La mente emocional
Por Manuel Villegas
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Por su naturaleza, las emociones se asocian con frecuencia a una serie de mitos, entre los que sobresale el de su fuerza incontrolable. La creencia en estos mitos dificulta cualquier intento de gestión o regulación emocional, es decir, de poder manejar el curso de las emociones una vez que se ha producido la activación.
En este libro, Manuel Villegas presenta el estudio de las emociones básicas y de la compleja familia de sentimientos derivados de ellas, con el fin de obtener un mayor conocimiento de su naturaleza y un mejor dominio de su gestión tanto en el ámbito personal y relacional como en sus aplicaciones educativas y terapéuticas.
Manuel Villegas
Manuel Villegas Besora (Barcelona, 1941) es doctor en Psicología y ha sido profesor en la Universidad de Barcelona desde 1974 hasta 2013. Socio fundador y presidente de la Asociación Española de Psicoterapias Cognitivas (ASEPCO) durante más de una década. Director de la Revista de Psicoterapia, desde sus inicios en 1990 hasta 2014. Cuenta también con una larga experiencia como terapeuta individual, de grupos y de pareja. Entre sus obras destacan El error de Prometeo, Prometeo en el diván, El proceso de convertirse en persona autónoma, Psicología de los siete pecados capitales, La mente emocional, Atrapados en el espejo y Atrapados en el amor, así como Parejas a la carta, escrita en colaboración con Pilar Mallor, todas ellas publicadas en Herder Editorial.
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La mente emocional - Manuel Villegas
Manuel Villegas
La mente emocional
Herder
Diseño de la cubierta: Herder
Edición digital: José Toribio Barba
© 2020, Manuel Villegas
© 2020, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN digital: 978-84-254-4545-3
1.ª edición digital, 2020
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)
Herder
www.herdereditorial.com
Índice
Cubierta
Portada
Créditos
Índice
PREFACIO
Mente
Emocional
1. ¿QUÉ ES UNA EMOCIÓN?
1. Origen y significado de la palabra emoción
2. Definición de emoción
2.1. De Darwin a Walt Disney
2.2. La dimensión neurofisiológica
3. Emoción y conceptos afines
4. ¿Cuántas y cuáles son las emociones básicas?
