Conflicto colombo-peruano 1932-1933 Combate de Güepí

Conflicto colombo-peruano 1932-1933. Combate de Güepí

Luis Gomezjurado Guerrero

Colección Guerra con el Perú (1932) N° 4

Ediciones LAVP

www.luisvillamarin.com

Cel 9082624010

New York City, USA

ISBN: 9780463316528

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Conflicto colombo-peruano 1932-1933. Combate de Güepí

El autor

Prólogo

Capítulo I. Antecedentes del conflicto

Capítulo II. Publicaciones anteriores y posteriores al conflicto

Capítulo III. Los peruanos se apoderan de Leticia

Capítulo IV. Descripción de la región

Capítulo V. La selva

Capítulo VI. Cañoneros peruanos en el Putumayo

Capítulo VII. Movilización del batallón Boyacá

Capítulo VIII. Personal en los puestos de apresto

Capítulo IX. Aviones peruanos exploran Chavaco

Capítulo X. Antes del ataque a Güepí

Capítulo XI. Ataque a Güepí

Capítulo XII. El enemigo huye por la selva

Capítulo XIII. En las avanzadas de La Rebeca

Capítulo XIV. Noticias de paz y relevo en el frente.

Capítulo XV. Las tropas colombianas desocupan Güepí

Capítulo XVI. Nuestros muertos y heridos en combate

Capítulo XVII. Personal militar en Güepí.

Anexo 1. Discurso del coronel Diago en la devolución de Güepí a Perú

Anexo 2. Bombardeo peruano a la lancha que evacuaba prisioneros

Anexo 3. Los héroes desconocidos

Anexo 4. Reliquia histórica

Anexo 5. Asociación de excombatientes

El Autor

Luis Gomezjurado Guerrero, nació en Pasto en el hogar formado por el general Elíseo Gomezjurado Benavides y la señora Carolina Guerrero. Bachiller del colegio "La Inmaculada" de los hermanos maristas Ingresó al Ejército como cadete en la Escuela Militar. Ascendió rigurosamente los grados de subteniente, capitán y mayor; en este grado pidió voluntariamente su retiro del ejército en mayo de 1944.

Servicios prestados

Prestó sus servicios en varios batallones del territorio nacional, de manera especial como ayudante del comando de la Tercera Brigada en Cali; en la Escuela Militar de Cadetes como instructor y comandante de la compañía de infantería y como Inspector de Estudios; en la Flotilla del Putumayo como comandante del cañonero Barranquilla y varios otros cargos en los que se destacó en el servicio como oficial subalterno.

Tomó parte activa en el conflicto colombo-peruano.

En el grado de mayor fue comandante del batallón "Ayacucho" en Manizales, cargo que desempeño por dos años.

Una vez retirado del servicio activo, en la vida civil fue miembro del concejo municipal de Pasto, secretario de Agricultura y Ganadería y secretario de Gobierno del departamento de Nariño.

Prólogo

Mayor del Ejército Nacional, en uso de buen retiro, Luis Gomezjurado Guerrero decidió seguir la carrera de las armas por vocación familiar. Su padre fue el general de la república, Elíseo Gomezjurado Benavides, quién, a su vez, fue un jurisconsulto, varias veces gobernador de su departamento, concejal, diputado, representante a la cámara, senador de la república y magistrado del tribunal superior del Distrito Judicial de Pasto.

De tal manera, en el general Gomezjurado se unificaron y complementaron dos tendencias opuestas, las letras y las armas, en armónica proporción, para configurar una personalidad completa. Lo propio ocurrió en el mayor Gomezjurado Guerrero, quién a sus sobresalientes cualidades de buen militar, en la guerra y en la paz, aduna su afición a las letras, como lo acredita este libro, que es el testimonio vivido y real, veraz y objetivo, de un valeroso e inteligente participante en el conflicto fronterizo colombo-peruano, de 1932 -1933.

El autor de este libro relata, con sencilla elegancia literaria, lo que oyó y vio y realizó en el Putumayo medio o central. Y describe con exactitud y precisión las acciones de guerra más importantes que tuvieron lugar en ése amplio medio geográfico, en donde Gomezjurado participó eficazmente

Chavaco, La Rebeca y Güepí que fue el combate base que determinó la recuperación de nuestro dominio en Leticia y en la Hoya hidrográfica del Putumayo.

Los antecedentes del conflicto están sobriamente redactados por el mayor Gomezjurado Guerrero. a partir del 1° de septiembre de 1932, fecha en la cual tropas peruanas disfrazadas de civiles, tomaron por asalto la población colombiana de Puerto Leticia, ubicada en la margen izquierda del río Amazonas.

Anota a continuación el desconocimiento por parte del gobierno de Sánchez Cerro, del Tratado Lozano-Salomón, en el que se fijaron definitivamente las fronteras de los dos países, documento internacional, suscrito el 24 de marzo de 1922, y plenamente ratificado por los dos gobiernos, y, por lo mismo, sin motivo ni pretexto alguno para su alevosa violación.

