Los derechos de los simios
Por Peter Singer y Paula Casal
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Ante la urgencia de esta defensa, se hace preciso responder a preguntas como: ¿qué derechos deberían concederse a los grandes simios?, ¿en qué se diferencian los derechos homínidos de los derechos humanos?, ¿depende la aceptación de los derechos homínidos de nuestra posición filosófica en torno a los derechos en general?, ¿tiene sentido decir que un chimpancé es una persona, aunque no sea humano?, ¿es especista o discriminatorio pedir derechos especiales para los grandes simios? Este libro intenta responder a estas y otras preguntas y explicar al lector cómo son los no humanos que más se nos asemejan y por qué es apremiante darles la protección que necesitan.
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Los derechos de los simios - Peter Singer
Asha y su hija Mondika (Mona), antes de que las separasen.
Foto de Jeff McCurry.
Los derechos de los simios
Los derechos de los simios
Paula Casal y Peter Singer
Los derechos de autor de esta obra serán donados al Proyecto Gran Simio.
COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS
Serie Medio Ambiente
© Editorial Trotta, S.A., 2022
Ferraz, 55. 28008 Madrid
Teléfono: 91 543 03 61
E-mail: editorial@trotta.es
http://www.trotta.es
© Paula Casal y Peter Singer, 2022
ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-081-5
«No ‘venimos del mono’, porque seguimos siendo monos,
aunque representamos algo realmente nuevo en la historia de la vida».
Juan Luis Arsuaga
TODOS
Venía en el periódico:
un padre de familia
encarcelado con mujer e hijos
conseguía escapar junto con ellos
de la prisión,
y en la huida
resultaba abatido y muerto a tiros
por un agente uniformado
que lo consideraba peligroso.
Lo fuera o no,
¿no tenía derecho
a maquinar la fuga,
a escapar con los suyos,
encarcelados sin motivo?
¿Merecía esa muerte?
¿O acaso cambia algo
que la familia fuera
de chimpancés, y sapiens
el guardián?
¿No somos todos simios?
Jesús Munárriz
(Poema inédito)
ÍNDICE
Presentación. Nuestros semejantes: Antonio Muñoz Molina
Introducción. Peligro de muerte y extinción
I. DERECHOS
1. T RES DERECHOS BÁSICOS
1. La vida
2. La libertad
3. La tortura
4. Derechos negativos
2. L A BARRERA DE LA ESPECIE Y LOS DERECHOS SIMIOS
3. D ERECHOS HOMÍNIDOS . C UATRO DEBATES
Introducción
1. Derechos naturales y artificiales
2. Estatus y función: la base de los derechos
3. Intereses y elección: la justificación de los derechos
4. La concepción de los derechos como metas o constricciones
5. Conclusión
II. PERSONAS
4. P ERSONAS , DERECHOS Y SIMIOS
1. Una idea, un libro y una organización
2. Humanos y personas
3. Simios y personas
4. Derechos de los humanos y de las personas
5. Derechos de las personas no humanas
5. P ERSONAS HOMÍNIDAS Y ANTROPOCENTRISMO
Introducción
1. ¿Es el Proyecto especista y antropocéntrico?
i) La relevancia de la pertenencia a distintas especies
ii) ¿Qué características son moralmente relevantes?
iii) El Proyecto y la defensa de las demás especies
2. ¿Debe el Proyecto apelar al respeto a los derechos?
3. ¿Es necesario poder clasificar a los homínidos como personas bajo algún criterio de aplicación de este término?