5. La función informativa del sistema emocional
6. La función activadora de las emociones
6.1. La respuesta emocional
6.2. Las siete reglas del funcionamiento emocional
7. La función expresiva
7.1. Las expresiones faciales
7.2. Las expresiones gestuales
7.3. Las expresiones posturales
7.4. Las expresiones paralingüísticas
7.5. Las expresiones verbales
8. Emociones positivas y negativas
9. Inteligencia o estupidez emocional
10. Emociones y sentimientos
Resumen
2. SORPRESA
1. Origen y significado de la palabra sorpresa
2. Naturaleza de la sorpresa
3. La familia de la sorpresa
3.1. Sorpresa y miedo
3.2. Sorpresa y rabia
3.3. Sorpresa y alegría
3.4. Sorpresa y tristeza
3.5. Sorpresa estuporosa
4. Los dominios de la sorpresa
5. Curiosidad e interés
6. Los enemigos de la curiosidad
7. La prevención: hombre prevenido vale por dos
8. La previsión del futuro
8.1. La paradoja del destino
9. La gestión de la sorpresa
9.1. Significar o contextualizar la experiencia
9.2. El desbloqueo estuporoso
Resumen
3. MIEDO
1. Una película de terror
2. La familia del miedo
3. Definición de miedo
4. La utilización social del miedo
5. Tipologías del miedo
5.1. Miedos ancestrales
5.2. Miedos traumáticos
5.3. Miedos sociales
5.4. Miedos existenciales
5.5. Miedos morales
5.6. Miedos catastrofistas
5.7. Miedos neuróticos: fobias y paranoias
6. La gestión del miedo
Resumen
4. ALEGRÍA
1. Origen y significado de la palabra alegría
2. Naturaleza y función de la alegría
2.1. Bienes de carácter material o físico
2.2. Bienes de carácter social
3. La familia de la alegría
4. La felicidad
4.1. Lo que no es la felicidad
4.2. Lo que es la felicidad
5. La gestión de la alegría
6. Gaudeamus igitur
Resumen
5. RABIA
1. Naturaleza y función de la rabia
2. La familia de la rabia
3. Modalidades expresivas de la rabia
3.1. Modalidad reactiva pendenciera: el pique
3.2. Modalidad reactiva afectiva: el enfado
3.3. Modalidad reactiva agresiva: la ira
3.4. Modalidad diferida querellante: la queja y el reproche
3.5. Modalidad diferida autopunitiva: culpa y suicidio
3.6. Modalidad heteropunitiva: la venganza
3.7. Modalidad diferida malevolente: el odio
3.8. Modalidades cruzadas
4. Parejas rotas
5. La gestión de la rabia: ¿controlar o regular la ira?
Resumen
6. TRISTEZA
1. Origen y significado de la palabra tristeza
2. Naturaleza y función de la tristeza
3. Tipología de las pérdidas
3.1. Pérdidas personales
3.2. Pérdidas materiales
3.3. Pérdidas relacionales
3.4. Pérdidas existenciales
3.5. Pérdidas sociales
3.6. Pérdidas simbólicas
3.7. Pérdidas proyectuales
4. Depresión
5. Duelo
Resumen
7. GESTIÓN Y REGULACIÓN DE LAS EMOCIONES
1. El árbol y el bosque
2. ¿Es posible regular las emociones?
3. La respuesta emocional
4. Modalidades de respuesta emocional
5. La gestión emocional
5.1. Primer paso: identificar las emociones
5.2. Segundo paso: expresarlas
5.3. Tercer paso: dejarlas cursar
5.4. Cuarto paso: comprenderlas para regularlas
6. Aprender a gestionar y regular las emociones
6.1. Evitar la frustración, reinterpretar el fracaso
6.2. Evaluar la injusticia
6.3. La restitución o reparación de la injusticia
6.4. El perdón
7. La dialéctica razón-emoción
Resumen
8. EDUCAR LAS EMOCIONES
1. Educación emocional
2. La experiencia emocional
3. Las emociones son construcciones experienciales
4. Las emociones son únicas e intransferibles, relativas a las percepciones personales
5. Educación emocional a medida, a través de la empatía
6. Las condiciones para una escucha empática
6.1. El silencio
6.2. Ausencia de prejuicios
6.3. El respeto
6.4. La contextualización
7. La empatía trasformadora
8. La educación familiar
8.1. La especificidad educativa de la función parental
8.2. Educar a los hijos para la libertad
8.3. La cohesión y coherencia parental
9. La educación escolar
Resumen
9. SANAR LAS EMOCIONES
1. Psicoterapia para el sufrimiento emocional
2. El papel de las emociones en las depresiones y los trastornos de ansiedad
3. La obsesión como ejemplo
4. Pecar por exceso o por defecto
4.1. Ataraxia y alexitimia
4.2. Histrionismo
4.3. Alta emoción expresada (EE)
4.4. Dependencia afectiva
5. Las emociones son pocas y simples, los sentimientos muchos y complejos
6. El trabajo con las emociones en psicoterapia
6.1. Sentir e identificar las emociones
6.2. Permitir su expresión
6.3. Facilitar su curso
6.4. Contextualizarlas para comprenderlas
6.5. Convertirlas en motor para el cambio
7. La terapia como proceso hacia la autonomía
Resumen
EPÍLOGO
BIBLIOGRAFÍA
INFORMACIÓN ADICIONAL
Prefacio
Es de creer que las pasiones dictaron los primeros gestos
y que arrancaron las primeras voces...
No se comenzó por razonar, sino por sentir.
Jean-Jacques Rousseau
Mente
Hemos titulado este libro La mente emocional. Podríamos haberlo titulado El cerebro emocional, lo que, desde el punto de vista comercial, posiblemente sería más rentable y llamativo, al unir en una sola frase dos conceptos muy potentes, que venden muy bien: «cerebro» y «emociones». Pero no lo hemos hecho; y por varias razones.
La primera, por honestidad: las neurociencias no son mi especialidad en psicología, ni mi trayectoria intelectual corrobora mi dedicación a ellas, lo cual me colocaría claramente de prestado en este ámbito. De modo que aunque a través de este escrito encontrará el lector numerosas e interesantes referencias a investigaciones provenientes de la neuropsicología, estas nos servirán como apoyo para nuestro trabajo, pero no constituyen su núcleo esencial. Además incurriría en un plagio, puesto que Joseph Ledoux, con mucha mayor autoridad en este campo como investigador neurocientífico, ya tuvo la brillante idea de titular así su libro The emotional brain en 1996, traducido como El cerebro emocional en 1999 por la editorial Ariel.
