Arma vacía y otros cuentos para impotentes
Por Rafael Medina
()
Información de este libro electrónico
Pero no todo es sexual en esta colección de cuentos que Medina nos propone en Arma vacía: también viaja a los barrios bajos de antaño y teoriza sobre la literatura misma, siempre con un punto de vista acorde al conjunto de textos. Porque a veces la literatura es la mejor escapatoria para todo aquel "cansado tenso harto del trabajo". De esta manera, la lectura se convierte en una terapia sin igual para quien sufre, aunque las pesadumbres sean las mismas que se narran.
Lee más de Rafael Medina
Los evangelios de la rabia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUna poética del mal Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Río entre las piedras: Guadalajara como espacio narrativo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relacionado con Arma vacía y otros cuentos para impotentes
Libros electrónicos relacionados
Mala sangre Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTú también vencerás Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTodos y cada uno Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNube negra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl último invierno Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesA wevo, padrino Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVolver al laberinto Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAhora y en la hora de nuestra muerte: Ultimos rescoldos de unas vidas que se apagan Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Octavio Paz: Cuenta y canta la higuera Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Sí, vienen conmigo: Ensayos de teoría literaria aplicada Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesFabulosas imposturas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAlto contraste Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUna madrugada sin retorno: Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola 2018 Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Una generación perdida. Novela Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa bondad Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMatar a otro perro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTiempo roto: Tempo rachado Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones21 GRADOS: Mil historias en una sola copa Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los animales por dentro Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPide la lengua Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLengua rosa afuera, gata ciega Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDiarios: Edición completa seguida de un epílogo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSpandau Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNina Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo mires abajo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesQuédate donde estás Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesA lápiz Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCerezas en París Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPorque Leo Escribo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAquí estoy, todavía: Correspondencia Ivonne Bordelois-Alejandra Pizarnik Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Fantasía para usted
El cuervo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La Ilíada y La Odisea Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La tiranía de las moscas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Don Quijote de la Mancha Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Insólitas: Narradoras de lo fantástico en Latinoamérica y España Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuentos de terror Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Historia de un crimen perfecto Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Te deseo tanto... Novela erótica Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cartas sobre la muerte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNocturna Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Viaje al centro de la Tierra: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La Llamada de Chtulhu Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La sombra sobre Innsmouth Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El Necronomicon Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La sed Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Albert Camus, El Rebelde Existencial Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La Biblia de los Caídos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Ensayo sobre la ceguera de José Saramago (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cuentos de horror Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Ciudad Fantasma: Relato Fantástico de la Ciudad de México (XIX-XXI) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El Mago de Oz Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Narrativa completa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El valle perdido y otros relatos alucinantes Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl señor presidente Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los pequeños macabros Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El hombre que perdió su sombra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesManual De Belleza Básica Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesA lomos de dragones: Introducción al estudio de la fantasía Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los tres mosqueteros: Clásicos de la literatura Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cuentos infantiles de ayer y de hoy Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Categorías relacionadas
Comentarios para Arma vacía y otros cuentos para impotentes
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
Arma vacía y otros cuentos para impotentes - Rafael Medina
ROTH
La fragilidad masculina desde una nueva perspectiva psicoanalítica
o Judith la desinflapepinos
«En la vida no hay nada más vulnerable, más frágil, que el corazón de una mujer y la erección de un hombre», era la sentencia que identificaba a la cabrona de Judith. Vieja perra con una licenciatura en psicología y como tres maestrías en psicoanálisis y pendejadas de esas, de las que sólo ella entendía. Ahora que leo la nota en el periódico, recuerdo cómo llegué a ser una de sus primeras víctimas: estaba chavo y más enculado que nada. Siempre fue un viejonón, buenísima, la desgraciada, ya mero terminaba su carrera y ya traía su méndiga tesis bien fraguada, listísima para joderse a cuanto cabrón se le pusiera enfrente. Ya llevábamos casi el año cuando empezó con sus chingaderas en pleno acto carnal, a medio palo: «ay, mi amor, como que se te está haciendo chiquito», «termina, que ya estoy hasta el güevo», «no hagas la cara así, que me recuerdas a fulano, a zutanito». ¿Quién cabrones aguantaba eso en pleno agasaje? Nadie, o mejor dicho, casi nadie.
