Ensayos quemados en Chile
Por Ariel Dorfman
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Ariel Dorfman
Ariel Dorfman is a Chilean expatriate who lives with his family in Durham, North Carolina, where he holds the Walter Hines Page chair at Duke University. He is the author of Konfidenz, Mascara, and Death and the Maiden, as well as many other works.
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Ensayos quemados en Chile - Ariel Dorfman
Dorfman, Ariel Ensayos quemados en Chile / Ariel Dorfman. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2016. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-4086-01-3 1. Ensayo Político. 2. Ensayo Sociológico. 3. Ensayo Literario. I. Título. CDD 320
CDD 320
Ensayos quemados en chile.
Inocencia y neocolonialismo.
Ariel Dorfman
Corrección
Gimena Riveros
Ilustración de Ariel Dorfman
Juan Pablo Martínez
www.martinezilustracion.com.ar
arte.pablomartinez@gmail.com
Diseño de tapa e interiores
Víctor Malumián
Ediciones Godot
Colección Crítica
www.edicionesgodot.com.ar
info@edicionesgodot.com.ar
Buenos Aires, Argentina, 2016
Facebook.com/EdicionesGodot
Twitter.com/EdicionesGodot
Impreso en Color EFE, Paso 192,
Capital Federal, República Argentina,
en marzo de 2016
Introducción desafortunadamente necesaria
Por la Avenida Benjamín Vicuña Mackenna, así denominada en honor a un historiador chileno de fama del siglo xix , hombre de vasta y reconocida cultura universal, pasaban los camiones. Pasaban llenos en dirección a Puente Alto, volvían vacíos.
—¿Sabes lo que llevan esos camiones? —me preguntó la voz de un compañero.
Esto era a principios de octubre, 1973. Yo contemplaba la caravana cíclica de camiones desde una de las ventanas de la Embajada Argentina, en Santiago de Chile, cuya inmensa fachada da precisamente a esa arteria. Estaba recién asilado, y no, no sabía con qué iban cargados los camiones aquellos, ni la más remota idea.
—Con libros —susurró el que miraba conmigo.
—¿Libros?
—Libros —asintió él—. Los llevan desde Quimantú —y señaló vagamente el edificio de la Editora Estatal Quimantú, que se divisaba a apenas dos cuadras de distancia, al otro lado de la Plaza Italia, al otro lado el río Mapocho, —hasta la Papelera— y ahora indicó por Vicuña Mackenna hacia el sur, el camino a Puente Alto, un pueblo suburbano del gran Santiago donde está instalada la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones.
No supe enseguida si era cierto lo que me afirmaba el compañero, que decía reconocer la procedencia de los vehículos. Yo no podía saberlo, porque los camiones iban tapados y no se veía su contenido. Pero tenía todos los visos de ser verdadera esa versión. Todos sabíamos, por distintas fuentes, que durante la primera semana los militares fascistas, junto con usurpar el poder, se habían entregado devotamente a la tarea de usurpar la cultura. Con entusiasmo, con fervor de drogadicto, habían quemado toneladas de libros que se hallaban en el depósito de la Editorial Quimantú. Pero después de ese primer acceso de euforia, algún fascista menos bruto había considerado que era un delirio hacer piras inquisitorias con los volúmenes. En sus pensamientos, pesó sin duda más su amor a la economía que su amor a la lectura. ¿Por qué no devolver los títulos ya impresos a la Papelera, y que allí los retornaran a sus orígenes, haciéndolos picadillo? En ese estado, guillotinados, perdían igualmente su carácter subversivo, se les borraban sus palabras, y conservaban, en cambio, su integridad física, prontos a quedar re-incorporados a la larga cadena de la producción, volvían a ser útiles
a la sociedad como materia prima, volvían a beneficiar a los viejos dueños monopólicos de Chile ahora nuevamente asegurados en su hegemonía.
