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Semana Santa de Málaga
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Semana Santa de Málaga

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La Semana Santa de Málaga es una y múltiple, única y diversa, carismática y poliédrica, compacta y caleidoscópica, sublime y exagerada, refinada y espontánea, atinada y excesiva con idéntica intensidad.

Gracias a ello, nunca ha sido ni será la misma mientras el mundo exista. La Historia ha demostrado cómo la fiesta ha sabido reinventarse y se ha adaptado a cuantas nuevas condiciones les ha impuesto el signo de los tiempos, desde la incorporación de la ciudad a la Corona de Castilla en 1487 a la exaltación religiosa del barroco, de las crisis, vaivenes y transformaciones del XIX al florecimiento y resurgir de los «felices veinte», de la doble destrucción de 1931 y 1936 al renacer de los cincuenta, de los vientos de cambio de la transición democrática al esplendoroso triunfo de la Semana Santa de Málaga en la actualidad.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento9 mar 2022
ISBN9788411310727
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    Semana Santa de Málaga - Alberto J. Palomo Cruz

    A modo de prólogo

    El mar dentro del agujero

    Casi todo el mundo ha leído u oído hablar de la historia de aquel personaje (tampoco importa demasiado si fue o no Agustín de Hipona) que caminando por la playa se encontró con un niño. El chaval pretendía, nada más y nada menos, que meter el agua del mar en un hoyo lo cual no dejaba de ser una insensatez, o así se lo pareció a aquel escéptico adulto. La metáfora no es gratuita tratándose de un libro como este. Inmersos en una época en la que estamos más que hastiados por la saturación de información, podría tener escaso sentido o incluso ninguno que alguien escriba un libro sobre la Semana Santa de Málaga: «¡Otro más!», que vendrían a decir los sabelotodos de siempre.

    Pero quien la conoce bien, intuye perfectamente asimismo que la Semana Santa de Málaga es una y múltiple, única y diversa, carismática y poliédrica, compacta y caleidoscópica, sublime y exagerada, refinada y espontánea, atinada y excesiva con idéntica intensidad. Gracias a ello, nunca ha sido ni será la misma mientras el mundo exista. La Historia ha demostrado cómo la fiesta ha sabido reinventarse y se ha adaptado a cuantas nuevas condiciones les ha impuesto el signo de los tiempos, desde la incorporación de la ciudad a la Corona de Castilla en 1487 a la exaltación religiosa del barroco, de las crisis, vaivenes y transformaciones del XIX al florecimiento y resurgir de los «felices veinte», de la doble destrucción de 1931 y 1936 al renacer de los cincuenta, de los vientos de cambio de la transición democrática al esplendoroso triunfo de la Semana Santa de Málaga en los años previos (y, ¿por qué no?, también de y pos) a la era COVID-19.

    De entrada y sin menoscabo de las luces y las sombras que de esta realidad se deduce, tamaña complejidad exige de quien aspire a escribir sobre el tema una misión tan «imposible» como el deseo de aquel muchacho: condensar los contenidos de un fenómeno tan difícil de aprehender en su total definición en un espacio tan limitado como el de un libro. Sobre todo, si el libro aspira a reflejar todos los aspectos derivados del objeto protagonista. Y no nos engañemos: esta aspiración demanda del autor más que capacidad de síntesis, ágil escritura, verbo fluido u otras cualidades intelectuales: le exige un auténtico «milagro».

    El polifacetismo antropológico y la indiscutible belleza de la Semana Santa como espectáculo paralitúrgico han suscitado interés entre propios y extraños desde múltiples campos de estudio, con repercusión más que notable en lo historiográfico, cultural, psicológico, histórico, musical, sociológico, ideológico, literario y, por supuesto estético, artístico o plástico, en cuanto estímulo constante e imparable de la correspondencia e integración de las Artes. Según hemos referido en otras ocasiones, en la Semana Santa, el ancestral sentido de lo divino y el espíritu del pueblo se funden plenamente, merced a la luminosidad y policromía de los espacios abiertos que posibilitan la integración de las grandes tramoyas itinerantes secularmente dramatizadas y articuladas a modo de suntuosos cortejos en el tejido urbano, en los entornos y paisajes más diversos al igual que en la atmósfera cotidiana de los seres humanos. En esos escenarios todo un mosaico de comportamientos específicos nacidos bajo los auspicios de la cultura del Barroco, y reinventados desde su ocaso hasta hoy en el mundo de la sociedad y la industria 4.0, continúan rigiendo las relaciones entre la escultura procesional y la mentalidad del usuario (actor y/o espectador) de las celebraciones pasionistas que, en el caso de Málaga, sobrepasan ya sus cinco siglos de historia ininterrumpida. Y eso, que nadie lo dude, sí que es tener experiencia.

