De Locura
Por Tito Loor
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Bryan ingresó en el intrincado mundo del accionar del comportamiento mental humano. Él pensaba que laboraría fácilmente con simples personas catalogadas como subnormales. Craso error. No se daba cuenta que se conducía peligrosamente por el borde de la cordura.
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De Locura - Tito Loor
Transcurrido un buen tiempo y al cumplir los 18 años, mis padres me llamaron a la sala a una reunión para conversar privadamente, y confieso que me alegré mucho y que fue la primera vez en muchos años que me dijeron un te quiero
Karelys fue la que tomó la palabra y manifestó: Bryan ¡Te queremos! Eres un buen chico y hemos estado tu padre y yo trabajando para ti, ésta casa será tuya en un futuro cercano, ya la estamos terminando de pagar. En tu colegio vas bien, te estás graduando y te apoyaremos para que estudies alguna carrera, pero debes trabajar y tienes 30 días a partir de este momento para buscar un trabajito y poder irte a arrendar un cuarto e iniciar tu propia vida de adulto, así es en este país… Ya lo dijo Heráclito hace 2500 años; Lo único permanente en la vida es el cambio
.
Me quedé en shock, sin aliento, no me lo esperaba, hubo un silencio incómodo de dos largos minutos que se me hicieron eternos. Huelga decir que les comuniqué que la casa tenía 5 habitaciones y ellos no tenían más hijos…
La corta respuesta la hizo papá, me dio una palmada en la espalda diciéndome; Ánimo Bryan, así es la vida
.
Al cabo de 21 días me fui de mi dulce hogar con varias fundas de plástico color negro llenas de ropa, objetos personales a cuestas y unas ojeras enormes, puesto que no había dormido casi nada las noches anteriores, por suerte ya había conseguido un trabajo de medio tiempo en limpieza en un restaurant. Así comenzó mi vía crucis para poder sobrevivir con la muy poca experiencia que contaba. Quise regresar a Argentina, pero mi abuelo había muerto recientemente. Me desempeñé como pude, e incluso hubo una época que por culpa de unos latinos degenerados hice de bailarín de striptease, hasta probé un par de veces marihuana, quizá para no quedar tan mal y parecer un tipo rudo frente a esos desadaptados, fueron igualmente unos días fugaces, basta con decir que a pesar de no nadar muy bien tuve que hacerla de salvavidas, imaginarse; Pero eso me ayudó mucho porque al andar sin camisa el escuálido cuerpo salía a relucir y me obligó a empezar a realizar ejercicios y a preocuparme de nutrir el cuerpo, lo que subió mi autoestima y mejoró mi disciplina.
Me costaba en todo caso relacionarme con las demás personas, me ponía nervioso cuando me hablaban las bellas turistas, pero no tenía opciones, solo seguir adelante. Mi espíritu se iba haciendo más combativo y fuerte, aunque seguía sintiendo mi soledad y me admiraba del comportamiento inapropiado de muchas personas alrededor. Con el tiempo todo acababa dejando de asombrarme. La timidez se iría disipando de a poco pero siempre me refugiaba en la seguridad de mi interior.
Me propuse hacerme autodidacta, me encantaba leer, no podía asistir a la universidad por mi tiempo y carencia económica, a mis padres ya ni los veía, ni sabía nada de ellos. Me inscribí en cursos rápidos de computación, dibujo artístico, nutrición y enfermería, así pasé de tumbo en tumbo sin trabar amistades, solo existían los conocidos, sin familiares, a ratos haciéndoseme la vida rutinaria, sin un claro horizonte, la pasé de esa forma hasta llegar a los 26 años con pocos ahorros pero viviendo casi confortablemente, me sentía útil, servicial a los demás y pensaba que le agradaba a la gente, vivía el día a día, deseaba aprender de la vida y quería un mejor destino para mí. Y en ese ir y devenir de situaciones, sucedió lo que por ahí denominan sincrodestino.
Leí por casualidad y al azar un anuncio en que se necesitaba un jefe de llaves, el empleo al parecer serio, llevaba de la mano todos los beneficios de ley; Lo requería una institución de neuropsiquiatría, investigación y tratamiento de anomalías mentales. Desde el título me pareció fascinante, lo vi como la oportunidad de estabilidad y crecimiento que necesitaba. Envié mi currículum vitae y días después me presenté a la entrevista con el administrador de aquella institución, y debo de ser honesto, me decepcioné un poco al hablar con Ray, quien supo muy cortésmente y con palabras educadas informarme que aquella institución donde se solicitaba mis servicios era conocida con el nombre de: Memorial Hospital Psychiatric Miami.
