Un cuento de brujas
Por Chris Colfer
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Por todas partes la paz empieza a resquebrajarse, la ira recorre los reinos que se oponen a la legalización de la magia y una orden milenaria, la Hermandad de los Justos, se ha alzado de nuevo con una sola misión: exterminar la magia para siempre, empezando por Brystal.
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Un cuento de brujas - Chris Colfer
Título original: A Tale of Witchcraft
Traducción del inglés de Julián Alejo Sosa
Edición revisada y adaptada.
Ilustraciones de cubierta e interior: Brandon Dorman - © Hachette Book, Inc.
Primera edición: noviembre de 2021
© Christopher Colfer, 2020
© VR Europa, un sello de Editorial Entremares, s.l., 2021
Gran Vía de Les Corts Catalanes 283, 08014 Barcelona - www.vreuropa.es
Publicado en virtud de un acuerdo con Little, Brown and Company, Nueva York,
Nueva York, USA. Todos los derechos reservados.
ISBN: 978-84-124770-4-7 - Depósito legal: B-14.899-2021
Diseño de cubierta: Sasha Illingsworth y Angelie Yap
Armado de ebook: Tomás Caramella
Impreso por Estugraf Impresores
Impreso en España / Printed in Spain
Este libro se ha impreso en papel procedente de bosques gestionados
de forma sostenible y que ha seguido un proceso de fabricación totalmente libre de cloro.
Para todos los profesionales de la salud mental,
defensores y pioneros. Gracias por esparcir la luz.
Y a todos los trabajadores esenciales que recientemente
han redefinido la palabra heroísmo.
MapaaperturaPrólogo
ornamentoUn regreso justo
Empezó a media noche, mientras el mundo dormía. Cuando la luz de los faroles de la calle se desvaneció y su intensidad disminuyó en el Reino del Sur, cientos de hombres de todo el reino (trescientos treinta y tres para ser exactos), de pronto, salieron de sus casas al mismo tiempo.
No habían planeado ni ensayado esta actividad peculiar. Los hombres nunca habían hablado de esto y ni siquiera conocían la identidad de sus compañeros. Provenían de distintas aldeas, familias y orígenes, pero, en secreto, los unía una causa maléfica. Y esa noche, después de un largo tiempo en silencio, esa causa finalmente cobraba vida.
Salieron a la noche con una túnica plateada inmaculada que prácticamente brillaba a la luz de la luna. Llevaban máscaras del mismo color plateado, con dos ranuras sobre los ojos, que los cubrían casi por completo, y un lobo blanco y feroz en el pecho. Los uniformes ominosos los hacían parecer más fantasmas que humanos, aunque, en muchos sentidos, sí eran fantasmas.
Después de todo, habían pasado siglos desde la última aparición de la Hermandad de los Justos.
Los hombres abandonaron sus hogares y se aventuraron hacia la oscuridad, todos en la misma dirección. Viajaban a pie y caminaban tan lentamente que sus pisadas no emitían ningún sonido. Cuando dejaron sus pueblos y aldeas atrás y se aseguraron de que nadie los hubiera seguido, encendieron las antorchas e iluminaron el camino que tenían por delante. Sin embargo, no avanzaron por los caminos de piedra durante mucho tiempo; su destino se encontraba más allá de cualquier ruta transitada y no figuraba en ningún mapa.
La Hermandad cruzó colinas verdes, atravesó pantanos densos y arroyos someros mientras caminaban por territorio inexplorado. Nunca antes habían ido a su destino ni lo habían visto con sus propios ojos, pero tenían tan presentes las direcciones que los árboles y las rocas parecían un recuerdo cercano.
Algunos hombres habían viajado desde mucho más lejos que otros. Algunos avanzaban rápido y otros mucho más lento, pero dos horas después de la medianoche, los primeros de los trescientos treinta y tres viajeros empezaron a llegar. Y el lugar era exactamente como esperaban.
