Mientras Nevaba
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¿Cuánto tiempo se necesita para olvidar al amor de tu vida? ¿Y para perdonar?
Stephenie tenía dos cosas claras a poner sus pies de nuevo en aquella pequeña ciudad en la que había crecido: seis años después, estaba claro que había lo superado y curado su corazón partido, y más allá de eso, el no iba a estar. Aquella Navidad, ella estadaba finalmente lista para el regreso al hogar de la familia que la había acogido y que le había dado todo.
Ella no se esperaba el reencuentro.
Brandon, el hijo medano de su familia adoptiva y con el que había vivido un romance aplastante en el pasado, era aún más irresistibe. Y el definitivamente no estaba preparada para el despertar de tantos recuerdo o para que su corazón perdiese el compás a causa de sentimientos contradictorios y un tanto vertiginosos que pensaba tener enterrados hacía mucho tiempo.
¿Puede el amor superar los dolores del pasado?
El sabía que no era casualidad que sus caminos se cruzasen de nuevo, y no estaba dispuesto a dejar escapar la única oportunidad de corregir el rumbo de sus vidas. Ella no tenía idea de que sería tan difícil luchar contra la atracción. Ni si quiera podría intentarlo.
En este duelo entre la razón y la emoción ¿cual hablará más alto? Descubre si el amor tendrán una segunda oportunidad en este intenso romance que sucedió... Mientras Nevaba
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Mientras Nevaba - Letícia Kartalian
Para todos los que, como yo, creen que la Navidad es
una cita llena de magia, esperanza, perdón y... amor.
diagramação - prólogo.pngThis is a place where I don't feel alone
This is a place where I feel at home
Cause, I built a home
For you
For me
Until it disappeared
From me
From you*[1]
THE CINEMATIC ORCHESTRA — To Build A Home
diagramação en - pov brandon.pngALLÍ FUERA, una niebla cubría el cielo de tiempo cerrado. No era posible ver las estrellas, aunque se sabía que estaban ahí, igual que la luna, observando las dudas inundando mis pensamientos. La nieve, límpia y pura, que caía del lado de fuera de la ventana cargaba mi peso con ella y cada minúsculo copo de nieve aumentaba la sensación claustrofóbica de la impotencia. Entonces, yo respiraba hondo y mientras sentía su perfume todo lo demás se adormecía, solo mi corazón retumbando en mi pecho daba señales de vida. El pelo largo, desordenado de Stephanie cubría mis hombros, su cabeza tocaba mi barbilla y, recostada cómodamente en mi pecho, su respiración era lenta.
No hacía mucho que ella se había dormido, pero no nos quedaba mucho tiempo así, junto a mí. Estaba a punto de amanecer y entonces yo necesitaría volver a mi habitación antes de que los demás se despertasen. Pero, por el momento, la tenía. Mi garganta se apretó. No sabía si duraría.
Lo que sí sabía era que necesitaba escoger bien con mi conciencia, aunque eso me fuera a costar caro. Para mi y para Stephenie. Pero mañana sería el día— o eso era lo que me venía diciendo desde hacía una semana, porque yo no había conseguido calmar al anhelo, un mes lejos el uno del otro había sido suficiente.
Me gustaría parar el tiempo, congelar todo solo para que nosotros dos fuéramos eternos, de aquella forma. Po ahora, yo fingiría no sentir el incómodo bulto bajo mi cabeza, en la almohada, pensaría en lo emocionante de revivir el inicio de nuestra relación, manteniéndola en secreto, escapándonos a la habitación del otro y aprovechando los besos furtivos por las esquinas. Era una locura.
Pero era una locura que valía la pena.
Porque el amor, cuando es verdadero, vale siempre la pena.
Menos de veinticuatro horas después, una nueva tempestad asoló mi mundo de una manera definitiva y... Imprevisible.
diagramação - capítulo 1.pngLights around the tree
Mama's whistling
Takes me back again
There's something ‘bout December*[2]
CHRISTINA PERRI — Something About December
diagramação en - pov stephenie.pngBAJO LAS LUCES que ascendía y decoraban prácticamente toda la calle, lentamente me dirigí con mi coche a través de los cruces, alejándome de la iglesia que unos años atrás me había ofrecido una nueva vida y que había sido local de mi primera parada en la vuelta a casa.