No fue ésta la primera agresión armada del gobierno peruano contra Colombia. Años antes hablan tenido lugar otras, como la que fue castigada por los colombianos en el campo de Tarqui, y la que se cumplió en La Pedrera, por parte de un ejército peruano armado hasta los dientes contra un reducido grupo de enfermos colombianos, que a duras penas podían mantenerse en pie.

Diversas fueron las publicaciones anteriores y posteriores al conflicto colombo-peruano de 1932 El autor enumera unas cuantas, así:

Las crueldades de los peruanos en el Putumayo y en el Caquetá, por Vicente Olarte Camacho, Bogotá, 1911.

El libro rojo del Putumayo, por sir Roger Casement, Londres. 1913;

La guarida de los asesinos, por Ricardo Gómez Arturo. Pasto, 1924;

La Vorágine, por José Eustasio Rivera, Bogotá, 1924;

A las que cabría añadir otras obras, de idéntico tema, tales como las siguientes:

La guerra con el Perú, por Luis María Murcia, Bogotá. 1932;

De París al Amazonas, por Cornelio Hispano. Pollendorff París, s/f.

Nariño y la guerra, por José Absalón Martínez. Imp. del Derecho. Pasto

La verdad sobre la guerra, Por Carlos Uribe Gaviria. Cromos, Bogotá, 1935-1936

El combate de Güepí, por Juan Lozano y Lozano. Obras Selectas. Edit. Horizonte, Medellín 1956.

Putumayo, 1933, Diario de Guerra, por Carlos López Narváez. Bogotá, 1951.

La obra del mayor Gomezjurado Guerrero, tiene el mérito sobresaliente de ser la de un testigo presencial de los hechos ocurridos en el Putumayo, en la línea de fuego, durante los largos días del conflicto.

Sin olvidar que el entonces teniente del ejército nacional desempeño diversas y peligrosas misiones de confianza, con todo éxito, pero a las cuales, por una modestia innata y caballeresca, el autor no hace referencia.

En este libro se narran los hechos con la natural concatenación que ellos tuvieron, pues nunca los sucesos son obras del acaso; ni de la generación espontánea.

Por ello en el pórtico del relato, se habla de los antecedentes del conflicto, a lo que siguen otros capítulos de la mayor importancia, como la toma de Leticia por los peruanos, la descripción del teatro de guerra, topografía de Güepí y de la isla de Chavaco, la selva milenaria, la población y los transportes, los recursos bélicos peruanos en el Putumayo, la movilización del batallón Boyacá, con sede en Pasto, la distribución del personal en los puestos de apresto, la aviación colombiana y la peruana, la flota fluvial de los dos países en conflicto, el desarrollo de las operaciones militares, las acciones de prueba, la ejecución de los recursos diplomáticos en Ginebra, el ataque a Güepí, la huida del enemigo a través de la densa selva, los sucesos de armas en la Rebeca, la muerte de Sánchez Cerro, las observaciones de un corresponsal de guerra sobre, los puestos avanzados, las noticias de paz y de relevo en el fronte, la captura de una compañía peruana, los prisioneros de guerra peruanos en Güepí, el regreso de los sargentos parlamentarios, la devolución de los prisioneros peruanos la evacuación de Güepí, y su devolución a los peruanos, texto del Acta de entrega, muertos y heridos colombianos; etc. etc.

Como lo advertirá el lector, el libro del mayor Gomezjurado Guerrero, está enriquecido por importantes anexos documentales, que complementan el sobrio texto del relato del autor.

Este libro es una exaltación de las virtudes elementales de nuestro pueblo, un esfuerzo generoso a la memoria de los que murieron por la patria en los días aciagos en que sus fronteras fueron invadidas, un testimonio del desinterés y del valor de los colombianos de entonces, que no quisieron ser inferiores a sus antepasados, sino emularlos en su serenidad y en su valentía. Libro útil por más de un aspecto, que merece, por lo mismo, la adecuada difusión que la imprenta proporciona, y que deben leer todos cuantos se interesen por la historia de los grandes hechos de pretérito.

Ignacio Rodríguez Guerrero

Pasto, julio de 1980

Enaltecer hombres y letras de Nariño se propone el ilustre padre Jaime Álvarez S.J., con la formación de la "Biblioteca Popular Nariñense", de la cual han visto la luz varios importantes volúmenes que pregonan la constancia y el amor a la cultura nariñense del benemérito sacerdote.

Concédale Dios una larga vida, abundantes medios para continuar esa labor, que unida a otras realizaciones de la mayor importancia de carácter apostólico, señalan al padre Jaime Álvarez S.J., como gran benefactor de Pasto.

La "Biblioteca Popular Nariñense", hacía mucha falta en nuestro medio, pues en nuestra historia vernácula existen enormes vacíos que deben ser llenados para cumplir con la obligación de entregar a las generaciones venideras, datos y fuentes de información, que les sirvan para apreciar mejor al pueblo surcolombiano y juzgarlo en el paso por el tiempo.

