Recorridos por el blanco y negro de la música.
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Con una vida intensa enmarcada por el arte, por la familia, por los recorridos y estancias en el extranjero, García Renart vino adquiriendo desde niña una visión del mundo que le ha permitido, con similar maestría, mover las manos sobre su instrumento, las piernas en un escenario de ballet, los labios en una cátedra y los dedos sobre un teclado de computadora del que salen páginas tan bien logradas como las que aquí se reúnen.
Pianista, compositora y maestra, aficionada a las artes ecuestres y plásticas, asistente a talleres de creación literaria, en los capítulos de este libro la autora vuelca su saber y su sentir no sólo con la sinceridad que ha sido una de sus cualidades, sino desde el centro de una voluntad creativa transformada en obra múltiple. Estas páginas valen no sólo por lo que su autora dice, sino por la forma en que lo dice.
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Recorridos por el blanco y negro de la música. - Marta García Renart
© Fernando Díez de Urdanivia Serrano
Primera edición: 2010
ISBN libro impreso: 978-607-00-3615-6
ISBN libro electrónico: 978-607-8427-10-9
Biblioteca Musical Mínima
Director de la colección:
Fernando Díez de Urdanivia
Diseño y cuidado de la edición:
Carmen Bermejo
Editor:
LUZAM
Río Lerma No. 260
Col. Vistahermosa
62290 Cuernavaca, Mor.
Tel. (777) 315-4022
discosluzam@gmail.com
www.luzam.com.mx
Impreso y hecho en México
Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio. Se autorizan breves citas en artículos y comentarios bibliográficos, periodísticos, radiofónicos y televisivos, dando al autor el crédito correspondiente.
Recorridos por
el blanco y negro de la música
Cuentos
145 páginas de 14 x 20.5 cms
Vol. 5 de la Biblioteca Musical Mínima
Presentación de
Manuel Naredo
BIBLIOTECA MUSICAL MÍNIMA
5
Recorridos por el Blanco y Negro de la Música
MARTA GARCÍA RENART
Marta.tifAcerca de la Autora
Marta García Renart ha seguido caminos que se unen al conjuro de un espíritu para el que música y familia, docencia y letras podrán diferenciarse en sus formas, pero nunca en la esencia. Educada dentro de una estirpe catalana, su formación incipiente con Francisco Agea y Pedro Michaca floreció después con Rudolf Serkin.
Su carrera, que pudo apuntar hacia el concertismo convencional del piano, se abrió en un abanico que abarcaba la dirección coral y las clases; música de cámara y apariciones como solista. Tocada por el estro creativo, una de sus más recientes producciones pisa los terrenos de la escena con la ópera mínima de bolsillo La olla de las once orejas, que muestra su inventiva sonora y su capacidad para usar la palabra como elemento multiexpresivo, al amparo de dos voces femeninas, una flauta, un piano, un trombón y una guitarra.
Radicada en Querétaro, trotamundos que pasea su mensaje por todos los ámbitos, y en todos deja un remanente saludable forjado de presencia musical y humana, la Marta García Renart que aquí leemos no es la que hubiésemos conocido hace cuarenta años, pero tampoco deja de serlo. El blanco y el negro del que habla la autora, mucho más que el de un teclado del piano, es el de una intensa vida.
F. D.U.
Agradecimientos
Cada palabra se nutre de lo que somos y vivimos. El agradecimiento es por todo aquello que me ha rodeado desde el 23 de noviembre de 1942, el día que nací en la Ciudad de México. Pero el entusiasmo de Fernando Díez de Urdanivia y Carmen Bermejo hicieron que me atreviera a compartirlo con ustedes. Hay demasiadas disgregaciones, demasiadas omisiones. Pero todavía hay mucho por andar y paciencia para hacerlo.
Dedico estos momentos a Mara, Cora y Marco, lo mejor que me ha pasado en la vida.
Presentación
Llevo años de conocerla y de admirarla. De saberla conocedora de la escena y experta en ese mundo que entre teclas blancas y negras envuelve al mundo de belleza.
Llevo años de quererla. No por su capacidad profesional indiscutible, sino sobre todo por esa su desbordante vida interior y esa su honestidad absoluta y sin concesiones, que la hacen distinta, única, en un mundo que parece haber olvidado la interioridad y donde la honestidad es tan escasa que acaba por no ser bien vista.
Marta García Renart me sorprende ahora con su pluma. Me sorprende, y como es su costumbre, me conmueve.
Leerla es mirar al mundo desde esa perspectiva única e insustituible que tiene su alma. Es apreciar de pronto, abruptamente, la diferencia entre quien puede preguntar a alguien que toma pastillas para el corazón sobre sus males cardiacos, o quien inquiere un ¿cuántas veces te lo han roto?
.
Marta logra ver a su alrededor, más allá de lo que los ojos sin vista admiran, infinidad de detalles, de mensajes y colores que la vida regala todos los días, lo mismo frente al mar de Tampico, que en la lejanía de la Sierra Gorda queretana, que en un autobús rodando en un largo viaje a Nueva York.
Es una vida que se descubre entre perros y gatos, medida por lustros o por lunas, aderezada con humor, sustentada con espíritu. Una vida descubierta entre relatos, con recuerdos donde se igualan los dolores más profundos con las anécdotas cotidianas, a semejanza de esa misma vida.
