La ciudad sumergida: Aristocracia y plebe en Lima, 1760-1830
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En La ciudad sumergida. Aristocracia y plebe en Lima, 1760-1830, Alberto Flores Galindo aborda, de manera lúcida y clara, la composición de las clases sociales en un periodo que bien hubiera podido ser el caldo de cultivo para una revolución de gran magnitud, pero que, sin embargo, se vio influido por diversos sucesos que fueron dando forma a la separación de clases en la Ciudad de los Reyes, con matices raciales, pero también económicos.
Con la mirada puesta en «el entramado de la vida cotidiana», Flores Galindo nos ofrece una aproximación tanto cronológica como social, al delinear las miradas, los temores y el día a día de «los de arriba» y «los de abajo». Un tema que sigue vigente y que —esperamos— seguirá abriendo paso al diálogo en el país.
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La ciudad sumergida - Alberto Flores Galindo
Alberto Flores Gallindo fue un historiador, profesor universitario, periodista e intelectual de izquierda peruano, fundador de SUR Casa de Estudios del Socialismo.
Se argumenta que la doble sensibilidad, académica y política, de este historiador afloró en su aproximación a temas como la revolución de Túpac Amaru II, la complicidad criolla en el sostenimiento de una contrarrevolución de la independencia marcada por la discriminación social y la destrucción del proyecto de una utopía andina aristocrática y popular.
La ciudad sumergida
Aristocracia y plebe en Lima, 1760-1830
Alberto Flores Galindo, 1984
© Cecilia Rivera e hijos
De esta edición:
© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2023
Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú
feditor@pucp.edu.pe
www.fondoeditorial.pucp.edu.pe
Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición:
Fondo Editorial PUCP
Imagen de portada: Rosa Rojas Escudero (rojas.rv@pucp.edu.pe;
rvre17@gmail.com) y Zeta Chávez Gallegos (z.chavez@pucp.edu.pe)
Imagen de retira: Daniela Yompián (daniela.yompian@pucp.edu.pe) y Celeste Hilario (a20193161@pucp.edu.pe)
Primera edición digital del Fondo Editorial PUCP: abril de 2023
Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2023-02849
e-ISBN: 978-612-317-843-7
«... volvamos por un minuto al siglo XVIII. Oso a tal invitación, porque el siglo XVIII, a más de bonito, está cuajado de símbolos y sorpresas de lo pasado y lo futuro...».
Martín Adán
«La población subterránea de Lima es otra invisible metrópoli de huesos que duplica la ciudad visible. Cráneos y esqueletos prehispánicos, a varios metros de profundidad, aderezados de plumas, mantos y collares, soportan el peso de otros cráneos y esqueletos de capa y espada, saya, sotana y crucifijo».
Jorge Eduardo Eielson
A mis padres
A Carlos y Miguel
Índice
Abreviaturas
Agradecimientos
Palabras previas
Nota a la segunda edición de 1991
Introducción
Primera parte
I. El hilo de la madeja
1. El siglo XVIII
2. Un litigio
3. La cuestión del trigo: una vieja polémica
II. Una agricultura de exportación
1. El triunfo de la caña de azúcar
2. Los valles de Lima
3. La producción agrícola
a. Fuentes: los diezmos
b. Cifras: la región
c. Cifras: los valles
III. Aristocracia en vilo
1. Lima y la Mar del Sur
2. El mercado interior
3. Efímero esplendor
Segunda parte
IV. Vidas de esclavos
1. Un oculto temor
2. Cuestión previa: el número
3. En el campo
a. Las haciendas
b. Descomposición del esclavismo
c. Cimarrones y palenques
4. En las ciudades
a. Artesanado y servicio doméstico
b. Un suicidio
5. Sevicia
6. Caminos de la libertad
V. Rostros de la plebe
1. Bandidos de la costa
2. Violencia de todos los días
3. La ciudad como cárcel
4. Tensión étnica
5. Una comedia humana: las tradiciones
VI. Vivir separados
1. Pescadores
2. Pueblos de indios
Tercera parte
VII. ¿Una sociedad sin alternativa?
1. Quiebra de la aristocracia mercantil
2. Un motín: 5 de julio de 1821
3. Campos devastados
VIII. Colonialismo y violencia
Anexos
Fuentes y Bibliografía
Fuentes
Bibliografía
Abreviaturas
Nota: La ortografía de los documentos citados ha sido actualizada.