Estas ideas no circulaban privadamente. El Mercurio publicó una carta con esta sugerencia en la segunda (¿o sería la tercera?) semana del golpe. La firmaba no recuerdo qué vetusta y venerable señora, pero la había redactado sin lugar a dudas, como todas las cartas
de El Mercurio, algún sabio del equipo editorial de ese diario. En ella se sugería que los libros así purificados podían servir para fabricar limpias fonolistas e higiénicos techos de cartón para los pobres
.
—Y los hemos visto yendo y viniendo así varios días —acotó el compañero.
Sí, era una tarea de gigantes. Se trataba de millones de ejemplares. La política editorial del gobierno popular había significado un salto tan inmenso, una difusión tan extraordinaria, que no bastaba con métodos ordinarios, normales, para acabar con los residuos materiales de esa experiencia.
En definitiva, daba lo mismo si esos camiones que terminaba de ver pasar eran efectivamente los que transportaban los libros. Era verosímil, claro, que los vehículos tomaran la ruta más corta y directa, que desfilaran frente a la Embajada Argentina camino a Puente Alto.
Me pregunté si algún libro en que yo había participado estaría entre los que viajaban tan incómodamente hacia su destino de pulpa de papel. En la Editorial Quimantú, en ese momento, existían dos títulos, casi finiquitados, en que mi colaboración había sido activa. Uno, a punto de distribuirse a fines de la semana que se inició el lunes 10 de septiembre, era La historia me absolverá, de Fidel Castro, cuya larga introducción había escrito. Esa obra, según mis cálculos, debió ser una de las primeras en mandarse a la hoguera: incluía orgullosamente, como símbolo de la hermandad chileno-cubana, un prólogo-homenaje del compañero presidente, de Salvador Allende, a la primera revolución socialista de América a propósito del vigésimo aniversario del Moncada. De ese libro no debía quedar ni una hoja suelta flotando por ahí, ni un ejemplar. En cambio, el otro volumen, en encuadernación, Poesías Escogidas de Ernesto Cardenal, que llevaba un también extenso ensayo introductorio mío, pudo haberse verosímilmente salvado del fuego, en espera de la posterior guillotina. Ya me imaginaba a los analfabetos asaltantes de Quimantú (¿los mismos que serían designados, en mérito a sus servicios, interventores de las universidades chilenas?) clasificando las toneladas y metros cuadrados de cultura: ¡todo lo abiertamente político, se quema!; ¡las obras literarias, a la Papelera!; lo demás (?)..., a revisión.
Sentí, en el centro [o sería la periferia] de toda la extrañeza que se me había ido acumulando durante los días posteriores al golpe, en el centro de la extrañeza que había significado vivir plenamente los tres años de gobierno popular, sus avances y dificultades, sentí que se agregaba otra experiencia singular más: presenciar el transporte de libros, vagones repletos hacia su Auschwitz chileno, obras que eran fruto del esfuerzo colectivo del país por salir adelante cultural, ideológicamente, por romper el subdesarrollo educacional y la dependencia, esfuerzo en el cual había puesto yo también, junto al gran nosotros que éramos, que seguimos siendo, mi parte.
Ya me había ocurrido, por lo demás, algo similarmente insólito un par de semanas antes, refugiado en la casa de un obrero calificado (que recién vine a conocer en esa ocasión). Tuve ahí la oportunidad de presenciar por televisión la quema de libros frente a las Torres de San Borja. De pronto, en medio de uno de los auto-de-fe, un ejemplar de Para leer al Pato Donald. Quizás en ese sorprendente momento me convertí en un nuevo y lastimoso fenómeno del siglo xx: uno de los primeros autores que viera, a través de ese medio audiovisual, la incineración de una obra suya. (Supe, meses más tarde, ya en Buenos Aires, que los 300 ejemplares remanentes de esa edición que se encontraban en bodegas de Ediciones Universitarias de Valparaíso, habían sufrido un curioso destino: fueron tirados a la bahía por efectivos de la Armada. Habrán pensado, humor naval, que era un justo fin para un pato tan subversivo).
