Vecino y amante
Por Marie Ferrarella
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Cuando MacKenzie Ryan conoció a su nuevo vecino, no fue precisamente amor a primera vista. No sólo porque el reservado científico fuera gruñón y descortés, sino también porque ella misma estaba en pleno proceso de curación de una ruptura sentimental que le había dejado el corazón roto… y un embarazo. Aun así, había algo en el doctor Quade Preston que no le permitía mantenerse alejada de él.
Tras la muerte de su esposa, Quade había jurado no volver a sufrir jamás tanto. Pero, por mucho que lo intentara, no podía escapar de la fuerza de la naturaleza que vivía en el apartamento de al lado.
Marie Ferrarella
This USA TODAY bestselling and RITA ® Award-winning author has written more than two hundred books for Harlequin Books and Silhouette Books, some under the name Marie Nicole. Her romances are beloved by fans worldwide. Visit her website at www.marieferrarella.com.
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Vecino y amante - Marie Ferrarella
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2005 Marie Rydzynski-Ferrarella
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Vecino y amante, n.º 1829- abril 2022
Título original: She’s Having a Baby
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-646-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
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Prólogo
1 de junio de 1864
Amanda Deveaux cerró la mano sobre el camafeo. Hacía tres años que lo llevaba colgado del cuello, sin quitárselo jamás. Había prometido llevarlo hasta que él volviera para desposarla. El camafeo se había convertido en el distintivo de su coraje. Sobre el delicado ovalo azul de Wedgewood, se distinguía el perfil de una joven griega, grabado en marfil. Penélope esperando que Ulises volviera junto a ella.
Igual que ella esperaba el regreso de Will. Will, que le había pedido que lo esperara. Will, que había prometido volver pasara lo que pasara en aquella miserable e ilegítima guerra.
Se lo había jurado y ella le había creído. Aún le creía. Porque el teniente William Slattery jamás le había mentido.
Se conocían desde la infancia. Amado desde la infancia. Will había aguantado los insidiosos y cortantes comentarios de su madre, y el escrutinio a fondo al que le había sometido su padre, porque la familia de Will no era tan rica como ellos. Había aguantado a sus padres porque la amaba. Había sido el mejor amigo de su hermano, Jonathan. Jonathan, uno de los valientes caídos en Chancelorsville.
Al menos habían sabido del destino de Jonathan. Pero ella no sabía nada del de Will.
No había habido ninguna noticia suya desde Gettysburg. No desde que su nombre fuera incluido en la lista de los desaparecidos.
En aquellos días, sentía que el corazón le pesaba como el plomo. No era fácil aferrarse todo el tiempo a la esperanza, contener la respiración mientras escrutaba la carretera que conducía a la plantación familiar, prácticamente en ruinas, con la esperanza de verlo aparecer, tal y como le había prometido.
—Es un pecado desperdiciar tu vida por un hombre, prácticamente una escoria blanca.
Belinda Deveaux salió al decrépito porche y miró acusadoramente a su hija mayor. La hija mayor desde que Jonathan descansaba en su tumba. Su rostro estaba permanentemente marcado por la ira y la impaciencia, a pesar de ser recordado como uno de los más bellos en tres condados a la redonda.
—Frasier O’Brien se casaría contigo —añadió mientras fruncía los labios.
Los sorprendidos ojos de Amanda se abrieron de par en par.
Frasier O’Brien había regresado de la guerra, algunos aseguraban que había desertado, para ocuparse del imperio de su moribundo padre. Agudo y siempre hábil para darle la vuelta a cualquier situación en su favor, Frasier había encontrado el modo de sacarle provecho a una época plagada de necesidad y desesperación. Se podría decir que era el hombre más rico del condado. Y su madre lo prefería claramente. El dinero siempre había atraído a aquella mujer.
—Frasier es el prometido de Savannah. Le pidió su mano en matrimonio —le recordó a su madre, indignada por la ofensa a su hermana pequeña.
—Sí, pero es a ti a quien desea —contestó su madre—. Ésta podría ser tu última oportunidad para casarte, niña. Piensa un poco. Casi has cumplido los veintiuno. Si no te casas con Frasier, ¿qué será de ti?
—No te preocupes por mí, madre. Preocúpate por Savannah que, según tú, está prometida a un hombre cuyo corazón no le pertenece.
—Pues claro que me preocupo por ti —insistió la mujer mayor—. Me preocupo por ti porque la cabeza de chorlito de mi hija, está enamorada de un hombre muerto.
—¡Will no está muerto! —la ira quemaba el pecho de Amanda—. Si estuviera muerto, lo sabría, madre. Lo sentiría en mi interior. Aquí, en mi corazón —se golpeó el pecho como una pecadora penitente—. Lo sabría. Volverá. Me lo prometió.