Al principio se hacía pendeja, que no era intencional, hasta disculpas me pedía. Ya en esas épocas se cogía a un par de maestros y también se la empezó a aplicar. Al más ruco le salía con la de «soy tu hijita mengana, párchame rico, papito»; al jovenazo «¿a poco nos es rico estarse cogiendo a tu mamá, hijo mío, déle rico a su madre muchachito canijo». De volada la votaron por enferma. Adiós cogiditas, y ni modo que dijeran algo, a todos les tumbaba el fierro. Qué peor manera de quedar mal parados ante una vieja. «A volar, pinche impotente», frase lapidaria con que nos despedía a todos, para acabarla de acalambrar. Yo fui el que le aguanté vara como ningún otro. Pese a que se acabaron de a tiro las matadas. Y me cucaba bien duro la canija, me prendía, me ponía bien caliente nada más para que terminara haciéndome lo mismo de siempre. Aparte de enculado, también estaba enamorado, la pura verdad, para qué negarlo.
Ni en cuenta que todas sus porquerías quedaban en una mini grabadora. Mucho menos nos enterábamos que se juntaba con un montón de lesbianas para compartir el «material científico». Dizque reuniones académicas: pura pinche quemazón de güeyes. Porque reunió un buen de material, conforme agarraba experiencia ampliaba de manera cruel pero efectiva sus artilugios para rebanar salchichas. Cada vez más sofisticada y con un numeroso grupo de víctimas el material ya era más que rico. Un festín para las pinches viejas que se deleitaban escuchando a fulanos desde apendejados hasta de a tiro bien encabronados. Pero para sorpresa de muchas, los últimos eran los menos. Predominaban las disculpas y las excusas de a tiro pendejas. «Desarmas literalmente al macho, le quitas su único argumento sólido de su pobre contexto fálico», decía la pinche Judith, ante la alegría de las volteadas y el consentimiento de sus maistras bigotonas.
En su mero esplendor, poco antes de que escribiera su célebre libro Fragilidad masculina, una perspectiva psicoanalítica, de Lacan hasta las nuevas teorías del Yo, era toda una maestra para desinflar pepinos. Ya le bastaban unas miradas, un pequeño gesto, toses inoportunas, crisis de risa, para que la gran mayoría de varones desistiera de la faena y aparte terminaran pidiéndole perdón. Pero a ella no le bastaban las sutilezas, buscaba todos los métodos y los llevaba a extremos francamente culeros. Desde la utilización de imágenes religiosas hasta las más escatológicas escenas. Ya me la imagino en pleno palazo: «Para, para, hijo, ¿acaso no ves quién soy?, soy María, soy Guadalupe, la madre de Dios, tu madre» Puta, pobres güeyes. O el extremo de embarrarse caca en axilas e ingles después de poner casi al carbón a dos de sus alumnos. El «pinche vieja puerca» o el «pinche vieja loca», casi siempre eran mentales, el asunto principal era la caída del fierro, la no cumplida del macho, el ahí muere, el ahora qué hago, el ni pedo, hasta nunca.
La última vez que la vi, ya era toda una chingona. No era raro verla en la televisión, escucharla en la radio, ya era toda una santona de una nueva corriente psicológica que buscaba el exterminio de la erección, y que la única alternativa considerada de relación sexual era la masturbación mutua. ¿Para qué?, para erradicar la desigualdad y el sometimiento doloroso de la mujer al hombre. ¿Al pito con la reproducción? Pues sí, decía ella, a ese costo no valía la pena. Lo que podría parecer una locura de una enfermona, para muchos ignorantes y pseudointelectuales, era una teoría revolucionaria y científica. Tenía un chingo de adeptos y su maestría era una de las más solicitadas de la universidad. Me sorprende que haya platicado conmigo aquel día casi tres horas en el café. Yo, un simple pelagatos de oficina, infelizmente casado y padre de cinco chiquillos: ella, toda una celebridad. Ya estaba cascabeleando la mujer pero seguía aguantando vara, las piernotas seguían justo como las recordaba.
Me confesó que en su tiempo sí estuvo enamorada de mí, que me faltó aguantar un poquito más y que chance hasta nos hubiéramos casado. «¿Entonces no eres lesbiana?», le solté de bote pronto, y que nel, que ella era una heterosexual casi pura, que no anhelaba otra cosa que un hombre con quién pasar el resto de su vida, pero ya después de terminar su gran estudio. ¿Todavía no terminas de balconearnos? Que niguas, que seguía