Ni colorín ni colorado
Por Rafael González
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Esta es una obra dedicada a quienes conocen los cuentos clásicos de Perrault, Andersen, los Hermanos Grimm... y reniegan de las versiones edulcoradas y mojigatas perpetuadas en los últimos cien años. Un homenaje inspirado por el ambiente oscuro y los elementos siniestros que impregnaban esas joyas de la literatura.
En la primera parte del libro, cada relato invita al lector a encontrarse con viejos conocidos de la niñez y descubrir qué fue de ellos después de ese "felices para siempre" en el que los abandonó tan confiadamente... Presentándole una versión adulta, que intenta imaginar cómo les habrían afectado las experiencias vividas en los crueles y despiadados cuentos originales.
La segunda parte, en cambio, propone sacar a los personajes de sus mundos infantiles y encontrar el género literario en el que encajaría mejor la trama del cuento. Y así Caperucita Roja, el Soldado de Plomo, la Sirenita y otros se convierten en personajes de novela negra, monstruos de terror gótico, protagonistas de mundos cyberpunk... sin olvidar el espíritu de la historia original y el peculiar lenguaje de cada género.
El desafío está lanzado. Sólo tienes que abrir el libro y liberar al genio encerrado en sus páginas.
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Ni colorín ni colorado - Rafael González
Ni colorín, ni colorado
Rafael González
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Todos los derechos reservados.
Copyright 2015 © Rafael González
Primera edición: 2015
Diseño y foto de portada: David P. González © 2015
Edición a cargo de: Lucía Bartolomé
Índice
Introducción
Ni colorín, ni colorado
EL NIÑO PERDIDO
EL MAL CAMINO
LA PALABRA DADA
ESPÍRITU LIBRE
UNA MONEDA
LA MALDICIÓN DORMIDA
EL HONOR DEL HÉROE
VALOR FORZOSO
EL HIJO PRÓDIGO
Reflejos del espejo cuántico
LA SENTENCIA DE LA SELVA
LOS AMANTES CONSUMIDOS
LA VOZ QUE VINO DEL MAR
EL LOBO BUENO
LA TORRE
REFLEJOS ENVENENADOS
LA ESTRELLA
A Dolores, Pedro, Rafaela, Isidro y todos aquellos
que ya no están aquí para celebrar este logro.
Con todo mi agradecimiento para Rosa, Juan y Cristina,
por sus ánimos y consejos
Y a David González, Gisso, Liberando, Nínive, Ukiahaprasim y Verditia,
que sirvieron de lectores cero.
Introducción
Ni colorín, ni colorado comenzó con El niño perdido. Sin ese cuento esta obra habría resultado imposible, pues su escritura supuso el germen de toda la colección. La idea me surge a principios de 2011, mientras veía la película Hook; haciéndome pensar si el cuento no podría tener un final distinto. ¿Era aquella la solución natural a la victoria de Peter Pan sobre Garfio? ¿Qué función puede cumplir el héroe sin un villano al que combatir? Eso me llevó a pensar en cómo se las apañaría un universo organizado en torno a semejante conflicto, para completar el círculo y recuperar el equilibrio.
Cuando mis amistades leyeron el relato, sus opiniones me dejaron claro que había dado con un leitmotiv interesante; pero pasó bastante tiempo antes de que me planteara aprovechar esa idea. No sería hasta escribir Valor forzoso, más de un año después. Al imaginar ese nuevo epílogo
empieza a rondarme la cabeza el cómo aprovechar esos dos cuentos, y es entonces cuando empiezo a sopesar la posibilidad de crear una recopilación en torno a ese concepto. Pero ¿podría desarrollar el mismo proceso con otros cuentos clásicos? Y, lo más importante, ¿cuáles? Así que escribo una lista, repasando las versiones clásicas para empaparme de ese toque brutal que siempre las ha impregnado. De hecho, me pongo como fin ceñirme todo lo posible a esa crueldad con un propósito: el de sorprender a aquellos que sólo conocen la versión dulcificada del siglo XX, esperando que el contraste les resulte aún mayor. Sin embargo, aún no es más que un proyecto con posibilidades.
Pero, por suerte, esta vez no dejé que la idea se volviera a quedar dormida. No mucho. Sigo desarrollando proyectos que tengo a medias y, de vez en cuando, dedico unas horas a meditar cómo darle la vuelta a esos finales felices. Qué motivaciones de los personajes puedo exprimir. Cómo podría afectarles lo que les ocurre durante el cuento. Qué parte de su personalidad puede ocultar un reverso tenebroso. Proceso creativo que se dispara camino del otoño de 2012, cuando se suman El lobo bueno y La sentencia de la selva. Escritos en días consecutivos, hacen que me vuelque sobre las notas acumuladas en los cuadernos (para entonces ya tenía apuntes de sinopsis muy concretas para varios epílogos
, que sólo estaban aguardando a que los escribiera). Y, a medida que añado relatos al proyecto, nuevas ideas surgen. Llego al punto de abandonar lo que estoy escribiendo en ese momento, para dedicarles todo mi tiempo. Un par de cuentos se convierten en una docena.
