Espartanos: Los hombres que forjaron la leyenda
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En esta serie de seis breves biografías, el objetivo es descubrir la vida y obra de todos aquellos ilustres espartanos que protagonizaron gestas a la altura de la archiconocida batalla de las Termópilas y que, lejos de alcanzar tal éxito, quedaron ocultos tras la alargada sombra del olvido histórico. Ya que entre esta selección también se encuentra el rey Leónidas, el autor trata de profundizar algo más en su vida particular, más allá de la gloriosa hazaña que lo encumbraría a la categoría de leyenda.
Cuando mucha gente creía que Esparta era Leónidas y Leónidas era Esparta, Espartanos revela cómo el periplo de héroes de la legendaria ciudad griega fue mucho más extenso que lo que el celuloide ha tratado de transmitirnos. Reyes, nobles y soldados conformarán esta selecta antología que volverá a proyectar la silueta de Esparta sobre las "desgastadas" páginas de los libros de historia.
De entre todos los espartanos conocidos, el autor refleja los seis que, a su juicio mejor encarnaron las virtudes tradicionales de la vieja Esparta, desde su misma fundación hacia el siglo VI a.C. hasta su caída a mediados del siglo IV a.C.
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Espartanos - José Alberto Pérez Martinez
EL AUTOR
José Alberto Pérez Martínez (Madrid, 1981) es licenciado en Geografía e Historia por la UNED (2006). Ha investigado sobre el ejército espartano y obtenido por ello el Diploma de Estudios Avanzados (2012). Prepara la defensa de su tesis doctoral basada en el colapso económico y social de Esparta en el siglo IV a.C.
Funcionario de carrera, su trabajo literario se extiende también a la reciente publicación de su primera novela, Amos del Mundo (2014), y la publicación de diversos artículos de historia en revistas científicas. Muy vinculado al mundo de la salud y el fitness, fue campeón de Madrid de taekwondo (promoción, 2010) y ha trabajado como entrenador personal durante diez años. Además ha colaborado con diversos blogs del mundo del deporte como Puntofape y Efeblog, publicando más de cincuenta artículos.
INTRODUCCIÓN
El presente libro recoge seis de los personajes históricos más destacados de la historia de Esparta. Son aquellas que se circunscriben al ámbito del siglo V a.C., probablemente aquel durante el cual la ciudad laconia obtuvo su mayor prestigio gracias a la victoria en la guerra del Peloponeso sobre Atenas y a la expansión de su imperio.
Es evidente que Esparta alumbró a muchos otros nombres propios que también son merecedores de recordar. Sin embargo, el testimonio escrito acerca de la historia de los espartanos es escaso, si bien nos hemos valido de la obra de historiadores clásicos no espartanos como Plutarco, Jenofonte o Heródoto para conocer algo más acerca de sus vidas.
El regente Pausanias, vencedor en Platea, el rey Arquidamo, con quien comenzó la guerra contra Atenas, el rey Agis II, durante cuyo reinado el signo de la guerra se inclinó a favor de Esparta, y un largo etcétera que bien podría habernos conducido hasta muy entrado el siglo III a.C. Es posible que algún día considere elaborar otro volumen con todos estos nombres. Dicho esto ¿cuál es entonces el motivo por el que han sido estos seis y no otros los elegidos? Además de tener en común que su período de actividad es el siglo V (a excepción hecha de Cleómenes y Agesilao, que desbordan las orillas de dicho siglo), todos ellos tuvieron en común el hecho de querer engrandecer a la ciudad a la que amaban. Licurgo, fundador
de la Esparta militar, dotó a la ciudad de una serie de leyes o retras que trataron de organizar el modo y manera de los espartanos instaurando un sistema político que se mantuvo la nada desdeñable cifra de 300 años. Por su parte, el resto de protagonistas (cuya existencia sí está acreditada) trataron de dar un paso más elevando a Esparta hasta un statu quo superior a aquel que le había concedido el sistema licurgueo. Cleómenes, el primer gran rey de Esparta del que se tiene abundante información, logró someter a la península peloponesia bajo su control derrotando a su gran competidor por entonces, Argos. El siguiente en la lista, Leónidas, es el rey y, casi diría, el espartano más famoso de la historia. Su heroica actuación en el desfiladero de las Termópilas no solo le valió la muerte sino también la inmortalidad por haber encarnado el espíritu propio de unos guerreros espartanos