La petición que me formulara el padre Jaime Álvarez S.J., para que escribiese mis memorias sobre las acciones de armas en las que participé dentro del conflicto fronterizo de 1932-1933, constituye para mí un inmerecido y grande honor, que sé agradecer en todo lo que vale.

No me referiré a la extensa zona del bajo Putumayo en donde se sucedieron importantes combates en los sitios de Tarapacá, el Cothué, Buenos Aires y otros, porque en ese sector le correspondió actuar a otra agrupación de nuestro Ejército.

Procuraré sin ser escritor, exponer en forma clara, sencilla y metódica, hechos bélicos en los que me correspondió actuar en el medio Putumayo, durante el conflicto colombo-peruano, de manera especial y concreta a los combates de Chavaco, La Rebeca y a la acción de armas importantísima de Güepí, que fue el combate base que determinó la recuperación de nuestro dominio en Leticia y en la hoya hidrográfica del Putumayo.

Sea la publicación de la relación de aquellos hechos, un homenaje a las gente del departamento y una contribución a los magníficos emprendimientos que en su favor realiza la Casa Mariana do Panto. Haré especial énfasis en las acciones dignas de mención ejecutadas por tropas nariñenses.

Tanto el progresista e ilustre padre Álvarez S.J., editor de la "Biblioteca Popular Nariñense", como los benévolos lectores, encontrarán en estas páginas la verdad histórica, ausente de galas literarias.

Mayor (r) Luis Gomezjurado Guerrero

Capítulo I.

Antecedentes del conflicto

El primero de septiembre de 1932, tropas peruanas, disfrazadas de civiles, en alevoso asalto se toman el puerto colombiano de Leticia situado sobre el margen izquierdo del río Amazonas.

La soberanía de Colombia sobre Leticia se encontraba reconocida por el Tratado Lozano-Salomón del 24 de marzo de 1922, que había sido aprobado por Colombia, en virtud de la Ley 55 de 1925, y por el Perú, mediante Resolución Legislativa 5940 de diciembre de 1927. Las ratificaciones al mismo, fueron canjeadas en Bogotá el 19 de marzo de 1928.

La vigencia del citado tratado, sobre delimitaciones territoriales, fue ratificada en acta tripartita de 4 de marzo de 1925 firmada en Washington por los representantes de Colombia, Perú y Brasil, señores Enrique Olaya Herrera, Hernán Velarde y Samuel de Souza Leao Gracie. Este convenio trinacional fue auspiciado por Mr. Charles E. Hugues, a la sazón, Secretario de Estado de los Estados Unidos de América.

De acuerdo con lo estipulado, en los convenios internacionales citados, se procedió a la entrega y recibo de los territorios canjeados en el Tratado Lozano-Salomón. El acta correspondiente fue aprobada en Leticia el 17 de agosto de 1930 por los gobiernos de Colombia y Perú y signado por los coroneles Luis Acevedo Torres y Temístocles Molina Derteano en representación de los respectivos presidentes, Enrique Olaya Herrera y Augusto Legía.

Este alevoso asalto fue el que originó el estado bélico-social que denominamos el conflicto colombo peruano.

El pueblo de Colombia y en su representación el Ejército aceptó el desafío y se aprestó a defender la soberanía nacional conculcada.

No por insólita y alevosa era ésta la primera ofensa a nuestra soberanía A fines de 1900 salió de Iquitos la lancha de guerra "Cahuapana" simulando fines comerciales, pero llevaba a bordo una escolta militar que desembarcó en Cotuhé, donde estableció una aduana y una comisarla fluvial. Es decir, el Perú organizó autoridades económicas y militares en tierras reconocidas como colombianas y colonizadas por colombianos, especialmente por nariñenses.

El socio fundador de la maléfica casa Arana, Julio C. Arana, antes de tener el poder de sultán de la selva, tuvo que negociar con los colonos pastusos el caucho que transportaba como mero intermediario a Iquitos.

Los primeros colonos que explotaron las márgenes del río Putumayo o Iza, a fines del siglo XVIII fueron colombianos.

Ya en 1890 el general Rafael Reyes y sus hermanos Néstor y Enrique habían formado la Compañía Reyes Hermanos para el comercio de la quina o cascarilla que se producía en esa región.

La obra llevada a cabo por estos negociantes colombianos en la región del Putumayo mereció el elogio de los representantes sudamericanos en la Conferencia Panamericana reunida en México en el año de 1902. (1)

(19 Roger Casement, El libro rojo del Putumayo, publicación de H. Thomson & Cia, Londres 1915, página 15.

Ya desde el año de 1895, dice sir Casement y en años posteriores muchos negociantes colombianos de Pasto bajaron por el Putumayo y por el Amazonas hasta Manaos y Belén, ciudades donde se entregaban a un tráfico importante de zapatos, cigarros barnices y otros productos manufacturados en Colombia. Esos negociantes regresaban llevando sal, hierro, licores y otros productos manufacturados on el Brasil o en Europa (2)

(2) Casement. Ob. Cit. Pag. 17

Esa colonización y ese comercio eran bien conocidos por el pueblo de Nariño; muchas familias, especialmente de Pasto