    No por casualidad, Málaga ha sabido acuñar un modelo y una manera propia en la forma de festejar los días grandes de la Pasión de Cristo, lo cual supone un reto harto difícil teniendo en cuenta la miríada de modos y formas, coincidentes en lo esencial y diferentes en los matices, que los ritos de la Semana Santa adquieren en el contexto del catolicismo global y, singularmente, dentro de España y Andalucía en particular. Para desentrañar esa personalidad de la «Pasión según Málaga» y ayudar a comprenderla, al tiempo que justificarla en sus valores más idiosincrásicos y populares, Alberto Jesús Palomo Cruz nos trae este libro que pretende describirla, desgranarla, diseccionarla «de la A a la Z». Que nadie se llame a equívoco. Este libro no es ni un diccionario, ni un vocabulario, ni tampoco un repertorio de términos específicos. Sin demérito de la indudable utilidad de este tipo de obras, es evidente que su concepción y formato se quedan pero que muy cortos cuando avistamos el mar cuasi infinito con el que, metafóricamente hablando, puede compararse el universo de la Semana Santa de Málaga que, como tal universo, no es sino una faceta más del universo barroco ampliado

    De ahí que cada letra de nuestro alfabeto haya sido inteligentemente utilizada por el autor como un verdadero reclamo o signo icónico-textual que, a su vez, le sirve para construir la estructura del libro en otros tantos núcleos conceptuales a modo de capítulos-marco, en los que va dando cabida a las diferentes teselas de tan fascinante mosaico. De la A a la Z, los lectores se verán embarcados en un sinnúmero de experiencias, prestas a ser vividas con fruición gracias al concurso de los cinco sentidos, emociones y sentimientos encontrados, curiosidad y conocimiento, hilaridad y cercanía... Ahí radica, siendo justos, uno de los grandes aciertos de este libro: su capacidad para recrear «virtualmente» acontecimientos, sensaciones, atmósferas, personajes, escenarios, situaciones... que, llegado el caso, propios y extraños a la fiesta religiosa tendrán la oportunidad de descubrir, rememorar, revivir, poner en valor y, por supuesto, disfrutar una vez se alce el telón de uno de los más grandiosos espectáculos sacros conocidos: la Semana Santa de Málaga.

    Con esas centurias a sus espaldas, la realidad cotidiana de nuestro tiempo demuestra que la Semana Santa no deja indiferente prácticamente a nadie. Es más, desde las clásicas tribunas periodísticas y la creciente implicación de la ciudadanía en las corrientes de opinión y redes sociales, se perfila un panorama que también parece corroborar que a la Semana Santa o bien se la ama o se la odia intensamente. Con este libro, Alberto Jesús Palomo Cruz nos da sobradas razones para obrar en consecuencia en función del primero de dichos ítems: conocerla para amarla. Por eso mismo, pensamos que sí es posible meter el mar dentro del agujero.

