Tristan e Iseo
Por Anónimo
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Anónimo
A principios del siglo XX, el abad Joseph Bonnet descubrió el sermón El amor de Magdalena, escrito en el siglo XVII y de autor anónimo, en el manuscrito q1, 14 de la Biblioteca de San Petersburgo. Más allá de quién fue el autor de este sermón, lo cierto es que su difusión se dio gracias a Rilke, quien, en 1911, descubrió el texto por azar en la vitrina de un anticuario en la Rue du Bac de París, y lo rescató del olvido. El poeta quedó absolutamente fascinado y fue este entusiasmo del poeta lo que propició que el texto recobrara interés en el mundo místico y espiritual hasta nuestros días.
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Tristan e Iseo - Anónimo
Iseo
1. Infancias de Tristán
señores, ¿os agradaría oír un hermoso cuento de amor y de muerte? Se trata de la historia de Tristán y de Iseo, la reina. Escuchad cómo, entre grandes alegrías y penas, se amaron y murieron el mismo día, él por ella y ella por él. El relato de sus amores se extendió por la verde Erín y la salvaje Escocia, se repitió en toda la isla de Miel, desde el muro de Adriano hasta la punta del Lagarto, halló sus ecos en los bordes del Sena, del Danubio y del Rhin, encantó a Inglaterra, Normandía, Francia, Italia, España, Alemania, Bohemia, Dinamarca y Noruega. Su memoria durará mientras exista el mundo.
El tiempo destructor, que no perdona obras de poetas ni otra cosa humana, ha destroza-do y reducido a polvo muchos cuadernillos y destruido más de un pliego en el que los buenos troveros de antaño se habían esforzado por honrar la memoria de los amantes de Cornualla. Béroul, Thomas, Eilhart y Gottfried narraron sus aventuras para que pervivieran en las mentes de las gentes.
Hace muchos años reinó en Cornualla un poderoso rey llamado Marcos. Tuvo que hacer frente a una dura lucha contra sus vecinos que muchas veces penetraban en su territorio y devastaban sus campos y sembrados. Rivalín, señor de Leonís, tuvo noticias de la guerra y acudió en su ayuda. Sirvió al rey Marcos con su consejo y su espada como si fuera uno de sus vasallos porque deseaba conquistar con sus hazañas a la bella hermana de Marcos, Blancaflor. Cuando se hicieron las paces el rey se la dio en recompensa.
Las bodas se celebraron en el monasterio de Tintagel, donde Marcos tenía su corte.
Luego Rivalín regresó a sus tierras llevando consigo a Blancaflor. No fue largo el tiempo del solaz para los jóvenes esposos; no había transcurrido un año cuando llegaron noticias a Rivalín de que su viejo enemigo, el duque Morgan, se había sublevado y saqueaba sus burgos y ciudades. Rivalín publicó su bando, reunió sus huestes, confió la reina encinta a su mariscal Roald, al que por su fidelidad todos llamaban el Feguardante, y marchó a guerrear a los confines de sus reinos. Roald condujo a la reina al castillo de Kanoel, donde fue recibida con los honores que correspondían a su rango.
La guerra fue dura. Rivalín y sus barones causaron grandes pérdidas en las tropas de sus enemigos, pero en uno de los combates Rivalín perdió la vida.
Meses y semanas esperó Blancaflor su regreso. Al fin nadie pudo ocultarle la triste noticia. Ni una lágrima escapó de sus ojos, ni un grito, ni un lamento, pero sus miembros se tornaron débiles y flojos; parecía como si su alma, en su deseo, quisiera arrancarse de su cuerpo. Roald no sabía cómo consolarla:
-Reina -le decía-, no queráis acumular los duelos sobre vuestro país; todos cuantos nacen están condenados a una misma muerte.
Dios reciba en su seno el alma del rey, nuestro señor, y vele por la salud de los vivos.
Pero la reina no lo escuchaba. Durante tres días esperó reunirse con su señor. Al cuarto, dio a luz un hijo al que tomó en sus manos diciéndole:
-Hijo, ¡cuánto he deseado verte! ¡Eres la más hermosa criatura que nunca mujer llevó en su seno! Triste te he traído al mundo, triste es la primera fiesta que puedo hacerte, por ti siento tristeza de morir. Y como has llegado al mundo en medio de la tristeza, tu nombre será Tristán.
Mientras decía estas palabras lo besaba.
Poco después entregaba su alma. Roald el Feguardante recogió al huérfano y lo confió a una dama noble, viuda de un caballero muerto en la guerra, que se encargó de amaman-tarlo.
Cuando el infante cumplió siete años, y no necesitó ya cuidados de mujeres, Roald lo confió a Governal, que se convirtió en su maestro y mejor amigo. Aprendió a leer y a escribir y en poco tiempo conoció las artes que convienen a un caballero. Governal le enseñó a correr y a franquear de un salto los más anchos fosos, a manejar la lanza, la espada, el escudo y el arco y a lanzar discos de piedra. También se acostumbró a detestar toda felonía, a socorrer a los débiles y a guardar la palabra dada. Le enseñaron diversas formas de canto y pronto supo tocar ala perfección el arpa, la rota y la cítara. Era admirable en la caza y corría el ciervo, el gamo, el corzo y el jabalí como pocos jóvenes en el país.