III. EVOLUCIÓN
6. R AZÓN , EVOLUCIÓN Y DERECHOS ANIMALES
1. La crítica de de Waal a la moralidad como revestimiento
2. Los derechos de los animales e igual consideración para los animales
7. E L PLANETA SIN LOS SIMIOS , CADA VEZ MÁS CERCA
IV. LEYES
8. N O HAY RAZÓN PARA MANTENER A LOS SIMIOS EN PRISIÓN
9. L OS SIMIOS Y LA LEGISLACIÓN ESPAÑOLA
1. Guillermo
2. La ley
a) El CITES
b) El Real Decreto 1333/2006
c) La ley de zoos
3. Guillermo y la ley
4. El Simio de Montecristo
a) Los inocentes
b) Los culpables
V. PROPOSICIONES
10. D ERECHOS HOMÍNIDOS Y HUMANOS
11. S IMIOS EN EL C ONGRESO DE LOS D IPUTADOS
1. Primera Proposición no de ley
2. La Proposición no de ley de Joan Herrera
3. Reflexión
Epílogo. LOS SIMIOS, MEJOR Y PEOR QUE NUNCA
Apéndice. LOS HOMÍNIDOS
1. Los orangutanes
i) Clasificación
ii) Amenazas
iii) Vida
iv) Carácter
v) Herramientas
vi) Comunicación
2. Los gorilas
i) Clasificación
ii) Amenazas
iii) Vida
iv) Carácter
v) Herramientas
vi) Comunicación
3. Los chimpancés y los bonobos
i) Clasificación
ii) Amenazas
iii) Vida
iv) Carácter
v) Herramientas
vi) Comunicación
4. La relevancia moral de los datos científicos
Procedencia de los textos
Bibliografía
Presentación
NUESTROS SEMEJANTES
*
Antonio Muñoz Molina
El mono, astronauta a la fuerza en su infancia, se sube al árbol y contempla la hermosa lejanía. Un pueblo invisible de desterrados sobrevive en celdas oscuras de cemento y mira con una tristeza sin fondo al muro que suele haber al otro lado de los barrotes. Son los centenares, los miles de chimpancés que fueron cazados en África en la primera infancia para servir de sujetos de experimentos médicos, o de payasos peludos en circos, o como mascotas que nadie quiere ni soporta una vez que han empezado a volverse adultos. Un programa reciente de la admirable televisión pública americana cuenta las historias de algunos de ellos: empezaron a volverse más valiosos cuando en los programas de vuelos espaciales hizo falta experimentar las posibilidades de supervivencia del cuerpo humano en órbita en torno a la Tierra y en condiciones de ingravidez. Se ven rancias imágenes documentales de los primeros años sesenta en las que un chimpancé es atado a un asiento anatómico, con expresión de miedo mientras le conectan electrodos al corazón y a la cabeza. Rodeado de aparatos y de batas blancas, el animal tiene una desarmada inocencia infantil, una mezcla de pasiva aceptación y de alarma. Algunos de aquellos viejos veteranos de la carrera espacial sobreviven todavía, pero su destino ha sido mucho más oscuro que el de los astronautas humanos. Demasiado viejos para ser de ninguna utilidad, languidecen en jaulas alineadas en galpones inmundos, enloqueciendo poco a poco de soledad y de aburrimiento, aprietan con desesperación inmóvil los barrotes con sus dedos extrañamente expresivos o se golpean contra los muros y chillan dando vueltas en el espacio sofocante de unas celdas que ni en el más punitivo de los sistemas penitenciarios se considerarían adecuadas para encerrar a un hombre.
Difícilmente se pueden sostener esas miradas de angustia abismal, brillando con una expresión que nos parece demasiado cercana a nosotros como para no sobrecogernos con la intuición de una espantosa injusticia. Genéticamente, la diferencia entre un ser humano y un chimpancé es de un escaso dos por ciento. Pero basta la simple observación para confirmar un parentesco en el que preferimos no pensar para que nuestra conciencia no quede abrumada bajo una culpabilidad irrespirable. Los chimpancés son inteligentes, sensibles a la amistad y a los lazos familiares, propensos por igual a la alegría y al abatimiento. Aprenden con facilidad un número considerable de costumbres humanas —entre ellas, el manejo de utensilios y herramientas— y establecen formas sofisticadas de comunicación. Una cría de chimpancé que se abraza a su madre porque tiene miedo o ganas de mamar mira con un desamparo y una viveza idénticos a los de un bebé humano. ¿Dónde está la diferencia que nos autoriza a invadir sus vidas y cazarlos? ¿En virtud de qué superioridad los condenamos a trabajar como bufones indignos, los sometemos a experimentos de una crueldad perfectamente innecesaria, los condenamos a cautiverios en celdas de aislamiento que solo terminan con la muerte?
En el sombrío documental carcelario que vi hace unas semanas surge de pronto el alivio de la bondad humana. Personas generosas, veterinarios con una vocación de misericordia y justicia que va más allá de los límites de la propia especie, fundan organizaciones particulares destinadas a recoger a los chimpancés y a construir para ellos refugios en los que puedan llevar una vida lo más parecida posible a aquella de la que fueron arrancados en la primera infancia. En un paraje boscoso de Canadá, en una isla de la costa de Florida, algunos cientos de chimpancés que han sobrevivido a los laboratorios, a los circos, a las jaulas inmundas, tienen la ocasión de encontrarse en espacios comunes en los que pueden descubrir el regocijo de la vida social e incluso aventurarse en lo que no recuerdan haber conocido, la libertad de caminar al aire libre.