    Juan Antonio Sánchez López

    Catedrático del Departamento de Historia del Arte

    Universidad de Málaga

    15 de agosto de 2021. En la festividad de la Asunción de la Virgen

    A modo de introducción

    La Semana Santa se celebra en toda España, en su vertiente pública entiéndase, y por un chauvinismo totalmente comprensible, cada lugar está convencido de organizar la mejor y más lucida. Pero lo cierto e innegable es que, en contadísimos lugares, esta fiesta religiosa logra condicionar e involucrarse en la vida de toda una ciudad como ocurre en las ocho capitales de las provincias andaluzas, y aún en la inmensa mayoría de sus poblaciones. Fuera de los lindes del sur, ¿en cuántas ciudades esta celebración hace vibrar a toda una sociedad con la intensidad que alcanza aquí? ¿Y en dónde, es plenamente coherente que el sufrimiento se revista de hermosura y la muerte de vida desbordante? En estas tierras la gran fiesta de la primavera, que aúna religiosidad, tradición y unas cotas estéticas y artísticas depuradísimas, es un acontecimiento social y antropológico que, seguramente, solo es comprensible plenamente para quienes han nacido en ellas. Al respecto, escribía con agudeza el escritor Fernando Díaz Plaja en su famoso ensayo, El español y los siete pecados capitales: «Explicarle a un extranjero por qué la Macarena es más guapa y más milagrera que la Virgen de los Dolores es algo relativamente difícil y hay que referirse vagamente a la originalidad de nuestro pueblo».

    Con todo, el presente trabajo nace con la pretensión de dar a conocer a toda persona que esté interesada, y no del todo informada, de las claves que hacen figurar a la Semana Santa malagueña entre las más famosas y renombradas de Andalucía lo que, aplicado a este fenómeno, es como decir del mundo entero. Por tanto, los contenidos de las páginas que siguen no corresponden a un estudio o monografía al uso, entre otras razones porque ya existen un sinfín de libros y publicaciones de reconocidos autores mucho más importantes y válidas. Esta obra, y con una intención divulgativa, solo tiene el propósito de ilustrar sobre los principales y más curiosos aspectos de una celebración bellísima que se vive con los cinco sentidos, al que cabe añadirles el corazón. Para que no resulte engorrosa la he dividido por apartados y por orden alfabético, de manera que no se lea necesariamente de corrido, sino que cada cual adopte la prioridad que desee, o lea lo que le interese en cada momento, porque los temas no están necesariamente concatenados. Bastantes de ellos guardan afinidad o parecido con los de otros lugares porque, como ya se supondrá por una mera cuestión de influencia geográfica, la impronta y estética procesional malacitana comparte muchas similitudes con las que están presentes en el resto de las ciudades hermanas, pero a la vez cuenta con un plantel de peculiaridades que la distinguen y la hacen única. Ni que decir tiene que la presente obra no pretende ser una relación exhaustiva sino aproximada en cuanto a corporaciones, instituciones, artistas, o personas, por lo que, de antemano, adelanto excusas y solicito la mayor comprensión, si por error u omisión, algo o alguien han quedado inconscientemente olvidados.

    Este atípico abecedario contiene, pues, información de la dramaturgia y rasgos de la identidad que conforman la Semana Santa de una ciudad como esta que, con las primeras vaharadas del azahar y la brisa tibia de marzo o abril, se echa a la calle para conmemorar la Pasión de Cristo según le dicta su singular idiosincrasia y, al igual que en el resto de Andalucía, no desde un enfoque meramente dolorista. La rememoración pasionista entre nosotros va más allá del recuerdo de su entrega y de los ultrajes padecidos, convirtiéndose también en la pasión propia de quienes cuentan los días que median hasta que llegue el tiempo cumplido en lo que todo, incluido Él, renazca pletórico. Es el perfecto remedo de la resurrección, con una gozosa exaltación a la vida que se renueva, de modo exagerado, hiperbólico, si se quiere, barroco en definitiva, pero con un sentir totalmente espontáneo y sincero. Quizás porque en una tierra como esta, continuamente deslumbrada por el sol y, cortejada por el Mediterráneo, sentirse triste requiere de mucha pena.

    Ante el trono del Crucificado del Gran Amor, el fiscal de la Hermandad porta el preceptivo libro de estatutos. Foto de Carmen Franco

    1. Advocaciones singulares

    Las advocaciones son las denominaciones con las que se conoce a las imágenes sagradas, atendiendo a su iconografía, origen, procedencia o adscripción, o por algún hecho tradicional, histórico o legendario, relacionados con las mismas. Para los primeros casos queda claro que muchos de estos títulos, de partida, provenían de la influencia de las órdenes religiosas que facilitaban las fundaciones de las distintas hermandades. Sirvan de ejemplos la Vera Cruz, que responde al carisma de los frailes franciscanos, o la Virgen de la Esperanza, devoción netamente dominica, aunque eclipsada por la más universal del Rosario. La vinculación de la Orden de Santo Domingo con esta advocación de la Esperanza, especialmente en Andalucía Oriental, se remonta incluso a tiempos anteriores a la conquista castellana de Granada, centrada en unos hechos milagrosos en los que estuvo involucrado el venerable fray Diego López Torivio, que acabó sus días en el recién fundado convento de Santa Cruz la Real de la ciudad de la Alhambra.

