Novela de ajedrez
Por Stefan Zweig
4.5/5
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El relato es una crítica clara contra el nazismo y los métodos de la Gestapo, la incomunicación y el exilio forzado, experimentado por Zweig, quién jamás regresaría a su Austria natal. Novela de ajedrez está considerada su obra maestra.
Mirko Czentovič es un hombre rudo e ignorante, además de ser el campeón mundial indiscutible de ajedrez. Durante un viaje en barco, algunos aficionados del ajedrez se enfrentan a él en algunas partidas amistosas que, por supuesto, el campeón gana sin el menor esfuerzo.
Pero en una partida con el enigmático Dr. B., con los consejos de los pasajeros que Czentovič no puede soportar, arranca un empate. Czentovič, asombrado pide la revancha al día siguiente.
La noche antes de la reunión, el Dr. B. cuenta su historia, y por qué es capaz de enfrentarse a un campeón de ajedrez. En realidad, el Dr. B. fue víctima del nazismo, y torturado con un método particular: durante mucho tiempo permaneció en un aislamiento completo y total. Al borde de la locura, la única cosa que le dio fuerza para resistir fue un manual de ajedrez encontrado por casualidad. El "noble juego", con sus infinitas posibilidades, mantuvo viva su atención, lo que le permitió jugar cientos de partidas en su cabeza a la vez que mantenerse cuerdo.
Stefan Zweig
Stefan Zweig was born in 1881 in Vienna, into a wealthy Austrian-Jewish family. He studied in Berlin and Vienna and was first known as a poet and translator, then as a biographer. Between the wars, Zweig was an international bestseller with a string of hugely popular novellas including Letter from an Unknown Woman, Amok and Fear. In 1934, with the rise of Nazism, he left Austria, and lived in London, Bath and New York-a period during which he produced his most celebrated works: his only novel, Beware of Pity,and his memoir, The World of Yesterday. He eventually settled in Brazil, where in 1942 he and his wife were found dead in an apparent double suicide. Much of his work is available from Pushkin Press.
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Comentarios para Novela de ajedrez
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Gran metáfora de la vida...cuando realmente "pensamos que pensamos". Es una bebida embriagante, que se consume casi
en un sólo sorbo rápido y prolongado...a la vez; es un enroque.
Salud y continúen disfrutando la partida- su partida- al propio
ritmo y estilo de vivirla. Hasta pronto, javier gonzález quintero. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El autor construye muy bien la psicología de los personajes.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El ajedrez es un juego de mente la mar de entre tenido. Si no lo has probado, tú te lo pierdes. Si lo has probado, no podrás abandonarlo. Atenta mente...
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Magnífico... convierte una hoja en un tablero y las palabras en las piezas esenciales, las distribuye y maneja tan diestramente que hace confluir múltiples movimientos , conjugándolas con la espera que va aparejada a cada movimiento, y que repite la tortura del tiempo vacuo de el doblegar la resistencia del más preponderante jugador.
Jaque Mate.
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Novela de ajedrez - Stefan Zweig
Stefan Zweig
Novela de Ajedrez
StefanZweig
NOVELA DE AJEDREZ
Greenbooks editore
ISBN 978-88-99637-55-2
Edición Digital
Mayo 2016
ISBN: 978-88-99637-55-2
Este libro se ha creado con StreetLib Write (http://write.streetlib.com)
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Indice
NOVELA DE AJEDREZ
NOVELA DE AJEDREZ
A bordo del trasatlántico que a medianoche debía zarpar rumbo a Buenos Aires reinaban la habitual acucia y el ir y venir apresurado de la última hora. Se confundían y se abrían paso a codazos los allegados que acompañaban a los viajeros; los mensajeros de telégrafos, con las gorras terciadas, recorrían los salones como flechas, gritando tal o cual nombre; se arrastraban baúles y se traían flores; por las escaleras subían y bajaban niños movidos por la curiosidad, en tanto que la orquesta tocaba briosamente la música de acompañamiento de la deck show. Un poco apartado de ese tumulto, estaba yo conversando con un conocido sobre el puente de paseo, cuando a nuestro lado estallaron dos o tres agudos fogonazos de magnesio; algún personaje destacado había sido entrevistado y fotografiado, al parecer, instantes antes de la partida. Mi acompañante miró hacia aquel lado y sonrió:
-Llevan ustedes un tipo raro a bordo, a ese Czentovic.
Debo haber revelado con un gesto harta ignorancia ante esa noticia, pues mi interlocutor agregó en seguida a guisa de explicación:
-Mirko Czentovic es el campeón mundial de ajedrez. Acaba de recorrer Estados Unidos, de este a oeste, interviniendo en torneos, y ahora se dirige a la Argentina, en procura de nuevos triunfos.
