Un hombre entre dos mujeres
Por Anne Mather
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La joven no quería hacer daño a su amiga y tampoco quería caer ella misma en los brazos de Matteo. Entonces su amiga desveló una noticia que podía apartar para siempre a Matteo del lado de Grace…
Anne Mather
Anne Mather always wanted to write. For years she wrote only for her own pleasure, and it wasn’t until her husband suggested that she ought to send one of her stories to a publisher that they put several publishers’ names into a hat and pulled one out. The rest as they say in history. 150 books later, Anne is literally staggered by the result! Her email address is mystic-am@msn.com and she would be happy to hear from any of her readers.
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Un hombre entre dos mujeres - Anne Mather
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1999 Anne Mather
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un hombre entre dos mujeres, n.º 1062- mayo 2022
Título original: The Baby Gambit
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1105-659-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
GRACE salió al balcón del apartamento y miró por primera vez las azules aguas de la bahía. Respiró profundamente y se echó a temblar, más por la excitación del momento que por el aire fresco de la mañana. Por fin estaba allí, estaba en Italia. Durante las dos próximas semanas, no tendría que pensar en nada, excepto en lo que iba a hacer para pasar el tiempo.
Más allá de la decadente grandeza del edificio de apartamentos, las escalonadas laderas de Portofalco se abrían camino hacia el puerto. Portofalco no era el lugar de veraneo más exclusivo o más conocido de aquella parte de la costa italiana, pero era uno de los más hermosos. Julia le había dicho que muchos de sus acaudalados visitantes volvían año tras año.
Grace se apoyó sobre la barandilla de hierro forjado del balcón y sintió el frío del metal contra los brazos. Sin embargo, ella sabía que, cuando el sol subiera un poco más, aquel balcón se vería inundado por el sol y se agradecería infinitamente el cobijo que proporcionarían las persianas de cada habitación.
Grace se preguntó a qué hora volvería Julia de Valle di Falco. Su amiga vivía allí todo el año ya que trabajaba en uno de los hoteles que había a lo largo de la costa. Sin embargo, aquel fin de semana se había marchado y Grace no la esperaba de vuelta hasta el día siguiente.
Aquella situación no la molestaba. Cuando había aceptado la invitación de Julia, lo había hecho con la condición de que su amiga no cambiara sus planes mientras ella estuviera allí. Julia tenía una vida social muy apretada, pero Grace esperaba no verse implicada en absoluto.
Las dos amigas se conocían desde el colegio y, aunque no se veían mucho, habían conseguido mantenerse en contacto incluso cuando Julia se marchó a Italia. Entre ellas, había un trato familiar, que no parecía haberse visto afectado por el paso del tiempo. Por eso, Grace había aceptado encantada la invitación, sabiendo que con Julia no se vería obligada a nada.
Todo lo que Grace quería era descansar, a pesar de que había tenido que sufrir una neumonía para darse cuenta. Además de tener dos trabajos, cuidaba de su madre inválida, y todo aquello resultaba tan agotador que no se había dado cuenta de que estaba descuidando su propia salud hasta que se derrumbó.
Ella era la única de su familia que seguía soltera, por eso había tenido que dejar su apartamento y mudarse a la casa de su madre en Brighton para cuidar de ella. Y desde entonces, la vida había sido un ajetreo constante. Iba a Londres todos los días a trabajar en el museo y la mayoría de las tardes trabajaba de camarera en un pub cercano para ganar algo más de dinero. Pero aquello había sido demasiado. Se resfrió y rápidamente aquella ligera dolencia se hizo mucho más grave.
Tras una estancia en el hospital, se convenció de que no podía seguir cuidando de su madre ella sola. Finalmente, sus dos hermanas pequeñas accedieron a compartir la responsabilidad. Sin embargo, las dos hermanas tenían marido e hijos, y Grace sospechaba que aquella ayuda sólo sería temporal, por lo que estaba dispuesta a disfrutar al máximo de aquellas vacaciones.
La alternativa era poner a su madre en una residencia, pero a Grace no le agradaba aquella idea. Ella quería mucho a su madre, que no tenía la culpa de haber contraído una clase de osteoartritis degenerativa dos años atrás, mientras Grace se sacaba su doctorado. Al principio había podido cuidarse ella sola, pero poco a poco su estado se había ido deteriorando hasta verse confinada a una silla de ruedas.
Por eso Grace había vuelto a vivir con ella. Además, ella estaba segura de que ya no se casaría, por lo que no tenía que dejar demasiadas cosas atrás. De acuerdo con la creencia popular, se había convertido en una solterona, pero la verdad era que había llegado a la conclusión de que nunca conocería a un hombre que no se viera intimidado ni por su apariencia ni por su inteligencia. Grace medía casi un metro ochenta y tenía una figura que todas las mujeres anhelaban, pero ella siempre se había considerado una rareza. No veía nada atractivo en sus generosos pechos ni en las curvas de sus caderas. Además, llevaba siempre la larga y rizada melena rubia platino en una apretada trenza para dominar la incontrolable tendencia del cabello a formar unos rizos dorados en torno a su ovalado rostro.
Por supuesto, no siempre había sido tan cínica. Cuando era más joven, mientras los hombres se peleaban para salir con ella, se había imaginado que un día se enamoraría, se casaría y viviría feliz para siempre. Nunca había tenido prisa, pero no había encontrado al hombre que buscaba.
Al cabo del tiempo, se había dado cuenta de que la mayoría de los hombres que salían con ella sólo querían acostarse con ella. No parecían ser capaces de ver más allá del físico de Grace y no llegaban a ver la mujer tímida e inteligente que había detrás de aquella espectacular fachada. Además, los hombres que a ella le gustaban la rechazaban por su apariencia, que encajaba con la de la rubia tonta. Finalmente, cuando se dio cuenta de que las chicas que conseguían relaciones duraderas no se parecían en absoluto a ella, perdió la esperanza y la inocencia.
