¿Y si? ¿Seres humanos o marionetas? Primera parte
Por Joan Antoni Melé
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Este libro es una descripción novelada de la primera parte de los seminarios de Antroposofía de Joan Antoni Melé, también denominados “Talleres de Conciencia”. Se trata del primer volumen de una trilogía que describe el camino de búsqueda del autor, un camino de autoconocimiento donde descubre algunas de las fuerzas que se mueven tras los bastidores de la vida cotidiana, y cuyo desconocimiento nos convierte en marionetas fácilmente manipulables.
En sus palabras: «Siento una gran responsabilidad por compartir algunos de esos conocimientos, y tengo la esperanza de que puedan ser tan útiles a los lectores como lo han sido para mí. Estamos en un combate espiritual en el que se está decidiendo el futuro de la humanidad: ¿Alcanzaremos nuestra verdadera dimensión humana, o nos resignaremos a ser marionetas para siempre? ¿Saldremos adelante como civilización, o, utilizando las palabras del gran Amín Maalouf, nos hundiremos en el naufragio permitiendo que las tinieblas sigan extendiéndose?»Relacionado con ¿Y si? ¿Seres humanos o marionetas? Primera parte
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¿Y si? ¿Seres humanos o marionetas? Primera parte - Joan Antoni Melé
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Introducción
Este libro, que si todo va bien será el primero de una trilogía, contiene muchas experiencias vividas en el curso de mi vida. Gran parte de esa vida es una historia de búsqueda personal enfocada en encontrar un sentido para el ser humano y la vida. En este camino de búsqueda, que en realidad es un camino de autoconocimiento, he ido descubriendo algunas de las fuerzas que se mueven tras los bastidores de la vida cotidiana, y cuyo desconocimiento nos convierte en marionetas fácilmente manipulables. Siento una gran responsabilidad por compartir algunos de esos conocimientos, y tengo la esperanza de que puedan ser tan útiles a los lectores como lo han sido para mí. Estamos en un combate espiritual en el que se está decidiendo el futuro de la humanidad: ¿alcanzaremos nuestra verdadera dimensión humana, o nos resignaremos a ser marionetas para siempre? ¿Saldremos adelante como civilización, o, utilizando las palabras del gran Amin Maalouf, nos hundiremos en el naufragio permitiendo que las tinieblas sigan expandiéndose? Antes de entrar en la obra, me parece adecuado contar brevemente algunas características del curso de mi vida.
Nací en Barcelona el 29 de marzo de 1951 (a las 13,30 para los que entienden de astrología), una ciudad que siempre había sido cosmopolita, es decir, de ciudadanos del mundo. Era una ciudad ideal para mí, ya que me siento totalmente apátrida o, dicho de otra manera, me siento en casa en cualquier lugar del mundo. Comparto la idea de Demócrito de que la patria de toda alma elevada es el universo
.
Tuve una educación basada en los valores del cristianismo, y lo agradezco profundamente. Además del ejemplo de mis padres, recuerdo con afecto y gratitud los ideales que me aportaron las clases de un sacerdote, el padre Valls, del colegio Escuelas Pías de Balmes, especialmente cuando nos hablaba de que teníamos que ser intrépidos y comprometidos con la vida.
Pero la fe heredada de mis padres comenzó a tambalearse a los catorce años y se quebró por completo a los diecisiete. Para mí, creer ya no era suficiente, necesitaba entender. A esa edad, estaba cursando Preuniversitario (PREU) en las Escuelas Pías de Sarrià, y llegó un profesor nuevo, Agustí Sala, que se iba a encargar de dar las clases de Historia de la Filosofía. A veces lo comparo con el Sr. Keating, de la película El club de los poetas muertos o con el Merlí de la serie de Netflix. Fue una revolución: abrió mi mente, me enseñó a hacerme preguntas, y me despertó la pasión de vivir y de descifrar los misterios de la vida. Hoy, en el momento de escribir estas líneas, tengo 68 años y esta pasión me sigue acompañando. Después de vivir con mucho interés la Filosofía, gracias a las genialidades de mi profesor, decidí estudiar Ciencias Exactas, y después Físicas, en la Universidad de Barcelona, convencido de que en la ciencia encontraría las respuestas que estaba buscando. No finalicé ninguna de las dos. Quizás algún día averigüe si simplemente no tenía suficientes capacidades para cursarlas, o si el destino me protegió de perderme para siempre en los laberintos de la mente racional.