Pero no es fácil habituarse a un modesto paraíso después de tantos años de aguantar el infierno. A los chimpancés que trabajan en los circos lo más normal es arrancarles los dientes. Muchos de los que llegan a los refugios sufren enfermedades que les fueron inoculadas para experimentar en ellos el efecto de las medicinas: un grupo numeroso de veteranos lo forman los seropositivos. Y también abundan los que se mueren de pánico ante la presencia de sus semejantes, después de pasar en soledad una vida entera.
El momento decisivo es cuando a un chimpancé llegado al refugio se le abre la puerta de la jaula. Algunos ni se atreven a aproximarse a ella. Otros dan unos pasos, asoman la cabeza, se vuelven asustados, incapaces ya de abandonar la protección de las rejas. Uno de ellos, ya muy viejo, que en los años sesenta voló en órbita alrededor de la Tierra, sale con pasos torpes de la jaula, mira a su alrededor, atraviesa un prado, se aproxima a un árbol, lo mira como si no hubiera visto nunca nada parecido. Pero algo más antiguo que su memoria se despierta ante la visión del árbol, y el chimpancé viejo da un salto y poco a poco asciende hasta la copa, y se acomoda en ella mirando hacia la hermosa lejanía, gimiendo de felicidad.
*Muy Interesante, 3 de noviembre de 2007.
Introducción
PELIGRO DE MUERTE Y EXTINCIÓN
*
«Llegará un día, por cierto, no muy distante [...] en que las razas humanas civilizadas habrán exterminado y reemplazado a todas las salvajes esparcidas por el mundo. Para ese mismo día habrán también dejado ya de existir, según el profesor Schaffhausen, los monos antropomorfos, y entonces la laguna será aún más considerable, porque no existirán eslabones intermedios entre la raza humana que prepondera en civilización, a saber, la caucásica, y una especie de mono inferior, por ejemplo, el papión».
(Darwin 1989: 156)
Cuando Elsa e Iván enseñaban técnicas agropecuarias en el Congo y Uganda como Veterinarios Sin Fronteras, un bonobo les detuvo para pedirles ayuda. Conducían hacia Butembo desde su oficina, que está a 80 km de Kirumba, cuando el bonobo se interpuso en su camino, gesticulando para que parasen. Cuando frenaron, el bonobo les dio a entender que quería que lo llevasen en el coche. Se agarró a la manilla de la puerta, y empezó a golpear insistentemente en el cristal, mirándolos a los ojos, implorando. Estuvieron a punto de abrirle, pero luego dudaron de que eso fuese prudente, ya que no sabían nada sobre su salud física o mental. Intentaron reanudar la marcha, pero el bonobo corrió a ponerse delante del coche para no dejarles marchar. De repente, aparecieron unos lugareños que intentaban adelantarles en bicicleta. Entre el todoterreno y el bonobo —que continuaba agarrando la manilla y golpeando el cristal desesperadamente— no tenían suficiente espacio para pasar. Entonces los lugareños empezaron a atacar al bonobo con palos y piedras, y él comenzó a defenderse del mismo modo.
Al fin, Elsa decidió intervenir e impedir que los lugareños apaleasen al bonobo. Al ver que Elsa no estaba dispuesta a acogerlo en su vehículo, pero sí a amonestar a sus atacantes, el bonobo aprovechó su intervención para huir campo a través. Al llegar a Butembo, se enteraron de que se trataba de un bonobo cautivo que una organización congoleña había soltado seis meses antes. La naturaleza salvaje era para él un medio extraño, y como cualquier refugiado, buscaba ayuda entre los humanos del color que le habían tratado mejor a él personalmente. Elsa avisó a WWF y a Amigos del Bonobo sin obtener respuesta. Al fin, un grupo de Naciones Unidas salió en busca del bonobo fugitivo. Tras preguntar a unos y otros en los poblados de la zona, finalmente descubrieron quiénes lo habían apresado y a qué poblado se lo habían llevado. Se dirigieron allí a toda velocidad, pero, cuando llegaron, descubrieron que los lugareños no solo habían capturado y matado al bonobo, sino que se lo habían comido1.