Tristes experiencias originales que hace vivir, entre otras muchas, entre otras más terribles, el fascismo. El fascismo, que siempre reduce a cenizas los libros, pero que no siempre tiene (ni tuvo) a su disposición un sistema televisivo para transmitir el evento, que no siempre había llegado a tal soberbia enloquecida (y temerosa) que se vanagloriase de ello. Si los usurpadores del poder en Chile trataban de esa manera a la palabra impresa, no es difícil imaginar de qué manera se trataría a la palabra viva del país, a sus obreros, campesinos, estudiantes.
El presente libro, Ensayos quemados en Chile, quiere recopilar todo el material inédito, pero que se hallaba al borde de salir a la publicación. Incluye, por lo tanto, además de las dos introducciones a las obras de Fidel y Cardenal, un estudio, Medios masivos de comunicación y enseñanza de la literatura
, que se encontraba en prensa en el último número de la Revista de Educación. Presumo que ese número, dedicado a la ENU (Escuela Nacional Unificada, proyecto de modernización y reorganización del sistema de enseñanza, odiado y combatido por la derecha), habrá pasado también por las delicias expurgantes del fuego. A menos que los cruzados hayan calculado que había que castigar tanto atrevimiento con una sanción más aleccionadora, atando la revista a las aspas de un helicóptero [como hacen con los campesinos en el sur de Chile, cerca de Temuco], para que sea el aire mismo el que sancione y borre el intento de cambiar el mundo. Quizás los militares creen en la antigua filosofía astral, y quieran que los libros sean destruidos por los cuatro elementos, agua, aire, tierra y fuego, para que sea el universo mismo el que reprima a los marxistas.
También hemos recogido aquí ensayos y artículos ya editados, que aparecieron a lo largo de los tres años en revistas y periódicos cuya circulación la Junta prohibió y cuya mera presencia en una biblioteca (en las primeras semanas, por lo menos) era un signo de contaminación política ominosa: Cuadernos de la realidad nacional, Chile hoy, La quinta rueda, De frente, Más fuerte.
Hay dos textos, no obstante, que no cumplen, por lo que yo sé hasta aquí, el requisito de haber sido censurados ni tampoco quemados. Son los referidos a la literatura chilena en la encrucijada, de la tercera sección, los únicos que, curioso dato, no fueron elaborados durante el gobierno popular, sino en los meses de 1970 que lo antecedieron. Si se han agregado al libro, es debido a que sirven, de todos modos, para complementar, tanto temáticamente, como desde el punto de vista de la evolución de mi propio quehacer, la totalidad de diferentes búsquedas que surgen a lo largo de los tres años. Más allá del interés que pudieran ofrecer sus análisis, lenguajes, argumentos, posiciones, más allá de que todos exploran, de una u otra manera, los problemas de la dependencia y de la liberación en los medios masivos y en la literatura americana, el central asunto de un lenguaje, poético, político, masivo, para América, creo que el valor principal del conjunto de ensayos, y su unidad, reside en haber sido creados al calor y a la presión de los hechos inmediatos, como quien no ha tenido tiempo de corregir o respirar, configuran una voz puesta crecientemente al servicio de su pueblo. Estas variadas perspectivas sobre América son el resultado práctico de una militancia cada vez más marcada en un proceso revolucionario, orientado por un partido político. Yo supe, en mi propia persona, lo que es ser moldeado por las masas, enseñado y enriquecido por ellas, lo que es ser parte de un movimiento de vanguardia. Yo pude ver, en mi propia obra, de qué modo el pueblo organizado, luchando por liberarse, en ese período hirviente en que se propone factiblemente conquistar el poder, va también organizando, pujando, cambiando al productor cultural, a ese ente que llamamos intelectual
, forzándolo a entrar en bendita crisis, comprometiéndolo hasta los huesos en el proceso, haciendo de él un combatiente de su causa. Incluso la gran mayoría de los ensayos han sido escritos en el mientras tanto de la vida, en las intersecciones de los horarios, a las dos o tres de la mañana de vuelta de un rayado mural, en las madrugadas antes de hacer clases, en escasos fines de semana libres, en momentos a veces robados —por qué no admitirlo— a tareas políticas que parecían (y creo que eran) más urgentes. Llevan con honra el sello de su apresurada elaboración, de ser respuesta a necesidades de expresión que se sentían vibrar en el aire puro y trabajoso del Chile popular, ideas para las que alguien tenía que ser transitorio puente, pequeñas semillas —entre tantas semillas, de tanto colores, para tantas especies y frutas— que exigían un sembrador.