Explicándolo claro era un hospital para locos, me dio indicaciones al respecto. Supuestamente el trabajo era sencillo y laboraría siempre junto a otro colega haciendo labores de guardianía y apoyo logístico para los pabellones C y D. Que aquellos eran de los enfermos más sanos y relajados, que me agradaría, ya que al fin y al cabo todos teníamos un poquito de locos
Que era un bello trabajo, portaría un lindo uniforme, el sueldo sería compensador y tan solo trabajaría 12 horitas diarias de miércoles a lunes, los martes descansaría, y si me decidía el puesto era mío, pero si tenía que pensarlo, no había problema, pues tendría mucho tiempo para decidirme, 20… Minutos.
La forma como me habló Ray me pareció hasta cierto punto tan simpática, y me dije a mi mismo ¿Quién dijo miedo? La palabra cobardía no estaba en mi diccionario.
En 20 segundos le respondí que sí, pero necesitaba 48 horas para poner las cosas en su punto y para mudarme a un sitio más cercano al hospital, también investigar sobre mi nuevo oficio para no quedar mal.
__ Ray ¡Espetó! Detalles, son detalles, aprenderás sobre la picada y te encantará tu nuevo trabajo, lo llegarás a amar y harás nuevas amistades.
Nos estrechamos las manos. Y así fue como comenzó mi nueva aventura, dos días después entraba a laborar sin uniforme aún, los estaban confeccionando y en número de cinco para mí.
El primer recorrido por todo el hospital fue con el mismo administrador que me entrevistó, acompañados de un guardia, empezaría mostrándome todas las instalaciones, habían 6 pabellones del A al F, destinados en su mayor capacidad a los pacientes, comenzamos por el pabellón A, este era el más grande, exclusivo para atención primaria y emergencias en sus cuatro primeros pisos, discretamente subdivididos y separados de las secciones de oficinas de enfermería, consultorios médicos, administración y secretaría. Con puertas modernas y automáticas, parecía que se entraba a un hotel 5 estrellas. Poseía grandes pasillos, con baldosas marmoleadas, gruesos ventanales a prueba de ruidos, paredes altas y decoradas con pinturas y adornos a considerable altura. El último piso estaba exclusivamente preestablecido para las oficinas de la dirección del hospital, contaba con sala de reuniones, cuarto de descanso y relax, hasta con un gimnasio, con sauna y todo, diseñado especial y únicamente para el director, que utilizaba hasta un ascensor privado. Observé a varios médicos varones bien presentables, con mandil y corbata. Los enfermeros igualmente impecables de blanco, y algunas hermosas secretarias muy bien uniformadas. Los pacientes permanecían en los pisos superiores, con buena vestimenta, otros pululaban abajo en el patio, caminaban o estaban sentados en las bancas del más bello jardín del hospital, césped bien cortado y gruesos pinos verdes que se mecían con el viento, dividían el espacio junto a gruesas mallas de alambrado en relación al siguiente pabellón. El garaje era reluciente, amplio y bien señalizado. Ahí vimos conversando a varias monjas que dijeron pertenecer a la orden religiosa de las Madres Comunitarias Del Sagrado Corazón De Jesús. Tenían vestimenta plomiza y crema, con sendos crucifijos que les colgaban en el pecho. Me saludaron tímida y tibiamente.
Luego cruzamos una puerta de acero, la abrió el guardia encargado de los pabellones C y D los que se me otorgaron para que labore en ellos. Estas edificaciones estaban separadas por una amplia construcción de dos pisos que era la residencia de médicos, la residencia de enfermeras estaba muy distante, entre los pabellones A y B. El B era considerado como pensionado donde habitaban los enfermos pudientes que sus familiares pagaban por una mejor atención y gozaban de muchos privilegios y se distinguían hasta en la vestimenta de los residentes y enfermeros. Sus instalaciones eran relucientes, más vistosas, adornadas y cuidadas, era una carta de presentación del hospital, tenía que ser, porque esa área la utilizaban algunos pacientes de la elite de la alta sociedad, el contraste con los demás pabellones se notaba a leguas desde el jardín hermosamente diseñado para impactar gratamente al visitante exigente.