En el Proyecto Gran Simio, una organización dedicada a proteger a bonobos, chimpancés, gorilas y orangutanes, recibimos con frecuencia noticias como esta. Hay furtivos que intentan cruzar las fronteras cercanas a Kinshasa llevándose a los bebés gorilas secuestrados en maletas. Cuando surge el peligro, sueltan las maletas y escapan, dejando a los bebés morir de hambre y asfixia en las maletas cerradas. Otras veces son jaulas con cadáveres de chimpancés secuestrados, que los traficantes han abandonado al improvisar una ruta de escape. Los orangutanes mueren a veces quemados vivos en su propio árbol a causa de los incendios provocados para ampliar las plantaciones de aceite de palma. Un día nos hablan de una familia de gorilas convertida en trofeos de caza, otro día de unos orangutanes secuestrados para obligarles a combatir entre sí en espectáculos de boxeo, como se hizo en el pasado con los esclavos. Como se detalla, por ejemplo, en el informe Stolen Apes (Stiles et al. 2013), entre la muerte y el secuestro, estamos acabando con ellos. El territorio en que han de sobrevivir es además cada vez más pequeño, por lo que se incrementa la competencia entre los grandes simios. En 2021 se observó por primera vez en la historia dos ataques de grupos chimpancés a grupos más pequeños de gorilas (Southern, Deschner y Pika 2021). Solo se conocían los conflictos territoriales intraespecíficos entre chimpancés y entre humanos, pero no en las otras seis especies de homínidos, ni entre ninguna de ellas y las demás.
La actual pandemia, o las que se vaticinan, también podría terminar con nuestros hermanos evolutivos antes de que nos demos cuenta (UNESCO 2020; Llorente 2020; Gibbons 2020; Miranda 2020). Veinticinco científicos han publicado una carta en la revista Nature, alertando del alto riesgo que supone para ellos este virus (Gillespie y Leendertz 2020). Por ello, hemos enviado, por ejemplo, fondos para comprar tests y mascarillas al centro de rehabilitación de orangutanes de Biruté Galdikas. Pero las actuaciones individuales aisladas tienen una capacidad muy limitada de cambiar las cosas. Es importante que haya una respuesta institucional, porque la pandemia ha traído de la mano la desorganización y la pobreza, lo que intensifica la tentación de ganar dinero vendiendo bebés, manos disecadas, o carne de homínido para comer. Y aunque los homínidos libres benefician mucho económicamente a los países en los que se encuentran, por ejemplo, atrayendo científicos, turistas y equipos de filmación de documentales, y recibiendo fondos internacionales para la conservación, la gente no piensa en el largo plazo cuando hay crisis y poco control. Al haber menos turistas, hay menos fondos y menos ojos observando la zona, y es más fácil que recuperen el control los grupos armados a los que no interesa, por ejemplo, que la salvación del gorila interfiera con la explotación del coltán2. A río revuelto, ganancia de cazadores, se podría decir. Y las matanzas no terminarán mientras siga habiendo países que permiten el tráfico, la compra y la tenencia particular de homínidos. La tenencia privada todavía se tolera en España y en algunos estados norteamericanos, y mientras no haya un acuerdo internacional, seguiremos encontrando anuncios en internet, que ofrecen bebés homínidos como mascotas (Garí 2021; Morse 2021)3.
Si no se hace un esfuerzo internacional para proteger sus territorios cuanto antes, la pandemia y la progresiva reducción de sus territorios podría exterminar a varias especies. Hemos compuesto este libro con la urgencia de quien intenta apagar un incendio, porque sabemos que cada día se cobra nuevas víctimas, y no queda mucho tiempo. Esperemos que el lector sepa disculpar algún desliz.
El mismo título —Los derechos de los simios— requiere una aclaración. En primer lugar, aunque mostramos que es perfectamente legítimo hablar de derechos, lo que nos interesa no es desarrollar una teoría sobre los derechos de cierto tipo de sujeto. Lo que queremos es proteger a los simios. Si defendemos sus derechos es para defenderlos a ellos. Realmente, para nosotros lo importante es que alguien quiera o no ayudarnos a salvar a los simios, no que quiera hablar del asunto en términos de derechos u obligaciones morales, de normas o protecciones legales o de algún otro modo.
En segundo lugar, aquí no nos ocupamos de los gibones, que también son simios, sino de los chimpancés, los gorilas, los orangutanes y los bonobos, que anteriormente habían sido clasificados como póngidos o grandes simios y ahora están clasificados como homínidos. Los humanos también somos homínidos, grandes simios y animales, pero, como repetir «no humano», cada vez que usamos estos términos, se hace muy cansado, no lo hemos hecho a lo largo del libro, cuando el contexto ya deja claro que no estamos hablando de los humanos.