Agradecimientos
Este libro tiene una larga historia. Se remonta a los estudios de posgrado que hice en París a partir de 1972: allí recibí el aliento de Fernand Braudel, Pierre Vilar y Ruggiero Romano, mi director de tesis.
Dos instituciones financiaron, en momentos difíciles, mi trabajo de archivo: el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y el Social Science Research Council (SSRC). Durante la primera redacción del texto conté con la acogida del Instituto de Apoyo Agrario. A principios de 1983 fue presentado como tesis en la Université de Nanterre, bajo el título de Aristocratie et plebe: Lima 1760-1830. Recogiendo los comentarios recibidos durante la sustentación, revisé las páginas sobre la plebe y modifiqué otros aspectos del libro: todo esto fue posible gracias a una beca otorgada por FOMCIENCIAS (entre agosto de 1982 y julio de 1983), que, además, me permitió recurrir a la colaboración de Aldo Panfichi y Magdalena Chocano, para ampliar y completar la información que disponía.
Quiero agradecer, a riesgo de omisiones, también a quienes de una manera u otra han estado presentes en momentos de entusiasmo o desaliento, en la lectura silenciosa de documentos o en la agitación de la escritura. Nuevamente Ruggiero Romano: nunca se agradecerá suficientemente su aliento a la joven historiografía peruana; Manuel Burga con sus observaciones críticas; Marina Cedronio y los amigos italianos de la Cité Universitaire; Cecilia Rivera, mi esposa, que, además de acompañarme, se dio tiempo para leer los borradores; los archiveros y los bibliotecarios de todos los lugares mencionados en el libro, que siempre me prestaron su desinteresada colaboración. Fueron inapreciables —aunque no necesariamente absueltos— los comentarios y las objeciones de Pablo Macera, Steve Stern, Frédéric Mauro, César Espinoza, José Deustua, Julio Cotler, Luis Pásara, Gonzalo Portocarrero, Victoria Espinosa, Paul Gootenberg y Guillermo Nugent. La simpática agresividad de Madame Françoise Deler fue decisiva para mejorar el castellano de estas páginas. A todos reitero mi agradecimiento.
Lima, setiembre de 1983
Palabras previas
«En Lima no he aprendido nada del Perú. Allí
nunca se trata de algún objeto relativo a la felicidad
pública del reino. Lima esta más separado del Perú
que Londres, y aunque en ninguna parte de la
de la América española se peca por demasiado
patriotismo, no conozco otro en la cual este
sentimiento sea más apagado».
Alexander von Humboldt,
Carta a Ignacio Checa, 1802.
El 28 de mayo de 2021, Alberto Flores Galindo hubiera cumplido 72 años, pero desafortunadamente, aunque nos parezca increíble, nos dejó un 26 de marzo de 1990, hace casi 33 años, cuanto tenía escasamente 40. Lo conocí en 1968, en una de esas tertulias que organizaba Pablo Macera en su casa de la calle José Díaz, frente al Estadio Nacional, quizá una noche de ruidosas barras, las que solíamos de vez en cuando escuchar. Esa noche salimos juntos, él caminó a la cuadra 13 de la avenida Brasil, donde vivía con sus padres, yo me retiré a la urbanización Los Pinos, cerca del campus de San Marcos, donde había comenzado a vivir. Desde entonces seguí de cerca su apasionado trabajo, hecho con inteligencia, ternura y, a menudo, con muy buen humor. Reíamos frecuentemente al analizar detalles de nuestra historia y compararla con la francesa. Desde entonces tenía ya un firme compromiso político, no con partidos, sino con las grandes mayorías, la gente, los agentes y actores de nuestra historia.
Este libro, Aristocracia y plebe en Lima, 1760-1830, fue su tesis doctoral, defendida en la Universidad de París, ante un jurado presidido por Pierre Vilar, en enero de 1983. Los amigos peruanos que estuvimos presentes lo vivimos como un gran acontecimiento dentro del desarrollo de nuestra historiografía nacional. Recuerdo sus apuros al tomar sus primeros quince minutos en francés, frente a su asesor Ruggiero Romano y dos especialistas franceses en América Latina. Así culminaba un proyecto que él había empezado en 1973, también en París, cuando tuve la suerte de reencontrarlo, e imaginar, junto a él, muchos proyectos que, en los siguientes 15 años, dentro de los «tiempos de plagas» que logramos sortear en nuestro país, desarrollamos en ensayos, artículos y libros.