Han pasado casi cuarenta años de ese día de julio y la sigo añorando en cada pedazo de piel
, escribe Marta sobre la muerte de su madre, pero también recuerda cómo otro día, con lentes oscuros y acompañada del fiel Skilos fue confundida con ciega al cruzar la calle en pleno zócalo de la capital del país.
Ella es capaz de colocar el acento no en la experiencia del terremoto del 57, sino en la coladera de la azotea de su casa; de hacernos querer a Clara mientras la observamos, triste y desamparada, en cualquier esquina; de sentir el movimiento del cuerpo en homenaje a su padre muerto; de creer sin reservas la visita de su madre ausente sin más testigos que Yumare, su perra…
Todos hechos sencillos, anécdotas cotidianas, vivencias de todos los días, que nos hacen revalorar la existencia. ¿De cuántas cosas nos hemos perdido, me pregunto hoy, por la tonta necedad de ver la vida como dicen que es, y no como la pueden descubrir los ojos penetrantes de Marta García Renart?
Leer sus recuerdos, adentrarse en su intimidad, gozar de los muchos detalles que han envuelto su vida, es como, de pronto y finalmente, cerrar la puerta de ese exterior contaminado de vilezas y abrazar sin reparos ese frondoso árbol que aún debería vivir en nuestro jardín interior.
Manuel Naredo
La foto
Otra vez vuelves a garrapatear una lista. Quieres empezar a poner orden en tus pendientes y proyectos en este cuaderno recién comprado. ¡Qué ilusa eres! Tu voracidad me cansa. Estornudas y de inmediato te contestas salud-gracias-de-nada
.
Junto al refrigerador hay un clavo del que cuelga una tabla tamaño carta. Aprisionadas por un clip muy grande, más de cincuenta hojas. Todas las hojas ya tienen historias por un lado: listas para el mercado, partituras, anotaciones de juegos, ejercicios literarios, pesos en kilos y gramos de los nueve perros y siete gatos con la dosis exacta para sus desparasitaciones, recortes de periódicos que no quiero olvidar. Como siempre, tienes prisa para anotar lo que en ese momento te parece perfectamente claro y mueves las hojas buscando la más pulcra. En el jaloneo sale el clavo de la madera y se desabrocha el clip. En desordenada cascada cae el montón de hojas tapizando una buena parte del piso de la cocina. Parece mentira que a tus bien cumplidos sesenta no te comportes como una adulta mesurada. Los perros lo toman a juego y van dejando sus huellas al derecho y al revés de las hojas. Y, ¡claro!, ahora esos papeles tienen un valor agregado; pasarán a sobrevivir como improntas especialísimas en ese revoltijo mordido por el gran clip de latón casi oxidado.
¿Y sabes por qué tienes ese caos en la casa? Porque todo lo que ha sido vivido por los tuyos merece seguir viviendo ahí por siempre. Y me pregunto, cuando ya estoy tranquila, acostada, esperando que me aturda el sueño, ¿qué harán tus pobres hijos cuando ya no estés? Me temo que les habrás heredado la manía de no tirar la taza con la jirafa esmaltada que te regaló Paloma; las rosas resecas descansando en las ramas exuberantes del laurel; la playera minúscula con la que enamoraste a su padre; los dibujos del 10 de mayo; el suéter que tejió la Iaia para Mara, que se lo heredó a Cora, que se lo heredó a Marco.
Me adormilo mecida por nostalgias. Con los ojos cerrados oigo la puerta de la jaula del Nataju. ¿Habrá regresado? Abro los ojos y la plata lunar me baña. Ahí, en ese otro mundo al que partiste, ¿te llegará esta paz cósmica? En la estela nos podríamos fundir, mi salvaje sabio, mi sabio salvaje.
Empieza el alba y el sol traga la noche. Se mete por la ventana para arrancarme las sábanas. ¿Y ahora qué vas a hacer? Te vistes de prisa y corres a la parada del autobús que te llevará al supermercado. Y no me digas que vas por leche y pan dulce. Eso, ni tú te lo crees. En el supermercado la sección de papelería es extensa. Se puede tomar, dejar, retomar y hojear infinitos cuadernos pequeños, grandes, de formas francesa, italiana, a rayas, blancos o de cuadrícula pequeña. Nadie presiona para acelerar el proceso de elección. Mis ojos caen sobre una libreta. Es la idónea. Lo bastante pequeña para llevarla a todas partes, lo suficientemente gruesa para anotar desde una palabra tan especial como melancolía, hasta llenarla de recordatorios, esbozos de relatos, nombres posibles que podrían usar animales recién llegados a la casa, mejoras sustanciales a los planes políticos para la nación, el teléfono de un almacén para manufactura de vitrales… En la última lista de la tercera hoja de la libreta idónea comprada en el supermercado, apenas hace un par de semanas, apuntaste diecisiete pendientes. Entre ellos, y en total desequilibrio, el recado vacaciones junto al mar. ¿El mar? Oír totalmente hipnotizada una y otra vez el rumor sordo del mar trepado en las olas ordenadas en el caos. Quieres volver a ver, como en esa tarde lejana en las playas de Nayarit, un cebú enorme caminando con ancestral parsimonia, mientras con su cola espanta sin prisa los insectos que se le encaraman en el lomo. Ver el sol mojándose su calor anaranjado.
Y ahora, ¿por qué no dejas de moverte? Ya sé que sólo te quedas quieta, o eso ansías, cada vez que por fin vaciaste las cenizas del cenicero, lavaste los platos de la comida y acomodaste de regreso el mantel en el armario. Es el mantel de siempre, el de