Al llegar a los quince años, un buen día Governal lo llamó aparte y le dijo:
-Tristán, ya eres un perfecto doncel; sólo una cosa te falta: buscar tierras lejanas y mostrar tu habilidad en cortes extranjeras.
Mucho puedes aprender viajando y así conseguir precio y renombre. Pide a Roald que te permita abandonar Carlion durante uno o dos años para probar aventura.
Tristán se alegró al escuchar los deseos de Governal.
-Maestro -le dijo- diríase que habéis leído en mi corazón. Me gustaría ir a Cornualla, donde mi padre fue a tomar mujer, según lo que me habéis contado.
Acudió en busca de Roald, quien, con gran tristeza, lo bendijo y le dejó marchar en busca de aventuras.
Hicieron los preparativos para el viaje.
Herraron rocines y acémilas. El Feguardante entregó a Tristán un palafrén de buen andar con una silla de alto precio. Tristán marchó, acompañado de su fiel ayo Governal, llevando el arpa colgada del arzón de la silla. Seis donceles de su edad, un cocinero y dos mo-zos de cuadra fueron con él. Largo tiempo cabalgaron a través de eriales, matorrales, landas y oteros. Atravesaron bosques y va-dearon ríos de aguas profundas hasta llegar a los confines de Cornualla. Entonces Tristán ordenó detenerse a sus compañeros y les dijo:
-Pronto llegaremos hasta el señor de este país, pero os pido que ninguno sea tan im-prudente u osado como para declararle quién soy ni de dónde venimos.
Todos asintieron y reemprendieron la marcha hasta acercarse a una villa rupestre, donde encontraron a unos segadores que conducían una carreta de heno. Tristán quiso informarse acerca del lugar en el que se hallaban.
-Amigo -dijo llamando a uno de ellos-, ¿sabes dónde se asienta el castillo del rey?
-Señor, ¿por cuál de ellos preguntáis? El rey Marcos posee varios y vive en uno u otro según la época del año, unas veces en Lancien, otras en Tintagel.
-¿Está lejos de aquí Tintagel?
-No sé -respondió el campesino-. Nunca estuve allí. Pero si marcháis en dirección de poniente, veréis el mar y a la izquierda, sobre un acantilado, encontraréis, según creo, el castillo preferido de Marcos. Dicen que Tintagel es ciudad hechizada: desaparece dos veces al año, una en invierno y otra en verano y se hace invisible incluso para las gentes de la región. Está rodeada de bosques ricos en agua y caza. Un muro poderoso defiende la ciudad del lado del puerto. Cuentan que en otro tiempo lo levantaron gigantes para su defensa.
-Gracias, amigo -le dijo Tristán-. Venimos de lejos y no somos ricos. Ten, sin embargo, para mostrarte nuestro agradecimiento.
Tristán le tendió un ferlín.
Siguieron su camino durante dos días y dos noches hasta descubrir el mar en la lontananza. Poco después vieron los muros de Tintagel que relucían al sol como metales bruñidos. A la vista de la ciudad, se detuvieron en un prado, junto a una fuente. Los palafreneros desensillaron los caballos, el cocinero preparó la comida y todos se sentaron sobre la hierba para el almuerzo.
Apenas habían terminado cuando oyeron, en la lejanía, los cuernos y la algarada de una cacería. Un gran ciervo apareció en la linde del bosque. Poco después, en medio de los ladridos y trompetas, surgió la jauría de galgos y bracos, seguida de los monteros. El ciervo, viendo su fin próximo, se introduce en el río; la corriente lo arrastra, el animal lucha por volver a la orilla y, acosado, dobla las patas sucumbiendo. Los cazadores lo rodean y con sus cuernos tocan a pieza cobrada.
Tristán atónito observa cómo el montero mayor se apresta a cortar el cuello del animal y a dividir su cuerpo en cuartos.
-¿Qué hacéis?, señor -exclama-. ¿Son éstas las costumbres de vuestro país? ¿Pensáis despedazar tan noble animal como si fuera un cerdo degollado?
El montero mayor era cortés, prudente y de noble conducta. Vio la belleza del joven, sus ricos ropajes, su noble estatura.
-Amigo -le respondió-. Primero cortaré la cabeza, luego dividiré el animal en cuatro partes que llevaremos colgadas de los arzones al rey Marcos, nuestro señor. Tal es la costumbre de nuestro país. Desde los tiempos de los más antiguos monteros, así lo hicieron siempre las gentes de Cornualla.
Pero si tu conoces una costumbre mejor puedes mostrárnosla.
-Señor, puesto que me lo permitís, os mostraré cómo se deshace el ciervo, según la usanza de nuestro país.
