Consejos sobre mayordomía cristiana
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Consejos sobre mayordomía cristiana - Elena G. de White
sostén
7
Hay que sostener la obra de Dios
Los últimos años del tiempo de prueba están pasando a la eternidad. El gran día del Señor está sobre nosotros. Toda energía que poseemos debiéramos emplearla ahora para estimular a los que están muertos en sus transgresiones y pecados...
Es tiempo de prestar atención a la Palabra de Dios. Todos sus requerimientos han sido dados para nuestro bien. Él pide que los que están bajo el estandarte ensangrentado del Príncipe Emanuel den evidencia de que comprenden su dependencia de Dios y su responsabilidad frente a él al devolverle una parte de lo que él les ha confiado. Este dinero debe utilizarse para promover la obra que debe hacerse con el objetivo de cumplir la comisión dada por Cristo a sus discípulos...
El pueblo de Dios es llamado a una obra que requiere dinero y consagración. Las obligaciones que descansan sobre nosotros nos hacen responsables de trabajar para Dios hasta el máximo de nuestra habilidad. Él pide un servicio indiviso, la completa devoción del corazón, el espíritu, la mente y las fuerzas.
En el universo hay tan sólo dos lugares donde podemos colocar nuestros tesoros: en la tesorería de Dios o en la de Satanás; y todo lo que no se dedica al servicio de Dios se pone en el lado de Satanás, y va a fortalecer su causa. El Señor se propone que los medios confiados a nosotros se empleen en la edificación de su reino. Sus bienes nos han sido confiados en nuestra calidad de mayordomos suyos para que los manejemos cuidadosamente y le llevemos los intereses en términos de almas salvadas. Estas personas, en su momento, se convertirán en mayordomos confiables que colaborarán con Cristo para estimular los intereses de la causa de Dios.
Recibiendo para impartir
Cuando hay vida en una iglesia, ésta se manifiesta en aumento y crecimiento. Hay también un intercambio constante, tomando y dando, recibiendo y devolviendo al Señor lo que es suyo. Dios imparte a cada verdadero creyente luz y bendición, y el creyente las imparte a su turno a otros en la obra que hace por el Señor. Al dar de lo que recibe, aumenta su capacidad para recibir. Hace lugar para una nueva provisión de gracia y verdad. Recibe una luz más clara y un mayor conocimiento. La vida y el crecimiento de la iglesia dependen de este dar y recibir. El que recibe, pero que nunca da, pronto deja de recibir. Si la verdad no fluye de él hacia otros, pierde su capacidad para recibir. Debemos impartir los bienes del cielo si queremos recibir nuevas bendiciones.
El Señor no se propone venir a este mundo para poner oro y plata a disposición del adelantamiento de su obra. Proporciona recursos a los hombres para que éstos, mediante sus donativos y ofrendas, mantengan su obra en progreso. Un propósito por encima de todos los demás para el que debieran usarse los donativos de Dios, es el sostén de los obreros en los campos donde se realiza la cosecha [de almas]. Y si los hombres están dispuestos a convertirse en conductos a través de los cuales las bendiciones del cielo puedan fluir hacia otros, el Señor mantendrá esos canales provistos. Los hombres no se empobrecen al devolver a Dios lo que es suyo; la pobreza sobreviene cuando se retienen esos recursos...
Un tiempo para ejercer economía y sacrificio
Dios pide que su pueblo despierte a sus responsabilidades. De su palabra fluye abundancia de luz, y debe producirse un cumplimiento de las obligaciones descuidadas. Cuando se lleva a cabo esto dando al Señor lo que le pertenece en diezmos y ofrendas, se abrirá el camino para que el mundo escuche el mensaje que el Señor se propone que éste oiga. Si nuestro pueblo poseyera el amor de Dios en el corazón, si cada miembro de iglesia estuviera imbuido por el espíritu de abnegación, no habría falta de fondos para las misiones nacionales y extranjeras; nuestros recursos se multiplicarían; se abrirían mil puertas de utilidad, y se nos invitaría a entrar por ellas. Si se hubiera cumplido el propósito de Dios de presentar el mensaje de misericordia al mundo, Cristo habría venido y los santos habrían recibido la bienvenida a la ciudad de Dios.
Si alguna vez hubo un tiempo cuando ha sido necesario hacer sacrificios, es ahora. Hermanos y hermanas, practiquen la economía en sus hogares. Desechen los ídolos que han colocado delante de Dios. Abandonen sus placeres egoístas. Les ruego que no gasten dinero en embellecer sus casas, porque sus recursos pertenecen a Dios y a él tendrán que dar cuenta por su uso. No utilicen el dinero de Dios para gratificar los caprichos de sus hijos. Enséñenles que Dios tiene derecho sobre todo lo que poseen y que nada podrá cancelar ese derecho.
