El dedo de Dios, el pueblo, el Santo y el candidato
Por Cristina Marí
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El dedo de Dios, el pueblo, el Santo y el candidato es una hilarante sátira acerca de cómo se desarrolló el germen de la especulación inmobiliaria y la corrupción política en nuestro país.
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El dedo de Dios, el pueblo, el Santo y el candidato - Cristina Marí
En la España post-franquista, en la que proliferan los partidos políticos de toda índole y los especuladores advenedizos en busca de negocios fáciles y rápidos, don Serafín, don Crispín y don Delfín, un político, un banquero y un constructor adinerado, proyectan un plan infalible. Recorrerán los pueblos más desfavorecidos de su comunidad en busca de votos para su partido donde llevar a cabo sus ambiciosas corruptelas. Sin embargo, al llegar a un pueblecito de insólito nombre, van a ver cómo sus planes quedan alterados.
El dedo de Dios, el pueblo, el Santo y el candidato es una hilarante sátira acerca de cómo se desarrolló el germen de la especulación inmobiliaria y la corrupción política en nuestro país.
El dedo de Dios, el pueblo, el santo y el candidato
Cristina Marí
www.edicionesoblicuas.com
El dedo de Dios, el pueblo, el santo y el candidato
© 2016, Cristina Marí
© 2016, Ediciones Oblicuas
EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª
08870 Sitges (Barcelona)
info@edicionesoblicuas.com
ISBN edición ebook: 978-84-16627-90-5
ISBN edición papel: 978-84-16627-89-9
Primera edición: septiembre de 2016
Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales
Ilustración de cubierta: Héctor Gomila
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.
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Contenido
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
La autora
I
Los tres hombres se hallaban sentados en las cómodas butacas del exclusivo casino de la ciudad, sostenían en su mano una copa de Cardhu, mientras, en la otra, los cohíbas desprendían una finísima columna de humo por encima de sus cabezas.
—Como le iba diciendo, don Delfín, desde que murió el general, y de eso hace ya cinco años, en nuestro país han ido surgiendo tantos partidos políticos como setas en otoño. Pero si ustedes cogiesen sus propuestas, las colocasen sobre una mesa y eliminaran los rostros y las siglas que las acompañan, ¿serían capaces de identificar al partido que representan o al personaje que envía cada uno de esos mensajes? Yo les puedo asegurar que no, ¿y por qué?: simplemente porque todos prometen lo mismo. Con diferentes palabras, pero todos prometen exactamente lo mismo.
Se detuvo un instante para escudriñar en sus rostros si se habían planteado alguna vez aquella misma reflexión, y ante sus hieráticas expresiones decidió continuar con su lección magistral.
—¿Y qué es lo que todos prometen? Evidentemente lo que el ciudadano quiere oír, lo que espera conseguir de sus dirigentes; y estos a su vez no serán tan estúpidos de asegurarles que les subirán los impuestos, que no tendrán una casa donde vivir, o que les será imposible conseguir trabajo. Solo cuando lleguen al poder se podrá saber a qué sector de la sociedad van a beneficiar realmente, y cuáles han sido los poderes fácticos que han propiciado su encumbramiento. ¿Cuál es entonces el motivo que mueve a la gente a votar opciones distintas si todos ellas plantean el mismo discurso? ¿Qué es lo que mueve al electorado a decidirse por una de ellas, cuando aparentemente son todas iguales? Por una simple cuestión de marketing, señores: aunque todas vendan el mismo producto, solo una conseguirá convencer al comprador, y en consecuencia esta será finalmente la opción elegida.
Tomó a continuación un pequeño sorbo de su copa de brandy, que paladeó con deleite.
—Y se preguntarán ustedes: ¿qué podríamos hacer para que nuestro emergente partido no se pierda entre el maremagno de siglas, señas y contraseñas que ahora tapizan las paredes con panfletos e inundan los medios de comunicación? La respuesta es bien sencilla: presentar nuestra propuesta de una forma diferente, innovadora y original, que no ofrezca la menor duda de que es real y que seremos capaces de llevarla a cabo. Este es el motivo por el que estamos hoy aquí reunidos, señores: para diseñar esa estrategia única e inigualable que se convertirá en un modelo a imitar y en el ejemplo a seguir por todos.
Las cabezas de sus interlocutores asentían continuamente, mientras sus pensamientos intentaban encontrar entre toda aquella maraña de ideas que les iban surgiendo la clave para conseguirlo.
Don Serafín, tras aspirar con fruición el humo de su habano y mirándolo fijamente como si estuviera leyendo en su vitola el discurso, continuó con sus argumentaciones.
—El pueblo empieza a estar harto de tanta palabrería y tanta promesa. El ciudadano de a pie lo que quiere son hechos, ¡demostraciones! Quiere líderes en quienes poder confiar, personas de bien que sean capaces de guiarles con mano firme y segura hacia la meta a la que todos ansían llegar: ¡El Estado de Bienestar!
Puso tanto énfasis en aquella expresión que don Crispín a punto estuvo de aplaudirle, reprimiéndose ante la severa mirada de sus colegas.
—¡Don Crispín, conténgase por favor! —le increpó don Delfín—. Aquí hay muchos oídos atentos que darían cualquier cosa por saber de lo que estamos hablando.
—¡Bien dicho, don Delfín! —corroboró don Serafín—. Hay que llevar este asunto con la máxima discreción.
Y acercándose un poco más a sus interlocutores, continuó diciéndoles en voz baja:
—Coincidirán ustedes conmigo en que es absolutamente prioritario lograr alcanzar cuanto antes nuestro primer objetivo. ¿Y cuál será nuestro primer objetivo?: pues sencillamente que la gente hable de nosotros, que nos conozcan, que confíen en nuestra palabra. ¿Y de qué forma lo conseguiremos?: poniendo en práctica nuestras promesas.
Afortunadamente las preguntas eran contestadas por él mismo, lo que evitó ponerles en un serio aprieto.
—Ahora les expondré mi idea principal, y… disculpen la inmodestia, pero creo que es absolutamente brillante.
—De eso estamos completamente seguros, don Serafín —afirmaron los otros dos totalmente convencidos.
—Dentro de tres semanas convocaremos a los medios de comunicación, a los partidos políticos, a los ciudadanos, y delante de todo el mundo y para que toda España sea testigo, sacaremos un mapa de nuestra querida comunidad, y con los ojos vendados señalaré con mi dedo un punto de su geografía, a partir del cual, y en dirección oeste para que nuestro apóstol Santiago guíe hacia allí nuestros pasos, nos dirigiremos al primer pueblo que hallaremos en nuestro camino.
Aquellas palabras fueron acompañadas de una magnífica interpretación gestual, lo que a buen seguro hubiera hecho innecesaria la aportación de sonido alguno.
—Una vez en ese punto donde Dios y nuestro Santo Patrono habrán guiado mi dedo, nos instalaremos en ese lugar durante dos meses, y en ese breve espacio de tiempo conseguiremos y demostraremos a todo el mundo que somos capaces de cambiar y mejorar el futuro de ese pueblo. Estudiaremos sus recursos, planificaremos las estrategias a desarrollar, orientaremos su economía… Un momento… —dijo al tiempo que rebuscando entre sus bolsillos extraía un folio plegado en cuatro partes—, ¡ah, sí!, les facilitaremos fórmulas magistrales para que consigan mejorar la imagen de sus productos en el mercado, concederemos créditos a un interés más que razonable para que puedan modernizar sus empresas y, sobre todo —resaltó por último y al tiempo que dejaba el