas no se pueden decir ni en cualquier momento ni de cualquier manera porque puede ocurrir, y de hecho demasiadas veces ocurre, que la visión que transmite la dirección no es entendida, y por tanto tampoco es compartida, por el resto de la organización: la película tiene que ser la misma para todos, porque si cada uno desarrolla su argumento individualmente el guion será indescifrable.
Y a nadie le gusta una mala película.
De qué hablamos cuando hablamos
En el interior de la mente de las personas hay paisajes inmensos, enormes mapas de la realidad en los que cada uno de nosotros habita y que usamos para conducirnos por la vida. Como seguramente usted sabe, los seres humanos no vivimos en el mundo, sino en una construcción mental que cada uno de nosotros hace de la realidad, una especie de maqueta gigante que reproduce los objetos, personas y acontecimientos que nos rodean. Por extraño que parezca, cuando usted camina por su casa no recorre su hogar, sino una recreación que es únicamente suya y que el resto de individuos no necesariamente comparte.
Si quiere hacer una prueba de este hecho pida a las personas que viven con usted que dibujen un plano de la vivienda. Con independencia de la habilidad pictórica de cada uno, enseguida se dará cuenta de una cosa: los planos no coinciden. Esto es así porque cada uno de nosotros ve la vida de forma diferente y se representa el mundo de una manera distinta: cada uno vive en su propia maqueta y rara vez somos capaces de viajar a las maquetas de otras personas, en ese prodigio humano tan necesario y sin embargo escaso que se llama empatía. Así, palabras como familia, dieta, playa, dinero, medicina o deporte no tienen exactamente el mismo significado para todo el mundo, puesto que cada persona aporta su propia subjetividad a esos términos dotándolos de un significado único. De hecho, teniendo en cuenta este fenómeno es casi un milagro que nos entendamos.
Leí en alguna parte que las metáforas son la base de la forma en la que vemos el mundo. Pues bien, esas metáforas son cruciales para comunicarnos con otros, tanto en nuestra vida profesional como en la personal. Piense por un instante, por ejemplo, en cuál es la metáfora que usted mantiene sobre su organización. Observe que cada metáfora transmite un mensaje distinto: para algunas personas la empresa es un organismo vivo. Obviamente un organismo vivo es cambiante y de ello se deduce que no debería haber reglas muy estrictas; por otro lado, los organismos vivos enferman, y esto autoriza a la empresa, al equipo, a descentrarse en momentos de fiebre o depresión. Otras personas prefieren la metáfora de la familia, y así es que hay empresas en las que la antigüedad es lo más importante; en estas empresas hay dinastías, y el conocimiento y el mando van fluyendo de unas personas a otras como de padres a hijos en círculos bastante cerrados. Una tercera metáfora es la del barco: los barcos tienen un rumbo, y por tanto se espera de los miembros del equipo que remen en la misma dirección; además, en los barcos es esencial asegurarse de no perder a ningún marinero en medio de la tormenta, porque todos son necesarios. Para otras personas la empresa es un ejército en tiempos de guerra, y de ahí que estén constantemente buscando enemigos a los que aplastar; viven en un mundo táctico, urdiendo estratagemas para ocultar sus verdaderas intenciones y sorprender al adversario en lugar de pensar sobre su estrategia.
La lista sería interminable, pero lo más importante no es cada metáfora en sí, sino que reflexionemos sobre qué visión del mundo, del mercado y de nuestra empresa transmitimos a las personas que trabajan con nosotros: las palabras que escojamos son importantes porque están cargadas de significado. Con palabras se elaboran las leyendas de las organizaciones. Con palabras se teje la gran historia de cada empresa, la que le da sentido y consigue implicar a todos sus habitantes en la consecución de un objetivo común. Con palabras se motiva o se desmotiva, se seduce o se ofende y, al final, se gana o se pierde.
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