Andrenio: Perfiles del hombre
Por Alfonso Reyes
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Alfonso Reyes
ALFONSO REYES Ensayista, poeta y diplomático. Fue miembro del Ateneo de la Juventud. Dirigió La Casa de España en México, antecedente de El Colegio de México, desde 1939 hasta su muerte en 1959. Fue un prolífico escritor; su vasta obra está reunida en los veintiséis tomos de sus Obras completas, en las que aborda una gran variedad de temas. Entre sus libros destacan Cuestiones estéticas, Simpatías y diferencias y Visión de Anáhuac. Fue miembro fundador de El Colegio Nacional. JAVIER GARCIADIEGO Historiador. Ha dedicado gran parte de su obra a la investigación de la Revolución mexicana, tema del que ha publicado importantes obras. Es miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, y de El Colegio de México, que presidió de 2005 a 2015. Actualmente dirige la Capilla Alfonsina. Reconocido especialista en la obra de Alfonso Reyes, publicó en 2015 la antología Alfonso Reyes, “un hijo menor de la palabra”. Ingresó a El Colegio Nacional el 25 de febrero de 2016.
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Andrenio - Alfonso Reyes
ALFONSO REYES
ANDRENIO:
PERFILES DEL HOMBRE
Primera edición electrónica, 2017
D. R. © 2017, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
Comentarios:
editorial@fondodeculturaeconomica.com
Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-5463-2 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Índice
ANDRENIO: PERFILES DEL HOMBRE
Preliminar
1. Palabras sobre el humanismo
2. El personaje de este drama…
3. El mundo, nuestro escenario
4. La jornada del hombre
5. Las antinomias
6. El yo y su vago imperio
7. Metáfora del Buda y la piedra
8. Cuerpo y alma
a) Origen de la dualidad
b) El cuerpo humano
c) La mente del hombre
d) El cuerpo del mundo
e) El alma del mundo
9. El hombre y el animal
10. El hombre y los hombres
ANDRENIO: PERFILES DEL HOMBRE
Preliminar
ESTAS divagaciones, comenzadas en 1944 e interrumpidas en 1947 por causas de salud, no pretenden ser más que divagaciones. Aquí no hay sistema. Una misma imagen ha sido contemplada entre varias galerías de espejos, que eso es el mundo.
El título que se da a esta colección de páginas, procede de El criticón, la novela filosófica de Gracián, donde un niño abandonado y criado por las fieras crece figurándose ser fiera, tema remotísimo que arranca del folklore y llega hasta Kipling y aun al cine contemporáneo. Por aquella apartada isla de Santa Elena cae un náufrago, Critilo
, y encamina poco a poco al muchacho, Andrenio
, hacia su condición humana. Critilo
viene a ser el Criterio; Andrenio
, el Hombre.
A. R.
[México, 1955.]
1. Palabras sobre el humanismo*
A MUCHAS cosas se ha llamado humanismo. En el sentido más lato, el término abarca todo lo humano, y por aquí, el conjunto del mundo, que al fin y a la postre sólo percibimos como una función humana y a través de nosotros mismos. Como todas las nociones demasiado amplias, esta explicación, sin ser verdadera ni falsa, no explica nada, no aprovecha o, como se dice en portugués, no adelanta
. En el sentido más estrecho, el término suele reducirse al estudio y práctica de las disciplinas lingüísticas y las literarias, lo cual restringe demasiado el concepto y no señala con nitidez suficiente su orientación definitiva. En el sentido más equívoco se ha llegado a confundir el humanismo con el humanitarismo, especie filantrópica que nos lleva a terrenos muy diferentes. Cierto escritor, que precisamente acababa de publicar un libro sobre el humanismo, me dijo que él no era humanista porque, si en un viaje por mar veía caerse por la borda a un pasajero insignificante y, a la vez, un cuadro de Velázquez, preferiría arrojarse al agua para salvar el cuadro y no al pasajero. Después de esto, yo ya no vi el objeto de leer su libro.
En aquel proceso de reeducación que, durante la Edad Media, sucedió a la sumersión de Europa por los bárbaros, se llamó humanidades
a los estudios consagrados a la tradición grecolatina. Mediante ellos se procuraba modelar otra vez al hombre civilizado, al hombre. Y no sin una grave conciencia de la responsabilidad, por cierto: tal vez se oye decir a un austero doctor medieval que quienes están profesionalmente obligados a la frecuentación de los autores gentiles deben cuidarse mucho de que con ello no padezca su alma.
Durante el Renacimiento, el humanismo procura contemplar el pensamiento teológico, y más de una vez rompe el cuadro férreo en que éste llegó a encerrar la educación. Pues el hombre como ser terrestre merecía un sitio junto al hombre entendido como criatura divina. Esta actitud naturalista asumió, en ocasiones, la forma de una polémica entre el laico y el religioso y hasta se extremó en alardes de neopaganismo artificial. En La vida es sueño, de Calderón, tan teólogo como poeta, todavía se recogen los ecos del diálogo entre la dignidad natural y la dignidad sobrenatural del hombre.
De modo general, el humanismo se mantiene como agencia útil y progresista. Recomienda el uso de la preciosa razón frente a los bajos arrestos del instinto y de la pura animalidad. Propone el ideal del homo sapiens, el hombre como sujeto de sabiduría humana.