Estos escritos, por ende, como parecerá obvio, estaban destinados prioritariamente al público chileno.
Ese público, también obvio, no los puede leer.
Llegarán las jornadas en que los hombres —y los libros— puedan transitar sin temor por los campos y ciudades de mi país. Mientras tanto, cada uno de los ensayos aquí rescatados desde el infierno y la barbarie, sigue reafirmando la confianza con la cual fueron originalmente concebidos: no se puede apagar la rebeldía del hombre, no se puede encadenar su voz, no hay fuerza que pueda evitar que brote la comunicación. Ahora mismo en Chile la letra impresa viaja de subterráneo en subterráneo, navega de mano en mano, las bocas la propagan más allá de los bolsillos y la lectura. Desde las cenizas, desde el papel picado, desde el agua de mar en que se los intentó sumergir, los ensayos quemados quieren asegurar que lo que queda no es la hoguera, no es la máquina trituradora de la papelera, no es el océano. Las palabras renacerán, ya renacen, y sabrán contribuir también a la definitiva liberación de la patria.
En Chile, pese al decreto tal, la ordenanza cual, más allá de las fogatas, alguien lee, muchos alguien, muchos, muchos alguien, sigue y siguen leyendo, el pueblo sigue comunicándose.
Ariel Dorfman
Marzo, 1974
Parte I
Dependencia
Do s de los tres textos de esta parte aparecieron en Cuadernos de la Realidad Nacional: Inocencia y Neo-Colonialismo: un caso de dominio ideológico en la literatura infantil
, escrito en la primera mitad de 1971, publicado en un número de ese año; "Salvación y Sabiduría del hombre común: la teología del Reader’s Digest", fechado en enero de 1972, se reprodujo en Revista Casa de las Américas, de La Habana, y Textual, de Urna.
Entrevista al Llanero Solitario
corresponde al número inaugural de La Quinta Rueda, revista cultural de Editorial Quimantú, octubre de 1972.
Los tres textos sirvieron paralelamente de base, antes o después de su elaboración, para denunciar a Disney, el Reader’s y el Llanero, respectivamente, en tres emisiones diferentes de televisión, parte de los programas (Literatura: ¿veneno o realidad?
, 1970, e Importa
, 1971) que semana a semana preparaba y difundía el Departamento de Español de la Universidad de Chile por el canal 9, donde intentábamos desnudar los productos culturales masivos y su peso mistificador.
Desde 1971 hasta 1973 dirigí un seminario de título para alumnos que iban a graduarse como profesores de enseñanza del castellano, sobre La subliteratura y modos de combatirla
. A la discusión con sus integrantes, y con el compañero Manuel Jofré que me secundaba en esa labor, debo mucho de las ideas sobre medios masivos desarrollados en estos trabajos.
