Viktor E. Frankl. El sentido de la vida
Por Elisabeth Lukas
4.5/5
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Fruto de su experiencia en los campos de concentración alemanes, Viktor Frankl funda la logoterapia, doctrina que expone que, incluso en las condiciones más extremas de sufrimiento, el hombre debe encontrar una razón para vivir.
Frankl es uno de los neurólogos y psiquiatras más reconocidos y laureados del planeta, autor del best seller mundial El hombre en busca de sentido, que está considerado por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, uno de los 10 libros más leídos de la actualidad.
Ha sido traducido a 29 idiomas en 32 países. Poseedor de 29 Doctorados Honoris Causa.
Elisabeth Lukas
Univ.-Prof. h.c. Dr. habil. phil. Elisabeth Lukas ist Schülerin von Viktor E. Frankl. Sie spezialisierte sich auf die praktische Anwendung der von ihm begründeten Logotherapie, die sie methodisch weiterentwickelte. Ihre mehr als 30jährige Erfahrung als Klinische Psychologin und approbierte Psychotherapeutin kam ihr bei ihrer Lehrtätigkeit auf Einladung von ca. 50 Universitäten zugute. Sie hat nicht nur Hunderten Patientinnen und Patienten Beistand und Lebenshilfe geleistet, sondern auch als Dozentin eine ganze Generation an logotherapeutischen Fachkräften ausgebildet. Ihre zahlreichen Vorträge sowie Publikationen in 20 Sprachen machten sie international bekannt.
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- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Te lleva a entender como nace la logoterapia y cuál es su objetivo. Fácil de leer
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Viktor E. Frankl. El sentido de la vida - Elisabeth Lukas
(www.cedro.org).
Celebremos la vida
Álex Rovira
En raras ocasiones tenemos el privilegio de leer un libro cuyo contenido sea tan revelador, lúcido, honesto y extraordinario que, tras su lectura, se produzca un cambio significativo en la visión de la existencia. Por ello me alegro y celebro, amigo lector, que esta obra que está leyendo en estos momentos haya llegado a sus manos.
La difusión de la obra del doctor Viktor Frankl, a partir de su libro El hombre en busca de sentido estableció un antes y un después en el análisis existencial del ser humano y de la psicoterapia, y mereció el reconocimiento de millones de lectores tras su primera edición en 1946.
Viktor Frankl era doctor en medicina. Nació en Viena el 26 de marzo de 1905 y sobrevivió a la experiencia de cuatro campos de concentración nazis, incluyendo el de Auschwitz, desde 1942 hasta 1945. Sus padres, esposa y familiares fallecieron en el Holocausto. Debido a estas terribles experiencias y a su propia alquimia interior, el doctor Frankl desarrolló una aproximación revolucionaria a la psicoterapia conocida como Logoterapia o terapia basada en el Sentido. Sus más de treinta libros han sido traducidos a 26 idiomas y fue reconocido con 29 doctorados honoris causa en diferentes universidades del mundo. Frankl enseñó en la Universidad de Viena hasta los 85 años de edad de forma regular y falleció el 3 de septiembre de 1997.
El autor, que vivió la destrucción total de su entorno y el exterminio de sus seres queridos, que padeció hambre, frío, las peores brutalidades imaginables y que tantas veces estuvo cerca de la muerte, aceptó que la vida era digna de ser vivida. Su obra es revolucionaria precisamente porque se sumerge en la esencia del sufrimiento humano llevado al límite, así como en los mecanismos psicológicos que nos llevan a manifestar lo mejor y lo peor de nuestra especie. Pese a las circunstancias que fraguaron su obra, su aportación se caracteriza por un mensaje extraordinariamente positivo sobre nuestra capacidad para superar adversidades y construir una vida con sentido no sólo para nosotros mismos, sino para los demás.
Frente al discurso pesimista, la indolencia, el nihilismo, la pereza, el cinismo, el análisis banal o la apología de la resignación, la experiencia y el mensaje de Viktor Frankl se hacen hoy más necesarios que nunca, sesenta años después de aquella terrible situación para la humanidad. Ya entonces el doctor Frankl defendía que lo que verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida, ya que en realidad no importa que no esperemos nada de ella, porque que es ella quien espera algo de nosotros, y esta respuesta no tiene que estar hecha de palabras ni de meditación, sino de una acción coherente basada en el compromiso con el otro, en el bien común. En última instancia, repite Viktor Frankl a lo largo de su obra, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo.