El roce de las cuatro ruedas suavizado por los resquicios de la nieve que cubría el asfalto no hacía más que aumentar la nostalgia que me invadía junto con los recuerdos de mi adolescencia en aquella pequeña ciudad, reavivándolas tras cada esquina. ¿Cuántos rostros conocidos podrían flotar entre los montones de nieve al recorrer el camino hacia mi destino?
¡Ah! ¡La nieve!
Más blanca y suave que la que había visto los últimos años en Nueva York, probablemente a causa del aire limpio y de la escasa contaminación de este rincón montañoso. Había cierto encanto y magia que la Gran Manzana no conseguía alcanzar, definitivamente.
Los copos blancos congelados habían caído torrencialmente durante la madrugada y durante toda la mañana de un modo que, aún cuando el cielo se abrió y un clima más gentil se impuso, aún no era posible certificar la limpieza de las carretera y yo he llegado a pensar que necesitaría hacer noche en un hotel en cualquier parte de la carretera. Para los habitantes del lugar y, como no, para los visitantes que ya se encontraban bajo techo, ni siquiera la nevada de una noche entera, el aire gélido y los grados casi negativos del termómetro iban a impedir que las fiestas de esta ciudad que respiraba Navidad siguiesen su curso.
Aminoré la velocidad de mi Camry hasta para completamente al divisar un coro que, paseando de puerta en puerta, entonaba bellos y conocidos carols— villancicos. A fin de cuentas la ciudad llevaba el nombre de Carol’s Village. La música estaba muy viva en el corazón de sus habitantes, especialmente en la estación más fría del año. El grupo daba alegría a todo aquel que estuviese cerca; una señora, aparentando una avanzada edad, los acompañaba sin cantar, pero siguiendo el ritmo con el tintineo de una campana.
Casi pude verme a mí misma en medio de aquellas personas. Contagiada por el buen momento que vivía y por la emoción que esa época del año siempre traía a mi corazón, cantando Happy Xmas y llevando la alegría y el espíritu navideño para el que lo necesitase. Los trajes rojos con el cuello blanco por encima, cortesía de la iglesia, completaban la composición que siempre habían hecho imaginar el estar esparciendo amor y esperanza uniformados al servicio de Papá Noel.
Parecía un recuerdo de otra vida.
Y tal vez lo fuera en realidad.
Cuando el aire helado ya había invadido todo el coche, levanté el cristal, subí la calefacción y, saliendo por la Avenida Principal, seguí mi camino hacia la suntuosa construcción al final de la calle, dentro de los muros, el caserón donde había crecido física y emocionalmente de mediados de la adolescencia, hasta el inicio de la vida adulta.
Imponente como ella sola, la mansión— que, en realidad, no parecía tan homérica como pensaba cuando era joven— permanecía exactamente igual que hacía seis años, con su pintura impecable y la más bella decoración de Navidad de la calle, tal vez la más encantadora de la ciudad. Construída ligada a la historia de sus primeros habitantes cuando decidieron quedarse en Estados Unidos y establecer una familia, la antigua casa guardaba recuerdos de tres generaciones.
Con luces blancas bordeando delicadamente el tejado, los pasamanos de las escaleras, cada una de las vigas y también adornando el jardín, todo estaba muy bien estructurado, elegante, sin perder la esencia familiar y con un toque personal que solo alguien con alma de artista podría haber idealizado. Renos blancos contorneados por LED dividían el espacio con el jardín de invierno; en el portón de hierro de la entrada, al igual que en los detalles de las ventanas, el blanco de los lazos y el verde de las guirnaldas dominaban la composición y antes incluso de aparcar en frente, ya ansiaba saber cómo había quedado la parte interior de la casa.
Sentí las palmas de mis manos húmedas al volante, el nerviosismo se iba apoderando de mi sin que fuese capaz de explicar un motivo.
Con una ojeada al panel de instrumentos que estaba sincronizado en el reloj de agujas de la magistral torre de la iglesia, pasaban pocos minutos de las cinco de la tarde, y yo me puse contenta de haber conseguido llegar a tiempo para la cena.
Al salir del coche y clavar los inexistentes tacones de mis botas en la nieve, alcé la cabeza y me dije a mi misma, mentalmente, que era bueno estar allí. No era ningún crimen hediondo haber encontrado mi camino de vuelta después de todo. La hija pródiga.