cuyos ideales de abnegación, cooperación, valor y entrega son fácilmente identificables y apreciados en el imaginario colectivo. Nunca alguien del que solo se cuente una hazaña tuvo probablemente más repercusión que el rey Leónidas. A ello han ayudado en buena medida tanto el cómic como el cine, capturando a través de sus fotogramas un hecho que, por sus tintes dramáticos, bien podría haber surgido de la pluma más creativa de Hollywood. En tercer lugar, el general Brásidas que, al contrario que los dos primeros no fue rey y, sin embargo, protagonizó una azarosa vida que con la guinda de su muerte, hubiera podido ensombrecer la magnánima hazaña de Leónidas. El hecho de cruzar Grecia de sur a norte a través de los más de 700 kilómetros que separan las cálidas temperaturas del sur con el extremo y áspero paisaje del norte a la cabeza de un ejército no de espartanos sino de esclavos y mercenarios, hace que su hazaña repunte hasta las cotas más altas de dignidad y prestigio, solo silenciado indigna e injustamente por el inexorable olvido de la memoria humana. Después de él, Lisandro, otro héroe sin corona que consiguió escalar hasta las esferas más altas de su popularidad y al que se puede considerar como auténtico creador y fundador del imperio espartano. Con él, Atenas conoció el amargo sabor de la derrota y contempló el ocaso de su otrora exitoso imperio al tiempo que era testigo de cómo la renovada y agresiva Esparta encabezaba ahora el liderazgo más poderoso que habían conocido los griegos en su país. Sin embargo, para desgracia de Lisandro, la pluma de Plutarco no caló la tinta para inmortalizar sus hazañas. Muy al contrario, el historiador le culpó de haber violado los principios fundamentales de la constitución espartano-licurguea y le acusó de ser el auténtico instigador de los males que arrastraron a Esparta a su desgracia y caída en Leuctra (371 a.C.). Le señaló por haber corrompido las virginales y puras mentes espartanas introduciendo las monedas de oro y plata, así como el gusto por la opulencia y el afán desmedido de conquista y prestigio, fomentando las envidias y las luchas internas. En mi opinión y con permiso de Plutarco, considero que la figura de Lisandro debe ser revisada y creo que, en general, es merecedora de un trato mucho más amable del que la historia le ha dispensado. Frente a una casta política inmovilista y carente de ideas, totalmente dependiente de Alcibíades, Lisandro tomó el relevo del ateniense y orientó a sus políticos hacia el rumbo que la política espartana debería tomar toda vez que Alcibíades les había abandonado y las relaciones con el imperio persa, que era quien realmente sostenía al ejército espartano, se estaban deteriorando. Logró sellar el acuerdo de colaboración más importante con Ciro el persa, arrancándole una suculenta financiación para las tropas que hizo afluir a Esparta el dinero y los recursos evitando, de paso, la huida en masa de soldados y remeros. Además, llevó la guerra hacia el teatro principal de operaciones en el que tendría lugar el auténtico desenlace de la contienda: el mar. Con unas finanzas saneadas, logró rearmar una flota capaz de competir con la de los atenienses en el que había sido durante años su medio por excelencia y arrebatárselo. Una vez logrado no se detuvo allí sino que extendió la hegemonía de Esparta por toda Grecia a través de los harmostas, gobernadores militares espartanos, instaurados en diferentes ciudades y apoyando gobiernos oligárquicos pro espartanos para asegurarse su sometimiento a la metrópoli y el control de su política exterior. En definitiva, toda una serie de medidas que cimentaron la creación de un vasto imperio que bien podría haberse desarrollado normalmente de haber existido una corriente de pensamiento más profunda y reformista en el seno de la política espartana que hubiera tratado de flexibilizar el rígido sistema social y económico que existía en la ciudad y que, por otra parte, había contribuido a la concentración de la riqueza en pocas manos condenando a la miseria a un buen número de ciudadanos que perdieron sus derechos políticos a causa de la pobreza. Precisamente, la caída en desgracia de Lisandro permitió que, ahora sí, otro rey, se alzara no solo con un gran prestigio sino con el favor de todos aquellos que escribieron sobre él, especialmente Jenofonte, que fue su protegido. Agesilao tuvo un reinado largo y enérgico que llevó las fronteras del imperio espartano hasta donde nadie antes