Belinda se puso en pie. Menuda, enjuta y vestida de negro desde la muerte de Jonathan, la mujer parecía un espectro.
—William Slattery está muerto —proclamó—. Tan muerto como lo está tu hermano, y cuanto antes lo admitas, antes recuperarás la razón.
Amanda se alejó de su madre. Se alejó de una casa desesperantemente necesitada de un arreglo. Se alejó para esperar junto a la carretera. Como hacía cada día.
«Espérame», le había susurrado Will al oído antes de darle un último abrazo. Y lo iba a hacer, porque ella era suyo. Para siempre. Y nada podría cambiar ese hecho.
Capítulo 1
En la actualidad
—¡Estás radiante! Dios mío, estás verdaderamente radiante. ¿Eres consciente de que estás radiante? Pablo, no quiero que la toques con tu brocha de maquillaje. Nada de lo que puedas hacer mejoraría ese aspecto. ¿Están las cámaras preparadas para tanto resplandor?
La pregunta fue formulada por la ayudante de producción, MacKenzie Ryan, señalando el plató en el que se grababa el programa vespertino, Dakota al habla. El resto de las palabras salieron como un torrente de la boca de MacKenzie mientras se dirigía directamente a su mejor amiga, Dakota.
Fuera del estudio de televisión, el nombre oficial era Dakota Delany Russell, tras su reciente matrimonio con Ian Russell. La estrella del popular programa acababa de regresar de su luna de miel y la única persona que la había echado de menos más que el público era MacKenzie.
MacKenzie fue consciente, a su izquierda, de la presencia del alto y delgado maquillador que insistía en ser llamado Pablo, y que la miraba acusadoramente por impedirle hacer su trabajo. La joven lo ignoró. Dakota no era de las personas que necesitaran mucho maquillaje. Simplemente con la cara lavada estaba espléndida.
—Ha sido un verdadero infierno sin ti, Dakota —mientras luchaba contra otra oleada de náuseas, MacKenzie se obligó a sonreír y se dirigió a la mujer con la que una vez había compartido sueños, y una habitación—. Odio tener que trabajar con anfitriones invitados. No son como tú.
—Me alegra que me hayáis echado de menos —Dakota se volvió hacia su amiga.
—¿Echarte de menos? —exclamó MacKenzie—. Si hubieras llamado para decirme que prolongabas tu luna de miel con ese pedazo de hombre otra semana más, habría metido la cabeza en el horno.
—Eres lo bastante pequeña para caber entera —Pablo recorrió rápidamente con una mirada crítica el metro sesenta y uno de la joven.
El comentario fue acompañado de un altivo golpe de muñeca para cerrar el enorme maletín de maquillador. Pablo acababa de ocupar el puesto del anterior maquillador, Albert Hamlin, quien se había trasladado a otro programa de entrevistas en horario estelar. Aquella habría sido su primera oportunidad de trabajar sobre Dakota, aunque ya había maquillado a los diversos artistas invitados que habían presentado el programa. Era evidente que a Pablo no le gustaban las imposiciones en su trabajo.
—Puede que un poco de perfilador de labios… —Dakota le ofreció al hombre una sonrisa conciliadora.
—Lo que usted desee, señorita Delany —Pablo suspiró ruidosamente y abrió de nuevo el maletín. Después de encontrar el tono de Dakota, le entregó el lápiz.
Incapaz de aguantar por más tiempo, MacKenzie apartó al maquillador a un lado para abrazar, no a la estrella del programa preferido por el público, sino a su mejor amiga. La mujer a la que acudía en sus mejores momentos, y en los peores.
Últimamente se trataba de lo segundo, pero ya habría ocasión para compartirlo con ella.
El abrazo fue cálido y entusiasta.
—¿Ha sido maravilloso? —preguntó tras soltar a Dakota—. Dime que ha sido maravilloso —MacKenzie suspiró mientras recordaba la época de la universidad, cuando se quedaban levantadas hasta la madrugada hablando de sus citas. Por aquel entonces la vida era genial. Sólo había que preocuparse por las notas y por no llenarse de granos antes de salir—. Necesito un sueño, y no tengo ninguno propio.
—Eso es porque no tienes una vida —dijo Pablo en voz baja, aunque lo suficientemente alto para que lo oyera hasta el hombre que cambiaba la bombilla en el pasillo, y que comenzó a reír.