Era complicado creer como, a veces, esos seis años parecían un cambio de estación, y otras veces un solo día parecía un año entero de anhelo de quien me hiciera sentir que pertenecía verdaderamente a algún lugar.
Suspiré.
—Vamos allá, Stephenie. ¡Valor!
Como de costumbre, habría una o dos personas trabajando en los alrededores que podrían permitir mi entrada, pero sabía que estando tan cerca la Navidad, todos los trabajadores de la casa estarían con sus familias y, con excepción de una única persona que estaría allí para salvaguardar y proteger la integridad de la matriarca — vulgarmente, calentar el huevo—, yo me encontraría al Clan González allí recluido.
Por eso, respiré hondo el aire congelado un par de veces, fui hasta el pequeño interfono con cámara y apreté el botón, que fue atendido tan pronto como comenzó a sonar.
Sonreí a la cámara al oír la voz gruesa y medida y saludé con una mano dirigiendo la cara hacia el pequeño objetivo, mientras se liberaba la entrada. Empujé la puerta y seguí el camino de piedras, siendo bombardeada por más recuerdos antes de alcanzar la puerta ornamentada. Recuerdos de los que tenía la certeza que me acompañarían durante toda mi estancia en el lugar.
Ya abierta a mi espera, el olor que procedía del interior me recibió primero. Una mezcla de aromas, el perfume característico del árbol, canela suave y comida casera, la combinación única y perfecta para aquella época del año y que despertaba tantos buenos sentimientos. Más que nunca, los reconocía como olor de hogar.
Cerré los ojos algunos segundos, aspirando bien profundo, pero antes de que pudiera abrirlos de nuevo y decir algo al hombre impecablemente bien vestido guardando la puerta, un peso me empujó hacia atrás, y por poco, por muy poco no me caí al suelo.
Las patas del cachorro que, por puros reflejos, agarré al mismo tiempo que me echaba hacia delante, eran del tamaño de mis manos. Al sentirme más segura, encaré al animal de tamaño mediano aún medio asustada por el abordaje repentino y tan... canino, sin saber de dónde diablos había salido. No tardo mucho en alcanzarme con su lengua y el me besó como si fuese una vieja conocida. Y no lo era.
—¡Calvin! ¡Atrás! ¡Baja! ¡Ahora! Calvin, ¡para ya con eso! — Sebastian, el guardián, lo intentó, pero sin demasiado éxito y algunos pasos más atrás de lo que estaba anteriormente.
—Todo bien, Seb, está todo bien.
Yo podía haber puesto mala cara por el mal aliento canino que venía directo a mi nariz, pero no me importaba demasiado y todo lo que hice fue redireccionar sus lametones afectuosos para otra parte de mi cuerpo, dándole una de mis manos para que las pudiese adorar.
Las dos patas delanteras del Golden Retriever se deslizaron y apoyaron un poco más abajo en mi cuerpo, por encima de mis vaqueros y, permaneciendo con la cabeza baja, fue mi turno de agachar y acercar mi cara a la suya. No había collar en su pescuezo, como constaté al abrazarlo, pero las marcas indicaban que debía usar uno a menudo.
— El solo quiere un poco de cariño, ¿verdad? Buen chico, Calvin, buen chico— levantándome, finalmente pude saludar a Sebastian.
—Es bueno verla de nuevo, señorita Salazar. La señora González y el resto de la familia la han echado mucho de menos. —lo dijo de forma seria y comedida, retomando la postura de uno de sus brazos hacia atrás y bla—bla—bla. Era increíble, que aún conociéndome desde que era una pulga, el siguiese manteniendo esa distancia física y emocional que el pensaba que debía mantener con todos los visitantes, aunque yo fuese prácticamente de la familia.
Sebastian había formado parte de mi adolescencia en un tiempo en el que tanto Edgard González— o simplemente Pops—, era el hombre más mayor de la casa, cuando los padres de Sebastian aún estaban vivos y se ocupaban del trabajo de velar por Nanna y el orden de las cosas. Así pues para el, quedaba la responsabilidad de controlar a los sacos de hormonas que corrían sueltos cuando estábamos en casa. Lo que pasaba habitualmente. Principalmente por todas las fiestas de fin de semana organizadas por Stephen y... Él. Por eso lo llamábamos el guardián, lo que básicamente también hacía con Nanna, la señora de la casa.
— Feliz Navidad, Sebastian. Es genial verlo también— lo abracé y el sonrió hacia mi casi sin gracia, devolviendo el abrazo y las palabras.