había imaginado, Asia. Su proyecto asiático y la menor dependencia de las finanzas persas, hicieron posible que los espartanos se vieran en aquellas lejanas tierras a donde Cleómenes un siglo antes se había negado a viajar. Y, en verdad, el balance comenzaba a ser prometedor cuando, por circunstancias del destino, las noticias de una sublevación en el interior de Grecia por parte de una serie de ciudades entre las que se encontraba Atenas, obligó al rey a retornar inmediatamente, abandonando precipitadamente su gran proyecto de invasión de Asia. Aquella empresa que a punto estuvo de mutar la bandera del imperio persa por la griega en las mismísimas tierras de Asia no pudo ser completado por un hecho que indignó hasta al mismísimo Plutarco, quien no tuvo inconveniente en criticar lo inoportuno de aquellas ciudades para rebelarse perjudicando un proyecto que, seguramente habría sido beneficioso para todos ellos como griegos que eran. Sin embargo, a partir de entonces, una política excesivamente agresiva y expansionista, sustentada en una filosofía de guerrear por guerrear
terminó por arruinar no solo las arcas espartanas, sino también, aquel sueño que había comenzado a calar entre los griegos de pertenecer a un proyecto único común que comenzaba a dar señales de poder expandirse por todo el mundo conocido: el llamado y, también cuestionado, panhelenismo. Sin embargo, aquel anhelo no sería posible, al menos hasta la llegada de Alejandro el Grande y el helenismo.
He de advertir que el presente trabajo no se concibió en ningún momento como un proyecto de corte académico o científico. Se trata, sin lugar a dudas, de una obra original que trata de acercar hechos conocidos del kosmos espartano a todos aquellos lectores interesados en el conocimiento básico de la historia cuyo paso por la misma ha tenido un carácter tangencial por la antigüedad clásica. Por tanto, no se exija a esta obra el valor de un artículo o libro de divulgación científica que, en ningún momento ha pretendido tener. Al contrario, como historiador, considero absolutamente indispensable la expansión de este tipo de obras que den un traslado amplio de los acontecimientos históricos a todas aquellas personas que, a causa de múltiples factores, se hallan en el mismísimo "tártaro" de la ciencia histórica. Los historiadores no podemos albergar esperanza alguna de supervivencia si no realizamos un esfuerzo conjunto para democratizar y popularizar
nuestra amada materia que, actualmente se halla en un reducto marginal de nuestra sociedad. Solo promocionando la fascinación por los hechos históricos más atractivos, lograremos que una mayor cantidad de personas abandone el conocimiento superficial para adentrarse de lleno en el conocimiento profundo, riguroso y científico de la historia. Solo a través de ese paso previo que no debería suponer una rémora para el historiador profesional, sino un necesario acicate, lograremos generar el interés suficiente para seguir avanzando en esta ciencia. Y no es esta reflexión una cuestión meramente accesoria, sino más bien vital, al actuar la historia como auténtico generador de conocimiento explicando y haciendo comprensible el mundo presente a través de la mirada al pasado. No son pocas las cuestiones que, en el día de hoy, funcionan como auténtico eco de hechos pretéritos y, de la misma manera, no pocas de ellas podrían haber sido previstas merced a su anterior conocimiento. Como reza la máxima, todo pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla. Sirvámonos pues de ella para evitar, en la medida de lo posible, repetir las acciones que, por su naturaleza o sus consecuencias, sean particularmente dañinas para nuestra existencia.
Extraiga, de esta manera, el lector las conclusiones pertinentes una vez realizado este apasionante y singular recorrido por la excitante biografía de estos seis ilustres espartanos. Pasemos ya, sin más dilación, a conocer la vida y obra de los hombres que forjaron la leyenda.
LICURGO
En la actualidad todo el mundo asocia Esparta a una ciudad de carácter excepcionalmente militar y disciplinado. En no pocos sitios se habla de disciplina espartana
para referirse a la ejecución de un esfuerzo de grandes proporciones con total indiferencia ante los rigores del sufrimiento. Es cierto que fueron los mismos espartanos los que hicieron valer su fama de valientes y abnegados soldados, pero, al contrario de lo que mucha gente piensa, la sociedad de Esparta no fue siempre así.