    Pero, al margen de las denominaciones formales, en cualquier parte del orbe católico, y también en el ámbito de las iglesias orientales, se pueden rastrear los más curiosos y sorprendentes apelativos que, incluso a veces, tienen el añadido de apodos populares que, de forma cariñosa, generan por cualquier motivo determinadas imágenes. El caso es que la Semana Santa malagueña reúne un buen número de advocaciones únicas y sin parangón que conviene reseñar y explicar.

    En el caso de las imágenes cristíferas se empezará por Nuestro Padre Jesús a su entrada en Jerusalén, que es su título oficial, pero que todo el mundo conoce como el Cristo de la Pollinica. Diminutivo de /ico/ o /ica/, cuya construcción responde al habla oriental de Andalucía y también extensiva a Málaga en el pasado, aunque actualmente ha sido reemplazado mayoritariamente por la terminación: /illo/ - /illa. El apodo en cuestión, como es evidente, queda justificado por los dos animales que incorpora el grupo escultórico de la cofradía, que sigue fielmente el relato de San Mateo, porque los demás evangelistas solo mencionan en este pasaje a uno, mientras que éste habla claramente de una asna y un pollino.

    El Señor de la Pollinica inaugura la Semana Santa de Málaga. Foto de Carmen Franco.

    Sin parangón en la iconografía católica es la advocación que recibe el Nazareno de la Salutación, cuyo misterio recrea el encuentro de Jesús con las mujeres camino del Calvario. Este nombre surge de un error paleográfico, achacable sin embargo a uno de los más grandes y rigurosos historiadores de las cofradías malagueñas, el agustino Andrés Llordén (1904-1986), quien interpretó en un documento antiguo la denominación de exaltación por salutación, que a todas luces siempre ha quedado reservada en la literatura cristiana y en el arte al episodio de la anunciación a María. Consumada la confusión, muy humana por otra parte, un grupo de cofrades decidieron reorganizar a principios de los años ochenta del pasado siglo, una hermandad desaparecida, escogiendo el nombre en cuestión y adaptando el mencionado trance pasionista, novedoso en la Semana Santa malagueña.

    Por el contrario, el Cristo de la Puente del Cedrón, así en femenino tal y como era común en siglos pasados, sí se ajusta plenamente a un momento concreto producido tras haberse consumado el prendimiento de Cristo, cuando conducido por sus captores tuvo necesariamente que atravesar el arroyuelo del Cedrón para entrar en Jerusalén. Advocación que singulariza a la Semana Mayor de esta ciudad desde el siglo XVII, y que solo tiene su analogía en la de la ciudad siciliana de Trapani, que cuenta con un paso procesional denominado la caduta al Cedron (la caída en el Cedrón), que escenifica un desplome que allí sufriera el Señor, y por tanto contempla una secuencia posterior al del Cristo malagueño que cruza el puente conducido por un soldado y un sayón. Desde 1998, Sevilla cuenta con la hermandad de la Milagrosa, cuyo primer paso reproduce la misma iconografía con sospechosa afinidad compositiva al conjunto malagueño de la Puente al que sin duda toma como modelo; si bien por detrás de los tres personajes principales se torna bastante más abigarrado en cuanto a la inclusión de un gran número de personajes secundarios.

