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Innegable atracción
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Libro electrónico153 páginas1 hora

Innegable atracción

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Su traje de raya diplomática era su escudo

Becca Taylor había trabajado muy duro para superar un pasado difícil. Había empezado una nueva vida y cuando Caleb Fairchild irrumpió en su vida, la atracción que ambos sintieron resultó ser lo último que necesitaba.
Caleb había aprendido la lección de la forma más dura, y nunca volvería a confiar ciegamente. Sin embargo, no podía evitar sentirse atraído por Becca. Cuando los secretos de ella salieron a la luz, la traición parecía inevitable… a menos que la verdad consiguiera resquebrajar las paredes de hierro que él había construido alrededor de su corazón.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 ene 2014
ISBN9788468741215
Innegable atracción
Autor

Melissa McClone

Wife to her high school sweetheart, mother to two little girls, former salon owner - oh, and author - Jules Bennett isn't afraid to tackle the blessings of life head-on. Once she sets a goal in her sights, get out of her way or come along for the ride...just ask her husband. Jules lives in the Midwest where she loves spending time with her family and making memories. Jules's love extends beyond her family and books. She's an avid shoe, hat and purse connoisseur. She feels that her font of knowledge when it comes to accessories is essential when setting a scene. Jules participates in the Silhouette Desire Author Blog and holds launch contests through her website when she has a new release. Please visit her website, where you can sign up for her newsletter to keep up to date on everything in Jules's life.

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    Innegable atracción - Melissa McClone

    Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2013 Melissa Martinez McClone

    © 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

    Innegable atracción, n.º 2538 - enero 2014

    Título original: The Man Behind the Pinstripes

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Publicada en español en 2014

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-4121-5

    Editor responsable: Luis Pugni

    Conversión ebook: MT Color & Diseño

    Capítulo 1

    EL INCESANTE ladrido procedente del patio posterior de la mansión confirmó las sospechas de Caleb Fairchild. Su abuela estaba con los perros.

    Masculló un juramento y apretó el botón del timbre. Una alegre sinfonía empezó a sonar, ahogando los ladridos. Ni Mozart ni Bach eran suficientes para Gertrude Fairchild, la mujer que había fundado una próspera empresa de cosmética y cuidados para la piel junto a su difunto marido en Boise, Idaho. Ella tenía que tener una pieza por encargo de un reputado compositor neoyorquino.

    Caleb estaba allí para poner fin a esa loca fascinación por el mejor amigo del hombre. Era la única forma de salvar Fair Face, la empresa de la familia. La puerta de entrada se abrió. Una bocanada de aire frío le golpeó en la cara. El perfume de su abuela, siempre floral, estaba en todas partes.

    La abuela...

    Sus rizos cortos y blancos rebotaban en todas direcciones. Parecía que tenía cincuenta y siete años, en vez de setenta y siete.

    –¡Caleb! He visto tu coche en las cámaras de seguridad, así que le he dicho a la señora Harrison que ya abría yo –las palabras salían de su boca a toda velocidad–. ¿Qué estás haciendo aquí? Tu asistente me dijo que no tenías tiempo libre esta semana. Es por eso que te mandé por correo las muestras de los productos caninos.

    Caleb no esperaba que se alegrara tanto con su visita. Le dio un beso en la mejilla.

    –Nunca estoy demasiado ocupado para ti.

    Sus pupilas azules bailaron de alegría.

    –Esto es toda una sorpresa.

    Caleb sintió un sudor frío por la espalda. Era una pena no poder achacarlo a ese caluroso día de junio. Por muy profesional que quisiera parecer, a la abuela no le iba a gustar lo que tenía que decirle, pero se ajustó la corbata y la chaqueta del traje de todos modos.

    –No he venido a hablarte como tu nieto. Tengo que hablar contigo como presidente de Fair Face.

    –Oh, cariño. Yo te crié. Siempre vas a ser mi nieto.

    Sus palabras le golpearon como un puño. Se lo debía todo a la abuela.

    La anciana abrió aún más la puerta.

    –Entra.

    –Bonito sari.

    La abuela posó un instante.

    –Lo tenía olvidado en el armario.

    Caleb entró en el vestíbulo.

    –Hay que tener un poquito de Bollywood en el fondo del armario, ¿no? –le dijo.

    –Claro –Gertie Fairchild cerró la puerta–. Vamos a charlar al patio.

    Caleb miró a su alrededor. Algo había... cambiado. Las obras de arte, dignas de los mejores museos, estaban donde debían estar. Los juguetes de perro, tirados sobre el brillante suelo de parqué, estaban como nuevos. Pero lo que más esperaba ver no estaba en su lugar.

    –¿Dónde están...?

    –En el salón.

    Fue hacia la esquina. Las replicas de los portaviones de la marina de los Estados Unidos, de casi un metro de alto, estaban metidas en una flamante vitrina de madera. Tocó la cubierta del USS Ronald Reagan. Familiar, reconfortante, hogar...

    –He hecho algunos cambios por aquí –le dijo la abuela desde detrás–. Pensé que debían estar en un sitio mejor que no fuera el vestíbulo.

    Caleb se volvió hacia ella.

    –Al abuelo le hubiera encantado.

    –Eso pensé yo también. ¿Has comido?