En la parte más sur del reino, a los pies de la cadena montañosa del Mar del Sur, se encontraban las antiguas ruinas de una fortaleza caída en el olvido. Desde lejos, parecía el esqueleto de una criatura enorme que el mar había arrastrado a la costa. Tenía paredes de piedra escarpadas, las cuales estaban horriblemente dañadas y destruidas. Había cinco torres a punto de derrumbarse, que se elevaban hacia el cielo como los dedos de una mano esquelética, y numerosas rocas afiladas, que colgaban sobre un puente levadizo como dientes de una boca gigante.
La fortaleza llevaba seiscientos años deshabitada; incluso las gaviotas la evitaban cuando volaban por la brisa nocturna. Pero más allá de su aspecto tenebroso, era sagrada para la Hermandad de los Justos, ya que era el lugar de nacimiento de su clan, un templo para sus creencias, y había servido de cuartel general durante los días en los que imponían su Doctrina Justa sobre el reino.
Pero con el tiempo la Hermandad impuso su doctrina con tanto éxito que ese centro de operaciones ya no fue necesario. De este modo, cerraron las puertas de su querida fortaleza, colgaron sus uniformes y se recluyeron. Con el paso del tiempo, su existencia se convirtió en un mero rumor que acabó transformándose en un mito, uno que casi cae en el olvido.
Durante siglos, generación tras generación, la Hermandad permaneció en silencio, marginada, admirando la forma en la que sus ancestros habían moldeado el Reino del Sur y, por consiguiente, el resto del mundo.
Pero el mundo estaba cambiando. Y el silencio de la Hermandad estaba llegando a su fin.
A primera hora, una serie de banderas con la imagen de un lobo blanco apareció a lo largo de los pueblos y aldeas del Reino del Sur. Las banderas eran pequeñas y la mayoría de los ciudadanos apenas las notaron, pero para estos trescientos treinta y tres hombres, las banderas acarreaban un mensaje inconfundible: era hora de que la Hermandad de los Justos regresara. Por esa razón, unas horas después, cuando sus esposas e hijos dormían, los hombres sacaron los uniformes de sus escondites, se vistieron con las túnicas, se pusieron las máscaras plateadas y abandonaron sus hogares para dirigirse a la fortaleza del sur.
Los primeros en llegar se situaron en el puente levadizo y vigilaron la entrada. A medida que el resto llegaba, formaron una fila y recitaron un antiguo pasaje antes de entrar.
«Todos deben temer a los trescientos treinta y tres».
Cuando se les permitió entrar, la Hermandad se reunió en un patio inmenso en el corazón de la fortaleza. Los hombres se quedaron de pie en completo silencio mientras esperaban al resto del clan. Se miraban entre sí con extrema curiosidad, ya que nunca se habían visto. Se preguntaban si reconocían alguno de los ojos que los miraban a través de las máscaras, pero no se atrevían a preguntar. La primera regla de la Hermandad de los Justos consistía en nunca revelar la identidad, en especial entre compañeros. Según ellos, la clave del éxito de una sociedad secreta era que todos se mantuvieran en secreto.
Cinco horas después de la medianoche, los trescientos treinta y tres miembros estaban presentes. Una bandera plateada con la imagen de un lobo blanco se mecía al viento sobre la torre más alta para marcar el regreso oficial de la Hermandad. Después
de izar la bandera, el Alto Comandante del clan se presentó y se colocó una corona con espinas de metal sobre la cabeza. El resto hizo una reverencia ante su superior mientras este subía a la plataforma de piedra, donde el resto de los trescientos treinta y dos pares de ojos podían verlo.
—Bienvenidos, hermanos —dijo el Alto Comandante, extendiendo los brazos—. Es glorioso veros a todos reunidos. Hace más de seiscientos años que no llevamos a cabo una reunión de estas características y estoy seguro de que nuestros padres fundadores se sentirían orgullosos de saber que la Hermandad ha sobrevivido el paso del tiempo. Durante generaciones, los principios y responsabilidades de esta Hermandad han pasado de padre a hijo mayor en las trescientas treinta y tres familias más puras del Reino del Sur. Y en el lecho de muerte de nuestros padres, juramos dedicar nuestra completa existencia, en esta vida y la siguiente, a proteger y preservar nuestra Doctrina Justa.