    Muy peculiar resulta el nombre que recibe el antiguo Cristo de Ánimas de Ciegos, relacionada con una hermandad de culto y entierro que, a partir del siglo XVII, comienza a ser conocida por esta apostilla de los Ciegos, que a lo que parece, integraba por igual a hermanos vistosos y privados de vista, según rezan en los papeles de época, es decir que convivían videntes con invidentes. Muy posteriormente se tejió un relato fantasioso, sin la menor base histórica, para explicar la advocación que recibe el Crucificado y que afirma que en tiempos de la conquista castellana los musulmanes que aceptaron la conversión exigieron que los frailes que aleccionaran a sus mujeres fueran ciegos para salvaguardar su pudor. La plasmación plástica de esta leyenda puede contemplarse en una de las cartelas del trono del Señor de los Ciegos, uno de los titulares de las Reales Cofradías Fusionadas.

    Conservando los momentos emotivos. Foto de Carmen Franco

    Fuera de las fronteras malagueñas, una de las imágenes más conocidas es la de Jesús El Rico, el Nazareno que tiene la potestad de indultar un preso durante su anual procesión del Miércoles Santo, y de forma extraordinaria hasta tres, como sucedió en el atípico año de 2021. Aunque de entrada, pueda resultar insólita su advocación responde a criterios teológicos, porque en numerosas ocasiones las Sagradas Escrituras, tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento, se recalca la opulencia de Dios, rico en dones, piedad y misericordia. Lo curioso es que, al mismo tiempo y con la autoridad de las mismas fuentes, se puede defender la palabra antónima para referirse a Cristo, algo que en Málaga se daba cuando estaba activa la Hermandad de Jesús el Pobre, que era el contrapunto perfecto a la del Rico. De cualquier manera, carece de todo fundamento la teoría de algunos que piensan que ambas advocaciones tienen que ver con el esplendor y la austeridad de las que hacían gala sus respectivas corporaciones. En otras palabras: la riqueza de Cristo se refiere a su infinita misericordia y la pobreza a su suprema humildad.

    También resulta singular el nombre que recibe el Nazareno de Viñeros, que surge por la especial vinculación que desde siglos ha mantenido el gremio de viticultores o viñeros, con esta cofradía y que se trasluce simbólicamente en la presencia de racimos y hojas de vid visibles desde el escudo heráldico (donde figuran los dos emisarios israelitas que trajeron el gigantesco racimo desde la tierra de Canaán), hasta en las túnicas bordadas de los nazarenos, pasando por los motivos presentes en los tronos. Muy destacable es la ceremonia de la bendición de la uva y el mosto que la hermandad celebra todos los años llegado el mes de agosto o septiembre.

    Referente a las imágenes marianas se puede reseñar a una de las titulares de las Fusionadas, María Santísima de Lágrimas y Favores, cuyo nombre resulta usual por separado e insólito, de modo compuesto. Al parecer, esta advocación surgió por iniciativa del padre Emilio Cabello, párroco de la iglesia de San Juan en época de la posguerra, al denominar así a una dolorosa dieciochesca que sobrevivió al incendio de la parroquia en los años treinta, para acabar siendo consumida en un fuego intencionado perpetrado en 1980. Ejemplo muy parecido al que cabe decir de advocaciones fuera de lo común como ocurre con dos de los titulares de la Cofradía del Calvario: el Yacente de la Paz y la Unidad y la Virgen de Fe y Consuelo. A esto, se suma el nombre de María Santísima de Nueva Esperanza, que responde a la denominación de la cooperativa que se constituyó para crear y edificar la nueva barriada que acabaría llamándose Nueva Málaga, y en cuya parroquia está enclavada esta cofradía, y de cuyo vecindario la Virgen es todo un símbolo.

    Grupo escultórico del Cristo de la Sentencia. Foto de Carmen Franco.