Inocencia y neocolonialismo: un caso de dominio ideológico en la literatura infantil
Para Rodrigo (4 años)
No hace tanto tiempo, la tierra contaba dos mil millones de habitantes, o sea quinientos millones de hombres y mil quinientos millones de indígenas. Los primeros disponían del Verbo, los otros lo tomaban prestado. Entre unos y otros, unos reyezuelos vendidos, unos señores feudales, una falsa burguesía compuesta de pies a cabeza, servían de intermediarios. En las colonias, la verdad se mostraba al desnudo: las
metrópoli la preferían vestida; necesitaban que el indígena los amase. Como madres, hasta cierto punto. La minoría selecta europea se dedicó a fabricar un indigenado selecto; se elegía a los adolescentes, se los marcaba en la frente, con el hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les metían en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se pegaban a los dientes; después de una breve permanencia en la Metrópoli, se los devolvía a su país, falsificados. Esas mentiras vivientes no tenían nada que decir a sus hermanos; resonaban; de París, de Londres, de Ámsterdam, lanzábannos las palabras ‘¡Partenón! ¡Fraternidad!’, y en algún lugar de África, de Asia, los labios se abrían: ‘¡...tenón! …nidad’. Era la Edad de Oro
.
Jean-Paul Sartre, prólogo de
Los Condenados de la Tierra, de Franz Fanon
Ese niño que usted tiene a su lado —cerca en todo caso, siempre hay un niño cerca— es en potencia el revolucionario del mañana. Como también puede ser el más resuelto de los defensores del orden establecido. El proceso de la socialización de ese pequeño ser humano constituye uno de los puntos neurálgicos en toda sociedad: ahí se deben generar las actitudes, condicionar los supuestos prerracionales, que permitan que ese niño crezca integrándose, cómodo, funcionante, entusiasta tuerca, en el statu quo.
La función de la literatura infantil de consumo masivo en la sociedad capitalista (desarrollada o subdesarrollada) es coadyuvar para que el niño preinterprete las contradicciones de la realidad (por ejemplo, autoritarismo, pobreza, desigualdad, etc.) como naturales, a medida que las vaya encontrando, como hechos perfectamente claros, comprensibles y hasta inevitables: el niño debe tener a su alcance, de antemano, las respuestas ideológicas que sus padres han internalizado, formas de pensar, sentir, vivir, que superan y unifican en la mente las tensiones que el crecimiento hará cada día más evidentes. El mecanismo de sustituir, compensar, deformar, en esa literatura, al justificar o racionalizar ocultamente, al definir con falsedad un problema para resolverlo triunfalmente, reafirmando en todo momento un sistema total invariable de preferencias psicológicas y morales desde el cual todo se ordenará, viene a reforzar el proceso pedagógico que la clase dominante, y la familia que es su agente, quiere imponer al niño para que este cumpla una determinada función ahora y especialmente cuando sea grande, proceso que puede rastrearse en todas las producciones de las sociedades capitalistas (libros, revistas, abecedarios, juguetes, camas y cunas, colores preferidos, programas de TV, vestimenta, elementos decorativos, etc.). El punto privilegiado de esa educación será el hijo de la burguesía que está recibiendo además los beneficios del sistema mismo, pero los hijos del proletariado también serán bombardeados con estas imágenes para que las consoliden interiormente, si bien su condición misma de explotados constantemente tenderá a hacer notoria la falsedad del esquema que se establece como norma.
Si en este ensayo solo se va a examinar un reducido sector dentro de esta vasta zona de dominio ideológico, es con la intención de que quede simultáneamente patentizada la necesidad de analizar las demás regiones, y con la certeza de que en efecto las estructuras-modelos que se descubrirán se podrán hallar duplicadas, con variaciones significativas, adaptadas al médium particular en que se inserta la subyugación en el resto de los sectores.
Quisiera, además, que el presente análisis contribuyera a re-conocer más exactamente algunas de las técnicas y procedimientos que se utilizan en la literatura infantil para conseguir la sumisión del niño y su aceptación de los valores burgueses vigentes, llamando la atención hacia el peligro que entrañaría que perdurasen esas formas en cualquier sociedad que está transformando sus estructuras económicas y sociales. Si bien una nueva cultura no podría surgir sino cuando los cambios en la propiedad de los medios de producción haga más manifiesta la distancia entre la ideología burguesa y la realidad que dice comprender, no es menos cierto que la vigilancia ante las formas lingüísticas oficiales de los dominadores con respecto a esos problemas concretos, vigentes, puede acelerar el proceso de desmitificación.