El Alto Comandante hizo un gesto con una mano y empezaron a recitar apasionadamente la Doctrina Justa al unísono:
—La humanidad debe dominar y los hombres deben dominar a la humanidad.
—Así es —dijo el Alto Comandante—, nuestra doctrina no es solo una simple opinión, sino que es el orden natural. La humanidad es la especie más fuerte e inteligente de este planeta. Nos crearon para dominar y nuestro dominio es la clave de la supervivencia. Sin hombres como nosotros, la civilización colapsaría y el mundo caería en el caos de los tiempos primitivos.
»Durante miles de años, esta Hermandad ha luchado contra fuerzas oscuras y antinaturales que amenazan el orden natural, y nuestros ancestros trabajaron incansablemente para asegurar la supremacía legítima de la humanidad. Desestabilizaron comunidades de trolls, goblins, duendes, enanos y ogros para que las criaturas hablantes nunca pudieran organizarse y atacarnos. Privaron a las mujeres de educación y oportunidades para evitar que el sexo débil subiera al poder. Y lo más importante de todo, nuestros ancestros fueron los primeros en declararle la guerra a la blasfemia de la magia y hacer caer a todos sus practicantes enfermos en el olvido.
Los hombres del clan levantaron las antorchas sobre sus cabezas y celebraron los actos heroicos de sus ancestros.
—Hace seis siglos, la Hermandad logró su mayor proeza
—continuó el Alto Comandante—. Nuestros ancestros idearon un plan para ubicar al Rey Campeón I en el trono del Reino del Sur. Después rodearon al joven rey con un consejo de Jueces Supremos que trabajaban para la Hermandad. Pronto, la Doctrina Justa sentó las bases del reino más poderoso de la Tierra. Las criaturas hablantes fueron segregadas y perdieron sus derechos, a las mujeres se les prohibió leer libros y la magia se convirtió en una ofensa criminal castigable con la muerte. Durante seiscientos magníficos años, la humanidad gobernó sin oposición. Cuando la Doctrina Justa estuvo a salvo, nuestra Hermandad desapareció lentamente en las sombras y disfrutó de un descanso prolongado.
»Pero nada es para siempre. La Hermandad se ha reunido esta noche porque una nueva amenaza ha emergido. Una amenaza inimaginable hasta ahora. Y nosotros debemos eliminarla de inmediato.
El Alto Comandante chasqueó los dedos y dos miembros del clan salieron corriendo del patio. Volvieron a los pocos segundos con un cuadro grande y lo pusieron sobre la plataforma de piedra que había junto a su superior. Era un retrato de una joven de ojos azules y pelo castaño claro. Su ropa destellaba y algunas flores blancas adornaban su larga trenza. Si bien su sonrisa podía transmitir calidez incluso a los corazones más fríos, tenía algo que incomodaba a la Hermandad.
—Pero es solo una niña —dijo un hombre desde el fondo—. ¿Qué tiene de amenazante?
—Esa no es solo una niña —dijo un hombre desde el frente—. Es ella, ¿verdad? ¡La que la gente llama Hada Madrina!
—No os confundáis, hermanos, esta joven es peligrosa —les advirtió el Alto Comandante—. Debajo de esas flores y esa sonrisa encantadora se encuentra la mayor amenaza a la que la Hermandad de los Justos jamás se ha enfrentado. Mientras hablamos, este monstruo… esta niña… ¡está destruyendo todo lo que nuestros ancestros crearon!
Un murmullo nervioso se esparció por todo el lugar, lo que llevó a otro hombre a dar un paso hacia delante y dirigirse a todo el clan, inquieto.