El caso es que pronto descubrí que mis preguntas allí nunca encontrarían respuestas, y que muchos de los conocimientos que se impartían, a mí no me interesaban. A partir de ese momento, comenzó una búsqueda intensa de respuestas, una búsqueda vital. Para mí eran tan importantes esas respuestas, como respirar o comer. Durante muchos años, estuve haciendo incursiones en todo aquello que encontraba, desde el budismo o el yoga de Patanjali, hasta la Teosofía o la escuela Arcana, pasando por muchas otras que no hace falta nombrar. Lo cierto es que todo me parecía interesante pero apartado de la vida real. Yo quería encontrar un camino de autoconocimiento y transformación personal, que luego me permitiera vivir en el mundo de forma más consciente y responsable. No quería apartarme del mundo, porque, a pesar de todos los problemas y horrores que nos muestra a menudo, me parece maravilloso y apasionante.
Y así, buscando, fue como un día me encontré con el camino de la Antroposofía, aportado por Rudolf Steiner el siglo pasado. Inmediatamente supe que había encontrado lo que buscaba. Desde entonces, sigo andando por ese camino de vida que me permite, casi cada día, colocar una pieza en el enorme puzle de la vida y comprobar que ese puzle tiene sentido y yo puedo resolverlo.
La primera semana de julio de 1989 realicé un viaje a Berlín, junto con un grupo de profesores y compañeros del Goethe Institut de Barcelona, donde estudiábamos alemán. Allí me sucedieron dos cosas que incidieron directamente en algunas decisiones que tomé después.
Una tiene que ver con la visita que hicimos durante un día completo al Berlín Oriental, que en ese momento era el referente para los países comunistas. La visión del muro impresionaba, y se notaba la tensión en las calles y, en especial, en las zonas de control como Checkpoint Charlie. No narraré aquí las vivencias de ese día, porque excederían el ámbito y la extensión de este libro. Pero sí contaré que, al día siguiente, ya en el Berlín Occidental, los profesores nos pidieron que contáramos nuestras experiencias al otro lado del muro. Yo fui el último en hablar porque dudaba si contar o no la experiencia que había tenido, convencido de que no se aceptaría. Al final lo hice, y dije más o menos las siguientes palabras: He tenido una visión, estoy convencido de que antes de un año este muro estará derruido y habrá comenzado el proceso de reunificación de las dos Alemanias
. Las risas y comentarios jocosos de mis compañeros no se hicieron esperar: tú siempre estás con ideas raras…
Yo les entendía, pues en julio de 1989 era impensable, imposible, lo que yo estaba diciendo. Los profesores, más moderados, me decían: Sr. Melé, eso que usted dice en estos momentos es imposible; quizás en un futuro, dentro de muchos años, se pueda intentar
. Mi mente racional también sabía que lo que yo decía no tenía sentido, pero en mi interior yo estaba seguro de que era verdad. No lo podía explicar de ninguna manera, ni podía decir que era vidente, porque no lo soy. Lo cierto es que en noviembre de ese año caía el muro, y todas aquellas personas comenzaron a llamarme por teléfono para preguntarme cómo lo había sabido con antelación. No pude responderles, yo mismo no lo sabía.
La otra experiencia fue con tres compañeros, tres mujeres y un hombre, todos más jóvenes que yo, que iban en mi coche a la residencia universitaria donde nos alojábamos, después de un día de visitas culturales. Y comenzaron a hacerme preguntas sobre la muerte, la vida y el más allá. Es cierto que muchas veces, en mis conversaciones, dejo caer algún comentario provocador, en espera de que alguien se sienta movido a preguntar. Recuerdo que se hicieron las doce de la noche hablando de estos temas y les dije a mis amigos que quería ir a dormir porque ya no me aguantaba. No me dejaron. Primero me dijeron que solo media hora más y, cada vez que decía que me iba, me respondían: Solo un poquito más y basta
. Vimos amanecer, pasamos la noche en blanco.
Esta pequeña historia me dio mucho que pensar. Yo solo era, y soy, un buscador, pero parecía que al menos yo sabía lo que estaba buscando, y eso para muchos ya era algo importante. Y fue ahí cuando decidí comenzar a impartir un seminario de introducción a la Antroposofía, y así lo he venido haciendo hasta hoy, aunque con muchas transformaciones y ampliaciones.