La segunda, por las limitaciones propias de la investigación. A pesar de los grandes avances que se han llevado a cabo en los últimos años en el conocimiento del cerebro, son todavía más las cosas que ignoramos de él que las que sabemos. Muchos de los hallazgos permiten la formación de teorías plausibles, pero todavía no demostradas ni siempre demostrables; lo que sucede, por otra parte, invariablemente en todos los campos del conocimiento. Existe además un gran debate interno en el mundo de las neurociencias, no solo sobre la naturaleza de los datos sino sobre su interpretación, lo que constituye, sin duda, un gran aliciente para sus investigadores.
La tercera, por coherencia conceptual. Partimos de un concepto integral de la actividad psíquica, sin compartimentos estancos. «Cerebro emocional» podría significar que dentro del cerebro hay «un cerebrito» (en algunas concepciones, el cerebro límbico) dedicado a las emociones, mientras otras partes del cerebro estarían dedicadas a otras funciones, como el pensamiento, la memoria o el lenguaje, con lo que se mantiene la percepción de un cerebro mecánico, compuesto de piezas que interactúan entre sí, pero que, siguiendo la metáfora del ordenador, son independientes entre ellas. Una especie de frenología intracraneal actualizada, en correspondencia con los estudios por neuroimagen.
En la difusión periodística de estos conocimientos es habitual el recurso a metáforas como dibujar «mapas cerebrales» o «cartografiar el cerebro». Se insiste igualmente en la propagación de neuromitos, exagerando las diferencias hemisféricas o entre sexos, que, aunque reales (Gregg et al. 2010), son muy maleables por el aprendizaje y el entorno; apelando al descubrimiento de las zonas inconscientes más recónditas del cerebro mediante el consumo o no de sustancias psicotrópicas o de prácticas esotéricas; o con la promesa de acceder al aprendizaje de idiomas en quince días, utilizando métodos con sobrenombres de autores ingleses, holandeses, alemanes o suecos («y si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero»), basados en la activación de áreas infrautilizadas del cerebro, que pueden ser estimuladas durante el sueño o incluso ya en el embarazo.
El recurso al cerebro como órgano corporal, y su estudio a través de neuroimágenes, parece perpetuar paradójicamente el dualismo psicofísico que ha predominado en el pensamiento filosófico durante siglos, o, al contrario, por reduccionismo, negar cualquier valor simbólico a la experiencia humana. Es frecuente oír hablar de la actividad cerebral como independiente del individuo o sujeto, con mensajes como «tu cuerpo, tu estómago, o tus células deciden por ti», como si yo fuese algo distinto de mi cuerpo, o mi cuerpo fuera algo distinto de mí. Las células, las neuronas o las sinapsis son mis células, mis neuronas, mis sinapsis. Yo soy mi sistema nervioso; no existe este homúnculo neurológico (sentado, o no, en la glándula pineal) que va a su bola, ¡y yo sin enterarme! También para el inconsciente freudiano se busca una ubicación en las profundidades neuronales. Parece que la consigna sea hacer lo posible para reducir el sujeto humano a una especie de teleñeco estúpido, movido por cables invisibles internos o externos (neuronales o sociales), carente de libertad, intencionalidad y responsabilidad, y que no se entera de nada, o solo «a toro pasado».
Si hablamos de mente emocional, y no de cerebro, es porque intentamos superar la visón organicista del cerebro como un mecanismo (un motor, por ejemplo), compuesto por piezas o partes diferenciadas entre sí y conectadas solo por cables (vías aferentes y eferentes). Como tendremos ocasión de ver a lo largo de este libro, esta visión parcializada y localista de las emociones, la memoria o el razonamiento no solamente no está justificada desde un punto de vista funcional, sino que tampoco lo está desde una perspectiva estructural. La neurociencia moderna tiende a ver el funcionamiento cerebral como un todo integrado, donde predomina el funcionamiento complejo en red sobre el mecánico, y la neuroplasticidad sobre la rigidez estereotipada.