—He investigado mucho a esta Hada Madrina —anunció—. Su nombre real es Brystal Evergreen y ¡es una criminal de Colinas Carruaje! El año pasado, la arrestaron por leer bajo la condición de ser mujer y ¡por perpetrar actos de magia! Deberían haberla ejecutado por sus crímenes, pero le perdonaron la vida, ya que su padre, el Juez Evergreen, utilizó sus contactos para atenuar la condena y, en lugar de la pena de muerte, la sentenciaron a trabajo forzoso en el Correccional Atabotas para Niñas Problemáticas. ¡Pero Brystal Evergreen solo estuvo allí un par de semanas antes de escapar! ¡Se marchó al sudeste del Entrebosque y se unió a un aquelarre maléfico de hadas! Vive allí desde entonces, desarrollando sus habilidades pecaminosas con otras paganas como ella.
—Me atrevería a decir que ya las ha desarrollado por completo —agregó el Alto Comandante con un tono juguetón—. ¡Recientemente, Brystal Evergreen intentó convencer al Rey Campeón XIV para que cambiara las leyes del Reino del Sur! ¡Dividieron el Entrebosque en distintos territorios para que las criaturas hablantes y las hadas pudieran tener sus propios hogares! ¡Incluso permitieron que las mujeres leyeran y se educaran! ¡Pero lo peor de todo es que Brystal Evergreen orquestó un plan mundial para legalizar la magia! ¡Prácticamente, de la noche a la mañana, todo rastro de la Doctrina Justa se eliminó de la constitución del Reino del Sur!
»Pero el reinado de terror de Brystal Evergreen no termina aquí, hermanos míos. Ha abierto una escuela de magia atroz en el Territorio de las Hadas e ha invitado a miembros de la comunidad mágica para que vivan allí y desarrollen sus habilidades antinaturales. Cuando no está dando clases, Brystal Evergreen viaja por los reinos con un grupo de degeneradas conocidas como el Consejo de las Hadas. Han conseguido la atención y el afecto del mundo, ya que pretenden «ayudar» y «curar» a aquellos que lo necesitan, pero nuestra Hermandad no se dejará engañar. El objetivo de la comunidad mágica es el mismo de hace seiscientos años: lavarle el cerebro al mundo con sus hechizos y esclavizar a la raza humana.
La Hermandad arengó con tanta fuerza que la antigua fortaleza tembló.
—Alto Comandante, me temo que llegamos demasiado tarde —dijo un hombre desde la multitud—. Desde la aparición del Consejo de las Hadas, la gente se ha encariñado con la magia. He oído a personas discutir sobre los beneficios sorprendentes que ha traído esta legalización. Aparentemente, hay menos enfermedades gracias a las nuevas pociones y elixires que se venden en las farmacias. También comentan que las cosechas están en su mejor momento gracias a hechizos que se encargan de protegerlas de heladas y plagas. Y el pueblo incluso le atribuye el crecimiento de nuestra economía a la popularidad que han ganado los productos encantados. Todos los hombres quieren un carruaje autónomo, todas las mujeres quieren una escoba autónoma y todos los niños quieren un columpio autónomo.
—La opinión pública también ha empezado a cambiar con respecto al resto de las enmiendas —dijo otro hombre entre la multitud—. De hecho, a la mayoría del Reino del Sur le gustan los cambios que el Rey Campeón ha hecho a la constitución. Dicen que permitirles a las mujeres leer y educarse ha elevado los debates en las escuelas y ha generado que las personas de todos los géneros sean más creativas y originales. Además, dicen que haber dividido el Entrebosque en distintos territorios ha logrado que las criaturas hablantes sean más civilizadas y que los viajes y el comercio entre los reinos sea mucho más seguro que antes. Después de todo, la gente cree que la legalización de la magia ha despertado una nueva era de prosperidad y se preguntan por qué no ocurrió antes.