Y para ello, una de sus mayores aportaciones nace de un enunciado aparentemente simple pero profundamente revelador: la última de las libertades humanas, la libertad esencial, aquella que nadie nos puede arrebatar, es la de elegir nuestra actitud, por difíciles, dolorosas, o complejas que sean las circunstancias. En efecto, las experiencias de la vida en un campo de concentración muestran que el hombre tiene tal capacidad de elección. Los ejemplos aportados por el doctor Frankl en su obra son abundantes y prueban que puede vencerse desde la apatía hasta la ira, desde la resignación hasta el egotismo.
En ese sentido, el autor señala que aquellos que estuvieron en campos de concentración observaron a algunos hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo esta última libertad para decidir su propio camino.
Y es precisamente esta libertad que no nos puede ser arrebatada la que hace que la vida tenga sentido y propósito.
En consecuencia, si existe tal libertad incluso ante la más grave de las crisis, el dolor, el sufrimiento y la muerte, el ser humano no está totalmente condicionado y determinado, sino que es él quien determina si ha de entregarse a las situaciones o hacer frente a ellas. En otras palabras, el ser humano en última instancia se determina a sí mismo. El hombre no se limita a existir, sino que siempre decide cuál será su existencia y lo que será al minuto siguiente, argumenta el doctor Frankl.
Y es que el sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no puede apartarse la muerte, porque sin ellos la vida no es completa, no es real; sería una ficción. Muchas veces es precisamente una situación externa excepcionalmente difícil lo que da al ser humano la oportunidad de crecer más allá de sí mismo.
Pero entonces, ¿qué es lo que nos sostiene ante la adversidad, ante la dificultad o ante lo aparentemente imposible de superar?, cabe preguntarse. La respuesta que aporta el doctor Frankl es contundente: en esencia, la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. En uno de sus fragmentos más conmovedores de El hombre en busca de sentido, escribe: «Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad –aunque sea sólo momentáneamente– si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente –con dignidad– ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido». Y esa contemplación no sólo se convierte en el oxígeno anímico que le puede aportar algo de felicidad ante un entorno terrible, sino que de hecho se trata de la palanca para la esperanza necesaria que nos permite seguir viviendo.
Luego, el amor a un ser amado o incluso el amor a una tarea que realizar (amor y creatividad, en definitiva), son los pilares sobre los que se construye la esperanza y el sentido de la vida; son las respuestas al «¿Por qué vivir?». Por ello, «quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo» solía decir el doctor Frankl. Pero para el alcance de ese sentido hay que ser capaz de trascender los estrechos límites de la existencia centrada en uno mismo, y creer que uno puede hacer una importante contribución a la vida; si no ahora, en el futuro. Esta sensación es necesaria si una persona quiere estar satisfecha consigo misma y con lo que está haciendo, creando de este modo una vida con sentido, desde un yo que deviene un nosotros y desde una entrega al presente que crea un futuro construido desde la conciencia y el amor.
Por ese motivo conviene celebrar la existencia de este libro que ahora acompaña al lector. En él encontrará reflexiones de un calado profundo, llenas de lucidez, amor, bondad y esperanza. Su lectura no le dejará indiferente, ya que la obra del doctor Frankl habla desde el alma. Como leí en un artículo de Jordi Nadal, editor de esta obra: «Leer a Viktor Frankl es la radiografía de nuestra alma. Si su lectura deja trazas en nuestro interior, estamos en el camino del sentido. Nuestro cuerpo y nuestra vida han madurado, y somos personas que pueden ser designadas como seres humanos: aquellos que tienen derecho a aspirar a la felicidad. Por ello, la lectura y reflexión sobre su obra es una experiencia irreversible. No es que mires al mundo cambiado, es que has cambiado. Leer las páginas esenciales de este autor es tocar el tuétano de nuestra existencia».
Coincido plenamente con mi amigo y editor. Ambos creemos que en nuestra experiencia lectora no hemos encontrado nada más revelador que la obra del doctor Frankl. Leer sus reflexiones y experiencias crea libertad y nos lleva a descubrir que el trampolín hacia ella reside en nuestra conciencia y amor; en el simple gesto de elegir en cada momento nuestras actitudes positivas, activas y constructivas basadas en el bien común y en la voluntad de sentido.
Entren en estas páginas y descubran su derecho a la felicidad y a la realización. Aquí encontrarán muchas llaves para abrir las puertas que conducen a ellas.