Estas razones nos llevan a preferir la palabra «mente», que sin hacer referencia a ningún objeto material ni órgano físico, como lo sería el cerebro, nos remite a un concepto abstracto que tiene la virtud de expresar sintéticamente toda la actividad cerebral que alcanza el nivel de lo representativo o simbólico. De este modo, la palabra mente no equivale a cerebro como órgano compuesto de hemisferios, zonas, lóbulos y capas interconectadas, sino al producto de su actividad. Es más bien, como dice Barret (2018), «un momento computacional de un cerebro que predice constantemente».
Así que «mente emocional» se refiere a la actividad afectiva con la que construimos nuestras experiencias, en la que están implicados no solamente nuestro cerebro sino todo nuestro cuerpo en su integridad, nuestras experiencias, nuestros recuerdos y las redes interpersonales y sociales con las que nos conectamos con el mundo. Ni que decir tiene que, al referirnos a estos conceptos, damos por supuesto un cerebro no mermado por déficits de tipo genético, evolutivo, traumático o degenerativo que pudieran impedir o perjudicar las funciones sintéticas o integrativas que se le requieren. En este texto, y por razones de brevedad y unidad expositiva, se sobreentiende que nos mantendremos siempre dentro de un encuadre plenamente funcional del cerebro, por lo que el lector no hallará referencias a patologías de base neurofisiológica que pudieran afectar, sin duda, al repertorio emocional o alterar su reactividad, expresividad, gestión o regulación.
Emocional
El uso y abuso del sustantivo «emoción», o su forma adjetiva «emocional», han venido a suplir la carencia o ausencia de esta dimensión en otros momentos de la historia social y, en particular, en la de las ciencias, como la psicología. Hubo un tiempo en que en psicología solo se podía hablar de «conducta». Posteriormente, adquirió carta de naturaleza, sobre todo gracias a la metáfora del ordenador, la «cognición». Y ahora encontramos la «emoción» hasta en la sopa. No hay nada que se precie en cine, literatura, conciertos, restaurantes, espectáculos, partidos de fútbol, series de televisión, viajes, deportes de aventura, etc., que no lleve la coletilla de «emocional».
Pero como lo que sirve para todo no sirve para nada, hemos terminado por depreciar la palabra emoción, confundiéndola con sensación, excitación, activación fisiológica, diversión, motivación, pulsión, arousal, descargas de adrenalina o cóctel dopamínico, pasión y así hasta el infinito, en un totum revolutum cuyo resultado es el caos conceptual que no ayuda en nada, excepto a los publicistas, para trabajar eficaz y honestamente en el ámbito de la educación o de la terapia.
Precisamente para evitarlo, hemos intentado en este escrito ceñirnos a una definición restrictiva del concepto de emoción, distinguiéndolo de otros conceptos afines, y lo hemos limitado a las emociones primarias o básicas incluidas en el acrónimo SMART (sorpresa, miedo, alegría, rabia y tristeza), de las que pueden derivarse todas las demás, las llamadas emociones secundarias o sentimientos.
Este es el principio rector que da forma a la estructura de este libro. Dedicamos en primer lugar el capítulo introductorio a plantear la discusión actual sobre el concepto de emoción y a delimitar su alcance estricto a las cinco emociones básicas arriba mencionadas. El cuerpo central del libro trata, capítulo por capítulo, del desarrollo de cada una de ellas y de sus derivadas, las emociones secundarias o sentimientos. Finalmente, en los tres últimos capítulos se plantean las cuestiones relativas a la (auto)gestión, educación y terapia de las emociones.
El libro se dirige fundamentalmente a profesionales de la pedagogía y la psicología, con la intención de hacer lo más comprensible posible el complejo mundo de las emociones y su gestión a educadores y terapeutas. Su planteamiento didáctico, acompañado de escenas ilustrativas procedentes de fuentes sociales, cinematográficas, literarias, periodísticas y clínicas, hace esta exposición fácilmente asequible, incluso para un público no profesional; por este motivo su lectura puede resultar útil también para cualquier posible lector, al margen de la mayor o menor implicación de sus intereses profesionales, simplemente por interés personal.
El autor de estas líneas se daría por satisfecho, en efecto, si contribuyera con ellas a clarificar el complejo mundo de las vivencias emocionales, propio y característico de cada persona; si ayudara a trazar caminos para su comprensión y gestión a educadores y educandos, a pacientes y terapeutas, en sus respectivos roles y procesos; o si favoreciera la convivencia entre las personas que comparten sus experiencias afectivas en cualquier forma de interacción humana.