    –Piqué algo durante el camino.

    –Entonces tienes que tomar postre. Tengo tarta. La hice yo misma –puso su delgada y venosa mano sobre el brazo de Caleb–. De zanahoria, no de chocolate, pero está muy buena.

    –Tomaré un poco antes de irme.

    La anciana esbozó una sonrisa de satisfacción. Por lo menos uno de los dos era feliz.

    Ya de vuelta en el vestíbulo, Caleb le dio una patada a una pelota de tenis.

    –Es un milagro que no te rompas la cadera con todos estos juguetes de perro por ahí.

    –Puede que sea vieja, pero todavía me siento ágil –la mirada de la abuela se suavizó. Se tocó el corazón–. Dios, cada vez que te veo, me recuerdas más y más a tu padre. Que Dios le tenga en su gloria.

    El estómago de Caleb se retorció como si acabara de comerse unas cuantas alitas picantes de Búfalo. Se había esforzado mucho por no ser como su padre; un hombre que no había querido saber nada de la empresa familiar, que se había dedicado a despilfarrar el dinero... un hombre que había muerto en un violento accidente de lancha cerca de Cote d’Azur con su novia del momento.

    La abuela le miró de arriba abajo.

    –Pero tienes que dejar de vestirte como un forense.

    –No empieces con eso de nuevo –Caleb levantó la barbilla y fue tras ella.

    –A juzgar por las fotos que pones en Facebook, te vestiría como a un héroe de acción fornido y curtido, de esos que van sin camisa.

    Pasaron por el comedor. Dos enormes lámparas de araña colgaban del techo justo por encima de la mesa de caoba con capacidad para veinte comensales.

    –Eres un hombre guapo. Tienes que venderte mejor.

    –Soy el presidente. Tengo una imagen profesional que mantener.

    –No hay ninguna política corporativa que diga que tienes que llevar el pelo tan corto.

    –Este corte me sienta bien, dada mi posición.

    –Y los trajes son otro tema distinto. Esa corbata es demasiado sosa. El rojo es poder. Tenemos que ir de compras. Las chicas hoy en día buscan el pack completo. Eso incluye llevar un buen corte de pelo y vestir bien.

    Caleb apretó los labios. Ir de compras con la abuela no podía ser un buen plan.

    Entraron en la cocina. Había una cesta llena de fruta y una tarta sobre la encimera de mármol. Algo de comida se hacía lentamente al fuego. El aroma a albahaca llenaba la estancia. Todo era normal, pero la visita a casa no estaba siendo lo que esperaba en un principio.

    –A las mujeres lo único que les importa es el saldo de mi cuenta bancaria.

    –A algunas, no a todas –Gertie se detuvo y le apretó la mano, tal y como había hecho siempre–. Encontrarás a una mujer que te quiera como eres.

    Iba a ser difícil, sobre todo porque no estaba buscando nada, pero eso no iba a decírselo a la abuela.

    –Me gusta estar soltero.

    –Bueno, pero tendrás que tener alguna aventurilla de vez en cuando, o amigas con derecho a roce.

    Caleb se encogió por dentro.

    –Ya veo que pasas demasiado tiempo en Facebook.

    De repente se dio cuenta de algo. Hablar de sexo con la abuela debía de ser más fácil que hablar de los productos de cosmética para perro.

    La anciana apoyó las manos en las caderas.

    –Me gustaría tener nietos algún día, mientras todavía me queden fuerzas para tirarme en el suelo y jugar con ellos. ¿Por qué crees que diseñé esa línea de productos orgánicos para bebés?

    –Todo el mundo en la empresa sabe que quieres nietos.

    –Pues claro que sí, como cualquier señora mayor –levantó las palmas de las manos y sus pulseras de oro tintinearon–. Tu hermana y tú no tenéis ninguna prisa por darme nietos mientras estoy viva.

    –¿Te imaginas a Courtney haciendo de mamá?

    –Todavía tiene que crecer un poco –admitió la abuela.

    Entró en la sala de estar, con sus enormes butacones de cuero y la televisión panorámica. Había tantos libros en las estanterías como para abrir una biblioteca.

    –Aunque a ti tengo que reconocerte algo de mérito. Por lo menos le propusiste matrimonio a esa cazafortunas de Cassandra.

    El aluvión de recuerdos tomó a Caleb por sorpresa. La había conocido durante una cena benéfica. Era lista, sexy como un demonio y sabía de qué hilos tenía que tirar para convertirse en el centro del mundo. Le había hecho sentirse como un guerrero, nada que ver con el empresario que era en realidad.

    En un principio no tenía pensado casarse, pero ese ultimátum tan bien calculado le hizo morder el anzuelo. Le pidió matrimonio con un despampanante anillo de diamantes de tres quilates, pero el engaño no tardó en salir a la luz.

    –La señorita cazafortunas no era tonta. Se negó a firmar el acuerdo prematrimonial que había sido acordado, engañándote, y contrató a un abogado para el divorcio antes de dar el «sí, quiero». No me extraña que te dé miedo salir con mujeres.

    Caleb se puso erguido.

    –No tengo miedo.

    Era cierto, pero quería ser cauteloso.

    Después de la negativa de Cassandra, tuvo que cancelar la boda

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