El dinero constituye un capital necesario. No lo gasten pródigamente en los que no necesitan. Hay quienes tienen necesidad de sus donativos voluntarios. En el mundo hay gente que tiene hambre y que muere por falta de alimento. Pueden decir: Yo no puedo alimentarlos a todos. Pero al practicar las lecciones de economía dadas por Cristo, pueden alimentar a uno. Juntad los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada
(Juan 6:12). Estas palabras fueron pronunciadas por aquel cuyo poder obró un milagro para satisfacer las necesidades de una multitud hambrienta.
Si tienen hábitos dispendiosos, elimínenlos inmediatamente de la vida. A menos que lo hagan, entrarán en bancarrota por toda la eternidad. Los hábitos de economía, trabajo y sobriedad constituyen para sus hijos una mejor parte que una rica dote.
Somos peregrinos y extranjeros en el mundo. No gastemos nuestros medios gratificando deseos que Dios quiere que reprimamos. Representemos adecuadamente nuestra fe restringiendo nuestras necesidades. Que los miembros de nuestras iglesias se levanten como un solo hombre y trabajen fervorosamente como quienes andan en la plena luz de la verdad para estos últimos días...
¿Qué valor tiene una cuantiosa riqueza si se encuentra acumulada en costosas mansiones o en bonos y acciones? ¿Cuánto pesa eso en la balanza en comparación con la salvación de las personas por quienes ha muerto Cristo, el Hijo del Dios infinito?–RH, 24 de diciembre de 1903.
Un privilegio y una responsabilidad
Las verdades más solemnes que alguna vez se hayan confiado a los mortales nos han sido dadas para que las proclamemos al mundo. La divulgación de estas verdades constituye nuestro trabajo. El mundo tiene que ser amonestado y el pueblo de Dios debe ser fiel a la comisión que se le ha dado. Sus integrantes no deben dedicarse a especulaciones, ni tampoco han de establecer relaciones comerciales con los incrédulos, porque éstos les impedirían llevar a cabo la obra que se les ha dado que hagan.
Cristo dijo a su pueblo: Vosotros sois la luz del mundo
(Mat. 5:14). No es asunto de poca importancia el que los consejos, los propósitos y los planes de Dios nos hayan sido revelados claramente. Es un privilegio maravilloso el poder comprender la voluntad de Dios tal como ha sido manifestada en la segura palabra profética. Esto coloca una pesada responsabilidad sobre nosotros. Dios espera que impartamos a otros el conocimiento que nos ha proporcionado. Él espera que los instrumentos divinos y humanos se unan en la proclamación del mensaje de amonestación.–RH, 28 de julio de 1904.
Hay que sostener las misiones en el extranjero
La simpatía del pueblo de Dios debería ser estimulada en cada iglesia del país, y debería llevarse a cabo una acción abnegada para satisfacer las necesidades de los diferentes campos misioneros. Los hombres deberían dar testimonio de su interés en la causa de Dios dando de su sustancia. Si ese interés se pusiera de manifiesto, existiría el vínculo de la fraternidad y su fuerza aumentaría entre todos los miembros de la familia de Cristo.
Esta obra de entregar fielmente todos los diezmos para que haya comida en la casa de Dios, proporcionaría obreros para los campos nacionales tanto como para los extranjeros. Aunque los libros y otras publicaciones acerca de la verdad presente están derramando sus tesoros de conocimientos en todas partes del mundo, sin embargo hay que establecer puestos misioneros en diferentes lugares. El predicador viviente debe proclamar las palabras de vida y salvación. Hay campos abiertos que invitan a los obreros a entrar. La cosecha está madura y por todas partes en la tierra se escucha el ferviente llamado macedónico que pide obreros.–RH, 19 de febrero de 1889.
La obra no debe detenerse*
Si en realidad tenemos la verdad para estos últimos días, ésta debe ser llevada a cada nación, tribu, lengua y pueblo. Dentro de poco los vivos y los muertos serán juzgados según sus obras hechas en el cuerpo, y la ley de Dios es la norma por medio de la que serán probados. Por lo tanto ahora deben ser advertidos; la ley de Dios debe ser vindicada y puesta ante ellos como un espejo. Para llevar a cabo esta obra se necesitan recursos financieros. Sé que los tiempos son difíciles y que no hay mucho dinero; pero la verdad debe ser esparcida y el dinero necesario para extenderla debe ser colocado en la