No quisiera terminar la presentación de este libro sin otorgar un reconocimiento explícito a las muchas personas que han contribuido a su gestación, colegas y pacientes incluidos, cuya relación resultaría interminable, pero especialmente a Cristina Ballesteros por su lectura inteligente y atenta en la corrección del texto.
1. ¿Qué es una emoción?
El corazón tiene razones,
que no entiende la razón
Blaise Pascal
1. Origen y significado de la palabra emoción
La palabra emoción deriva del latín emotio, cuyo núcleo semántico motio está claramente emparentado con motus (movimiento). Pertenece a la misma familia que la palabra «motivación». Ambas se han desarrollado en el ámbito de la psicología para dar cuenta de la (re)actividad del organismo frente al ecosistema donde se desarrolla.
El concepto intenta responder a la pregunta ¿qué mueve a un organismo a actuar o a reaccionar? ¿Qué sucede en su interior para que este se ponga en marcha de modo que pase de un estado de reposo a un estado de activación, de mayor o menor intensidad, a veces en cuestión de segundos, como un coche que acelera de cero a cien kilómetros por hora en menos de diez segundos?
La respuesta puede hallarse en ocasiones en el interior del organismo mismo, otras en algún cambio producido en el ambiente que le rodea. Por ejemplo, los cambios en el equilibrio homeostático o energético emiten señales internas que son interpretadas como hambre, movilizando el organismo hacia la búsqueda de alimento. A esta activación espontánea la llamamos motivación. En otras ocasiones es un estímulo externo el que saca al organismo de su sopor o estado de reposo de forma más o menos repentina en función de la intensidad del mismo. Por ejemplo, la percepción de un ruido imprevisto puede activar un estado de alerta, correspondiente a una emoción que denominamos sorpresa. No es imprescindible que sea un estímulo externo el que active una emoción; también puede hacerlo un estímulo interno como un sueño, un recuerdo, un pensamiento, un deseo o una sensación. En cualquier caso, se trata de una respuesta rápida o de activación inmediata ante un estímulo que implica una carga significativa para nuestro bienestar, tanto en el aspecto positivo como en el negativo.
Se ha discutido mucho sobre la naturaleza congénita o innata de estos dispositivos de respuesta y su universalidad. Para ello deberían estar presentes en todas las culturas y, por tanto, ser independientes de ella. Se ha señalado su presencia ya en las primeras reacciones del bebé y se ha destacado que constituyen un lenguaje preverbal muy eficaz para comunicarnos con nuestros semejantes, e incluso con nuestros animales de compañía.
Pero lo cierto es que las primeras reacciones del bebé distan de ser muy claras. Y si no, que se lo pregunten a las madres primerizas que suelen ir perdidas frente al lenguaje impreciso del llanto del recién nacido. En catalán se suelen limitar a tres palabras las necesidades que el bebé expresa en sus vagidos: «mam» (amamantamiento), «caca» (no precisa traducción) y «non» (son: sueño). Por el momento, no se trata todavía de emociones propiamente dichas, sino de manifestaciones de estados orgánicos de déficit que producen malestar, relacionados con necesidades o motivaciones básicas.
Tampoco sobre la universalidad de las emociones existe consenso entre los científicos, muchos de los cuales señalan la presencia de conceptos existentes o inexistentes o incluso contrarios entre unas culturas u otras. Y no solo diferentes u opuestos entre culturas, sino entre épocas en el mismo ámbito cultural. La aparición del «amor cortés», por ejemplo, en la literatura caballeresca medieval supuso la eclosión del concepto del amor como emoción o sentimiento.
Parece que las expresiones del rostro y la gestualidad no bastan tampoco por sí mismas para dar a entender un estado emocional. Se precisa en muchas ocasiones de mayor información, proveniente de un contexto tanto inmediato como remoto, biográfica o culturalmente condicionado, o de información verbal añadida. Las lágrimas, por ejemplo, pueden ser indicadoras de tristeza, alegría o rabia, de dolor o de (dis)tensión y no es sino por el contexto donde adquieren su significado, cuyo intérprete último no es otro que el propio sujeto que las derrama. Otras expresiones faciales o gestuales no son interpretadas igualmente en todas las culturas, ni existen las mismas en todas ellas, todo lo cual pone en seria dificultad la suposición de la universalidad de las emociones.