—¿Puedo guardar su abrigo? — me ayudó a quitarme la pesada vestimenta junto con la bufanda que yo usaba— Estoy seguro de que usted no necesita que le muestre el camino, pero sería un honor igualmente. Por aquí. — gesticuló con su brazo y yo me eché a reír.
—Por supuesto, gracias.
El Golden no se apartó de mí, al contrario, se había sentado entre mis piernas y, cuando Sebastian siguió hacia delante, mostrándome el camino a través del largo pasillo, cuyas paredes estaban llenas de bonitos cuadros y fotografías familiares, el cachorro me acompañó a mi paso, hasta llegar a la sala de estar, donde suponía que los González estarían reunidos.
Menos él.
No tenía ni idea de cuantas cosas nuevas me encontraría al pisar aquel lugar, seis años representaban toda una vida. Pero, si había algo de lo que tenía la más absoluta certeza era su ausencia. A fin de cuentas, aquel era el único motivo por el que había aceptado finalmente las insistentes e incesantes llamadas de los González para volver esta Navidad.
diagramação - capítulo 2.pngAnd so this is Christmas
I hope you have fun
The near and the dear one
The old and the young*[3]
CHRISTINA PERRI — Happy Xmas
diagramação en - pov stephenie.pngSI HABÍA sido hechizada por la decoración exterior, la decoración interior podría haberme hecho babear.
Componiendo el ambiente, desde las velas encendidas entre los marcos de fotos de algunas navidades de la familia encima de la chimenea, destacando los calcetines colgados, hasta los detalles de guirnaldas siguiendo el contorno de las cortinas, adornados con piñas, se observaba el cuidado en los trabajos artesanos.
La estrella de la sala era, evidentemente, el alto y robusto pino— natural, en contraposición a los árboles de plástico que me habían hecho compañía las últimas Navidades—, que, valiéndose del techo alto, ocupaba un lugar próximo a la escalera que llevaba al segundo piso, perfectamente adornado en blanco, plata y toques de rojo, que armonizaban con el verde cálido y vivo de sus hojas.
Las luces blancas descendían en cascada por la escalera, así como también iluminaban y daban un encanto especial al árbol, ya que parecía estrellas brillando en el cielo. Tan diferente como fuese posible de loa árboles de Navidad de antaño, en el que el espumillón rojo y dorando estaba intercalado con luces coloridas y adornos que hacíamos a mano bajo supervisión de los más mayores, el aire sobrio y recargado de la decoración actual era suficiente para saber que había mano de Ester en cada cinta, bola y lazo que combinaban con los colgantes de ángeles y Papa Noel. Y ejemplificando que los niños habían crecido.
No era, en definitiva, lo que yo esperaba.
Era familiar sin serlo, me calentaba el interior y yo casi no lo sabía, pero lo sentía, que todo aquello represaba mi casa. Casa, sí. Aunque el tiempo que había estado lejos fuese el equivalente al que pasé viviendo aquí.
Abandonando mi rápida inspección a la decoración y centrándome en lo que realmente importaba en aquel ambiente, esperé un total de tres segundos antes de que notaran mi presencia.
—¡Gemela! — la voz grave y potente de Stephen surgió como un fuerte grito.
Sí, el anunció mi llega a pleno pulmón, como si estuviese en medio de una multitud.
Sentado en una de las butacas laterales, el tenía aquella sonrisa medio bobalicona en la cara, una que yo conocía muy bien. No de forma inesperada que tal vez ellos suponían, sonreí con la visión de la rubia de ojos claros que estaba prácticamente sentada en su colo, los brazos fuertes a su alrededor, como si la estuviera calentado con su suéter azul y rojo que escondía aquel montón de músculos.
En días normales, uno de los dos se hubiera movido automáticamente. Sin embargo, todo pareció disminuir de velocidad lentamente hasta pararse y yo pude sentir el sabor del momento en la boca.
Como quien pedía permiso al dar dos toques en la pierna de Karin, que cubrían las suyas, retirándolas con una mano, observé a Stephen saltar del sofá al mismo tiempo en que Ester salía de la cocina, con la sorpresa brillando en sus ojos al verme, aún parada en la línea de división entre el pasillo y la sala de estar.
