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Viviendo al límite
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Libro electrónico136 páginas2 horas

Viviendo al límite

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Información de este libro electrónico

Aquel hombre la llevaba a alturas que jamás habría imaginado…
Después de perder aquel avión, Erin O'Connell, compradora de diamantes, creyó que había perdido para siempre sus posibilidades de ascenso… pero quizá no fuera así.
Necesitaba tomar un vuelo a la idílica isla de Blue Hearth para hablar con el propietario de una mina, así que la incombustible Erin tendría que convencer a Striker Reeves de que pusiera en marcha su hidroavión y se preparase para la acción. Para todo tipo de acción.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 nov 2021
ISBN9788411051194
Viviendo al límite
Autor

BARBARA DUNLOP

New York Times and USA Today bestselling author Barbara Dunlop has written more than fifty novels for Harlequin Books, including the acclaimed WHISKEY BAY BRIDES series for Harlequin Desire. Her sexy, light-hearted stories regularly hit bestsellers lists. Barbara is a four time finalist for the Romance Writers of America's RITA award.

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    Viviendo al límite - BARBARA DUNLOP

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2005 Barbara Dunlop

    © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Viviendo al límite, n.º 2031 - noviembre 2021

    Título original: Flying High

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-1105-119-4

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Doce

    Epílogo

    Capítulo Uno

    Si Striker Reeves tuviera el menor interés en una charla y una seria reprimenda, le habría dicho que sí a la preciosa morena con pantalón de cuero negro que se acercó a su mesa la noche anterior en Carnaby´s.

    Pero no lo tenía.

    Y no lo hizo.

    Y estaba empezando a ser demasiado viejo para aquello.

    Su padre, Jackson Reeves-DuCarter, se inclinó hacia delante, apoyando la mano en el sillón de cuero.

    –Y luego me enteré de que cinco… cinco de mis ejecutivos se han visto obligados a quedarse un día entero en París sin hacer nada. Por tu culpa.

    Striker apretó los dientes. Solo la presencia de su madre en el comedor, al otro lado de la puerta, evitó que le dijera a su padre que dejaba su trabajo como piloto en Reeves-DuCarter Internacional.

    En lugar de eso contó hasta diez.

    –Si no te importa, yo fui el único que cumplió el horario.

    –El horario está sujeto a cambios. Para eso tenemos un avión privado, por eso no volamos en aviones comerciales.

    –Pues entonces quizá deberías contratar un equipo entero de pilotos, así siempre habría alguno dispuesto las veinticuatro horas.

    –No tendría ningún sentido tener una flota de pilotos cuando tú te llevas el avión.

    Striker volvió a contar hasta diez. Su padre podía dedicar su vida entera a la empresa familiar, pero él no era un robot. Era un hombre de carne y hueso.

    –Yo también tengo derecho a vivir.

    Jackson hizo un gesto con la mano.

    –¿A eso lo llamas vivir? Yo lo llamo estar siempre de juerga. Y estoy empezando a cansarme de que uses mi avión para irte por ahí a buscar mujeres.

    –No voy a buscar mujeres… tenía una cita. Y el avión es de la empresa, no tuyo.

    –La próxima vez, llévate tu diez por ciento a Londres y deja mi sesenta por ciento en la pista, donde debe estar.

    –Si vas a ponerte puntilloso, solo lo usé un diez por ciento del tiempo –sonrió Striker.

    A su padre no le hizo gracia la broma.

    –Si vas a ponerte puntilloso… ¿cuándo nos vas a presentar a tu novia?

    Striker se irguió. Jeanette no tenía pensado ir a Seattle. Y, la verdad, ni siquiera recordaba su apellido.

    La había conocido en una discoteca, en París. Como muchas mujeres, se había quedado impresionada por el hecho de que fuese piloto. Y cuando le preguntó si la llevaría a algún sitio en su avión, él pensó: ¿por qué no? La llevaría a dar una vuelta a Londres… y a ver qué pasaba.