Sin embargo, sí que existe un consenso suficiente respecto de la identificación de algunas emociones básicas o primarias que constituyen la raíz de todas las demás, incluidos los sentimientos, que en última instancia son reductibles a ellas. En realidad se trata de conceptos simples que por analogía dan lugar a la formación de otros más complejos que se construyen sobre ellos. Culpa o vergüenza, por ejemplo, hunden sus raíces en el miedo al castigo o al aislamiento social, mientras que ira, odio o enfado remiten a la rabia. En el ser humano, naturalmente, estas emociones están sujetas a educación y gestión psicológica y social, aunque se sostienen sobre funciones neurofisiológicas elementales, relacionadas con los circuitos de supervivencia. Muchas de ellas, al ser moduladas por el pensamiento o la conciencia reflexiva, adquieren el estatus de sentimientos o dan origen a la mayoría de ellos.
2. Definición de emoción
El concepto de emoción no está exento de debate e investigación respecto de su origen, naturaleza, estructura interna, diferencias entre estados afectivos, etc. (Diener, 1999; Ekman, 1993; Parkinson, 1996, 2001). Con todo, existe cierto consenso respecto a algunas de las características de las emociones básicas (Ekman 1999; Fredrickson, 2001), como su función adaptativa, sus manifestaciones fisiológicas, faciales o gestuales, con frecuencia ambiguas y más o menos condicionadas al contexto cultural en el que se producen, su papel en el procesamiento de la información, su intensidad y brevedad en el tiempo y su función evaluativa frente a los acontecimientos.
Ya desde el inicio de la psicología científica a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del XX surgieron varias teorías para explicar la naturaleza de las emociones sobre la base de su reactividad fisiológica. La teoría de James (1884) y Lange (1885) se centra en el componente fisiológico, en base a la experiencia de la emoción en la conciencia de las respuestas fisiológicas o sensaciones físicas a los estímulos que la provocan. Para Cannon (1927) y Bard (1938) las emociones están formadas tanto por nuestras respuestas fisiológicas como por la experiencia subjetiva de la emoción ante un estímulo. Schacter-Singer (1962) sostiene que las emociones se deben a la evaluación cognitiva de un acontecimiento, pero también a las respuestas corporales.
En esta discusión a propósito del predominio de las reacciones fisiológicas sobre la evaluación cognitiva o viceversa cabe añadir los posicionamientos de Zajonc y Lazarus, predominantes en la década de 1980. Según Zajonc (1980, 1984) nuestras emociones pueden ser más rápidas que nuestras interpretaciones: sentimos algunas emociones antes de pensarlas, algunas vías nerviosas implicadas en la emoción no pasan por las áreas corticales vinculadas al pensamiento. En cambio para Lazarus (1982, 1998) la valoración e identificación de los acontecimientos también determinan nuestras respuestas emocionales. Discusión que parece terminar en empate según palabras del propio Lazarus (1984), puesto que lo que está en juego es la definición o alcance de la palabra «(pre)cognición». En efecto, ¿la detección de un estímulo peligroso no es por sí misma una forma de conocimiento, independientemente de la ubicación en el cerebro o en cualquier otra parte del organismo donde se produzca?
En la actualidad existen dos enfoques, en parte opuestos, respecto de la concepción de la naturaleza de las emociones. Para algunos son dispositivos naturales, innatos y universales de naturaleza fisiológica. En este contexto se puede entender la definición que, por ejemplo, Paul Ekman (1982) da de emoción: «Un proceso de tipo particular de valoración automática influida por nuestro pasado evolutivo y personal, en el que sentimos que está ocurriendo algo importante para nuestro bienestar, produciendo un conjunto de cambios físicos y comportamentales para hacernos cargo de una situación».
En la definición, de inspiración darwiniana, se recoge la carga evolutiva y, en consecuencia, adaptativa y de naturaleza neurofisiológica de este dispositivo innato de valoración automática, que predispone al organismo para hacer frente a las variaciones de la estimulación ambiental que pueden afectar a nuestro bienestar; con funciones informativas, activadoras y expresivas, añadiríamos nosotros.