Tristán se hincó de rodillas y desolló el ciervo antes de deshacerlo; luego despedazó la cabeza, dejando intacto el hueso sacro, según conviene; separó las extremidades, el morro, la lengua, las criadillas y la vena del corazón. Entretanto, monteros y lacayos de jauría lo contemplaban arrobados.
-Señores -les dijo-, el ciervo está despedazado. Ahora preparad la encarna y el cebo.
-¡Nunca oímos hablar de tales cosas! -le respondieron.
Tristán tomó las entrañas y los despojos de la cabeza y dio la encarna a los perros. Mas tarde enseñó a los monteros cómo debían preparar la porción destinada al cebo. Se dirigió al bosque y cortó grandes ramas. En cada una de ellas enristró los pedazos bien dividi-dos y los confió a los diferentes monteros: a uno la cabeza, a otro la grupa y los grandes filetes, a éste los hombros, a aquél las ancas y a este otro los romos. Les indicó cómo de-bían colocarse de dos en dos, para cabalgar en buen orden, según la nobleza de los pedazos enristrados en las horquillas.
-Ofreceréis las piezas al rey -les dijo Tristán-. Los lacayos os precederán y anunciarán a toque de cuerno vuestra llegada al castillo.
-Las usanzas de tu país son nobles -le respondieron-. Acompáñanos a la corte pues nuestro rey, que es gentil y cortés, se alegrará al verte.
Mientras cabalgaban, los monteros buscaron la manera de averiguar quién era este joven y de qué país procedía que tenía tan nobles costumbres.
-Parecéis cortés y bien enseñado -le dijo el montero mayor-. Debéis de ser hijo de un gran noble extranjero.
-Mi nombre es Tristán. Mi padre no era un noble caballero: soy hijo de un mercader de Leonís a quien sus viajes llevaron a países diferentes y le enseñaron las más nobles costumbres.
-Noble y cortés debe de ser tu país -le respondió el montero extrañado- cuando los hijos de mercaderes poseen tan bellas costumbres y son tan diestros en el arte de montería.
Llegaron a las puertas del castillo. Tristán tomó una trompa de caza y la tocó. Todos los monteros lo imitaron hasta que Marcos, sorprendido por tan insólita costumbre, acudió a las murallas. El montero mayor se llegó hasta él y le explicó la habilidad del joven que les había enseñado a despedazar noblemente el ciervo. El rey lo recibió con alborozo, ordenó a su chambelán que lo albergase junto a Governal y a todos sus compañeros y lo confió al cuidado de su senescal, Dinas de Lidán, un caballero joven, fiel y prudente, mesurado y cortés con sus amigos pero fiero y aguerrido en la batalla.
El rey tenía entonces unos cuarenta años.
Era alto, fornido, fuerte y bien plantado, de mirada fiera y altiva, de porte majestuoso.
Vestía un manto bermejo y ceñía corona de oro adornada con pedrería. Era gentil, cortés y dadivoso. ¡Nunca se vio rey menos tacaño!
Tan limosnero era que no pasaba semana sin que regalase corceles, palafrenes, mantos de escarlata bordados y ricos pellizones. No pasó mucho tiempo sin que sintiese gran afecto por el noble extranjero. Tal vez fuese la voz de la sangre que lo inclinaba, sin saberlo, hacia él. Tres años vivió Tristán con el rey Marcos. Durante el día lo acompañaba a la caza. Marcos le había confiado sus aves ce-treras, sus halcones, neblíes y sus gavilanes y el cuidado de sus arcos y aljabas. Le dio autoridad sobre sus chambelanes, sus mariscales, lacayos, cocineros y servidores. Todos lo apreciaban y admiraban.
Al caer la tarde, Tristán distraía las veladas del rey con su arpa o su rota. Sentado a sus pies sobre un tapiz sarraceno, cantaba lays y los acompañaba con sus manos finas, delga-das y blancas como el armiño. Marcos se complacía escuchando el bello lay de Gaelent, al que un hada había amado, o las desgraciadas aventuras de Dido, reina de Carta-go, o la lastimosa historia de Píramo y Tisbe, que murieron por su amor.
Llegó el tiempo en que Tristán debió ser armado caballero. Recibió las armas de manos de su tío y regresó a su país, dispuesto a vengar la muerte de su padre. Con la ayuda de Roald, reunió un gran ejército, retó a Morgan y lo mató en duelo; luego restableció sus dominios usurpados por el duque. Después de unos meses, confió el gobierno de su reino al reguardante y regresó a Cornualla.
2. El Morholt de Irlanda
en aquellos tiempos Cornualla debía pagar a Irlanda, cada cinco años, un tributo deshonroso. La costumbre se había impuesto tras una guerra desgraciada cuando Marcos era todavía un niño. Reinaba entonces en Irlanda Gormón, hombre poderoso y fuerte, temerario en la guerra, ávido de riquezas y victorias, despiadado para sus enemigos.
Había acrecentado su poder y su renombre al tomar por esposa a la hermana del más fiero y temido