Por último, tal vez se pueda contribuir a una teoría de la ideología, y de la ambigua relación de esta con la realidad, ya que la manera en que el capitalismo coloniza a sus jóvenes, los modos específicos de ocultamiento, reducción, mistificación, inversión, mentira parcial o total, y que tienen que referirse a los eslabones más débiles y problemáticos de la sociedad, sintomatizan también los temores y aspiraciones desde la falsificación, desde la historia ideal que pretende sustituir la realidad, sirve para comprender la historia verdadera. La máscara que el hombre elige para confrontar sus dilemas, para sonreír en la presencia turbadora e interrogante de los otros, para aparentar una conciencia unitaria y coherente que permite sobrevivir mentalmente con las contradicciones, que de otro modo llevarían a los abismos de la locura, de la revolución o a la simple admisión de una irrevocable inmoralidad que sigue intereses mezquinos sin ninguna justificación ética o elevada (imposible, imposible), esa máscara que el sistema genera automáticamente para poder funcionar, no es en absoluto ajena a la cara (¿existe?) que late más abajo.
Vamos a analizar los libros que narran la historia del elefante Babar, que en los últimos años han iniciado su penetración en nuestro medio, después de un éxito sin precedentes en los últimos treinta años en Francia (y también en otros lugares del mundo occidental). La razón de haber seleccionado a este personaje y no a otro más popular, reside en el hecho de que en Babar se expresan representativamente una serie de características ejemplares que difícilmente podrían hallarse reunidas con tanta claridad en torno a otro ente de la literatura infantil: es un modelo casi prototípico. De todas maneras, cuando venga al caso, se establecerán paralelos con procedimientos similares utilizados en otras formas vigentes, en especial con el mundo de Walt Disney.
Básicamente, la de Babar es la historia de un paquidermo cualquiera que, debido a su peculiar educación y vínculo con el mundo de los hombres, se convirtió en el rey de los elefantes, salvando y transformando a su país. Posteriormente, al tener familia, el autor y el lector atenderán con preferencia a los hijitos de Babar.
Babar nace como un elefante común y corriente: crece y juega en una realidad idílica, entre otros animalitos. Sin embargo, esta centración adánica se va a alterar, ya que un cazador malo
mata a su mamá y lo fuerza a escapar del bosque y a dirigirse a la deslumbrante ciudad. El primer contacto con la civilización resulta así negativo: se interviene para matar y destruir. Pero la ciudad paga a Babar lo que le quitó. La figura femenina de la anciana señora
sustituye a la madre, adopta al elefante. Lo primero que deseará Babar es vestirse bien
: ella le entrega todo el dinero necesario, durante los primeros dibujos anda en cuatro patas: apenas pierde su desnudez y se gemela con ropa en un espejo, toma conciencia de su piel y de esa segunda piel que es la vestimenta. Babar comienza a mimetizarse con los hombres, a utilizar sus ademanes bípedos. Se levanta en dos patas. Sobreviene enseguida un proceso educativo: Babar va a transformarse —sin perder su apariencia de animal— en un ser humano: usa servilleta, duerme, hace gimnasia, se baña en tina y con esponja, maneja su propio auto, viste a la moda. Ella le da todo lo que él quiere
. Un sabio profesor le enseña, y así aprende a escribir, sumar, etc. Puede vislumbrarse también un mapamundi donde África y América se destacan muy nítidamente.