—¡Stephenie! — ella rápidamente dejó de lado la botella de vino y la copa de cristal que llevaba, en la mesa de comedor, y acudió a mi encuentro. La envergadura masculina era mucho mayor que la de las dos mujeres del lugar y juraría que si no fuera por la alfombra forrando todo el suelo de la habitación, los pasos de Stephen en mi dirección hubieran retumbado en la madera, gracias a la musculatura trabajada que él llamaba cuerpo.
Por la distancia, el me hubiera alcanzado primero igualmente, pero viendo la incredulidad en la cara de su madre, permitió que fuera ella la que me diera la bienvenida.
Ester me abrazó fuerte y calurosamente, sus manos acariciando mi pelo en un momento en el que las palabras no eran necesarias. Cuando nos separamos, ella aferró mi rostro y me agasajó con una sonrisa de las que más esperanza me había dado en la vida, la mirada emocionada fija en la mía.
La miré de vuelta y ladeé mi cabeza.
Yo también sentía aquello. La vibración, la emoción, el corazón disparado y un apretón bueno en el pecho, aquel que la gente siente cuando está completamente lleno después de mucho tiempo medio vacío.
—Bienvenida de vuelta, querida— ella susurró con la voz emocionada. Era recíproco. Parecía tener un nudo en la garganta. Junté saliva, tragué en seco y carraspeé, consiguiendo decir en el mismo tono:
—Gracias por la invitación. Es genial estar de vuelta.
—Tsch, incluso parece que necesitases invitación— sonrió, con una mano en la cintura— ¡Tu eres de la familia! Y las puertas de esta casa van a estar abiertas siempre para ti.
La Ester Adkins—González de mi memoria era exactamente igual que la de carne y hueso que tenía delante de mi. Los ojos oscuros brillaban con dulzura, el corazón tan grande que siempre había sitio para uno más. La que me había recibido con los brazos abiertos una y otra vez— figurativa y literalmente hablando— y me había dado aliento en más de un aspecto en mi vida, estaba completamente allí. Los años no parecían haber pasado por ella.
Teniendo un don para la artesanía y la decoración como hobby y la pintura y la escultura como profesión— y en todo lo que mirabas había detalles que lo demostraban—, de ella venía toda la influencia e inspiración para mis piezas e, incluso sin que ella lo supiese, era la responsable de que yo hubiera conseguido, seis años atrás, un norte al que dirigirme.
Solté un suspiro en alto, como si estuviese quedándome sin respiración, sintiendo lágrimas de felicidad y anhelo intentando escapar de mis ojos. Parpadeando rápidamente, noté la atención de Stephen y Karin sobre mi, y esperaba que mi cara estuviese reflejando las sonrisas en sus caras tan familiares. Abierto, brillante, feliz.
— Todos se estaban preguntando si finalmente vendrías este año— Ester me miraba atentamente, mientras me acariciaba la cara con sus manos.
—No siempre recibo una invitación formal a través del correo.
—Si hubiera sabido que era suficiente mandarte una invitación en papel para una de mis exposiciones para que aparecieras, lo habría hecho antes. Te extrañamos mucho.
—Yo también os he echado de menos, Ester. Yo también.
—Y yo también— La voz de Stephen sonó muy próxima, en un segundo pasé de estar en el suelo a flotar en el aire, con sus brazos como vigas que me sostenían. Pero calientes. Stephen me cogió en el colo y me dio vueltas por todo el salón, como en los viejos tiempo— ¡La que está viva, acaba volviendo!
—¡UOU! ¡Grandullón! ¡Ponme en el suelo ahora mismo! — Grité
Calvin, que se había acostado en algún lugar cerca del árbol, ladró a Stephen, e incluso llegó a gruñir a su dueño.
—Parece que has encontrado un protector. — Stephen miró al cachorro.— Solo estoy jugando Calvin. Relájate muchacho— y se giró hacia mí de nuevo. — Aún tienes miedo a las alturas ¿eh Stephenie? — el se río, dejándome en el aire un poco más antes de colocar mis pies por encima de los suyos.
—Siempre.
Stephen, el más joven de tres hermanos, aunque físicamente pudiese aparentar ser el más mayor, era probablemente el González que más se había esforzado por romper el hielo cuando esa casa y esa familia pasaron a formar parte de mi vida. A él le gustaba que lo trataran como a un bebé, en tiempos, sin importar que pareciera ridículo, a el le encantaba que lo mimasen. No es que hubiese sido diferente con el resto de los González, pero él me recibió con la guardia baja y me acogió en sus brazos como si yo fuese una hermana pequeña que el no tenía y, a pesar de no aceptarlo en aquel momento e incluso huir de ello, ese calor era todo lo que yo deseaba.