Bienvenidos a la celebración de la vida de la mano de un gran maestro.
Con profundo afecto y amistad,
ÁLEX ROVIRA CELMA
Para la señora Eleonore Frankl
Viktor Frankl a través de sí mismo
Karl-Heinz Fleckenstein
Los preparativos para los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972 discurrían viento en popa. Una semana antes de la inauguración oficial, se celebró en el Palacio de Congresos del Deustches Museum un simposio donde se debatió de manera exhaustiva la importancia científica del deporte. Además de otros ponentes, se plantó también frente al atril un dinámico señor mayor, de pelo cano y algo revuelto: el médico y profesor vienés de Neurología y Psiquiatría Viktor E. Frankl. A los pocos compases, toda la sala estaba ya embelesada por sus comentarios. Aquí se encontraba un hombre que vivía lo que decía y decía lo que pensaba, que oponía a una sociedad orientada al rendimiento y al consumo una filosofía que predica que «la vida tiene un sentido» y que el ser humano es el único ser que tiene el privilegio de preguntarse por este sentido.
Unos meses después, me encontraba yo sentado frente al profesor Frankl en su casa vienesa de Mariannengasse; era una persona increíblemente dinámica que, con sesenta y siete años, había aprendido a volar y que en su tiempo libre practicaba con pasión el alpinismo; una persona, en suma, que amaba tanto la vida que no podía por menos de transmitir este sentimiento a cuantos le rodeaban.
Yo no quería conocer tanto al profesor y erudito como al hombre Viktor E. Frankl. Y debo decir que mis expectativas se vieron sobradamente colmadas. Durante dos horas estuvo departiendo conmigo un hombre a quien, según sus propias palabras, se le partía el corazón cuando tenía delante a algún paciente que, tras muchos años de psicoterapia, se había vuelto más neurótico y desesperado que antes. En el transcurso de la conversación, reconocí al hombre Frankl en primer lugar por el hecho de que, con sus casi setenta años a cuestas, tenía la mirada puesta, a través de su Logoterapia y de todo su trabajo, en algo que, a pesar de su cansancio y del exceso de trabajo, le infundía nueva vida; y, en segundo lugar, por el hecho de que en aquel momento no me preguntaba si quería pasear, tomar café o bromear con sus nietos, sino que se entregó por completo al «ahora mismo». Yo saqué la impresión de estar ante una persona excepcional que consideraba único cada encuentro y cada situación, y que actuaba a tenor de ello.
He aquí un fragmento de la entrevista.
ENTREVISTA A VIKTOR E. FRANKL
Profesor, en su libro El hombre en busca de sentido habla de la «sensación de carencia de sentido» del hombre actual, de un «vacío existencial». ¿Radica esto tal vez en que el ser humano ha perdido el norte de su vida, en que ya no puede dominar su situación ni su futuro, en que se está viendo degradado al nivel de un ser agresivo e instintivo?
El ser humano es un animal, pero al mismo tiempo es infinitamente más que un animal. Posee, además, la dimensión humana. En cierto modo se parece a un dado: extendido sobre un plano: es cuadrado pero, en realidad, tiene una dimensión más. Sin duda puede haber ciertas disposiciones agresivas en él, pero peraltadas a una dimensión humana. Como humano, no soy agresivo, sino algo completamente distinto: odio o amo. Como humano, no soy sólo el vehículo de energía sexual, sino que soy capaz de abnegación. La sexualidad se pone a su servicio y se convierte en un medio que expresa el encuentro con la pareja. Así pues, quiero decir esto: odiamos, de acuerdo; pero cuando sabemos enseñar al ser humano que no existe ningún motivo para odiar, entonces el odio se convierte en algo absurdo.
Si, por el contrario, usted enseña al ser humano que tiene un «potencial agresivo» que llevar a la práctica, entonces está creando en él una manía fatalista; por ejemplo, la de que la guerra, el odio y la violencia son un imperativo del destino. Pero no hay nada que sea solamente destino en el ser humano, pues, en el marco de su dimensión personal, lo tiene todo por configurar. En modo alguno es cierto que esté en manos de cualquier tipo de agresión. Sólo se pone en sus manos si lo adoctrinamos diciéndole constantemente que no es el configurador de su vida, sino la víctima de circunstancias sociales o biológicas. El ser humano está ahí para superarse a sí mismo, para olvidarse, para perderse de vista, para hacer caso omiso de sí mismo en