Antes de la llegada de la ciencia genómica, se clasificaban las especies por sus apariencias, y la superfamilia Hominoidea se dividía en tres familias: los hilobátidos o pequeños simios; los póngidos o grandes simios, y los homínidos o humanos con sus antepasados bípedos. Hoy día, mientras que los humanos y sus antepasados bípedos se llaman homininos, los homínidos son todos los grandes simios, humanos incluidos. Se dividen en la subfamilia Ponginae, donde están solo los orangutanes, y la Homininae donde están los demás. Tras analizar los distintos genomas, ahora muchos científicos proponen que se incluya en el género Homo a los humanos, los bonobos y los chimpancés. Las diferencias genéticas son demasiado pequeñas como para crear un género nuevo solo para chimpancés y bonobos, y dado que el género Homo fue propuesto con anterioridad, tiene precedencia en el sistema habitual de clasificación (Wildman et al. 2003; Pickrell 2003).
Si teniendo en cuenta estas dos cualificaciones, hubiésemos titulado el libro La protección de los intereses fundamentales de los póngidos o Nuestras obligaciones con los primates hominoideos no hilobátidos, solo hubiésemos causado extrañeza. Los derechos de los simios, en cambio, es mucho más fácil de comprender. Además, tenemos todavía el resto del libro para aclarar qué pensamos sobre los derechos y sobre los grandes simios. Es verdad que podríamos haber titulado el libro Los derechos de los homínidos, pero la mayor parte de la gente todavía no sabe quiénes son. De hecho, varios lectores del manuscrito han visto necesario añadir un apéndice que explique al lector cuáles son las siete especies de homínido, además de la humana, en qué se diferencian y qué tienen en común con los humanos y entre sí.
El libro se ocupa de cuestiones como las siguientes: ¿qué derechos se piden para los grandes simios? ¿En qué se parecen los derechos homínidos a los derechos humanos? ¿Depende la aceptación de los derechos homínidos de nuestra filosofía sobre los derechos? ¿Tiene sentido decir que un chimpancé es una persona, aunque no sea humano? ¿Es especista o discriminatorio pedir derechos especiales para los grandes simios? ¿Es antropocéntrico centrarse en las especies que más se nos parecen? ¿Podríamos evitar que se extingan los simios conservándolos en zoos? ¿Puede tener un orangután personalidad jurídica? ¿Qué protección ofrece la legislación española a los demás homínidos? ¿Qué ocurrió en el Congreso de los Diputados con las proposiciones no de ley?
Varios capítulos proceden de artículos publicados, detallados junto a la Bibliografía, que han sido acortados, revisados, y agrupados por temas, empezando por si los homínidos pueden tener derechos y ser considerados personas, pasando luego a la cuestión de la evolución cultural y la extinción, y terminando con la necesidad de un cambio en la ley, y quizá de una nueva proposición no de ley.
Los capítulos están organizados en un trío y cuatro pares. Los tres primeros están centrados en la cuestión de los DERECHOS. El capítulo 1, «Tres derechos básicos», expone las razones por las que perder la vida, la libertad y la integridad física son males especialmente graves para los homínidos. Explica también que no son derechos positivos a que nos ayuden, sino derechos negativos, es decir, derechos a la no interferencia, a que nos dejen en paz. Además de ser derechos negativos, son derechos básicos que deben garantizar los Estados y, por eso, algunos los han comparado con los derechos humanos.
El capítulo 2, «La barrera de la especie y los derechos de los simios», reproduce un debate con el escritor Kenan Malik sobre los derechos homínidos. Malik defiende los derechos humanos y la igualdad racial, pero se opone a la idea de los derechos homínidos. Sin ser primatólogo, Malik discute también algunos hechos sobre los homínidos, apelando a Frans de Waal. Sin embargo, como conviene advertir desde el principio, el Proyecto Gran Simio está de acuerdo con de Waal respecto a los hechos. El desacuerdo con este y otros autores es de tipo filosófico.
Hay autores con distintas posiciones teóricas en cuanto a los derechos, y que apelan a estas diferencias teóricas para negar los derechos simios. El capítulo 3, «Derechos homínidos. Cuatro debates», revisa distintas teorías que se han ofrecido sobre los derechos morales a fin de evaluar la