Por el parecido de nuestros nombres, bromeábamos todo el tiempo sobre ser hermanos gemelos, a pesar de ser yo unos años mayor. Yo nunca tuve a los otros dos hijos de Ester e León por hermanos, pero fue diferente con Stephen y así seguía siendo.
—¿Te has dejado crecer la barba, gemelo?
—Es para fingir una madurez que realmente no tiene. — bromeó Karin, en el momento en el que Stephen mostró sus hoyuelos con una sonrisa, casi cubiertas por la pelambrera de su cara. Marca registrada de los hombres González, los hoyuelos representaban un peligro para la salud de cualquiera, lo juro. Karin pasó la mano por su cara, con las uñas pintadas de rojo sangre, arañando con suavidad la zona— Pero me gusta.
Después de haber desordenado mi pelo, Stephen se alejó de mi lado y volvió junto a Karin abrazándola de nuevo por la cintura y portando una sonrisa gigante en su cara. Llevaba unos vaqueros, los pies abrigados por unos calcetines de bichitos y un jersey rojo que parecía doblar su propio tamaño, que probablemente sería de Stephen, Karin continuaba exactamente igual, de pies a cabeza, sonriéndome con aquellos dientes perfectamente blancos.
Me dirigí a Stephen con el ceño fruncido.
—Entonces, ¿estáis juntos? — bromeé, porque resultaba obvio.
— Digamos que Karin lo intentó, pero no consiguió resistirse a mis encantos...
—Ja, ja, ja. Muy gracioso. — la rubia fingió reirse, sarcástica, dejando los ojos en blanco.— El resultó pesado insistiendo demasiado por una cita.— ella fingió ser snob. Iba bien con la manera de vestir y con su ser, pero, a no ser que esto hubiese cambiado mucho en tres años— el tiempo que hacía de su visita a Nueva York— no la representaba de ninguna manera. No había una persona más llamativa y acogedora que Karin Hale.
—Y está claro que ella se volvió loca por mi tranquilidad y acabó babeando por mi cuerpo apetitoso..
—Baja, Stephen González, baja una. — Karin me abrazó apretándome— Yo te he echado de menos, ¡perra!
—Y yo a ti, y no hagas devolvértela, estando Ester aquí presente. — le di un azote en el culo, sonreí y le guiñé un ojo.
Digamos que Karin no ha sido nunca lo que se dice un ejemplo para lo que la sociedad entiende como una mujer de familia, bella y recatada. Los chismes que siempre habían rodado por el instituto eran de que, en su posición de jefa de animadoras, ya había tratado con todos los jugadores. Era una mentira, pero tampoco del todo. Sin embargo, eso no importaba, nunca lo había hecho. Ni para mi ni para Nina, el tercer lado de nuestro triángulo.
No debería importarle a nadie lo que Karin hacía o dejaba de hacer o, siendo más claro, a quien ella se tiraba o se dejaba de tirar.
Más que cualquier otra cosa, ese tiempo nos acercó a nosotras tres como nunca.
Como mejores amigas, Nina y yo no podíamos permitir que las palabras inciertas sobre Karin continuasen hasta sobrepasar los límites hasta afectarla. Los adolescentes siempre han sabido, y siempre sabrán como ser crueles de la peor manera posible.
¿La solución?
Conjurarnos entre nosotras, como si aquellas palabras fuesen inofensivas. Y entre nosotras lo eran realmente. No puedo decir que los resultados hubieran sido los mismos con cualquier otro, pero con nosotras, y viendo que este tipo de bromas no molestaban a Karin, ella consiguió tener paz durante os últimos dos años del instituto.
A pesar de tratarnos de forma cariñosa las unas a las otras, y haber sido así durante el instituto, era algo exclusivamente nuestro: mío, de Nina y de Karin; y no esperábamos que los adultos comprendiesen nuestro lenguaje. Por eso y por respeto, yo siempre había evitado, más ellas dos, usarla frente a los adultos.
—¿Dónde está Nina? — pregunté finalmente tras haber pensado en ella, echando de menos su presencia, porque durante la universidad ella siempre era la primera en regresar.