Este libro describe, en forma de novela para hacerlo más vivo y ameno, la primera parte de esos seminarios de Antroposofía, que últimamente denomino Talleres de Conciencia. No solo lo hago por amenidad, sé que una novela no despierta tantas resistencias como un ensayo. Uno de los problemas de la educación es que no nos prepara para recibir con mente abierta y corazón abierto las ideas de los demás, cuando no coinciden con las nuestras. No tengo interés en discutir o debatir, solo pretendo compartir con los lectores aquellas vivencias que han dado plenitud a mi vida y me han ayudado muchísimo en mi desarrollo personal y social. Espero que les puedan ser tan útiles a ellos como lo han sido para mí.
En este primer libro de la trilogía, ¿Y si…?, invito a hacer preguntas para abrir la mente, y cuestionar la visión de la realidad que hemos mantenido hasta ahora. Enseñar a hacer preguntas es enseñar a mirar algo que siempre habíamos tenido delante, y que no habíamos visto. En el siguiente libro, A fuego y espada, abordaré más a fondo el combate interior antes mencionado, mostrando cómo desenmascarar las fuerzas ocultas que actúan en nuestro interior y, por tanto, en el mundo, y cómo desarrollar todo nuestro potencial para salir vencedores del combate. Finalmente, en el tercer volumen, que llevará por título La Resistencia Espiritual, abordaré la forma de llevar a la práctica los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad proclamados en la Revolución Francesa, para que realmente puedan transformar la sociedad y nos permitan salvarnos del naufragio de las civilizaciones. Estos principios muchas veces se proclaman de palabra, pero se aplican de forma confusa en la práctica.
La voz
Jordi se encontraba sentado en la sala de espera de Urgencias del Hospital de Barcelona, en un visible estado de shock e incapaz de pronunciar una palabra. Había huido en plena verbena de San Juan, de la moderna y lujosa casa de sus amigos los Guardiola, en el Port d’Aiguadolç, en Sitges, sin decir nada a nadie. El ruido de la música, los petardos y los fuegos artificiales, junto con la algarabía propia de la festividad, acentuada por la inspiración que provocaba el excelente cava rosado Recaredo, que se encontraba en cantidades exageradas en diversos barreños llenos de hielo distribuidos por toda la casa, contribuyeron a que ninguno de los presentes notara al principio su ausencia.
Eran ya las 3 de la madrugada cuando le entró un repentino ataque de angustia, con dificultades para respirar y con muchas ganas de llorar, aunque no conseguía hacerlo. Ya no podía más, había bebido mucho, no sabía lo que le pasaba, solo tenía ganas de huir de allí, y al final lo hizo. Había aparcado a cierta distancia de la casa, no mucha, pero el paseo se le hizo eterno; no tenía fuerzas para andar.
Por fin llegó hasta donde se encontraba el coche, se sentó ante el volante sin ninguna voluntad ni rumbo previsto, y tomó sin darse cuenta la ruta hacia las costas del Garraf. Estaba muy cansado, y las copas de cava frío, casi helado, que había ido tomando de forma compulsiva, ya comenzaban a hacer efecto; Jordi se estaba durmiendo.
En el hospital, María, la mujer de Jordi, se encontraba sentada junto a él abrazándole y con la cabeza reclinada sobre su hombro. Se la veía muy preocupada, y se notaba que había estado llorando. Entonces se oyó un nombre por el altavoz:
—Jordi Bosch, pase al módulo 3.
Aunque podría parecer que su apellido era de origen catalán, su padre, Hermann Bosch, era un empresario alemán nacido en la ciudad de Detmold, en el estado de Renania del Norte-Westfalia. Había conocido de forma casual, según él creía, a su madre, Julia Roca, cuando ella estaba realizando un viaje al complejo megalítico de Externsteine, en el Bosque Teutónico cerca de Detmold. Julia había tomado el avión de Barcelona a Dusseldorf junto con su incondicional amiga Laia, y allí habían alquilado un coche para ir a Externsteine, un mítico lugar que, al parecer, había sido centro de antiguos Misterios. Habían reservado una habitación para tres noches en el Gasthaus Teutonenhof de Horn-Bad Meinberg, y pararon en una gasolinera para preguntar cómo llegar hasta allí. Entonces se encontró a Hermann, que estaba repostando gasolina y, al preguntarle por la dirección del Gasthaus, él se ofreció a acompañarles con su coche. Desde el primer momento, quedó prendado de ella, y allí comenzó una relación que acabaría en matrimonio pocos años más tarde.
—Buenos días, soy el Dr. Rodríguez, ¿en qué puedo ayudarles?