Me informaron que, en el C, habitaban los pacientes varones y en el D las mujeres, pero solo en los cuatro primeros pisos, ya que el quinto piso del pabellón D estaba ocupado por las monjas de la congregación.
En la planta baja del pabellón C siempre pernoctaban dos enfermeros, era una regla de todas esas estructuras, cabe resaltar que los ventanales se componían de gruesos vidrios enmarcados o sujetados con varillas de seguridad que no se podían abrir desde adentro.
La comunicación entre estos pabellones se interrumpía por una alta cerca de alambrado templado y resistente. La limpieza y pulcritud llamaba mi atención. Tenía esa sensación de estar siendo observado desde las altas cámaras de vigilancia, también desde las miradas inquietantes de varios de los pacientes que analizaban mi presencia.
Había también un salón grande que funcionaba como área de cocina en el centro del hospital, cerca un área de dos pisos destinada a mantenimiento, limpieza y sastrería. Otra sala de un piso para eventos y en la terraza de la misma, un área de bodegas. Lejos de ahí una pequeña casona de residencia para guardianía. Justo después continuaban los pabellones E y F el E de los denominados locos varones peligrosos, y el F de locas peligrosas. Según me contaron, estaban las peores aberraciones patológicas en esos salones, por aquello, contaban con dispositivos de seguridad, cámaras y separaciones de habitáculos para evitar riñas y desmanes. Cuando me acerqué la primera vez escuché inmediatamente diferentes ruidos guturales y aullidos que erizaban la piel del más valiente, esos sonidos espantosos eran únicos y diferían de la de los otros lugares del hospital.
Me pude percatar que en el pabellón F había ninfomaníacas, que se enamoraban de cualquier macho que se arrimara por ahí. Por eso, la custodia era fuerte y siempre se turnaban dos grupos de cuatro colosales mujeres enfermeras, seleccionadas para esa función, que parecían fisicoculturistas. Por idénticas razones, en el sector E trabajaban cuatro enfermeros a los que apodaban Los Traga Músculos
Ellos caminaban como lo hacen la mayoría de los hombres musculosos. (Cosa ridícula e incomprensible) Esos que asisten asiduamente a los gimnasios, erguidos, rostro serio, con lento desplazamiento y con los brazos abiertos, como si llevaran dos sandias, una debajo de cada extremidad, abdomen sumido, moviendo ligeramente la cintura y las piernas peladas menos trabajadas, algo flacas y arqueadas.
Según posteriores informes que recibí de manera incidental, en ese lugar se les cortaba el cabello al cero, y se usaban hasta bastones y pistolas eléctricas con el afán de controlar aquel peligroso rebaño de enajenados mentales.
En los pabellones E y F no habían flores ni rosales en el jardín, tampoco esas manchas de papiros que sí se los observaba en los demás jardines, ni plantas ornamentales, tan solo aquí existía césped y unas descomunales palmas arábigas que en lo alto de sus troncos poseían unos reflectores con cámara incorporados y techados para protegerlos de la lluvia. Aquí se me advirtió que aquella no era precisamente mi área y que me despreocupara de esas zonas, sin poner atención a nada que viera, escuchara o notara. Pero mi mente iba anotando todo como una computadora y daba cuenta de muchas imperfecciones y desajustes de organización, de lo positivo y negativo que se me ponía al frente.
Finalmente me llevaron a la dirección general en los altos del pabellón A. se notaba ese quinto piso impecable, ya en la puerta de entrada, había un anuncio en relieve que rezaba: Aquí desatamos el nudo gordiano
(Claramente haciendo alusión a una acción aleccionadora y legendaria del gran Alejandro Magno, quien cortó de un solo tajo un nudo que nadie podía desatar).
El interior resplandecía desde el piso marmoleado, con un espacio de unos 48 metros cuadrados. Resaltaba el escritorio de buen diámetro, madera fina, relieves esculturales, en sus costados, el computador central, y tras de la máquina y sentado en un sillón de cuero negro y alto respaldo, el director Richards. Joven de aproximadamente 42 años de edad, mirándome inquisitivamente de arriba abajo por encima de