MacKenzie le dedicó a Pablo una mirada de odio, pero no contestó. El hombre tenía razón. No tenía una vida, al menos no una vida social. Desde su ascenso a ayudante de producción, cinco días atrás, había decidido dedicarse en cuerpo y alma a la tarea de supervisar cada aspecto del programa. Era la clase de trabajo que no terminaba ni siquiera cuando arrancaba el coche por la noche para volver a su casa.
Pero su nuevo puesto no era el único responsable de su ausencia de vida. No tenía vida social por decisión propia. Porque la vida que había llevado hasta unas pocas semanas atrás había estallado en su cara. Con el corazón roto, no estaba dispuesta a volver al mercado y exponerse a otra posible desgracia.
Le preocupaba haber descubierto que no era tan resistente como creía ser, pero los hechos estaban allí. No lo era y tendría que aprender a vivir con ello, en lugar de con un hombre amante y de ensueño, que seguramente no existía más que en las páginas de un guión.
Tras aceptar el carmín de labios que Pablo le ofrecía, Dakota se aplicó ella misma un tono rosa suave. La energía natural que había caracterizado a esa mujer desde que la conoció, parecía haber aumentado varios enteros, reflexionó la ayudante de producción. O a lo mejor simplemente se sentía insignificante en comparación con su amiga. Estaba siempre cansada, como un viejo reloj al que ya no se podía dar más cuerda.
Pero claro, había un motivo para ello.
Dakota le devolvió el carmín a Pablo y se volvió hacia su amiga. Tras estudiar el rostro de la joven unos instantes, sintió una punzada de preocupación.
—Pablo, ¿podrías dejarnos a solas unos minutos?
—¿Una charla entre chicas? —la oscura mirada de Pablo, visiblemente molesto por la exclusión, adquirió una expresión alerta—. Tengo tanto derecho a escuchar una conversación entre chicas como… de acuerdo —gruñó mientras levantaba el maletín de maquillaje en vilo—. Sé muy bien cuándo no soy bienvenido.
—Desde que lo han ascendido se ha vuelto muy temperamental —MacKenzie cerró los ojos y sacudió la cabeza mientras Pablo salía del camerino y cerraba la puerta de un sonoro portazo.
—Y hablando de ascensos, Zee —Dakota no tenía el menor interés en hablar del maquillador. Su atención estaba centrada por completo en su amiga. Se puso en pie y tomó las manos de MacKenzie entre las suyas—. Me han dicho que te han nombrado ayudante de producción.
—Es cierto —MacKenzie se encogió de hombros.
—Cielos, qué orgullosa estoy de ti —Dakota abrazó a su amiga, cuya coronilla le llegaba a la barbilla.
MacKenzie intentó aguantar otra oleada de náuseas que amenazaba con engullirla. «La mente puede más que el cuerpo, Zee, la mente puede más que el cuerpo», se repetía sin cesar.
—Olvídate de mí, mírate —dio un paso atrás y miró de nuevo a Dakota—. Casada. Resplandeciente.
—Él tiene ese efecto en mí —la presentadora se rió y se sentó nuevamente en la silla. Sus ojos brillaron al pensar en Ian—. El amor es verdaderamente maravilloso… —se paró en seco y miró a su amiga a los ojos—. Por cierto, ¿qué tal te va con Jeff, o, no debería preguntar?
—Estoy bien. Jeff está bien —MacKenzie se encogió de hombros despreocupadamente aunque, ni por un instante, podría haber engañado a su amiga. Ni quería hacerlo.
Dakota entornó los ojos. Eran amigas desde la universidad y nadie conocía mejor que ella a la pequeña y chispeante mujer. No le costó demasiado llegar a una conclusión.
—Pero juntos no estáis bien.
—No —MacKenzie suspiró. Sólo habían pasado dos semanas y aún se sentía como el día de la ruptura. Él se había mostrado amable en un intento de no hacerle daño. Como si eso hubiera sido posible—. Ya no estamos juntos —deseaba odiarlo, pero no podía—. Está con su mujer.
—¿Su mujer? —Dakota se quedó boquiabierta.
—Sí —MacKenzie se rió con amargura—. Un pequeño detalle que se olvidó de mencionar.
—¿Está casado? —Dakota sólo podía sacudir la cabeza con incredulidad.
—Separado. Al menos eso dijo, pero sí, casado —temerosa de descubrir un destello de pena reflejado en los ojos de su amiga, se cuadró de hombros, tal y como había visto hacer a la presentadora en innumerables ocasiones, y alzó la barbilla—, y fuera de mi vida.
Por un instante, sus miradas se fundieron. Dakota se decidió en una fracción de segundo. Inclinó la cabeza hacia delante para apartarse la melena de la nuca y deshizo el nudo que sujetaba los dos extremos de