Desde el punto de vista conductual, las emociones contribuyen a posicionarnos respecto de nuestro entorno, aproximándonos a ciertas personas, objetos, acciones, ideas y alejándonos de otros. Las emociones actúan también como depósito de influencias innatas y aprendidas. Poseen ciertas características invariables y otras que muestran notables grados de variación entre individuos, grupos y culturas (Levenson, 1994).
Subyace a esta concepción la idea de la localización de estos dispositivos en estructuras subcorticales específicas como el sistema límbico, a partir de la representación trinitaria del cerebro (paleocórtex, mesocórtex y neocórtex), que popularizó Carl Sagan (1978) y que fue relanzada por David Goleman (1996). En esta concepción:
la amígdala, el estriado y el córtex valoran las informaciones óptico-sensoriales en función de su relevancia para la propia vida sentimental y la motivación. Como consecuencia de esta valoración se disparan determinadas emociones, se inician procesos cognitivos y se encauza el comportamiento posterior […]. El núcleo amigdalino desempeña una tarea importante para la supervivencia: nos advierte de peligros. Ante una amenaza potencial la amígdala genera el sentimiento de miedo y en fracciones de segundo pone nuestro cuerpo en estado de alerta […]. El dispositivo de alarma de la amígdala procesa automáticamente esta información sin que el estímulo desencadenante penetre en nuestra conciencia. (Singer y Kraft, 2005)
Sin embargo, las teorías más recientes de tipo constructivista no adoptan una visión tan localista del funcionamiento emocional, puesto que ponen su atención más bien en el funcionamiento integrado de toda la actividad cerebral. Francisco Mora (2015) ya advierte que a pesar de que la amígdala «es un área importante en la evaluación emocional de la información sensorial […], ello no indica que la amígdala constituya ningún centro
para las emociones, sino solo una estructura muy relevante para el procesamiento emocional inicial de la información sensorial»
Lisa F. Barret (2018) lo resume en este párrafo de La vida secreta del cerebro, en el que resalta el papel de la actividad constructiva del sujeto mediante la función conceptualizadora de la mente y la construccionista de la sociedad a través del lenguaje:
Las emociones forman parte de la estructura biológica del cuerpo y el cerebro del ser humano, pero no porque tengamos unos circuitos dedicados a cada una de ellas. Las emociones son el resultado de la evolución, pero no como esencias trasmitidas desde algunos animales ancestrales. Experimentamos emociones sin esfuerzo consciente, pero eso no significa que seamos recipientes pasivos de esas experiencias. Percibimos emociones sin instrucción formal, pero eso no significa que las emociones sean innatas o independientes del aprendizaje. Lo que es innato es que los seres humanos usamos conceptos para construir la realidad social y que, a su vez, la realidad social cablea el cerebro […]. Una emoción es una creación por parte del cerebro del significado que tienen nuestra sensaciones corporales en relación con lo que ocurre en el mundo que nos rodea.
Joseph LeDoux (2016), que reconoce la posición de Barrett y Russell (2014) como la más próxima a la suya (y viceversa, Barrett, 2018), desarrolla un argumento parecido a propósito de la ansiedad, que fundamenta no en circuitos especializados y localizados del cerebro, sino en su actividad autoprotectora:
Con frecuencia experimentamos miedo, mientras nos quedamos inmovilizados o nos echamos a correr frente a un peligro; pero estas son consecuencias distintas de la detección de una amenaza: una es una experiencia consciente, mientras que la otra implica procesos más básicos no conscientes. La falta de distinción entre experiencia consciente de miedo y ansiedad y los procesos más básicos no conscientes ha producido mucha confusión. Los procesos más simples contribuyen a la experiencia emocional, pero no han evolucionado para crear los sentimientos conscientes, aunque sí para ayudar a los organismos a sobrevivir y a prosperar. Para evitar confusiones convendría no etiquetar de emocionales los procesos no conscientes más fundamentales.
Y ejemplificando su concepción de las emociones en el miedo o ansiedad observa:
Los sentimientos de miedo surgen cuando adquirimos conciencia del hecho de que nuestro cerebro ha detectado inconscientemente un peligro […]. Todo empieza cuando un estímulo externo, elaborado por los sistemas sensoriales en el cerebro se clasifica a nivel no consciente como una amenaza. Los circuitos de detección de las amenazas desencadenan un aumento general del estado de excitación del cerebro y la expresión de respuestas comportamentales y de los cambios fisiológicos del cuerpo […]. Nuestra conclusión no debe ser que los seres humanos hayamos heredado el miedo de nuestros antecesores en el reino animal sino que, en el largo recorrido de la historia evolutiva, hemos heredado de ellos la capacidad de identificar y responder al peligro.