En ese enero de 1983 vivimos, también en París, la perturbación climática que llamamos «Niño», que tuvo efectos devastadores en el norte peruano, sobre todo, y que se sentía nítidamente en París como una alteración mundial. Aquel fue un mes fatal; recuerdo claramente el 26 de enero de 1983, cuando los campesinos de Uchuraccay (Huanta, Ayacucho) asesinaron violentamente a ocho periodistas —uno de ellos ayacuchano y el resto limeños— que se dirigían a cubrir una noticia importante en una comunidad vecina. Y fue esa muerte violenta, que conmovió al país, lo que hizo hablar a muchos de las aisladas comunidades andinas. Una de las explicaciones más frecuentes: campesinos que vivían separados del resto del país. Nunca lo pensamos así.
La tesis se convirtió en libro en 1984, luego de enriquecerla y ampliarla, pero sin modificar su naturaleza de tesis doctoral, que resumía un enorme trabajo en archivos, del Perú y España, apoyado en una bibliografía muy reciente, que iba más allá de la historia y de las ciencias sociales, para ingresar a la literatura y a los análisis literarios.
El mismo Alberto Flores Galindo, en la primera página de la introducción, se pregunta: «¿Cómo explicar la longevidad del orden colonial» en nuestro país?; en otras palabras, ¿por qué las luces de la ilustración demoraron tanto en penetrar en la sociedad peruana y fue necesaria la llegada del Ejército Unido Libertador con San Martín y Bolívar para independizarnos? Una gran respuesta, que Flores Galindo usa pertinentemente en este libro, la dio el sabio alemán Alexander von Humboldt (1769-1859): una ciudad, por no decir una aristocracia, que vivía de espaldas al país, sus poblaciones, sus problemas, sus tragedias, más cerca de Occidente, y aupada sobre la plebe urbana.
Los ocho capítulos de este libro se distribuyen en tres partes. En la primera, «El hilo de la madeja», presenta, en el buen estilo de la Escuela de los Annales, las estructuras y las coyunturas dentro de las cuales describe el tiempo corto de las personas, sus vidas, sus quehaceres, sus penas y angustias. Eso le da una enorme originalidad a su narrativa. El núcleo de esta primera parte lo encontramos en la presentación de una aristocracia en vilo, que no tiene los pies en la tierra, que vive en su propio mundo, apartada en sus mansiones del centro de Lima, y que se impone por ser parte del sistema colonial, que incluso la enaltece con la entrega de títulos nobiliarios —más abundantes de lo que imaginamos—, una práctica burocrática usual de la administración española para domesticar a las élites y volverlas serviles. Una aristocracia legal, pero no legítima, que se impuso por la violencia controlada, la que aparecía en lo público (un patíbulo en la plaza mayor) y también, en la vida íntima, en las relaciones familiares y en aquellas con los esclavos y con la plebe. Esta violencia generalizada era imprescindible para reproducir el sistema, más aún cuando esta reproducción se daba en una situación de crisis económica, agrícola y minera a fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX.
La segunda parte aún conserva su lozanía y la singularidad originales. Habla de las vidas de los esclavos a partir de expedientes judiciales en los que aparecen los temores, las agresiones, los maltratos, la dominación y la muchas veces mencionada sevicia; incluso, podían llegar a los sitios más recónditos para buscar refugio en el cimarronaje. Aquí, Flores Galindo se pregunta: «¿Qué era para ellos (la aristocracia) un esclavo?». Lo que sospechamos: un bien mueble, que tiene un precio y un dueño que lo compra y lo puede vender en cualquier momento. Pero luego viene la originalidad. Los esclavos no son tan esclavos como los imaginamos, sino que más bien pueden ganar su libertad, su semilibertad o simplemente pueden fugar para vivir en los palenques, como cimarrones y bandoleros. Pero lo más extraordinario es cuando Flores Galindo describe los mil rostros de la plebe urbana. Esa plebe amorfa, desigual, compleja, enfrentada a menudo, que se descomponía en grupos que se unían y desunían, sin ninguna conciencia de comunidad, y que más bien —así se deja traslucir— servían mejor a la estabilidad del sistema.
