La importancia de llamarse Ernesto
Por Oscar Wilde
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"La importancia de llamarse Ernesto" es un obra de excelente trama cómica que fluye entre los sutiles diálogos de sus escenas y el relato de los hechos lleno de agudeza y frescura. Estos son los grandes valores que han hecho de esta composición una de las más representadas y aplaudidas del mundo. Toda la obra es un gran juego de acciones y lenguaje, aprovechando los dobles sentidos de las palabras y las significaciones sociales de los términos, la puesta en escena fue todo un éxito que se vio empañado por el escándalo propio de una sociedad puritana y cruel, deseosa de ver caer al hombre que se había atrevido a cuestionar las bases y principios de esa misma sociedad.
"La importancia de llamarse Ernesto" relata la historia de dos hombres que fingen llamarse Ernesto, esto lo hacen con el fin de casarse con dos mujeres que fantasean con casarse algún día con alguien llamado Ernesto.
Lo que no saben estos hombres es que al adoptar esta falsa personalidad, esto los conllevará a un sin fin de problemas enredados los cuales tendrán que resolver. Pero al final no todo es malo, ellos descubrirán la importancia de llamarse Ernesto.
Oscar Wilde
Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde was born on the 16th October 1854 and died on the 30th November 1900. He was an Irish playwright, poet, and author of numerous short stories and one novel. Known for his biting wit, he became one of the most successful playwrights of the late Victorian era in London, and one of the greatest celebrities of his day. Several of his plays continue to be widely performed, especially The Importance of Being Earnest.
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La importancia de llamarse Ernesto - Oscar Wilde
LA IMPORTANCIA DE LLAMARSE ERNESTO
Oscar Wilde
Personajes
J OHN W ORTHING, J. P.
A LGERNON M ONCRIEFF.
E L R EVERENDO CANÓNIGO C ASULLA, D. D.
M ERRIMAN, mayordomo.
L ANE, criado.
L ADY B RACKNELL.
L A H ONORABLE G UNDELINDA F AIRFAX.
C ECILIA C ARDEW.
M ISS P RISM, institutriz.
Primer acto
Decoración: Saloncito íntimo en el piso de Algernon, en Half-Moon-Street. La habitación está lujosa y artísticamente amueblado. Óyese un piano en el cuarto contiguo. L ANE está preparando sobre la mesa el servicio para el té de la tarde, y después que cesa la música entra A LGERNON.
A LGERNON.— ¿Ha oído usted lo que estaba tocando, Lane?
L ANE.— No creí que fuese de buena educación escuchar, señor.
A LGERNON.— Lo siento por usted, entonces. No toco correctamente —todo el mundo puede tocar correctamente—, pero toco con una expresión admirable. En lo que al piano se refiere, el sentimiento es mi fuerte. Guardo la ciencia para la Vida.
L ANE.— Sí, señor.
A LGERNON.— Y, hablando de la ciencia de la Vida, ¿ha hecho usted cortar los sandwiches de pepino para lady Bracknell?
L ANE.— Sí, señor. ( Los presenta sobre una bandeja.)
A LGERNON.— ( Los examina, coge dos y se sienta en el sofá.) ¡Oh!… Y a propósito, Lane: he visto en su libro de cuentas que el jueves por la noche, cuando lord Shoreman y míster Worthing cenaron conmigo, anotó usted ocho botellas de champagne de consumo.
L ANE.— Sí, señor; ocho botellas y cuarto.
A LGERNON.— ¿Por qué será que en una casa de soltero son, invariablemente, los criados los que se beben el champagne? Lo pregunto simplemente a título de información.
L ANE.— Yo lo atribuyo a la calidad superior del vino, señor. He observado con frecuencia que en las casas de los hombres casados rara vez es de primer orden el champagne.
A LGERNON.— ¡Dios mío! ¿Tan desmoralizador es el matrimonio?
L ANE.— Yo creo que es un estado muy agradable, señor. Tengo de él poquísima experiencia, hasta ahora. No he estado casado, más que una vez. Fue a causa de una mala inteligencia entre una muchacha y yo.
A LGERNON.— ( Lánguidamente.) No sé si me interesa mucho su vida familiar, Lane.
L ANE.— No, señor; no es un tema muy interesante. Yo nunca pienso en ella.
A LGERNON.— Es naturalísimo y no lo dudo. Nada más, Lane; gracias.
L ANE.— Gracias, señor ( Sale L ANE.)
A LGERNON.— Las ideas de Lane sobre el matrimonio parecen algo relajadas. Realmente, si las clases inferiores no dan buen ejemplo, ¿para qué sirven en este mundo? Como clases, parece que no tienen en absoluto sentido de responsabilidad moral. ( Entra L ANE.)
