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El ámbito de las luciérnagas - Ramón de la Cruz
I
Apuntes de un viajero que jamás salió de casa
Inicia frente al espejo
El reino perdido de Alicia.
Descubrimiento de nuevas regiones.
Las líneas del cuarto se amotinan en el azogue,
y de la boca emergen luciérnagas
escupiendo pequeñas llamaradas,
treno de sirenas encanecidas,
mientras la noche multiplica reflejos.
Los árboles, nubes vegetales enardecidas,
alrededor de un ojo coronado de rabia
giran sobre el espejo de la luna en agua
y las frases se arrebatan penumbra.
Señales de la devastación que arriba.
Comienza:
el desvanecer la geografía de mi rostro,
apariciones detrás de mis párpados,
renombrar tu cuerpo apenas llegue la aurora.
Mapa de horas perdidas,
con él oriento el movimiento
dentro de mi memoria.
Las calles hechas palabras,
racimos de neblina arrumbados al silencio
desaparecen; en verdad, éstas son las últimas cosas.
Incendios corrompen el poema.
El asombro, un doble juego de luces,
y otra lista con cosas del olvido.
La duplicidad de las habitaciones interroga
mis recuerdos,
los gestos,
hechos que no tuvieron lugar.
Pregunta el destino de mis amorosas culpas.
Atraviesan el frío que se instala en los muebles.
El señorío de los resplandores
da cuenta de la oscuridad que atesoro
entre los pliegues del libro que sueño
y que sé no llegará.
II
Memorial de las islas
Llagaron mis regiones.
Desde el otro lado del espejo
hicieron del árbol plantado
en el centro de mi noche
lugar de reposo para sus incendios.
Llegaron desde el Norte.
Pero eso fue antes de que tú partieras,
y mis cabellos adquirieran tonalidades del fuego.
Acostumbran procesiones, buscan
los oscuros frutos;
crecen en los espacios preservados
de mi memoria
en lo que resta de mi sangre.
Alimentan con ellos sus resplandores
y hacen oficio de asombros.
Fugaces destellos para conocer mis rostros.
Dibujan nuevas, efímeras constelaciones.
Así nunca se encuentra un punto donde
orientar las naves.
No existen mapas fidedignos, ni cartas de navegación.
Cada isla es territorio de bruma
que cambia cuando cintila la luz.
Avanzamos, y sólo el registro de los escenarios
puede preservar una fugaz idea de quienes fuimos.
Quizá quede constancia de nuestros días.
La oscuridad tiene demasiados centros; todavía
muchos más son sus nombres.
No me conocía antes de su arribo,
ni supe después quién fui,
no puedo reconocerme entre estas páginas.
LABERINTO
También levanté puertos de ceniza
entre el tumulto de islas, tu corazón,
donde dijeron: «nada perdurará».
Clavé en tus huesos mis huesos,
fundamentos de estas construcciones.
Encendí, una a una, las estrellas
para ver si alumbraban tu camino.
Debajo de mi piel,
pequeñas tormentas,
recorriéndome:
tu rostro y otras cosas
que no terminan de llegar;
tu rostro, pequeño león sin garras,
nada perduraría.
Y clamé a olvidados dioses
preces para la buenaventura,
vanas oraciones por
campos de luna para habitar contigo.
Hasta que mi voz fue nada,
y las palabras sólo sangre.
Desmadejado hilo