Sobreviene luego el desenvolvimiento de las ciencias positivas. Éstas insisten en el homo faber, el hombre como dueño de técnicas para dominar el mundo físico. Y un buen día, el humanismo aparece, por eso, como un vago y atrasado espiritualismo.
Semejante confusión se aclara fácilmente: más que en el cuerpo cambiante de conocimientos determinados, el humanismo se ocupa en las características estables del hombre, características que tales conocimientos meramente atraviesan dejando en ellas sus depósitos. Y así, hasta los libreros saben que las bibliotecas privadas de los humanistas conservan mejor su precio con los años que las de los hombres científicos.
Por de contado que ambos puntos de vista, el de la ciencia positiva y el del humanismo, se concilian en la armoniosa cultura. También, en principio, siempre es dable conciliarlos con el sentimiento religioso, a pesar de los desvíos históricos a uno y a otro extremo. ¿Por qué ha de haber siempre reyertas para disputarse la codiciada presa que es la educación humana? La disputa entre el humanismo y la ciencia, o entre el sentir laico y el religioso, continuarán aquí, con nuevos acentos, la disputa abierta en la Antigüedad entre la filosofía y la retórica.
Max Scheler predice la futura y deseable integración de los tres órdenes del saber que él enumera: 1) el saber de salvación, ejemplificado con la India; 2) el saber de cultura, ejemplificado con China y Grecia; 3) el saber de técnica, ejemplificado con el Occidente moderno.†
Hoy el humanismo no es, pues, un cuerpo determinado de conocimientos, ni tampoco una escuela. Más que como un contenido específico, se entiende como una orientación. La orientación está en poner al servicio del bien humano todo nuestro saber y todas nuestras actividades. Para adquirir esta orientación no hace falta ser especialista en ninguna ciencia o técnica determinada, pero sí registrar sus saldos. Luego es necesario contar con una topografía general del saber y fijar su sitio a cada noción. Por lo demás, toda disciplina particular, por ser disciplina, ejercita la estrategia del conocimiento, robustece la aptitud de investigación y no estorba, antes ayuda, al viaje por el océano de las humanidades. En Aristóteles hay un naturalista; en Bergson, un biólogo; y nuestra sor Juana Inés de la Cruz pedía a las artes musicales algunos esclarecimientos teológicos.
Y es así como se establece la conversación —tan orillada a la controversia— entre el hombre y el mundo, o, como alguna vez hemos dicho, entre el yo y el no yo, el Segis y el Mundo, que tal viene a ser el eterno soliloquio de Segismundo.
Digamos para terminar que esta función del humanismo sólo puede plenamente ejercerse y sólo fructifica sobre el suelo de la libertad: el suelo seguro. Y no sólo la libertad política —lo cual es obvio y ni siquiera admitimos discutirlo por no agraviar a quien nos lea o nos escuche rebajándolo al nivel de la deficiencia mental—, sino también la libertad del espíritu y del intelecto en el más amplio y cabal sentido, la perfecta independencia ante toda tentación o todo intento por subordinar la investigación de la verdad a cualquier otro orden de intereses que aquí, por contraste, resultarían bastardos.
México, 8-VI-1949
2. El personaje de este drama…*
EL PERSONAJE de quien vamos a hablar no es ningún caballero determinado —el señor a quien mis amigos llaman por mi nombre
, como decía Mallarmé—, sino que es el ser humano en general. Es el conjunto de todas las criaturas humanas, en todos los sexos, edades y condiciones; de ayer, de hoy y de mañana: en lo que todos tienen de común y en lo que tienen de peculiar cada uno. Este hombre formado por la abstracción de todos los hombres ofrece a su vez muchos aspectos: un cuerpo, un alma, una personalidad, una capacidad de asociarse con sus semejantes, etcétera; y cada una de estas actividades, modalidades de conducta, es materia de un estudio aparte. El estudio de su cuerpo es objeto de la anatomía y la fisiología humanas, ramas de la biología general. El estudio de su espíritu en relación con la función vital es objeto de la psicología, y en relación con las formas del pensamiento es objeto de la lógica. El de su asociación con los semejantes, de la historia, la sociología, la política, la económica. El de su conducta personal, de la ética, etcétera. Pero cuando todos estos aspectos, actividades y modalidades que muestra el hombre son considerados, a su vez, en conjunto y en lo que tienen de común y específico para hacer del hombre un ser humano, entonces el estudio que así los considera se llama antropología; o mejor antropología filosófica, para dejar de lado la antropología como estudio de ciertos caracteres sociales que sirven de base a las culturas y en que con frecuencia se acude, para reducir el caso a su más simple y fundamental expresión, al ejemplo de las agrupaciones primitivas. Esta ciencia de la antropología filosófica, y aun la antropología particular, comienzan, pues, donde termina el poema de Goethe, Mesa abierta. Como la sopa se está consumiendo y el asado corre ya riesgo de quemarse, el poeta, que sólo había deseado convidar a los sabios, a los principales, a los prudentes, acaba por ordenar a su criado, viendo que ninguno se presenta al banquete, que abra las puertas de par en par y deje entrar en montón a todos los pasantes, sean como fueren, sean quienes fueren. La antropología acepta al hombre en el conjunto de su ser, tal como