L ANE.— Míster Ernesto Worthing. ( Entra John. sale L ANE.)
A LGERNON.— ¿Cómo estás, mi querido Ernesto? ¿Qué te trae a la ciudad?
J OHN.— ¡Oh, la diversión, la diversión! ¿Qué otra cosa trae a la gente? ¡Ya te veo comiendo como de costumbre, Algy!
A LGERNON.— ( Severamente.) Creo que es costumbre en la buena sociedad tomar un ligero refrigerio a las cinco. ¿Dónde has estado desde el jueves pasado?
J OHN.— ( Sentándose en el sofá.) En el campo.
A LGERNON.— ¿Y qué haces enterrado allí?
J OHN.— ( Quitándose los guantes.) Cuando está uno en la ciudad, se divierte uno solo. Cuando está uno en el campo, divierte a los demás. Lo cual es extraordinariamente aburrido.
A LGERNON.— ¿Y quiénes son esas gentes a las que diviertes?
J OHN.— ( Con tono ligero) ¡Oh! Vecinos, vecinos.
A LGERNON.— ¿Has encontrado vecinos agradables en tu tierra del Shropshire?
J OHN.— ¡Perfectamente molestos! No hablo nunca con ninguno de ellos.
A LGERNON.— ¡De qué modo más enorme debes divertirles! ( Se levanta y coge un «sandwich».) A propósito, ¿el Shropshire es tu tierra, verdad?
J OHN.— ¿Eh? ¿El Shropshire? Sí, claro, es. ¡Hola! ¿Por qué todas esas tazas? ¿Por qué esos sandwiches de pepino? ¿Por qué ese loco derroche en un hombre tan joven? ¿Quién va a venir a tomar el té?
A LGERNON.— ¡Oh! Solamente mi tía Augusta y Gundelinda.
J OHN.— ¡Qué encanto! ¡Perfectamente!
A LGERNON.— Sí, está muy bien; pero temo que a tía Augusta no le agrade mucho que estés aquí.
J OHN.— ¿Puedo preguntar por qué?
A LGERNON.— Chico, tu manera de flirtear con Gundelinda es perfectamente ignominiosa. Es casi tan inicua como la manera de flirtear Gundelinda contigo.
J OHN.— Estoy enamorado de Gundelinda. He venido a Londres expresamente para declararme a ella.
A LGERNON.— Yo creí que habías venido a divertirte… A esto lo llamo yo venir a negocios.
J OHN.— ¡Qué poco romántico eres!
A LGERNON.— Realmente, no veo nada romántico en una declaración. Es muy romántico estar enamorado. Pero no hay nada romántico en una declaración definitiva. ¡Toma! Como que pueden decirle a uno que sí. Yo creo que así sucede, generalmente. Y entonces, ¡se acabó todo apasionamiento! La verdadera esencia del romanticismo es la incertidumbre. Si alguna vez me caso, haré todo lo posible por olvidar el suceso.
J OHN.— Eso no lo dudo, mi querido Algy. El Tribunal de Divorcio fue inventado especialmente para la gente que tiene la memoria, tan extraordinariamente constituida.
A LGERNON.— ¡Oh, es inútil hacer reflexiones sobre este tema! Los divorcios se elaboran en el cielo… ( J ACK alarga la mano para coger un «sandwich». A LGERNON se interpone en el acto.) Hazme el favor de no tocar los sandwiches de pepino. Están preparados especialmente para tía Augusta. ( Coge uno y se lo come.)
J OHN.— ¡Bueno, pues tú te los comes todo el tiempo!
A LGERNON.— Eso es completamente distinto. Es mi tía. ( Coge el plato de debajo.) Ten un poco de pan con manteca. El pan con manteca es para Gundelinda. Gundelinda está destinada al pan con manteca.
J OHN.— ( Aproximándose a la mesa y sirviéndose él mismo.) Y este pan y esta manteca son igualmente buenos.
A LGERNON.— Bien, mi querido amigo; pero no es necesario que comas así como si fueras a engullírtelo todo. Te conduces como si estuvieras casado ya con ella. No lo estás aún, ni creo que lo estés jamás.
J OHN.— ¿Por qué dices eso?
A LGERNON.— Pues bien: en primer lugar, las muchachas no se casan nunca con los hombres con quienes flirtean. No lo consideran decente.
J OHN.— ¡Oh, qué tontería!
A LGERNON.— No lo es. Es una gran verdad. Eso explica el número extraordinario de solteros que se ven por todas partes. En segundo lugar, yo no doy mi consentimiento.
J OHN.— ¡Tu consentimiento!
A LGERNON.— Mi querido amigo, Gundelinda es