Además, con El lobo bueno surge también el segundo apartado de la colección: esos relatos secuestrados de su mundo clásico y reinterpretados en universos distintos. En algunos casos elegí autores que me influenciaron en el pasado (Bradbury, Lovecraft...), mientras que para otros me basé en los elementos más característicos de un género concreto. Eso sí, procurando ceñirme siempre a la versión clásica de sus historias, aunque con tintes más adultos. Aunque, aparte del esfuerzo por imitar las voces de autores a los que admiro, lo más problemático fue decidir qué género podía ajustarse mejor a la historia de cada relato. De hecho, la versión de Caperucita se desarrolló así porque no quería un lobo antropomorfizado. Y, no sé cómo, me llegó la inspiración al pensar en él como un alienígena. De alguna manera, eso me llevó hacia la ciencia ficción de la edad dorada y, por último, a Bradbury. Un proceso que ha sido más fácil en unos casos (El soldadito de plomo, La Cenicienta...), y me supuso un dolor de cabeza en otros (Rapunzel). Pero al final puedo afirmar que he disfrutado a medida que veía encajar la trama del relato, e intentaba fantasear si sería así como habría contado la historia un escritor del género.
El resultado de esos meses de escritura incesante son los dieciséis relatos que ahora aparecen reunidos en esta recopilación. Peter Pan, la Cenicienta, Pinocho, Mowgli... vuelven ahora, para revelar qué les deparó el destino después del fueron felices
en el que los dejamos cuando éramos niños. Me temo que el reencuentro no será tan alegre como sería de esperar, pero confío en que resulte sorprendente.
Ni colorín, ni colorado
EL NIÑO PERDIDO
El niño permanecía al borde del acantilado, hecho un manojo de nervios. Les habían advertido una y mil veces que debían mantenerse apartados de aquel lugar, pero le resultaba tan difícil resistirse a la tentación... Al incorporarse tras la roca que le hacía las veces de parapeto dejó a la vista el alborotado pelo rubio y el nacimiento de su pecosa nariz. Asomó un poco más, y por fin pudo atisbar el escabroso fondo del precipicio. El rostro surcado de churretes se iluminó con aquella visión prohibida.
Entre los afilados rompientes yacían abandonados los restos de un viejo galeón. La cubierta, destrozada por el continuo azote del oleaje, dejaba a la vista las entrañas del cadáver de madera en descomposición. De sus mástiles sólo colgaban restos de velas desgarradas y cabos sueltos; en lo más alto del palo mayor, un trapo que antaño fuera de color negro aún conservaba trazas de una calavera y unas tibias cruzadas.
El niño se sacó del pantalón una enorme galleta saqueada de la despensa y empezó a comérsela por el borde que contenía más pepitas de chocolate. El rugido creciente de las olas anunció entonces que se disponían a acometer con más fuerza, así que volvió a incorporarse sobre la roca y, entusiasmado, gritó de felicidad al contemplar el espectáculo de la espuma cubriendo el pecio. Como tantas otras veces aulló en el momento en que el agua rompía contra la quilla del barco, intentando hacerse oír por encima del bramido del mar. Por supuesto, nunca lo conseguía.
Continuó agachándose y asomándose hasta que las últimas migajas de la galleta le resbalaron por la barbilla. Al instante se puso en pie, e inició la bajada a través de una escarpada senda que zigzagueaba por la pared de granito. Había descubierto ese camino varias semanas atrás, en una de sus escapadas furtivas a la Cala del Cocodrilo; arrastrado sencillamente por el deseo de ver con sus propios ojos el lugar de la batalla final contra los piratas. Poco importaban las advertencias que los mayores le repetían en la casa del árbol. ¿Y qué si el barco estaba maldito? ¿Cómo iba a atraparlo el fantasma del pirata, si él nunca subía a bordo? Confiado en esa idea continuó el descenso con una sonrisa nerviosa, escurriéndose como una anguila rubia por entre las rocas cubiertas de musgo y restos de algas. Agarrándose con fuerza cada vez que los golpes de viento salado azotaban el desfiladero e intentaban hacerle caer, o evitando a las recelosas gaviotas que le vigilaban desde sus nidos.
Apenas alcanzó el final de la serpenteante bajada, le sobresaltó un largo ulular cuyo hondo quejido