De vez en cuando salía con alguien, pero estaba cansada de defender su celibato frente a unos hombres que parecían pensar que con su aspecto debía de estar más que interesada en el sexo. La verdad era que sus experiencias sexuales no habían sido nada satisfactorias y había terminado por no sentirse atraída por algo con lo que, a fin de cuentas, no disfrutaba.
Mientras contemplaba el mar apoyada en la barandilla llegó a la conclusión de que, a la edad de treinta y cuatro años, lo prefería de aquella manera. Por eso la invitación de Julia para pasar en su apartamento las dos próximas semanas parecía haber venido en el momento más oportuno. Todo lo que quería era un lugar cálido y soleado, sin nada más que hacer que descansar.
—Me temo que no podré pasar mucho tiempo contigo —le había dicho Julia cuando Grace la llamó desde el hospital para decirle lo que estaba pasando—. Estamos en temporada alta, pero puedes venir y quedarte todo el tiempo que quieras. Portofalco es un lugar precioso, pero si te aburres, puedes alquilar un coche y explorar los alrededores.
A Grace todo aquello le había sonado a música celestial y por eso se había animado y allí estaba, al día siguiente de su llegada, en el balcón del apartamento de Julia, embelesada con la vista de la bahía de Portofalco y Viareggio, ya algo apartado de la costa.
Grace respiró profundamente y olió el perfume que provenía del pequeño jardín que había debajo del balcón. A pesar de que estaba algo descuidado, el aroma de los jazmines y la verbena se entremezclaba deliciosamente con el de las rosas. De alguna manera, incluso aquel jardín sin podar tenía un encanto especial y parecía que le susurraba secretos a la pequeña fuente cubierta de musgo que había en el centro.
Entonces, Grace decidió que era hora de ducharse y vestirse. La noche anterior había estado demasiado cansada como para hacer poco más que llamar a su madre para decirle que había llegado y meterse en la cama. Antes de desayunar, desharía el equipaje. Entonces recordó que Julia le había dicho que había una panadería un poco más abajo. La perspectiva de tomarse unos bollos calientes y olorosos le resultaba tan atractiva que se dirigió a toda prisa al cuarto de baño.
Quince minutos más tarde, después de haber decidido dejar las maletas para más tarde, se puso unos pantalones cortos color crema y una camiseta a juego. Al mirarse en el espejo, decidió que no era necesario maquillarse, por lo que simplemente se puso algo de colorete en las mejillas para intentar mitigar su palidez. Después se hizo su trenza habitual y cuando los rizos se le hicieron en las sienes a ella le pareció que iba muy mal peinada. Sin embargo, el portero, que le había dado las llaves del apartamento la noche anterior, la saludó con mucha efusividad, con los ojos brillándole de admiración mientras contemplaba a Grace salir a la calle.
La Villa Módena, tal y como a Grace le gustaba llamarla, estaba rodeada por similares viviendas a mitad de camino de una calle, Vía Cortese, que zigzagueaba desde el puerto. Mientras iba andando, podía ver una magnífica vista del puerto y los mástiles de los barcos moviéndose suavemente a ritmo de la marea, con el agua brillando entre parras y coloreados tejados.
El olor a pan recién horneado le anunció la proximidad de la panadería y sintió que la boca se le hacía agua. No había tenido aquella sensación desde que empezó con su enfermedad, pero estaba deseando llegar al apartamento para saborear los deliciosos panecillos con el café que había dejado haciéndose.
El panadero era un hombre de rosadas mejillas y aspecto afable, que interrumpió con un gesto de la mano los esfuerzos de Grace por hacerse entender en italiano.
—Va bene, signorina —aseguró él con firmeza, mientras le mostraba todas las variedades que tenía disponibles—. Yo entiendo el inglés, ¿no? Dígame lo que quiere.
—Grazie. No se me dan muy bien los idiomas, pero espero que mi italiano mejore en las dos semanas que voy a pasar aquí.
—Prego! —exclamó el hombre, riendo—. Nosotros los italianos siempre perdonamos a una mujer hermosa.
—Es muy amable —respondió Grace, aceptando el cumplido, mientras señalaba unos crujientes panecillos—. Me llevaré tres de ésos, por favor, y dos bollos. Grazie!
Grace se sintió muy aliviada cuando otro cliente entró mientras ella se guardaba el cambio.
—A domani —exclamó el hombre mientras ella salía.
—Hasta mañana —respondió Grace, mientras salía de la tienda.
Tan pronto como abrió la puerta del apartamento olió el café y se dirigió a la pequeña cocina que estaba a la izquierda del salón. Grace encontró mantequilla en el frigorífico y la untó en los fragantes panecillos, luego se sirvió una taza de café bien cargado y se sentó en uno de los altos taburetes que había al lado de la encimera de la cocina.
Mientras estaba hojeando una revista, alguien llamó a la puerta. Grace pensó enseguida que sería alguna persona que no sabría que Julia estaría ausente unos días. Mientras se limpiaba la boca, esperó fervientemente que no fuera un hombre. Sabía que Julia estaba pasando el fin de semana con el hombre que en aquellos momentos ocupaba su corazón, y por lo que le había dicho, a Grace le parecía que aquél podía ser el hombre que su amiga había estado esperando.
Grace sonrió al darse cuenta que su amiga era mucho menos cínica que ella. A pesar de tener un matrimonio fallido a sus espaldas, Julia todavía mantenía la esperanza de encontrar al hombre de su vida. Tal vez el amoroso de aquel fin de semana, tal y como decían en Italia, sería aquel hombre.
El timbre volvió a sonar, por lo que Grace