    María Santísima del Amor Doloroso, titular de la Archicofradía de la Pasión, cuenta con un apelativo de relativa rareza terminológica relacionado con la figura de la Virgo perdolens, transida tanto por el afecto más encendido por su Hijo, como por el dolor más lacerante ante su Pasión. De esta manera, este título mariano refleja la imposibilidad de expresar el amor sin compartir el dolor. San Buenaventura hace referencia en sus escritos a esta cuestión poniéndola en boca de la Virgen. Por eso, no por casualidad, es de este autor franciscano el texto latino que rodea el medallón central del techo de palio de dicha imagen que traducido reza: «Tú te has abandonado a ti mismo por amor del género humano, al cual has querido redimir. De ello me alegro, aunque por tu Pasión me aflijo». El trasfondo y composición de esta denominación mariana se relaciona con la que, desde siglos, recibió la hoy titular mariana de la Archicofradía del Huerto: Nuestra Señora de la Concepción Dolorosa, hoy truncada y reducida tan solo a la primera acepción porque las autoridades eclesiásticas, tras tres siglos de uso continuado, cayeron en la cuenta de que resultaba impropio, teológicamente hablando. El error estuvo en considerar que el adjetivo «dolorosa» se refería a la concepción y no a la transposición de este título mariano al ámbito de las advocaciones de las imágenes marianas penitenciales.

    La Virgen de la Amargura, y la cofradía del mismo título, son mucho más conocidas por el sobrenombre de Zamarrilla, generado a nivel popular desde antiguo a causa de un huerto así llamado y que era propiedad del cabildo catedralicio. Allí había erigida una cruz, que acabaría siendo el germen de la actual hermandad. La voz de zamarrilla designa a una planta silvestre que debía crecer con abundancia por aquellos pagos, que dio nombre a la mencionada cruz y que luego pasó a la imagen de un Crucificado, acabando por aplicársele a la Dolorosa. Pero, detrás de su difusión, está la fértil imaginación de Ángeles Rubio-Argüelles, destacado personaje de la cultura malagueña de la posguerra y muy relacionada con la hermandad y el mundo del teatro, quien gestó el romance de un bandolero así llamado, que caló sobremanera en el ideario popular y, pasados los años quedó convertida en una de las tantas fábulas que ha generado el mundo cofrade malacitano para explicar el origen de una advocación (Veáse el apartado de Zamarrilla y otras leyendas ).

    Perfil de María Santísima de los Dolores Coronada. Foto de Carmen Franco.

    Apodos desde el cariño

    Junto a los nombres que identifican a las imágenes sagradas, hay que sumar unos cuantos remoquetes curiosos que han nacido desde el cariño y la imaginación popular. No son privativos del presente, porque desde siglos pasados se pueden rastrear tales denominaciones. Así, el Cristo de la Puente fue conocido durante la segunda mitad del siglo XIX como el Callejero, a cuenta de que su cofradía se atrevió a procesionarlo en 1868, desafiando las amenazas de la revolución gloriosa. En los años veinte de la antecedente centuria también se popularizó llamar a Nuestra Señora de la Piedad como la Virgen de los Carteros, por ser los de este oficio quienes mayoritariamente constituyeron su hermandad.

    El portentoso trono del Cristo de la Expiración. Foto de Carmen Franco.

    En la actualidad al Cristo de los Gitanos, que ya en sí es un sobrenombre, se le conoce como el Moreno, como ocurre, en mucha menor medida con el Nazareno del Paso, que recibe tal apelativo heredado de la anterior imagen que se adecuaba mejor a dicho apelativo por su hechura tradicional. Por su parte, el Crucificado y la Dolorosa de la Congregación de la Buena Muerte, siempre serán el Cristo y la Virgen de Mena, por ser este famoso escultor del Barroco, el autor de la primigenia imagen del Señor. Parecido ejemplo al Cristo Coronado de Espinas y María Santísima de Gracia y Esperanza, indistintamente nombrados con el apodo que distingue a su Hermandad: el Señor o la Virgen de los Estudiantes.

    El Nazareno caído de la Misericordia es designado desde tiempo pretérito como el Chiquito, no por su reducido tamaño que no es tal, sino por una pequeña réplica suya que, al parecer, existía en la hornacina de la fachada principal de la iglesia del Carmen, donde desde siempre se ha venerado. Por último, María Santísima del Rocío es conocida por todos como la Novia de Málaga, debido a su sempiterno atuendo de color blanco. Arroz a mansalva, como a una recién casada, se le ha llegado a arrojar al paso de su procesión por el populoso sector de la Cruz Verde.

    2. Bordados y orfebrería

    Consustancial a la estética de la Semana Santa es la técnica del bordado, deudora de las antiguas formas litúrgicas que se valió de los ternos e insignias bordadas

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