—¡Esa prosperidad es solo una fachada! —gritó el Alto Comandante—. Una hortensia puede parecer preciosa y su aroma placentero, ¡pero no deja de ser venenosa si la consumes! ¡Si no restauramos la Doctrina Justa, nuestro mundo empezará a pudrirse desde dentro! Tanta diplomacia nos volverá débiles, tanta igualdad matará la iniciativa y tanta magia nos hará holgazanes e incompetentes. ¡La comunidad mágica nos dominará, el orden natural se desmoronará y sucederá el pandemonio absoluto!
—Pero ¿cómo restauramos la Doctrina Justa? —preguntó un miembro del clan—. El Rey Campeón opera bajo la influencia de Brystal Evergreen; ¡y necesitamos al rey para cambiar las leyes!
—No necesariamente. —El Alto Comandante se rio levemente—. Necesitamos un rey, no al rey.
A juzgar por los pliegues de su máscara, la Hermandad podía ver que su superior estaba sonriendo.
—Y ahora pasemos a las buenas noticias —dijo el Alto Comandante—. El Rey Campeón XIV tiene ochenta y ocho años y no falta mucho tiempo para que un nuevo rey asuma el trono del Reino del Sur. Y resulta que el próximo apoya con mucha intensidad nuestra causa. Respeta el orden natural de las cosas, cree en la Doctrina Justa y, al igual que nosotros, no se ha dejado enga-ñar por las muestras de compasión del Consejo de las Hadas. Ha aceptado prohibir los cambios introducidos por el Rey Campeón con una condición: que lo nombremos el nuevo líder de nuestra Hermandad y le sirvamos como el Rey Justo.
Los miembros del clan no pudieron contener su entusiasmo. Nunca se habían imaginado un mundo en el que el soberano de
la Hermandad de los Justos y el soberano del Reino del Sur fuera la misma persona. Si actuaban con inteligencia, ese desenlace podría solidificar la Doctrina Justa durante generaciones.
—¿Qué pasa con la comunidad mágica? —preguntó un miembro del clan—. Son más poderosos y populares que nunca. Es evidente que se revelarán en contra del nuevo rey o lo embrujarán, como hicieron con el viejo.
—Entonces debemos exterminarlos antes de que el próximo rey suba al trono —dijo el Alto Comandante.
—Pero ¿cómo? —preguntó el miembro del clan.
—Del mismo modo que nuestra Hermandad eliminó a la comunidad mágica hace seiscientos años. Y creedme, hermanos, nuestros ancestros iban armados con mucho más que solo una doctrina.
El Alto Comandante se bajó de la plataforma de piedra y la levantó como si fuera una escotilla gigante. Para sorpresa de
la Hermandad, encontraron un arsenal masivo de cañones, espadas, ballestas, lanzas y cadenas. Había suficientes armas como para movilizar a un ejército entero de miles de hombres, pero estas armas no se parecían en nada a las que los miembros del clan habían usado alguna vez. En lugar de estar hechas con hierro o acero, todas las espadas, puntas de flechas, cadenas y balas de cañón estaban fabricadas con una roca roja que brillaba, como si tuviera fuego en el interior. La luz carmesí bañó por completo el patio gris y dejó perplejos a todos los presentes.
—¡Es hora de que la Hermandad de los Justos salga de las sombras! —anunció el Alto Comandante—. Debemos honrar
la promesa que les hicimos a nuestros padres y atacar antes de que nuestros enemigos tengan tiempo de organizarse. ¡Unidos, con el apoyo del Rey Justo, preservaremos el orden natural, restauraremos la Doctrina Justa y exterminaremos a la comunidad mágica de una vez por todas!
El Alto Comandante cogió una ballesta cargada del arsenal y le disparó tres flechas al retrato de Brystal Evergreen: una en la cabeza y dos en el corazón.
—Y como en todo control de plagas, primero debemos matar a la reina.
apertura1
ornamentoEl daño a la presa
Además de contar con una industria exitosa de madera (y algunos escándalos de la realeza), el Reino del Oeste era conocido por su icónica Presa del Oeste, situada en la capital, la Fortaleza de Longsworth.