—Buenos días, doctor. Mi marido está así desde esta mañana. Le hemos encontrado a las 9 de la mañana, sentado en el coche, fuera de la carretera y a punto de caer por un barranco. No sabemos qué le sucede, pero está totalmente en shock y es incapaz de pronunciar una palabra, no habla, no contesta a nuestras preguntas; no sabemos qué le ha sucedido, ayer se fue sin decir palabra de la casa donde estábamos celebrando la verbena con unos amigos. Cuando me di cuenta de que no estaba en la casa, me preocupé muchísimo, y después de avisar a la policía, comenzamos una búsqueda desesperada. Es una noche complicada, la policía recibe muchos avisos, y no podíamos quedarnos parados esperando a que actuaran ellos. Javier, uno de nuestros amigos, se fue con su coche hacia las costas del Garraf, y en una de las curvas vio el coche de Jordi, que se había salido de la carretera, y estaba con la parte frontal asomándose a un barranco; 20 cm más y habría caído irremediablemente. Después de sacarle del coche y sentarle en el suelo, nos ha avisado inmediatamente para que fuéramos hasta allí.
—Hola Jordi, ¿me escucha bien? ¿Cómo se encuentra?... Voy a hacerle una pequeña exploración, ¿de acuerdo?...
El doctor examinó las pupilas de Jordi con una pequeña linterna, le tomó el pulso, le midió la presión sanguínea, y le miró los reflejos con unos golpecitos en las rodillas.
—Realmente, está en shock postraumático, tiene el pulso y la tensión bastante elevados. Jordi, ¿cómo se encuentra? ¿Por qué no nos cuenta lo que le ha sucedido?
—La voz, ha sido una voz…
Al fin Jordi comenzaba a articular alguna palabra, aunque en voz baja y balbuceando de manera que apenas se le entendía.
—Jordi, cariño, ¿qué estás diciendo? No te he escuchado bien— dijo María con una clara expresión de esperanza al ver que Jordi comenzaba a hablar.
—Una voz, una voz...
—Señora, creo que lo mejor será que se vayan a casa a descansar, le daré un tranquilizante y que intente dormir un poco, cuando despierte estará bien, no veo nada grave. Simplemente ha vivido algo que le ha impactado; yo soy de Medellín, Colombia, y estoy acostumbrado a ver casos así, de personas que han presenciado o vivido algo que les ha dejado en shock.
Después de que el doctor les extendiera una receta, fueron a buscar el coche al aparcamiento, y se fueron a casa. Jordi y María vivían cerca del hospital, en el barrio de Sarrià, con sus dos hijos, Santi y Marta, de 7 y 4 años respectivamente. Sarrià es una zona residencial en la parte alta de la ciudad, en la que vive gente económicamente acomodada.
Jordi había heredado de su padre la capacidad científica, y, seguramente influenciado por él, estudió la doble licenciatura de Matemáticas y Física en la Universidad de Barcelona, obteniendo unos resultados excelentes. Al terminar los estudios, se fue a Oxford para hacer un doctorado en Topología, y varios años después, a Berkeley, para hacer otro doctorado, en este caso en Física Cuántica. Realmente tenía una mente prodigiosa, que finalmente decidió poner al servicio de una multinacional que le pagaba cantidades astronómicas por desarrollar algoritmos aplicables a los estudios de mercado y a la promoción de ventas. El trabajo no le atraía en absoluto, pero le permitía aplicar sus conocimientos científicos y ganar mucho dinero, y tal como estaba la situación en España, no le parecía una mala opción. En su día se había planteado quedarse a vivir en California, y dedicarse a la investigación y a la docencia, pero al final optó por volver a Barcelona.
María era asistente social, le encantaba relacionarse con personas, y era feliz si podía ayudar. Trabajaba en el barrio del Raval, una zona de gente humilde, asesorando a familias emigrantes para que pudieran integrarse sin traumas en una cultura con costumbres tan diferentes a las suyas. A diferencia de Jordi, ella no ganaba mucho dinero, pero era muy feliz con su trabajo.
—Jordi, cariño, ya estamos en casa. Ven, túmbate en la cama y descansa un rato, luego te encontrarás mejor.
María le había dado el tranquilizante que le había recetado el doctor, y ahora le estaba quitando la ropa y poniéndole el pijama para acostarle en la cama. Jordi seguía como ido, y de nuevo volvió a balbucear:
—La voz, ha sido la voz…
—¿De qué voz hablas, Jordi? Cuéntamelo, cariño, ¿qué ha