Alberto Flores Galindo, por esos azares de cada época, no analizó, pero sí conoció, la memoria de Juan Bautista Túpac Amaru (1825). Este hermano de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru relató cómo fue acusado de participar en la rebelión de 1780, sin haberlo hecho, según él, por lo que luego fue desterrado a una prisión en ultramar. Pero antes fue expuesto a la vindicta pública en esa terrible «Marcha de la muerte» entre Cusco y Lima, que les tomó cuarenta días a los sesenta parientes del rebelde de Surimana, en cuyo trayecto se perdieron muchas vidas y otras soportaron el gran sufrimiento por los maltratos de la plebe que los esperaba en las orillas de los caminos para insultarlos por desleales y traidores al amor del rey de España. Flores Galindo, con mucha inteligencia, resumía ese ordenamiento social en una dualidad: aristocracia y plebe. ¿Quiénes integraban esa plebe? No eran los indígenas, pero dejo a los lectores descubrirlo para que disfruten de esa sorpresa.
El título de la tercera parte es una pregunta que nos sorprende: «¿Una sociedad sin alternativa?». El reordenamiento de los territorios coloniales, la aparición del virreinato de Santa Fe, del virreinato del Río de la Plata y el fortalecimiento del reino de Chile llevaron a la ruina a la aristocracia limeña que dependía más de Valparaíso y de Guayaquil que de su mercado interior. Una aristocracia mercantil limeña que soñaba, anhelaba y se ilusionaba más con la continuidad del sistema colonial que con las ideas independentistas de los criollos caraqueños y bonaerenses. Más bien, si hubo una rebeldía social interna, ella brotaba de esa plebe limeña que se amotinaba de vez en cuando en la ciudad.
Entonces, ya podemos imaginar la respuesta a la pregunta que titula esta última parte. El propio autor nos dice, en su página final, que el argumento o el propósito de su libro es muy simple, ya que, desde la primera hasta la última página, trata de explicar «Las circunstancias que explican por qué no tuvo lugar una revolución» en nuestro país y fue necesario esperar al Ejército Unido Libertador. Alexander von Humboldt lo percibió con claridad entre noviembre y diciembre de 1802, cuando permaneció en Lima, y lo dijo así en una de sus cartas personales. Pablo Macera también lo indica de la misma manera en su libro de 1955, Tres etapas en el desarrollo de la conciencia nacional, cuando muestra que los criollos, algo ilustrados, algo amantes del país, pusieron delante a la «Patria grande» (Imperio hispánico), en vez de a la «Patria chica» —en este caso, el Perú—. A esto se refería Humboldt y es bueno recordarlo para entender mejor al Perú contemporáneo y para agradecer la vida y la obra de Alberto Flores Galindo.
Manuel Burga
Nota a la segunda edición de 1991
En 1988, Tito cambió el título de este libro por el de La Ciudad Sumergida, aunque conservó el anterior en calidad de subtítulo. Quería, además, añadir una tercera parte al capítulo VI («Vivir separados») que igualmente se intitulara «La ciudad sumergida» y donde trataría los distintos mundos que se ocultan en Lima, entre ellos, el mundo andino.
Lamentablemente, su enfermedad no le permitió la preparación de este texto, por lo que solo lo consignamos en el índice, tal como él lo hiciera en el ejemplar que dejó corregido. De allí también hemos tomado, para incluirlas en la presente edición, las modificaciones que llegó a hacer: incorporó un nuevo epígrafe, amplió la dedicatoria y convirtió en interrogante el título del último capítulo.
Lima, agosto de 1990
Cecilia Rivera de Flores
Introducción
En Lima, la independencia fue proclamada tardíamente y la expulsión de los realistas solo fue posible después de 1821, mediante la intervención de los ejércitos de San Martín y Bolívar. La capital del virreinato peruano no albergó juntas revolucionarias y ninguna insurrección convulsionó su trayectoria; por el contrario, en esos años agitados, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, la ciudad se convirtió en sinónimo de la oprobiosa dominación colonial: «del despotismo asiento», para utilizar una imagen corriente entre los escritores republicanos. A estos antecedentes se remite la imagen actual de una ciudad abúlica, tan gris como su cielo y tan monótona como sus inviernos. Pero es evidente que ya no leemos a Ratzel y ningún determinismo geográfico nos parece verosímil. Entonces, ¿cómo explicar la longevidad del orden colonial? Se ha recurrido, para responder a esta pregunta, a recordar la solidez de su organización administrativa, la efectividad del consenso religioso, la carencia de una conciencia nacional... Lejos de estos lugares comunes, vamos a buscar otras respuestas emplazándonos en un territorio diferente: la estructuración social de Lima.