Entonces recordé efectivamente el nombre del joven campeón mundial y aun algunos pormenores de su carrera meteórica; mi compañero, un lector de periódicos más asiduo que yo, estaba en condiciones de completarlos con toda una serie de anécdotas.
Aproximadamente un año atrás, Czentovic se había colocado de repente a la altura de los más expertos maestros consagrados del arte del ajedrez, como Alekhine, Capablanca, Tartakower, Lasker, Bogoljubow; desde la presentación, en el torneo de Nueva York de 1922 del niño prodigio de siete años llamado Reshewski, nunca la entrada brusca de un jugador absolutamente desconocido en el glorioso gremio había despertado una sensación tan unánime. Porque las dotes intelectuales de Czentovic no parecían augurarle una carrera tan brillante. No tardó en revelarse el secreto y difundirse la noticia de que el flamante maestro del ajedrez era incapaz, en su vida privada, de escribir una frase sin faltas de ortografía, en el idioma en que fuese, y, según el decir burlón y rencoroso de uno de sus colegas, «su ignorancia era en todas las materias igualmente universal». Era hijo de un paupérrimo remero del Danubio del mediodía eslavo, cuya barca fue echada a pique una noche por una lancha a vapor cargada de cereales. El entonces niño de doce años fue recogido a la muerte de su padre en un acto de piedad por el párroco del apartado lugar, y el buen sacerdote se esforzó honradamente para compensar a fuerza de paciencia lo que el niño, avaro de palabras, apático y de ancha frente, no era capaz de aprender en la escuela de la aldea.
Pero todos sus esfuerzos fueron vanos. Mirko siempre miraba de hito en hito los signos de la escritura que se le habían explicado cien veces ya; su cerebro trabajaba pesadamente y carecía de fuerza retentiva aun para los objetos más simples de la enseñanza. A la edad de catorce años tenía que recurrir todavía a la ayuda de los dedos para hacer algún cálculo, y la lectura de un libro o del diario significaba aún para el mozo mayorcito un esfuerzo fuera de lo común. Pero a pesar de todo, no podía tildarse a Mirko de reacio o recalcitrante. Hacía de buen grado cuanto se le encomendaba, iba a buscar agua, echaba leña, ayudaba en las faenas del campo, ponía en orden la cocina y cumplía puntualmente, aunque con una lentitud desesperante, todo servicio que se le pedía. El rasgo del terco muchacho que más exasperaba al cura era su indiferencia absoluta y total. No hacía nada que no se le ordenase expresamente, jamás formuló una pregunta, no jugaba con otros niños ni buscaba espontáneamente un entretenimiento. En cuanto Mirko había terminado con los quehaceres de la casa, se quedaba sentado, impasible, con la mirada vacía como la de los borregos en el campo de pastoreo, sin demostrar el más remoto interés en las cosas que ocurrían a su derredor. Al anochecer, cuando el párroco, fumando su larga pipa de campesino, jugaba sus tres habituales partidas de ajedrez contra el sargento de gendarmería, el rubio y apático mozo permanecía sentado junto a él, mudo, mirando bajo los pesados párpados el tablero a cuadros, al parecer soñoliento e indiferente.
Una tarde de invierno, mientras los contrincantes estaban absortos en su partida cotidiana, resonaba en la calle pueblerina, más cerca cada vez, el tintín de un trineo. Un campesino, con la gorra espolvoreada de nieve, entró a grandes trancos para decir que su madre estaba agonizando y rogar al cura se diera prisa para llegar aún a tiempo de impartirle la extremaunción. El sacerdote le siguió sin titubear. A modo de despedida, el sargento de gendarmería, que no había terminado todavía de beber su vaso de cerveza, encendió su pipa y se disponía a calzar de nuevo sus pesadas botas de montar, cuando observó la mirada del pequeño Mirko, fija e inconmovible sobre el tablero, donde habían quedado las piezas de la partida inconclusa.
-¡Ea!, ¿quieres terminarla? -bromeó, absolutamente convencido de que el amodorrado niño no sabría mover debidamente ni una sola pieza sobre el tablero. Pero el muchacho levantó tímido la cabeza, la inclinó luego y ocupó el asiento del cura. Al cabo de catorce jugadas, el sargento quedó vencido y hubo de reconocer, además, que su derrota no era debida a un movimiento descuidado o negligente. Una segunda partida terminó de idéntica manera.
-¡Burra de Balaam! -exclamó sorprendido el cura cuando a su regreso el sargento le refirió la novedad-. Hace cinco mil años explicó al sargento, menos versado en el texto bíblico- se había producido,