El Amor Todo Lo Puede
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Silvio Pea Guzmn trabaja cantando en los bus (busetas) en los bares, en las calles donde rene su dinero para el diario vivir y as ayudar a su mam y a su hermano. Un da conoce a una muchacha, su nombre Dulce Mara Soto Santos, quien logra conquistar el corazn de Silvio pero por su procedencia social y otros conflictos que surgen teniendo que enfrentar muchos desafos.
Yoanny Grasso Hernandez
Mi nombre es Yoanny Grasso Hernández, nací en la provincia de Matanzas Cuba el 29 de septiembre de 1983, vengo de una familia humilde y trabajadora. Desde pequeño me gustaba el deporte aunque reconozco que no fui bueno, mí pasatiempo era con un lápiz y una libreta escribir lo que me venia a la mente. Estudié cuarto año de terapia física y rehabilitación hasta que salí a trabajar a Venezuela el 4 de agosto del año 2009, donde me inspire a escribir la historia que les presentó en este libro. El 7 de marzo del año 2012 decidí darle un giro total a mi vida y venirme a los Estados Unidos donde vivo actualmente en el Estado de Texas.
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El Amor Todo Lo Puede - Yoanny Grasso Hernandez
Copyright © 2015 por Yoanny Grasso Hernandez.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2015907906
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 19/05/2015
Palibrio
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847
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Gratis desde España al 900.866.949
Desde otro país al +1.812.671.9757
Fax: 01.812.355.1576
710764
SILVIO
Silvio tenía dieciséis años, piel blanca, pelo negro, ojos verdes y ciento ochenta centímetros de altura. Era un muchacho bien parecido, de buenos sentimientos, muy noble y un amigo desinteresado, que vivía para la música y la droga. Solía montar en una buseta con su guitarra para tocar dos canciones y recibir algo de dinero, sin exigir cuánto. Antes de empezar a cantar, decía:
—Me llamo Silvio Peña y vengo honradamente a expresar lo que siento en dos canciones. Les agradezco un aplauso si les gusta o, de lo contrario, un aplauso igualito.
La gente lo animaba calurosamente. Entonces Silvio se bajaba en el centro comercial Buenaventura, donde tomaba otra buseta y repetía lo mismo: ese era su trabajo cotidiano. Aproximadamente a las seis de la tarde llegaba a su casa, localizada en un cerro de condiciones precarias. Aquel día abrió la puerta, entró y le dijo a su mamá:
—Hoy hice doscientos cincuenta bolívares.
Dejó cincuenta sobre la mesa y le dio un beso al hermano que estaba en el sofá mirando televisión. La mamá de Silvio se llamaba Hortensia Guzmán Rodríguez; era una señora de cuarenta años, cabello oscuro y bonito cuerpo, pero descuidada por la pobreza; de muy buen corazón, era amable, educada, honesta y tenía mucho amor por sus hijos. Cuando Silvio llegó se encontraba en la cocina, pero al verlo fue hacia la sala, lo saludó con un beso y le respondió:
—¡Qué bien, hijo! Empléalos en algo productivo: guárdalos, cómprate ropa o úsalos para grabar un disco, ya que ese es tu sueño.
Silvio, que estaba al lado de su hermano, sentado con la guitarra en sus pies, le respondió riéndose:
—Sí, mamá, me los fumaré en marihuana. Eso es algo productivo, que me pone a soñar y a volar por los cielos hasta que me baja la musa, ¿sabes?
—Tú siempre con la jodida marihuana esa, a la que quieres más que a tu madre. Lo que tienes que hacer es buscarte un trabajo honrado para ganar dinero y, así, aportar algo a esta casa donde siempre estamos apretados con la comida.
Silvio, un poco alterado, se levantó del sofá, agarró su guitarra y le respondió levantando la voz y alzando los brazos:
—¡Déjame vivir, chica, déjame ser feliz! Haz tu vida que yo hago la mía, para que sepas, como se me venga en gana. ¿Qué te pasa? Además, yo sí te doy dinero para la casa.
—Eso que tú das no alcanza ni para las cucarachas pichirres —le gritó su mamá mientras Silvio abandonaba la casa.
Alexander Peña Guzmán, el hermano de Silvio, comenzó a llorar. Era muy inteligente y de buena estatura para su edad; aficionado al béisbol, transcurría sus días en la casa o entrenando en el terreno de pelota. No era callejero ni tenía amigos que pudieran llevarlo a una mala vida. Cuando su hermano se hubo ido, tomó a la mamá por la cintura, recostó su cabecita en la barriga y le dijo:
—Ya no pelees más con mi hermano.
—Tranquilo, hijo, no llores —lo consoló ella y se lo llevó a su cuarto para dormir.
Silvio se encontró con Alonso, cuatro años mayor que él y con más muertos encima que un cementerio. Era el jefe de una banda de pequeños malandros y, además de muchos tatuajes, tenía armas de todo tipo, ya que se dedicaba a la venta y compra de drogas, asalto a mano armada y a todo lo que le diera dinero. Vivía en el mismo barrio que Silvio, a unas cuadras de su casa, por eso se habían criado y crecido juntos, y eran muy buenos amigos.
Silvio saludó a Alonso con un abrazo y un beso.
—¿Qué vamos a hacer, hermano?
—Voy a buscar algo de dinero y después no sé qué haré. ¿Por