—Debe estar a punto de llegar. Os espera una gran sorpresa cuando os veáis la una a la otra— me respondió, haciendo aquel gesto tan suyo de cuando escondía algo.
—Josh sabía que yo venía, ¿no le dijo nada? ¿Qué es lo que yo no sé?
—Estoy segura de que te darás cuenta nada más entrar por la puerta— sonrió— Y Josh ha preferido no decirle nada porque tenía miedo de que acabases desistiendo de venir y eso la entristeciese.
Yo comprendía perfectamente aquel sentimiento y agradecí que Joshua pensase de ese modo.
La decepción me hizo marcharme aquella Navidad hacía ya 6 años y el miedo de sentirme de aquella manera de nuevo hizo que me pensase el no volver en esta ocasión. Más de una vez.
—¿Has venido en coche? — Ester preguntaba desde la cocina, dándonos la espalda tras verme asentir, cogiendo una taza del armario— Una nueva tormenta de nieve se acerca, es mejor que lo metas en el garaje si te vas a quedar.
Cuando me miró de nuevo, ella parecía esperanzada, su sonrisa sincera en la cara, los ojos brillantes, y yo, supe que aún si no hubiera planeado quedarme, el haberla visto así hubiera cambiado mis planes.
—Claro que vine para quedarme. Hasta Año Nuevo, si no hay problema.
—Pues claro que no lo hay.
—Todo tuyo. — tendí las llaves hacia Stephen, que las agarró con una felicidad grabada en el rostro, que solo los locos por los coches tenían.
—¿Aún tienes aquella lata vieja? — el sabía perfectamente que no le hubiera dejado conducir mi vieja pickup. Probablemente tunearía el motor sin que yo me enterase. Negué con la cabeza— ¡No me puedo creer que finalmente tengas un coche de verdad Stephenie!
—Diviértete aparcándolo en el garaje.
—¿Te traigo alguna cosa?
—Mi bolsa está en el maletero, por favor. El resto ya lo cogeré después.
—Está en mis manos, hermanita— me guiñó un ojo— Es fantástico tenerte de vuelta por Navidad. Las cosas no han sido iguales sin ti.
Stephen me abrazó una vez más, su cuerpo prácticamente cubría el mío en mi miniatura, antes de alejarse para robar una tostada de la mesa, llevándose mis llaves.
—Nunca creí ver a este muchacho hablando tan en serio en esta vida.
—Bueno, el hace eso a veces, ahora. — respondió Karin, mirando con admiración en dirección a su novio, que había ido a ayudar a su madre a terminar de poner la mesa.— No se lo cuentes, pero lo que más me gusta es cuando se enfada como un niño por alguna tontería.
—Veo que los viejos hábitos no mueren.
—Bueno, yo no puedo protestar. En el fondo, muy en el fondo, fue por eso por lo que me enamoré de él. — ella soltó un suspiro, y se abrazó a mi nuevamente.— Ah, Steph, tenemos tantas cosas de las que hablar...
—Lo sé, y siento mucho haberme alejado de esta manera. De todo esto, es probablemente de lo único que me arrepiento. Haber estado tanto tiempo lejos de las personas que más amo en esta vida.
—Yo también, no es lo mismo por teléfono. Te he echado mucho de menos. Todos nosotros lo hemos hecho y creo que vas a oírlo mucho hoy. — ella me abrazó bien fuerte, como si no me hubiera abrazado durante siglos y siglos.
—¿Dónde está Nanna? — le pregunté a Ester, cuando ella me acercó una taza de chocolate. En ese tiempo alejado, muchas cosas habían cambiando. Mi predilección por el chocolate caliente al revés del café, no era una de ellas, que solo dejaba de lado por una buena copa de vino. Yo tenía tal vicio que había desarrollado mi propia manera de hacerlo.
—En la biblioteca— me respondió, mientras yo agarraba la bebida con las dos manos, sintiendo su aroma dulce antes de tomar un buen trago. — León está haciéndole compañía y, probablemente, intentando que venga a cenar.
—¿Está bien? — me preocupé.
—Está bien. — dijo Karin con una carcajada y Ester también— Solo está mayor, ya verás.
—Voy a hablar con ella. — dije, y Stephen se rió.
—Buena suerte con eso. Aparentemente, Brandon es su nieto favorito y ella está rabiosa con cualquiera que intente siquiera dirigirle la palabra. Pero dile que iré