La estructura tenía más de trescientos metros de altura y estaba hecha de cinco millones de bloques de roca, así que evitaba que la Fortaleza de Longsworth quedara bajo el agua del Gran Lago del Oeste.
La presa tenía dos siglos de antigüedad y tardaron muchos años en construirla, así que cuando la acabaron en el verano de 452, declararon que ese día histórico pasaba a ser fiesta nacional.
El Día de la Presa era una fecha muy esperada por los ciudadanos del Reino del Oeste y un momento muy importante del año. La gente tenía el día libre, los niños y las niñas no asistían a la escuela y todos se reunían a jugar, comer y brindar por la presa que protegía a la capital.
Desafortunadamente, todos esperaban que el Día de la Presa de ese año fuera una desilusión. Después de una serie de terremotos inesperados, los cimientos de la Presa del Oeste se habían movido y habían creado una grieta inmensa en la estructura. El agua brotaba con fuerza por la abertura angosta y cubría la Fortaleza de Longsworth con una lluvia constante. El daño empeoraba con el tiempo, ya que la grieta se hacía cada vez más grande y la ciudad se inundaba.
Necesitaba mantenimiento de forma urgente, pero el soberano del reino, el Rey Belicton, no daba la orden. Más allá de tratarse de una hazaña cara y urgente, también era una tarea peligrosa, ya que debían evacuar toda la ciudad en el proceso. El rey pasó muchas noches en vela, rascándose su calva cabeza y retorciéndose el bigote mullido, mientras intentaba encontrar una solución alternativa.
Para su suerte (y la de sus ciudadanos muy, muy mojados), había nuevos recursos a su disposición y usarlos solo le costaría un poco de orgullo. Al principio, el rey rechazó la idea, pero mientras miraba la interminable neblina que convertía las calles de la Fortaleza de Longsworth en pequeños arroyos, comprendió que ya no tenía otra opción. Fue así como el Rey Belicton solicitó un pedazo de su papel más fino y su pluma más elegante, y escribió una carta para pedir lo que más odiaba: ayuda.
Querida Hada Madrina:
El último año se ha ganado la gratitud del mundo entero después de sus valientes hazañas en el Reino del Norte. Yo, junto a mis súbditos, nunca le agradecimos lo suficiente el habernos liberado de la Reina de las Nieves y haber salvado al planeta de la Gran Tormenta de 651. Desde ese entonces, ha fascinado e inspirado al mundo con actos de profunda generosidad. Ya sea construyendo orfanatos y refugios, o alimentando a los hambrientos y curando a los enfermos, usted y el Consejo de
las Hadas nos han llegado al corazón con su compasión y caridad.
En este momento, le escribo con la esperanza de que considere
compartir su compasión con el Reino del Oeste. Durante las últimas semanas, la Presa del Oeste, de la Fortaleza de Longsworth, sufrió daños que deben repararse de inmediato. Tardaríamos gran parte de la primera mitad de la década en llevar a cabo una reparación tradicional y obligaría a miles de ciudadanos a abandonar sus hogares. Sin embargo, si usted está dispuesta a darnos una solución mágica, mi pueblo no tendrá que atravesar esas injusticias. Si es posible realizar este gesto, las hadas se ganarán el respeto eterno del Reino del Oeste y nos darán una razón adicional para celebrar nuestro tan querido Día de la Presa.
No es un secreto que el Reino del Oeste, al igual que nuestras naciones vecinas, tiene una historia complicada con la comunidad mágica. No podemos borrar la discriminación
y las injusticias del pasado, pero con su amabilidad, podríamos marcar el comienzo de una nueva etapa para las relaciones entre el Oeste y la magia.
Le ruego que nos perdone y nos ayude en estos momentos tan difíciles.
La saludo con humidad,
Su Majestad,
El Rey Belicton del Reino del Oeste
El rey quedó exhausto después de tanta humillación. Dobló la carta con cuidado y le estampó su sello oficial antes de entregársela a su mensajero más veloz.
A la mañana siguiente,