Babar progresa
: en vez de los instintos, la ignorancia, adquiere los conocimientos y pautas del mundo que lo cobija, aprende a comportarse frente a la realidad de cierta manera normativa. Evidentemente, en un primer plano superficial, se estaría instando a los pequeños lectores a que se condujeran de una manera similar (que sean obedientes, inteligentes, que usen buenos modales, etc.). El niño parte, como Babar, sin elementos sociales, es también salvaje, ignorante, anda en cuatro patas, etc. La correspondencia entre estos dos inocentes, el animal y el infante, conforman —como veremos más detalladamente después— la base del dominio ideológico, el mecanismo y puente que permitirá deformar la realidad. Pero interesa, por ahora, notar que Babar no es solo un niño: tiene además un país propio, que sigue siendo primitivo, tribal, desnudo, un país que no ha evolucionado junto con él. Desde esa realidad —en rigor desde los sectores aún no subyugados de su personalidad y que no podrán jamás ser borrados, desde su animalidad siempre emergente— vienen emisarios a buscarlo ("dos pequeños elefantes totalmente desnudos", subrayo yo).
Este primer contacto entre Babar ya civilizado, casi adulto diríase, y los otros elefantes, que son como un reflejo de lo que él fue alguna vez, define el futuro del país de los elefantes: sus primos son inmediatamente incorporados al mundo de la anciana señora, se los viste, y luego —como premio por haber balbucido el primer paso— se los lleva a comer pasteles (el dulce que domestica, el dulce que calma las lágrimas, que hace aceptable las mentiras, la miel que facilita el pasaje fluido hacia el acomodo, el dulce-niño, el dulce-adulto). Habiendo demostrado la superioridad y el contagio de su educación, contando con aliados, con una compañera (se casará después con Celeste, su prima), puede ahora volver a la selva.
Pero nunca olvidará a la anciana señora
.
Parten en auto, vestidos, con valijas, con claxon y algarabía. Detrás van corriendo, en cuatro patas, las madres de los primos que habían venido a buscarlos: es la primera consecuencia visible de la falta de civilización. Quienes no acepten esos modelos serán excluidos de los placeres (de andar en auto); serán unos fracasados.
Mientras tanto, al morir el Rey de los elefantes accidentalmente, se ha providencializado la llegada de Babar. Los elefantes más ancianos
se reúnen para elegir nuevo rey, preocupadísimos
: es un aciago día’’,
qué desgracia. Se abona la venida de un Mesías, de un salvador, que resuelva el problema. En efecto, el rey de los elefantes se diferenciaba de los demás solo por la corona que llevaba; pero al comerse una
seta venenosa demuestra que es un ser tonto e ineficaz, que realiza actos que los niños lectores se habrían cuidado muy bien de hacer. Si el rey (el mejor) de los elefantes, se comporta de un modo tan infantil y peligroso, ¿qué se podrá esperar del resto de ellos? El nuevo gobernante deberá venir desde afuera: no será un nativo sino alguien educado en el país de los hombres, un ser civilizado. Mientras ellos deliberan desesperados, Babar sale del país de los hombres (casas, una plaza, aviones, una iglesia, autos, a lo lejos campos sembrados ordenadamente, monumentos) con todos los signos pre-claros de su vinculación a este mundo.
¡Qué vestidos más bonitos lleváis! Qué coche más precioso". Frente a la gran masa indiferenciada y gris que los recibe, ellos aparecen con personalidad definida: color, movimiento, técnica, los destacan y se convierten en un erecto signo exterior de su superioridad, su asimilación a los valores, objetos y concepciones del fascinante y desconocido universo de los hombres. A Babar se le asigna la investidura del predominio en un mundo bárbaro donde todos son indefensos e ingenuos. Su cercanía al mundo occidental (al mundo de los adultos), al centro prestigioso, será ahora y en cada episodio futuro, el fundamento de su mando, la fuente de su regir. El viejo Cornelio así lo entiende (vuelve de la ciudad, donde ha aprendido muchas cosas al alternar con los hombres
) y sugiere que coronen a Babar. Sin vacilación
, los elefantes aceptan, "Cornelio ha hablado como Un libro", es decir, como un objeto cultural autoritario