No se trata de escribir una página de historia urbana, ni tampoco de historia política. Los personajes centrales de este libro son entidades colectivas: grupos y posibles clases sociales. Alrededor de ellos organizaremos todo el texto, privilegiando la explicación sobre el relato de acontecimientos. La narración cronológica dejará lugar a un conjunto de aproximaciones paralelas. Empezaremos por los de «arriba»: ingreso aparente a una estructura social; ellos dominan, quieren imponer sus normas de comportamiento y sus valoraciones, aparecen con frecuencia en la documentación. Pero solo entenderemos realmente el orden colonial cuando variemos la perspectiva y, en la segunda parte, nos ocuparemos de los «de abajo». El punto de vista de los desesperados, empleando una expresión del cineasta Pier Paolo Pasolini, permite desmontar los mecanismos de una sociedad y pensarla como totalidad. El texto abandona una síntesis quizá abusiva y se extiende en múltiples referencias: el entramado de la vida cotidiana. Finalmente, en la tercera parte, todos los personajes confluyen alrededor de la independencia de 1821.
Primera parte
I. El hilo de la madeja
1. El siglo XVIII
Lima al terminar el siglo XVIII: la capital de un vasto espacio colonial andino que, sin embargo, a diferencia de México, se ubica desde su fundación en la proximidad del mar, a escasa distancia del Callao, su puerto natural. Sede de la burocracia y centro mercantil desde donde esa poderosa corporación que fue el Tribunal del Consulado (mercaderes y navieros) irradia su influencia tanto sobre el Pacífico —la Mar del Sur, según acostumbran decir los documentos de la época— como sobre el interior del país. En 1700, la población limeña fue calculada, con todas las imprecisiones de la época, en apenas 37 000 habitantes, pero esa cifra, al promediar el siglo, remontando el flagelo de las epidemias, comienza a ascender. En 1792 llega a los 52 000 y unos veinte años después se calcula en más de 63 000 habitantes. Cifra reducida si se le compara con los 130 000 habitantes de la capital de Nueva España, pero desde luego notable en relación a Santiago (apenas 10 000 habitantes) e incluso mayor que Buenos Aires (40 000). Es necesario considerar, además, que la ciudad fue casi arrasada por el terremoto de 1746, de manera que debió ser reconstruida adaptándola a las nuevas costumbres que reclamaban grandes ambientes, como la Plaza de Toros, el Paseo de Aguas, la Alameda de Acho, los cafés.
En ese escenario, los dos actores fundamentales, si nos atenemos a las cifras que proporcionan los censos, parecen ser la aristocracia y los esclavos. Durante el período colonial, en Lima se otorgan 411 títulos nobiliarios, volumen lejanamente seguido por los 234 de Cuba y Santo Domingo y los 170 de México. En la ciudad reside, sin exageración alguna, la élite
virreinal «más numerosa e importante» de Hispanoamérica (Lohmann,
1947, p. LXXIV; Vargas Ugarte, 1958; Puente Candamo, 1947)¹, sustentada en las actividades mercantiles. Una reciente migración española, procedente de las regiones vasconavarras, incrementa su número y hace de Lima una de las urbes más hispanas del continente: 18 000 habitantes son censados como españoles (predominando peninsulares sobre criollos), frente a los que se yerguen, en el interior del recinto amurallado de la ciudad, más de 13 000 esclavos, próximos a esa «gente de color libre» (castas) que suman 10 000 habitantes. Quizá teniendo presentes estas consideraciones numéricas, el poeta y ensayista Martín Adán, en una tesis sustentada en 1937, asoció el destino de la clase alta colonial con la esclavitud (Adán, 1968, p. 234)². ¿Qué reglas resultaron de las relaciones entre estos personajes? ¿Pueden ser razonadas en términos de una sociedad de clases? ¿Cuáles serían esas clases? En las páginas que siguen, al responder estas preguntas, veremos cómo terminan desdibujándose algunas apariencias iniciales —el binomio aristocracia-esclavos— dejando lugar a nuevos personajes.