    Desgraciadamente, cuando volvieron a París Striker ya había utilizado todas sus horas de vuelo para aquel día. Y cuando el grupo de ejecutivos quiso marcharse, Striker no podía pilotar.

    –Ya me lo imaginaba –suspiró su padre, sacudiendo la cabeza–. Has perdido el control de tu vida, Striker.

    –¿Porque me divierto?

    –Diviértete en tus días libres. Cuando estás trabajando, estás trabajando.

    De nuevo, Striker empezó a contar silenciosamente hasta diez, pero Jackson no le dejó llegar ni a dos.

    –Estás castigado durante un mes.

    –¿Qué?

    –He contratado a otro piloto.

    –Eso es ridículo –replicó Striker. Y humillante y totalmente absurdo. Él era un adulto, no un crío. Y no estaba de meritorio en la empresa–. ¿También quieres que escriba cien veces «no volveré a hacerlo»?

    –Se me ha pasado por la cabeza, sí.

    –Tengo treinta y dos años…

    –Algunos días, me resulta imposible creerlo.

    –No puedes hacerme esto.

    –Acabo de hacerlo.

    Striker abrió la boca para protestar, pero volvió a cerrarla. Su padre era el presidente de Reeves-DuCarter Internacional, y él no era más que un empleado y un accionista menor. Discutir no lo llevaría a ningún sitio.

    Pero sí podía hacer una cosa. Algo que debería haber hecho mucho tiempo atrás.

    Sin decir una palabra, se dirigió a la puerta. Redactaría una carta de renuncia en menos de media hora.

    ¿Castigarlo? De eso nada. Su padre podía ser el poderoso presidente de la empresa, pero él no era un niño. Había miles de aviones y cientos de empresas de aviación. Mucho trabajo para un buen piloto.

    De modo que entró, decidido, en el comedor, donde su madre estaba colocando los cubiertos. En el centro de la mesa había un jarrón oriental con rosas blancas y capullos de cerezo artísticamente colocados. Los platos eran de la mejor porcelana inglesa.

    Iba a decirle que no se quedaba a cenar… lo de que se iba de la empresa se lo contaría más tarde. No tenía sentido darle un disgusto ahora. Además, no estaba seguro de poder decírselo a la cara.

    Ella se volvió al oírlo entrar.

    –Cariño, ¿puedes bajar a la bodega un momento?

    –Lo siento, mamá, pero no voy…

    –Tyler y Jenna vienen a cenar y necesitamos otra botella de vino.

    –Mamá, papá y yo acabamos de tener otra…

    –Striker, ya sabes que no tiene ningún sentido hablar con tu padre a esta hora del día. Ve a buscarme una botella de vino, por favor. Además, hace siglos que no ves a tu hermano.

    Por su expresión, Striker intuyó que sabía algo.

    ¿Habría oído la discusión? ¿Le habría confiado su padre algo sobre el «castigo»? Su madre tenía que saber que él no soportaría algo así.

    –Jacques ha hecho salmón en salsa de eneldo esta noche. Tu plato favorito.

    Salmón en salsa de eneldo podría haber calmado a Striker cuando tenía doce años, pero Jacques ya no podía sobornarlo.

    –Mamá…

    –Y como postre tenemos mousse de chocolate blanco.

    –Mamá, de verdad…

    –No seas bobo –lo interrumpió ella–. Sé un buen chico y baja a buscar el vino.

    Striker vaciló, frustrado. Pero después de un momento se tragó lo que iba a decir. ¿Cómo demonios iba a dejar su trabajo si ni siquiera era capaz de decirle a su madre que no pensaba cenar con ellos?

    Si dejaba la empresa familiar, la pobre se llevaría un disgusto tremendo.

    Él lo sabía bien.

    Siempre lo había sabido.

    Su madre había sufrido mucho por su hermano Tyler, que había decidido abrir un negocio propio. Y ahora, cuando el hermano menor volvió al redil, se sentía feliz porque estaban todos juntos otra vez.

    Si se iba ahora, destrozaría la felicidad de su madre. ¿Qué clase de hombre haría eso?

    Erin O´Connell no podía creer que su jefe

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