No nos corresponde a nosotros dirimir las cuestiones relativas a los circuitos o estructuras cerebrales y a su interacción o preeminencia en la gestación de las respuestas emocionales. Al discutir sus puntos de vista con los de Pansek (2007, 2012), LeDoux (2016) precisa:
Los circuitos subcorticales aportan los ingredientes no conscientes que contribuyen a los sentimientos de miedo o ansiedad, pero no son su fuente. La principal diferencia entre mi punto de vista y el de Panksepp (2007, 2014) es dilucidar si los sistemas subcorticales son directamente responsables de las emociones primitivas o si son responsables de factores no conscientes que se integran con otras informaciones en el área cortical para dar origen a los sentimientos conscientes […] que llamamos emociones.
Nuestra posición, como psicólogos o pedagogos es fenomenológica, es decir, centrada en la vivencia o experiencia que las personas tienen de su vida emocional, independientemente de lo que suceda en el nivel del cableado neuronal o de las subestructuras cerebrales. Miedo, ansiedad y otras emociones, a mi parecer, dice LeDoux (2016), «son precisamente lo que la gente ha pensado siempre que eran, sentimientos conscientes» y como tales queremos tratarlas aquí en este libro, para el que nos sirve esta definición aproximativa de lo que es una emoción:
Experiencia afectiva que acompaña y da sentido a las respuestas de los circuitos neurofisiológicos de supervivencia frente a las variaciones de la estimulación ambiental con efectos activos, informativos y expresivos.
En esta definición partimos de la necesidad de la integración cortical para dar cuenta de las emociones. En efecto, si entendemos una emoción como experiencia afectiva, esta debe ser consciente. ¿Consciente de qué? De la reactividad neurofisiológica frente a la variabilidad ambiental que pone en juego la supervivencia o bienestar del organismo. Ahora bien, ¿cómo sabe el organismo distinguir y defenderse de un peligro para su bienestar o incluso su supervivencia? Existen variaciones ambientales, como un precipicio, que posiblemente ejercen un efecto reactivo inmediato sobre un cuadrúpedo, sin necesidad de un aprendizaje previo. Pero ¿cómo pueden un caballo o un camello prevenir, protegerse o reaccionar emocionalmente a la picada de una mosca tsé-tsé, mortal en muchas ocasiones para ellos, si no saben de su existencia? Un cuadrúpedo puede sentirse molesto por la picada de una mosca, pero no tenerle miedo. Solo para el ser humano tiene sentido la activación de una respuesta emocional de miedo ante la sola mención de este insecto y todavía más si llega a percibirse en el ambiente físico el zumbido típico que le da nombre y que anuncia su presencia.
En consecuencia, los circuitos de supervivencia pueden activarse ante estímulos detectados inconscientemente, pero solamente producirán una reacción emocional si se toma conciencia de ellos, por ejemplo de manera inesperada o sorpresiva. Inversamente, el conocimiento de peligros no detectables a nivel consciente, como un veneno (en el caso de la mosca tsé-tsé), no producirán una respuesta emocional de miedo, a no ser que de manera real o imaginaria estén presentes a la conciencia.
La experiencia consciente de los efectos de la activación de los circuitos de supervivencia, entendida como reacción neurofisiológica (motriz, cardiorrespiratoria, neurohormonal, etc.) a variables que afectan a la integridad o bienestar del organismo aquí y ahora, es lo que distingue la emoción de otros conceptos psicológicos (pensamiento, atención, recuerdo, etc.), lo que no impide que se den simultáneamente y, con frecuencia, de modo mutuamente relacionado o integrado: emocionarse ante un recuerdo que se haga presente en la conciencia, por ejemplo.
A la vez, esta experiencia tiene una carga afectiva, es decir, remite a una valoración positiva o negativa de las variables en juego en función de su contribución al bienestar o malestar del organismo. En el caso del ser humano hay que entender de una manera mucho más extensa la idea de supervivencia o bienestar, puesto que para él puede ser tan importante o más una variable social que física. Por ejemplo, un aristócrata ofendido podía afrontar un duelo a