Al igual que muchas otras poleis griegas, durante el período micénico (1600-1100 a.C.) Esparta fue una próspera ciudad del Peloponeso que albergaba una sociedad heterogénea con reyes, nobles, comerciantes, soldados, etc. Nada parecido a la presunta sociedad igualitaria en la que luego se convirtió, cuyo carácter militar impregnó todas las esferas de la vida. Por el contrario, antes de los períodos arcaico y clásico, las guerras se llevaban a cabo de manera exclusiva por grupos de campesinos armados y no existía un ejército profesional permanente.
Uno de los episodios más intrigantes de la historia es aquel que se conoce como época oscura
(1100-800 a.C. aprox.), en el que hay una ausencia total de información en todos los sentidos. De hecho su nombre viene dado por la falta de noticias que se tienen acerca de la civilización en general. Por alguna extraña razón, la escritura desaparece y aun en nuestros días dicho período sigue constituyendo un gran enigma del cual lo único que sabemos es que existe una serie de movimientos humanos por parte de diferentes pueblos y sociedades a lo largo de toda la costa mediterránea. En Grecia, aunque hay quien atribuye a estos pueblos el colapso de la civilización micénica estos años oscuros no golpearon con toda su rotundidad. Sin embargo, en ciertas culturas del Próximo Oriente se puede decir que éste fue un período devastador. El Imperio hitita terminó por desaparecer y a punto estuvo de hacerlo también el Egipto de Ramsés III. Algunas teorías han confirmado el desplazamiento masivo de los habitantes de estos imperios debido a la presión de unos pueblos llegados del mar. Su belicosidad haría que las gentes que habitaban próximas a la costa se vieran forzadas a huir hacia el interior, al tiempo que los ejércitos egipcios e hititas contemplaban impotentes el irrefrenable avance de estos nuevos invasores. Independientemente de los estragos que éstos pudieran causar en el Mediterráneo oriental, la influencia sobre la cultura griega no parece haber sido tan devastadora. No obstante, el cambio tan radical que se atestigua en Esparta una vez que se vuelve a tener noticias de ella allá por el siglo VIII a.C. es tal que no sería disparatado hablar de una posible influencia de estos pueblos sobre el devenir de la cultura lacedemonia. La Esparta que renace después de esos años de oscuridad y en pleno arcaísmo es una Esparta fuertemente estructurada y ostensiblemente militarizada. A diferencia de la época homérica, Esparta ya no vive del comercio, tiene dos reyes y se esfuerza por recalcar la división de su sociedad en tres clases bien diferenciadas: espartiatas, periecos e hilotas.
Desconocemos el momento exacto en el que ese cambio se produjo y ni siquiera es posible establecer una fecha aproximada para que estas medidas se consolidaran dentro de la sociedad. Sin embargo, sí tenemos noticia del nombre de su principal arquitecto
y responsable, su presunto autor intelectual, Licurgo.
Aunque su existencia es más que discutida y no ha sido confirmada de forma rotunda, la historia antigua ha terminado por atribuir toda la serie de medidas renovadoras y militarizantes habidas en Esparta a su figura. Puede que la adopción de una serie de leyes o reglas se produjera de manera progresiva, circunstancial y paralela al desarrollo de los acontecimientos. En cualquier caso, el hecho de haber creado la figura de un fundador-legislador que diseñara las estructuras básicas de un nuevo tipo de ciudad bastante original dentro del mundo griego, nos obliga no a discutir su existencia, sino más bien a hacernos eco de su minuciosa historia, relatada por Plutarco en sus Vidas paralelas, escritas mucho después, en el siglo I de nuestra era.
Acerca de su propia existencia, se cuestionó también Plutarco al comienzo de su relato, estableciendo que no hay nada que no esté sujeto a dudas acerca del legislador Licurgo
. Parece, por tanto, que la cuestión acerca de si tan ilustre personaje fue cierto o no, no es algo actual.
A propósito de la vida y obra de Licurgo, Plutarco nombra algunos de los testimonios de los que extrae algo de información acerca de él. Se dice que pudo vivir en el tiempo de Ífito, cercano a la celebración de los primeros Juegos Olímpicos, a decir por Eratóstenes y Apolodoro. Otras tesis, como la de Timeo, apunta a la existencia de dos Licurgos con los cuales