Hace falta, desde el inicio, despejar posibles prejuicios: las clases no tienen que existir necesariamente en toda sociedad compleja ni son homologables con una determinada condición económica. Toda clase es una manera específica de expresar la totalidad social, donde los factores internos importan tanto como las relaciones de oposición y complementación con otros grupos. Queremos decir, en otras palabras, que la clase social es, por encima de todo, una realidad temporal «definida por los hombres al vivir su propia historia» (Thompson, 1979, p. 34)³. El análisis de la clase deriva en una aproximación a la estructura social por la vía de la praxis, donde la definición no es el punto de partida sino el resultado. Entonces, una clase social —aunque pueda ser tautológico decirlo— es una realidad en movimiento, que no puede estudiarse en abstracto o a priori, y que, en función de las circunstancias que vive, soporta o genera, pasa por diversos estadios: períodos de formación de hegemonía sobre una sociedad, de disgregación y ocaso. En cualquiera de estos momentos resultan indesligables las relaciones económicas, de la cultura y la mentalidad que cohesionan a los hombres. Es evidente que una clase no es una suma de individuos, pero también es cierto que no pueden ser omitidos: hay un inevitable contrapunto entre clase y biografía, por eso «la historia social debe tratar de conciliar la dimensión colectiva con los destinos individuales» (Geremek, 1976, p. 111).
El escenario de Lima colonial carece de límites definidos; mejor dicho, depende de los actores. Es evidente que no existe una nítida división entre la ciudad y el campo —no obstante la muralla y las puertas— y que la vida urbana se confunde con las actividades agropecuarias de los valles próximos. Pero mientras la esclavitud tendrá un claro signo regional, asentada fundamentalmente en la capital y los valles de la costa central, desde Santa hasta Nazca, la aristocracia comercial, en cambio, tiende a expandir progresivamente su dominio sobre los mercados del interior, articulando una red mercantil que incluye ciudades y pueblos andinos, como Cerro de Pasco o Cusco, junto con lugares tan lejanos como los puertos de Guayaquil o Valparaíso. Pensar Lima colonial en términos de «clase social» nos llevará de los medios urbanos al paisaje agrario y en ocasiones tendremos que distanciarnos de los límites regionales, para seguir ciertas trayectorias colectivas o individuales.
Quizá sea conveniente considerar, antes, las imágenes que prevalecen sobre el siglo XVIII en el Perú. Aquí no ha sido pensado como el «siglo de las luces» ni tampoco como la edad del capitalismo emergente. Por el contrario, la declinación del orden colonial se asocia con una prolongada postración económica secular, iniciada precisamente en esos valles de la costa central. La Ciudad de los reyes pierde el rol hegemónico que habría tenido en el Pacífico incapaz de competir con Buenos Aires arrastrada por la ruina de sus campos, en la impotencia de una aristocracia carente de «cualquier idea» o de «cualquier esfuerzo», como la definió uno de sus descendientes, el historiador José de la Riva Agüero. Es frecuente referirse a la «crisis del siglo XVII». Aparentemente, estamos ante una afirmación que no admite réplica, ni siquiera duda. Sin embargo, vamos a apartarnos de la ruta habitual que sería buscar nuevas corroboraciones, para dar marcha atrás, reabrir el expediente de esa crisis y ponerla entre interrogantes: ¿crisis?, ¿dónde? ¿desde cuándo?, ¿para quiénes? Nuevas preguntas que parecen confundir todavía más nuestro derrotero.
El hilo para desenredar la madeja puede encontrarse en los procesos judiciales que con tanta frecuencia se repiten en la Lima colonial. Estas fuentes abundan, no faltan en ningún archivo. Podemos mencionar, por ejemplo, los juicios ante el Cabildo y la Audiencia (causas civiles y criminales), ante el Superior Gobierno, el Arzobispado (causas de negros, inmunidades, divorcios), juzgados particulares como el Tribunal del Consulado o el Juzgado de Secuestros. Cualquier litigio permite observar el comportamiento de las partes y los intereses en juego, siempre y cuando desechemos imágenes simplistas que piensan al derecho solo como una imposición de la clase dominante; se trata más bien de un terreno de confrontación, donde por eso mismo tienen que salir a relucir los intereses y los propósitos de los sectores