No tendrás casa en la puta vida
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«En muchas ocasiones las circunstancias son una extraña frontera entre la elección y la necesidad. A menudo la propia elección del modo de ganarse la vida es difícil de entender para otra gente. La mayoría exigen al trabajo más satisfacción que los meros ingresos, como por ejemplo poder dedicarse a aquello que les gusta. Sin embargo, para otros lo importante es que su trabajo no les ocupe demasiado tiempo, y no tener que renunciar a otros proyectos más interesantes. Combinando estas aspiraciones con el mercado laboral y el precio de los pisos, ya tenéis el porqué de alquilar y compartir. … He querido mostrar a las personas y sus espacios con la mayor honestidad posible, y por ello he preferido privarme de algunos medios fotográficos comunes. He utilizado tan sólo un objetivo de 55 mm, y únicamente la luz que me encuentro en las habitaciones, tanto natural como de flexos o bombillas. Los planos son más abiertos cuando muestran habitaciones más amplias.» –Ismael Llopis Navarro
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No tendrás casa en la puta vida - Ismael Llopis Navarro
© Ismael Llopis Navarro, 2021
© Editorial Melusina, S.L.
www.melusina.com
© De la fotografía de María Llopis: Daniel Santacatalina
Diseño gráfico: Signo diseño y comunicación
www.signographic.com
Primera edición, 2009
Segunda edición, 2021
Reservados todos los derechos.
eISBN-13: 978-84-18403-57-6
A Ana S. Pareja, Enric Pardo y a Signo por su ayuda. A María, Ximo, Manolo, Aleix, Castor, Toni y Mónica por haber estado siempre conmigo, y sobre todo a mi mujer Carolina porque siempre estará.
Contenido
Prólogo a la segunda edición
Joaquín Fortanet
Introducción a la primera edición
Ruiditos
Llucia Ramis
Comuna, aristocracia y suelo
Robert Juan-Cantavella
Benicàssim, Berlín, Barcelona
María Llopis
Bel canto
Óscar Gual
Autoexilio en Barcelona
Carolina Hernández Terrazas
El fantasma de Chatellerault
Ximo Folch
Notas a la segunda edición
Ismael Llopis
Compartir piso: cuestión de precariedad
Diana Junyent
Hoy te tocaba fregar
Javier P. Mancuso
California Dreaming
Ana Elena Pena
Hombre sin blanca, soltero, busca…
Toni Betrán
Mundo
Rosa Martínez
Nadie vive solo
Álex R. Bruce
Cuando tu compañero de agujeros hobbits se muda por amor
Maties Segura
Biografías
Prólogo a la segunda edición
Joaquín Fortanet
Hace quince años Ismael Llopis publicó una serie de fotografías y textos en un libro que se armaba en torno a un lema que había comenzado a estar presente en ciertos movimientos anticapitalistas: No tendrás casa en la puta vida. De alguna manera, con su mirada afilada e intuitiva, se sumó a una reivindicación que tenía que ver con el maltrato material a toda una generación de la que formamos parte y que veía cómo se le impedía el acceso al mercado laboral, a la vivienda y a una cierta estabilidad vital. Dicho rápido, asumimos que íbamos a hacer de la precariedad un modo de vida. Este libro tiene que ver con esa precariedad, con la cartografía vital en la que, quienes nacimos en las últimas décadas del siglo pasado, nos instalamos casi sin darnos cuenta, inevitablemente. Es un tema que, como es obvio, continúa siendo de una actualidad insalvable, de ahí la necesidad de que se reedite. Y es que No tendrás casa en la puta vida creo que tiene muchos aciertos que hacen que sea importante su reedición en unos tiempos en los que las nuevas respuestas a la precariedad pueden ser muy problemáticas.
Volvamos por un momento al 2004. La vivienda hacía tiempo que había dejado de ser un derecho para convertirse en un bien de mercado. El acceso al mundo laboral era casi impracticable. La bolsa de alquileres en las grandes ciudades era un zoco en el que cabían todas las malas artes de los comerciantes. Vimos pisos miserables que visitaban para alquilar más de 30 personas en cada turno. Agentes inmobiliarios que aseguraban que encima de un armario cabía una cama y eso se contaba como habitación extra. Dueños que aseguraban que alquilar un piso sin grifería ni célula de habitabilidad estaba a la orden del día. Corríamos hasta la moto para, yendo en contradirección por las aceras, llegar a la inmobiliaria antes que el resto y depositar la señal. Pero siempre llegábamos tarde. Sufríamos todo un mercadeo que asfixiaba y agotaba a quienes, armados de avales paternos y maternos, sumas de entradas y meses extras a las agencias, recorríamos la ciudad en busca de un techo en dónde meternos tres o cuatro a vivir. Pese a todo, éramos felices porque éramos jóvenes y porque teníamos paraísos artificiales y naturales con los que hacer trincheras. Pero la vivienda era un síntoma de una mercantilización de la vida entera que no vimos llegar. Tan sólo queríamos sobrevivir, vivir, salir, aprender. Y nos precarizamos sin pretenderlo, aprendiendo que no hay mañana, que no había futuro que imaginar, que sólo nos quedaba instalarnos en el presente para agotarlo. Las fotos de Ismael Llopis son una mirada al puro presente, a la inmediatez de las vidas que se instalan en el instante.
La crisis del 2008 agudizó esta precariedad material y la convirtió en algo existencial. Ya no la aplicábamos tan sólo a la vivienda, sino al trabajo, a las relaciones, a los proyectos, a las expectativas, al sentido de lo que hacíamos. Estudiábamos, escribíamos, cantábamos, pintábamos, hacíamos fotografías no porque resultaba útil para labrarnos un futuro o una marca, sino porque nos apasionaba, porque era el presente que queríamos vivir. Esto es importante. Las redes sociales apenas eran relevantes y nuestros actos no tenían un eco en la formación de nuestra marca personal. Las reglas eran sencillas. Actuábamos según nuestras creencias, pasiones e impulsos. No había ningún cálculo ni utilidad en la dirección que tomábamos. La mayor parte de las veces nuestras decisiones eran absurdas, pero, a veces, entre tanta inconsciencia, la vida daba giros intensos, tremendamente joviales. Nos reíamos como quien se ríe de estar vivo, con una extraña mezcla de felicidad y estupefacción que renuncia al mañana, como si el ahora fuese nuestro último verano. Nos reíamos, pero, al mismo tiempo, trazábamos redes de amistad en los que la risa solamente valía si incluía al otro. No había utilidad, no había mañana, pero existían las otras personas y nuestras pasiones las tenían en cuenta. Había jovialidad pero también una extraña moral cuyos imperativos tenían que ver con seguir las propias pasiones e incluir a las otras personas.
Decíamos que la crisis del 2008 agudizó la situación. Llevó la precariedad hasta el tuétano. Eso lo sabíamos. Pero, poco a poco, comenzó a extenderse algo que no detectamos. Oculta en la precariedad, se nos coló toda una batería de modos de existencia con los que no contábamos. Algunos lo han llamado la creación del individuo empresa, el individuo neoliberal. Sea como sea, baste decir que, sin darnos cuenta, la gente comenzó a asumir en su propia individualidad los patrones de la empresa. Nos convertimos en capital humano. En competitivos. Comenzamos a pensar que el único modo de hendir la precariedad, de hacerse con un futuro,